Por Luciana Vázquez - De un lado, la violencia narco en su
faceta terrorista borró de un plumazo el optimismo con el que Milei sintetizó
sus éxitos en la lucha contra el crimen organizado del narco en Rosario apenas
diez días atrás, el 1° de marzo, en el discurso de apertura de sesiones
legislativas: “En Rosario, se logró reducir en dos meses casi un 60 por ciento
el homicidio doloso en la vía pública en las zonas controladas por las fuerzas
federales”, había dicho. Hoy Rosario y el país están consternados por la
escalada de asesinatos de “inocentes”, tal como catalogan los mismos narcos a
las víctimas elegidas.
Del otro lado, la identidad anti casta de Milei, central en
su visión política, fue la víctima de un error autoinfligido: quedó magullada
con la autorización presidencial al aumento de su salario y el de sus ministros
y secretarios de Estado en un 48%. Tuvo que dar marcha atrás. El episodio se
convirtió en una suerte de parábola del cazador cazado. La revelación del
anticasta castificado.
Gobernar una realidad complejísima como la de la Argentina
presenta ese riesgo: que la realidad se imponga sobre cualquier batalla
cultural que se busque dar. Y que la batalla por el sentido común no logre
maquillar las consecuencias implacables de los problemas estructura les más
profundos y difíciles que Milei jura poder resolver. Por ejemplo, la
inseguridad narco y la inflación.
Dos meses de gobierno es nada, pero la ansiedad por mostrar
eficacia en todos los frentes termina por confundirse con exitismo estratégico:
el resultado positivo de hoy puede quedar cuestionado la semana siguiente. En
el tema Rosario, a Milei lo alcanzó la hora de la verdad con sus revelaciones:
esta vez, el diseño del tablero que expuso la naturaleza y los intereses de los
distintos jugadores no quedó en la órbita estratégica del Presidente y sus
hombres y mujeres de confianza. Quedó, al contrario, en manos del
narcoterrorismo, que les marcó la cancha con total crueldad a todos, a la
gente, por supuesto, pero sobre todo a Milei y su ministra de Seguridad,
Patricia Bullrich, y también al gobernador Maximiliano Pullaro.
El mundo es plano y hoy parece ser mileísta, pero no tanto:
ahí está la cuestión. La imagen a la Bukele que divulgó el gobernador Pullaro
hace menos de una semana en redes sociales mostró el alcance de esa premisa,
cuando sucedió lo impensable: los ídolos de Milei más políticamente
incorrectos, el método Bukele en ese caso, llegaron incluso a las orillas del
republicanismo de un gobernador radical“socialista ”, según las acusaciones de
las fuerzas libertarias .“Cada vez lavan a pasar peor ”, fue el mensaje de
Pullaro a una escena de presos casi desnudos, arrodillados, maniatados y
fuertemente custodiados por fuerzas de seguridad vestidas y pertrechadas hasta
los dientes. El mensaje pudo haberlo posteado Milei, pero fue el radical
Pullaro.
Del Pullaro estilo Bukele de hoy al Pullaro del pasado,
ministro de Seguridad del gobierno socialista de Santa Fe, encabezado por el
entonces gobernador, Miguel Lifschitz, o al Pullaro que apoyó el consensualismo
de Horacio Rodríguez Larreta en la interna de Juntos por el Cambio, todo un
trayecto: el combate abierto de Pullaro contra el narco en Rosario nunca antes
había alcanzado semejante dimensión gráfica. El Pullaro bukelizado de hoy no
solo aparece alineado con la política mileísta de mano dura contra el narco,
sino también dispuesto a exhibir los símbolos que mejor la representan.
Sin embargo, la realidad de Rosario acaba de mostrar la
existencia de un problema estructural que no se resuelve solo con la bandera de
la mano dura, no importa si enarbolada por la desmesura libertaria de Milei o
por “el radical-socialismo” biempensante de Pullaro.
Dos aclaraciones. Por un lado, no hay dudas de que el
recambio en la gobernación de Santa Fe y en la presidencia de la Nación trajo
un cambio de régimen en Rosario: además de la inflación y la seguridad, el
combate contra el narco está en el centro de las promesas de Milei y de
Bullrich.
Las diferencias con la gestión anterior son dato: hace
exactamente un año, los rosarinos se auto convocaron en el Monumento a la
Bandera para llamar la atención de la política y de la sociedad ante la ola de
asesinatos que vivió esa ciudad en los primeros meses de 2023. Ese mismo día,
el 22 de febrero, el entonces presidente Alberto Fernández se encontraba en la
Antártida, ajeno a la consigna que describía el drama del narco: “Rosario
sangra”.
¿Cómo fue posible quede la corrección política delg aran
tismo se llegara ala legitimación del a mano dura y su representación pública,
ya no solo por parte de Milei, sino también por fuerzas políticas menos amigas
de ese discurso? Parte de la respuesta está en la permisividad o indiferencia
del kirchnerismo. Sobre esa plataforma, lo que era inadmisible para el
kirchnerismo y dilemático para el macrismo o los radicales Milei lo volvió
aceptable.
Por otro lado, Milei tejió su autoelogio ante la Asamblea
Legislativa a partir de un dato cierto: la disminución de homicidios registrada
en Rosario cuando se comparan los primeros meses de 2023 con los de 2024, que
coinciden con el inicio de su presidencia. Mientras que en enero y febrero de
2023 hubo 46 homicidios dolosos en Rosario, en el mismo bimestre de este año
hubo 24, una caída del 47%. En toda la ciudad, y no solo en las zonas
controladas por las fuersus zas federales, los homicidios dolosos en la vía
pública cayeron un 57%. Son datosoficialesdelMinisteriodeSeguridad nacional.
Esos datos ciertos alentaron en el Gobierno lecturas que hoy
se muestran apresuradas sobre el éxito de su política antinarco: la cantidad de
homicidios, que pareció un dato positivo, es reemplazada por un aumento en la
osadía de la estrategia terrorista del narco, que ahora le habla de igual a
igual al poder político, y en la institucionalizaciónde“losinocentes”como la
nueva categoría de objetivo narco.
No hay soluciones fáciles, parece ser la lección. Ante la
evidencia del nivel de dificultad del tema, cualquier atajo publicitado
resulta, más bien, marketing político. Victorias efímeras: apenas para un
posteo de X que queda desmentido al día siguiente. Por momentos, a la política
le alcanza con eso. Pero en la curva más larga de los procesos el horizonte es
más difícil de prever.
En Rosario, taxistas, choferes, playeros, trabajadores
comunes y corrientes quedan convertidos en el arquetipo de las víctimas: sufren
el embate de la crisis económica y la inflación y, también, la crueldad más
extrema de la inseguridad. Una realidad de la que la burbuja de la “casta
política” está preservada por el momento o se esfuerza por evitar a toda costa.
En el plano de la seguridad, dirigentes políticos logran una
protección policial, e incluso militar, para familias que el ciudadano de a pie
está lejos de conseguir. Los casos de la familia de Pullaro o de María Eugenia
Vidal y su familia, que se mudó a una base militar en sus años de gobernadora,
son un ejemplo. Para salvarse, a los rosarinos solo les queda
encerrarseensushogaresydetenerla vida cotidiana. En el plano de la crisis
económica, los aumentos salariales del Ejecutivo, tan cuestionados, son un ejemplo
del poder político puesto a servirse a sí mismo.
En el caso de los sueldos del “círculo rojo” de la Casa
Rosada, la inflación y sus efectos terminaron jugándoles una trampa y dejaron
expuesto a Milei. Ninguna de las interpretaciones posibles lo deja bien parado.
O lo muestran firmando sin leer. O exhiben la falta de cohesión de su gobierno
en torno a la idea del sacrificio necesario. O lo exponen en su reflejo de
casta política a pesar de sí mismo. Los esfuerzos para despegarse de esa
decisión escalaron hasta el ridículo: un nivel de extravagancia que arranca,
por lo menos, una sonrisa irónica. Para encontrar un chivo expiatorio que no
tocara a las figuras desuconfianzaquequedaroncomprometidas en ese decreto, el
jefe de Gabinete, Nicolás Posse, y la ministra Sandra Pettovello, Milei tuvo
que sacar del armario a un secretario de Estado, el de
Trabajo,conseisgradosdeseparación, por lo menos, de aquella decisión.
Cristina Kirchner captó el sentido del momento no porque la
acompañe la razón: su responsabilidad en la crisis económica endémica y su
millonaria jubilación complican sus juicios de valor. Pero le encontró el tono
a la crítica a Milei por el tema sueldo: no se lo tomó en serio, pero lo
expuso. Un duelo de desmesuras en el que la exvicepresidenta entendió que el
poder político de Milei pende de un hilo clave: el poder de lo intangible. En
ese episodio, el poder de la ironía se convirtió en su arma política.
La larga marcha de la Argentina libertaria ya se inició.
Ante dramas como los que vive Rosario, las tácticas de Milei en el mundo de lo
intangible y virtual pueden jugarle en contra. La cuestión es si Milei logrará
seguir siendo el presidente de amianto que pretende ser. Y que está obligado a
ser.ß LA NACIÓN |