Por Daniel Aprile - En el sector de la generación de energía a partir de combustibles de origen
vegetal aguardan el regreso de las conversaciones entre el Poder
Ejecutivo y el legislativo para retomar el debate acerca del futuro de un
negocio que sin dudas necesita un nuevo marco regulatorio para aprovechar el
potencial productivo.
Quienes insisten en este sentido son los empresarios
vinculados al biodiesel ya que consideran que el
esquema vigente es “discriminatorio, prebendario y discrecional” y que “no se
debe perder la oportunidad de ofrecer biodiesel de mejor calidad y al mejor
precio posible para todos los argentinos”.
Es que el biodiesel forma parte del gasoil que millones de
consumidores cargan en sus tanques a diario y una intervención virtuosa en el
esquema de comercialización y en las fórmulas de corte podría tener un impacto
positivo que reduzca, por ejemplo, los costos logísticos. Más aún si se logra
avanzar con un mayor porcentaje de corte en los combustibles de origen fósil,
tal como ocurre en Brasil.
Desde la Cámara Argentina de Biocombustibles (CARBIO)
aseguran que “la Argentina tiene las plantas de biodiesel más eficientes
del mundo pero sólo pueden exportar, no pueden vender al mercado doméstico. Así
se obliga a los consumidores locales a comprarle caro a plantas que tienen
menos eficiencia”.
Pareciera que -una vez más- en Argentina triunfa la lógica
inversa y como era de esperar, esto no ocurre en ningún otro lugar en el mundo.
Es que el precio de los combustibles que llegan a nuestros vehículos esta
compuesto por materia prima de origen fósil y vegetal. En este caso, privamos a
los consumidores locales de un combustible que no sólo es amigable con el medio
ambiente sino que además podría ser más económico si se dejara competir en el
mercado interno a las empresas más eficientes.
Para trazar un paralelismo, cabe preguntarnos qué pasaría si
a alguien se le ocurriera que las empresas más eficientes en fabricar un auto
no puedan vender al mercado interno y sólo deberían exportar. Y a los
consumidores locales se les obliga a comprar, a precios muy altos, autos que no son de última tecnología. Eso es
exactamente lo que ocurre hoy en día con el mercado de los biocombustibles, más
específicamente en el caso del biodiesel. Este tema, que parece sumamente
lógico, no estaba planteado en la ley ómnibus tal como se había aprobado
en general.
Quizá porque a partir del texto original se debió ceder en
reiteradas ocasiones durante el debate a ciertas presiones, probablemente más
relacionadas a cuestiones territoriales y poco interesadas en el bien común.
Con las últimas modificaciones quedó totalmente desdibujada la idea original
del Gobierno, que consistía en abrir el mercado y desregularlo para que todos
pudieran competir en igualdad de condiciones, sin cuestionamientos, pero eso no
ocurrió.
Concluido el capítulo legislativo, se debió retroceder hasta
retomar la Ley 26.093, que regula el ámbito de los biocombustibles desde 2007,
con modificaciones en 2023. La ley original obligaba a
incorporar biocombustibles en un 10 % para gasoil y 12 % para naftas que se
comercializan en el mercado.
Uno de los problemas planteados en la discusión reciente se
basó en que las empresas agrupadas den la Cámara de Empresas Pyme Regionales
Elaboradoras de Biocombustibles (CEPREB) no querían modificaciones en la ley
mencionada porque la misma les permitía gozar de importantes beneficios
fiscales para la construcción de nuevas plantas “siempre que se trate de
pymes”. Por supuesto que -a pesar de estar en el mismo negocio- tienen
intereses distintos a los que pueden plantear grandes empresas como Cargill, COFCO,
Molinos, Renova, Explora, Unitec BIO, entre otras. Es que entre las “pymes” el
desarrollo del negocio se hace con la asistencia del estado y se construyen
plantas bajo el paraguas de “pequeña empresa” que además reciben una cuota de
participación del mercado directamente asignada desde la Secretaría de Energía.
Es por eso que distintas fuentes consultadas por Ámbito aseguran que las
”pymes” son en realidad grandes empresas fragmentadas en manos de fuertes (y
pocos) empresarios con llegada al poder legislativo.
Pero eso no es todo. Cuando el estado distribuye el cupo de
venta, que en realidad es una obligación de compra a las petroleras, lo hace
tomando como referencia la performance de los menos eficientes, es decir que
bajo la premisa de “respetar” al más pequeño se perjudica a los más
productivos.
El proceso genera algunas inequidades que no se plantearon
en la discusión legislativa reciente. Hablamos de un área clave para la
economía, no solo por lo que representan los hidrocarburos como sector
específico, sino también por el impacto que tienen este tipo de decisiones en
la economía en un país en el que casi todo pasa por las rutas y el precio de
los combustibles impacta en los índices inflacionarios. ÁMBITO
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