Por Luciana
Vázquez - Un fantasma recorre el gobierno de Javier Milei. Es el espíritu de
orden. La semana pasada, se puso a prueba como nunca desde que Milei asumió la
presidencia. Con el debate en el Congreso, llegó la hora de la calle porteña,
el otro escenario político por excelencia donde se pelea por el modelo de país.
El orden de la calle es hoy el síntoma político de la fortaleza o debilidad del
gobierno de Milei en su intento de ir concretando su visión. Si en el Congreso
negocia, aunque parece lo contrario, en la calle es inflexible. El orden cueste
lo que cueste.
El desafío de
la calle politizada le tocó a Macri a mitad de su gestión, al comienzo de
diciembre de 2017. Le toca ahora a Milei al principio de su gobierno, en la
recta final del verano. De aquel diciembre a este enero, se constata el cambio
de época. A la idea garantista de orden, que convive con el desorden político y
del reclamo ciudadano en la calle, y a esa superioridad moral que logró
consolidar durante el kirchnerismo, Milei le contrapone otra visión del orden
con idéntica pretensión moral.
No es el
único cambio. El nivel de conflictividad de la semana pasada, aunque alto, fue
menor y menos sangriento comparado con la de diciembre de 2017, las catorce
toneladas de piedras y el famoso “gordo del mortero”, cuando se discutió en el
Congreso la reforma previsional. La oposición de izquierda y el kirchnerismo
más duro también registran el cambio de época: intensificar el conflicto se ve
en parte como un juego de la casta. El diputado Máximo Kirchner, lo mismo: en
declaraciones de la semana pasada, mostró preocupación por los manifestantes,
pero también por las fuerzas de seguridad. Los cambios de época atraviesan a
todos.
El orden
modelo Milei se conjuga de varias maneras. La semana pasada, el orden encontró
en la Plaza del Congreso una identidad con “tolerancia cero” al desorden que la
militancia opositora planteaba en torno al Congreso. O con una “mano dura”
legalizada y legitimada, una visión que Bullrich rechaza: “No nos vengan más a
decir que tenemos mano dura. Mano dura es matar a una nena de 9 años y el
viernes haber matado a otra nena. Eso es lo que no queremos más en la
Argentina”.
Como en otros
temas, está claro que Milei llega para reponerle legitimidad ideológico-moral a
una visión acorralada durante años por la visión progresista kirchnerista. El
orden es uno de esos temas.
En ese marco,
Milei y su gobierno pasan de largo los cuestionamientos al operativo llegados
especialmente desde la oposición kirchnerista y desde organizaciones de la
sociedad civil. Hay un rasgo elocuente en esa relegitimación del orden estricto
del espacio que hace Milei, con Patricia Bullrich como brazo ejecutor: es la
falta de pudor con la que se realiza. Milei está más allá de los reclamos de
legitimidad de los “colectivistas” o “zurdos” que se le oponen.
Esa voluntad
política traduce la visión de buena parte de sus votantes. No está claro que la
mayoría de la gente se identifique con los militantes golpeados en la Plaza del
Congreso. Es probable que se pongan del lado de los policías: los necesitan
para que los cuiden.
Desde hoy,
con el reinicio del debate en torno a la ley ómnibus, esa tensión entre las
fuerzas del orden comandadas por Patricia Bullrich y los manifestantes volverá
a primer plano. No parece que habrá revisión de esa idea de orden. “¿Por qué va
a haber un muerto? Con el tema del miedo al muerto lo único que lográs es no
hacer nada. No tengo miedo de actuar”, dijo Bullrich este fin de semana.
El foco en el
orden como motor político de un gobierno presenta dilemas y desafíos para
Milei, y también para Macri. Primero, porque el orden y su restitución tienen
una historia delicada en la Argentina: el daño a la legitimidad de la autoridad
que administra el orden social es uno de los daños más profundos que hizo la
última dictadura. Hay todo un polo ideológico que está peleado con esa noción.
Segundo, porque enfocar un problema desde su impacto en el orden deja otras
aristas afuera, pero totalmente atendibles: las movilizaciones que ocupan la
calle tienen como efecto el desorden pero como causa, la pobreza. Y de ahí
surge la tercera cuestión: la colisión de derechos que implica el problema de
la pobreza y el derecho vulnerado a la vivienda o la alimentación versus el
problema del desorden público y derechos como el de libre tránsito y la
seguridad.
El desafío
para Milei es producir una noción de orden más rica, que incluya en su alcance
las acciones para resolver la pobreza. La manta corta de los derechos es el
gran problema de una Argentina en crisis.
La idea de
Milei de orden se extiende por diversos universos: el macroeconómico, el
político y el social. Y en cada uno arma su jerarquía propia: la cuestión es
sobre quién se impone el orden y, al contrario, con quién se negocia. Esa
jerarquía da una idea de la forma que Milei quiere imprimirle a la Argentina.
Ayer, el caso
de la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, y “la cola del hambre”
trajo un ejemplo relevante. Milagro: el orden llegó a la movilización de los
movimientos sociales que se organizaron en una largar fila. En realidad, fue un
tiro por la culata de Pettovello. El “vengan de a uno” para “los que tienen
hambre” del jueves pasado fue un triunfo simbólico para la ministra: la mesita
con atención personalizada de la funcionaria, sin intermediaciones, mostró la
voluntad política de dar la batalla simbólica por el sentido común. Atención a
la pobreza sí, seguir alimentando el clientelismo, no: ese fue el mensaje que
el Gobierno mandaba entre líneas. Ayer, las organizaciones sociales
desempataron: le hicieron una cola de veinte cuadras y cinco mil personas,
según la Policía Federal, en busca de atención personalizada a la pobreza.
El incidente
dejó dos cosas en claro: que el orden modelo “tolerancia cero” en el campo
social hegemonizado por los movimientos sociales requiere mayor ingeniería que
un desafío verbal. Si el mensaje es eliminar las intermediaciones, la solución
debería ser tecnológica y con transferencias directas. La mesita de Pettovello
quedó expuesta en su carácter de chicana, vaciada de eficiencia de gestión.
Por el otro
lado, el caso Pettovello dejó claro que la idea de orden es, sin dudas, un
dispositivo político. Construye enemigos, produce aliados y propone jerarquías.
El acuerdo firmado con la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la
Argentina (Aciera) para tercerizar la ayuda alimentaria es un dato cargado de
sentido. El Ministerio de Capital Humano se estructura bajo la consigna de
estar en contra de los “intermediarios de la pobreza” pero depende de cuál. No
a Grabois y los movimientos sociales que le tocaron la puerta del ministerio el
jueves pasado, sí a las iglesias.
Pero además
anticipa un plan político futuro: empoderando con caja a las iglesias
evangélicas y católicas, el gobierno de Milei refuerza su vínculo político con
un sector que será clave cuando en meses el Gobierno esté dispuesto a salir a
la calle política para volver a disputar la legalización del aborto. Una línea
de acción que le da otra vuelta al camino que emprendió Carolina Stanley desde
el Ministerio de Desarrollo Social en el gobierno de Macri. En lugar de
potenciar la intermediación de la pobreza que organizó el kirchnerismo durante
casi 20 años, Stanley reforzó en 2018 su alianza con las iglesias en el tema
del hambre. No estaba en esa decisión el objetivo ulterior de tallar a favor de
la postura antiabortista. En ese punto, el liberalismo del gobierno de Mauricio
Macri fue mucho mayor que el que plantean Milei y su presidencia. La caja y el
rol que las iglesias tendrán ahora por decisión de Milei y su ministra
Pettovello son la puerta de entrada para aumentar la influencia sobre los
sectores más pobres en temas como el aborto. En ese sentido, es significativa
la presencia de Pettovello en el encuentro con el Papa el domingo.
En la
imaginación política de Milei, el ideal de orden va de la mano del ideal de
progreso. Es una vuelta a esa dupla que fijó el norte de la Argentina de
finales del siglo XIX que Milei tanto valora. Una concepción política que
buscaba el orden como condición para el progreso. Milei organiza su visión
política poniendo en juego el objetivo del orden en esferas que se
intercomunican: orden público en la calle, orden en la macroeconomía, orden en
los mercados, orden en la relación con las provincias, orden en la geopolítica.
En lenguaje de hoy, para que lleguen las inversiones, la Argentina tiene que
dar confianza. El orden es el primer paso. Aunque puede no alcanzar. En ese
caso, el riesgo es el orden sin progreso.ß |