Por Claudio Jacquelin - Anteayer fue una bandera colgada en
un puente del acceso a Rosario que rezaba: “Se metieron con nuestros
familiares. Van a seguir las muertes de inocentes”. Estaba dirigida al
gobernador Pullaro y a su ministro de Seguridad. La frase es tan estremecedora
como aterradoramente precisa.
Los crímenes perpetrados por narcocriminales locales no son
ninguna novedad. Siguen. Ese es el drama.
Hace ya casi cinco años uno de los aspirantes a capos del
narcomenudeo en San Lorenzo, ciudad portuaria vecina de Rosario, bajó un
mensaje que puede verse hoy como una de las puntas más explicitas de ese hilo
que asfixia a los rosarinos y sacude al país. Era una orden cuyo cumplimiento y
duración han ido bastante más allá de lo imaginado.
“Hay que matar inocentes. Si matamos un par de inocentes, se
arma una revolución bárbara”. Ese fue el mandato estratégico que envió a los
suyos Brandon Bay desde la cárcel, a mediados de 2019, y cuyo primer resultado
concreto fue la muerte de tres jóvenes en esa aparentemente pacífica ciudad
portuaria de 40.000 habitantes. Algo nunca visto.
La orden que se convirtió en un patrón de la acción criminal
fue descubierta poco después de ese triple homicidio por los fiscales que
seguían el caso y lo cuentan Germán de los Santos y Hernán Lascano, en su
imprescindible y esclarecedor libro de investigación Rosario. La historia
detrás de la mafia narco que se adueñó de la ciudad, publicado a fines del año
pasado. Aparece en el inicio del capítulo titulado “La crueldad”. Más vigente,
imposible.
Desde que bajó aquella decisión de Brandon Bay se
registraron en Rosario y sus adyacencias casi 1200 asesinatos adjudicados a
bandas narcocriminales. En ese lapso transcurrió un mandato presidencial y
medio y pasaron tres ministros de Seguridad en la Nación y cinco en la
provincia de Santa Fe. Un fracaso tan estrepitoso de las políticas públicas de
seguridad como de las económicas. Los números en ambas dimensiones explican
demasiadas cosas ocurridas en los últimos meses.
Desde aquel 2019 las cifras de homicidios en el sur de Santa
Fe muestran una vertiginosa parábola ascendente que batió récords en 2023.
Hasta hace un mes, cuando se registró una notable reducción. Sin embargo, el
gobierno santafesino evitó publicitar que los asesinatos habían disminuido casi
seis veces desde febrero de 2023. No había nada para celebrar todavía. Quedó
claro.
La difusión corrió por cuenta del Ministerio de Seguridad de
la Nación, a cargo de Patricia Bullrich, y contrarió, en parte, a Pullaro, que
era el ministro de Seguridad santafesino en aquel 2019, último año en que se
había registrado un descenso de los homicidios. Hasta que empezó a regir la
doctrina Brandon Bay. La experiencia llamaba a la cautela.
La decisión adoptada por la administración provincial de no
difundir las amenazas que el gobernador y su familia han venido recibiendo
desde el momento de su asunción, para no darle la publicidad que los autores
buscaban, era parte de un combate que se desarrolla en todos los frentes. Tanto
en las calles como en las palabras, los narcos venían sacando ventajas.
Asesinados o muertos de miedo. Esa es su lógica. Desde los nuevos gobiernos
(nacional y santafesino) se pretende romperla, aunque con planes todavía en
borrador, expuestos a prueba y error y basados en consensos precarios.
Las medidas tomadas desde el 10 de diciembre pasado para
retomar el control en las cárceles donde están alojados los narcos, el
endurecimiento de las condiciones de encarcelamiento y la exposición pública de
los detenidos en una de esas prisiones, al estilo de El Salvador de Nayib
Bukele, hacían prever efectos no deseados. Hay miradas coincidentes sobre el
diagnóstico, pero no hay posiciones unívocas sobre el tratamiento en todos los
planos.
Bullrich, fiel a su estilo, con el que ha transitado más de
40 años en la vida política y que encaja a la perfección con el del Presidente,
Javier Milei, no les rehúye a la frontalidad ni al estruendo.
Ambos saben que la inseguridad y la violencia, de las que la
narcocriminalidad es el capítulo más cruento y en expansión, están entre los
desafíos más grandes, junto con la economía, que enfrenta el actual gobierno.
Golpean como ningún otro en la vida cotidiana y en el ánimo de una sociedad ya
demasiado afectada. Por eso buscan generar impactos y resultados rápidos, que
puedan percibirse por todos. Sin que los inhiban los efectos indeseados que
puedan tener en una primera etapa, convencidos de que, al final, llegarán los
resultados esperados.
En ese sentido van las recientes medidas adoptadas por el
gobierno nacional, entre las que se encuentra el encuadramiento de terrorismo
para acciones de los narcos y la decisión de sumar a las Fuerzas Armadas en
apoyo de las fuerzas de seguridad federales y provinciales.
Los reparos de la dirigencia política y muchos expertos al
involucramiento de militares en la lucha contra la narcocriminalidad, aun en
carácter subsidiario, así como las fallidas experiencias extranjeras, son para
la ministra críticas sin sustento. Las considera producto de prejuicios
antimilitares extemporáneos del kirchnerismo y de sectores de izquierda, así
como una extrapolación descontextualizada de lo ocurrido en otros países. El
contexto y los antecedentes locales recientes les dan a Milei y Bullrich
permisos que otrora la opinión pública no hubiera otorgado. Lo saben ella y los
asesores en imagen y estrategia del Presidente.
El precedente de esas decisiones no son solamente los
números de víctimas provocadas por la delincuencia narco y el temor en el que
viven millones de ciudadanos, sino también la enorme cantidad de policías
santafesinos separados de la institución por haber incurrido en delitos, muchos
de ellos vinculados con la acción de las bandas narcocriminales. En los últimos
cuatro años fueron desafectados casi 400 policías. Ineficiencia y complicidad.
De todas maneras, no hay coincidencias totales sobre la
estrategia de combate. En la administración santafesina miran con expectativa,
prudencia y algunos reparos las medidas del gobierno nacional. Celebran la
asistencia y la declaración de terrorismo a las acciones de los narcos que
amedrentan a la sociedad.
Al mismo tiempo, dejan saber (fuera de los micrófonos) que
durante los primeros dos meses de gestión la presencia de fuerzas federales se
había resentido en Rosario y alrededores. Por otro lado, Pullaro busca
restituir la cadena de mandos en la policía provincial y dotarla de la
autoridad y legitimidad justificadamente perdidas. Cree que todavía puede
recuperar a esa fuerza que muchos dan ya por definitivamente fallida. Coincide
con lo que pretende Bullrich en la Nación.
Todos en estado de alerta
La magnitud y la extensión del problema, que cada vez se
circunscribe menos a Rosario, y el impacto que tiene en la opinión pública,
activaron una masiva solidaridad con Pullaro sin antecedentes. La expresó casi
toda la dirigencia política, incluida la mayoría de los gobernadores, sin
distinción partidaria.
El narcodelito se expande por todo el país, sobre todo en
los grandes centros urbanos, donde potencia la violencia y ocupa lugares que el
Estado desatendió y a los que ahora no logra controlar.
El contundente mensaje de solidaridad de Axel Kicillof a su
colega santafesino es una muestra de la preocupación generalizada. La provincia
de Buenos Aires no solo es el territorio donde se provee el narcomenudeo que
azota a Rosario, como ha dicho Pullaro y ha quedado demostrado en numerosas
causas judiciales. También es el ámbito donde cada vez hay más disputas de
bandas con extrema violencia y donde se diluye cada vez más rápido la frontera
que separa a miembros de las fuerzas de seguridad de los criminales. Hay
convivencia y connivencia.
Al mismo tiempo, la crítica situación económica, como
siempre, precipita el auge delictivo. Aunque aparecen cosas novedosas y
altamente inquietantes, según revelan intendentes de los partidos más grandes
del conurbano bonaerense. La caída del poder adquisitivo general también
provoca descenso en el consumo y en la calidad de los productos del mercado de
drogas ilegales. La recesión llega a todos lados.
“A muchos de los que vivían de la venta de merca se les
achicó el negocio y salen de caño a robar motos y autos. Generalmente están
pasados de droga ellos mismos. Matan por nada, sin importarles nada”, dice un
allegado a uno de los más poderosos barones del conurbano, que desde hace casi
dos décadas maneja un municipio donde cada día hay más zonas fuera de su
control.
El asesinato del subjefe de la guardia urbana de La Matanza
en un intento de robo hace solo 20 días, después de otros homicidios tan
crueles aunque no tan resonantes, es uno de los ejemplos más contundentes de lo
que está ocurriendo en los grandes conglomerados urbanos.
Tanto o más elocuente es el hecho de que Kicillof se haya
involucrado sin intermediarios y fijado posición pública en la cuestión de la
seguridad, de la que siempre procuró evitar ser salpicado. La salida de Sergio
Berni del Ministerio de Seguridad bonaerense no fue suplida por su sucesor
Javier Alonso en su rol de escudo mediático. El histrionismo del médico militar
lograba atemperar la ausencia de resultados y la percepción de inseguridad de
los bonaerenses. Todo llega.
El problema es en y de todo el país. La crisis económica y
la violencia van de la mano y no asoman éxitos en lo inmediato. El delito es un
problema de naturaleza multicausal. Mucho más que del área de la seguridad. Y
golpea a todos. La inflación y la recesión no son los únicos problemas urgentes
que enfrenta el Gobierno. Y en los que debe mostrar resultados. LA NACIÓN
|