Uno de los más de 300 artículos del megadecreto de necesidad
y urgencia presentado por el presidente Javier Milei declara que la educación
se considerará un servicio esencial, algo que en rigor debería definirse en los
términos que la legislación laboral describe como “servicio de importancia
trascendental”. Si bien aún no se conocen detalles de la medida, está claro que
apunta a asegurar el dictado de clases para que los alumnos dejen de ser
rehenes de los paros docentes. La controversia acerca de la prestación de un
servicio de importancia trascendental y el derecho a huelga sigue en pie.
Desde la activa asociación civil Padres Organizados se
celebró este anticipo y se destacó la importancia de que todas las provincias y
la ciudad de Buenos Aires se sumen al objetivo de cumplir con la cantidad de
días de clases mínimos establecida en las normas.
Lo cierto es que urge modificar la realidad educativa a la
luz de los incumplimientos de muchas de las disposiciones legales en la materia
y de los resultados de distintas pruebas que confirman que nuestros chicos no
alcanzan los rendimientos esperados. Las pruebas del Programa para la
Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que se realizan cada tres años,
mostraron el año pasado que casi el 73% de los estudiantes secundarios no
alcanzaron el nivel mínimo en matemática, que más del 54% tiene un pobre
desempeño en lectura y el 55% no puede identificar la idea principal en un
texto. El “apagón educativo” sufrido durante la pandemia tuvo, evidentemente,
sus consecuencias en toda la región, pero los resultados previos (PISA 2018 y
Aprender 2019) mostraban que los malos resultados vienen de años atrás. En este
marco de situación los resultados de PISA 2021 muestran que nuestro país decayó
respecto de 2018, ubicándose en el puesto 66 sobre un total de 81 evaluados.
Asistimos a una ausencia de variaciones en los últimos 20 años, un triste
estancamiento de nefastos efectos. Surge también de la evaluación que el 22% de
los chicos se sienten solos en la escuela y el 26%, “como un extraño”, por lo
que confirmamos que algo estamos haciendo muy mal.
En las pruebas Aprender de septiembre pasado, que evaluaron
a más de 600.000 alumnos de sexto grado, mayormente de escuelas de gestión
estatal, el 48% de los alumnos no alcanzaron un nivel satisfactorio en
matemática. La cifra trepa al 60% para los estratos socioeconómicos más bajos.
Un niño que en tercer grado no comprende lo que lee no podrá en sexto entender
un problema matemático, señalan especialistas al referirse a la importancia de
alcanzar la comprensión lectora, circunstancia que se ve confirmada con las
pruebas Aprender 2022 que evaluaron a estudiantes secundarios del último año:
el 82,4% no podía resolver un ejercicio simple de matemática.
El gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner ha sido
sin duda uno de los más crueles con la educación. Un tremendo daño ha sido el
resultado de burdas complicidades y ensordecedores silencios que, lejos de
priorizar la educación, cerraron escuelas con ridículos argumentos, redujeron
presupuestos, pactaron con los sindicatos, adoctrinaron en las aulas, bajaron y
flexibilizaron las exigencias y eyectaron del sistema a miles de niños y
jóvenes que ya perdieron la oportunidad de tener un mejor futuro. En
consonancia con un cuestionable proyecto político, entendieron que la
ignorancia de sus votantes seguía siendo su mejor reaseguro.
La situación en las provincias alcanzó situaciones
escandalosas y abismales diferencias entre los ámbitos rurales y urbanos. La
flexibilización extrema que habilitó el pase automático al secundario con
decenas de materias adeudadas ya quedó atrás en Santa Fe y, más recientemente,
en Santa Cruz, una provincia atravesada por huelgas docentes con 261 días
perdidos entre 2013 y 2018.
Lejos de acotarse a la cuestión económica, el desafío que
enfrenta el gobierno de Javier Milei debería poner la educación entre sus
principales prioridades. Cumplir los preceptos legales que regulan la enseñanza
y el aprendizaje debe ser un deber moral. Para empezar, cumplir con las pautas
vigentes que incluyen un calendario escolar de 190 días efectivos de clases,
con recupero de días perdidos, horas de jornadas extendidas para la primaria y
la obligatoriedad de cursar el secundario, algo que hoy apenas la mitad de los
que ingresan a primer grado logran, sería un piso innegociable. Cumplir
efectiva y eficientemente con la asignación del 6% del PBI destinado al
financiamiento educativo debe ser un objetivo que se traduzca, con un plan
meticuloso, en mejoras de la calidad para lograr superar las tremendas
desigualdades existentes. Nuestro país debe volver a ocupar posiciones de
vanguardia. La ciencia y la tecnología adquieren cada día mayor impacto y poner
el conocimiento al servicio de la inserción laboral es clave. Pensar en mejorar
la infraestructura, actualizar currículas y capacitar a docentes, por solo
mencionar algunas impostergables medidas, es entender que cualquier proceso en
este terreno involucrará a varias generaciones de argentinos.
La más importante de las libertades es la que nos permite
ser mejores, aprender y desarrollarnos en un terreno de igualdad, sin
excluidos. Garantizar el derecho a una educación de calidad debe ser una
prioridad porque solo así estaremos construyendo el futuro de crecimiento y
equidad que la Argentina merece. El gobierno de Javier Milei debe asumir esta
obligación. Gobernar es educar. Sin esta meta como principal motor del país al
que aspiramos, no habrá futuro. LA NACIÓN
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