Domingo 21 - Por Alejandro Catterberg - En el tramo crucial de la negociación por el
proyecto de ley ómnibus que envió el Gobierno al Congreso, el secretario
general de la CGT, Héctor Daer, lanzó ayer una fuerte amenaza contra los
diputados que integran los bloques dialoguistas y que apoyarían la aprobación
de la ley si acuerdan con el Ejecutivo una serie de cambios. “Los dialoguistas
no van a poder caminar por la calle”, advirtió Daer a los diputados opositores,
en una escalada de virulencia retórica que refuerza la intransigencia con la
que se ha parado la CGT frente al gobierno de Javier Milei.
Daer lanzó este
mensaje intimidatorio en la antesala del paro nacional que realizará el
miércoles la CGT y que incluirá una movilización al Congreso.
Esta semana, en el
marco de la discusión por el proyecto de ley ómnibus enviado por el gobierno de
Javier Milei al Congreso nacional, Matías Olivero Vila, presidente de la ONG
Lógica, hizo una defensa de los cambios propuestos con relación al Régimen de Transparencia
Fiscal, en donde se obliga a discriminar en el ticket de venta el IVA, y
solicitó se amplié la difusión de otros impuestos directos o indirectos que
componen los precios de los productos finales que los consumidores adquieren.
En su exposición, Olivero Vila, mencionó una encuesta que realizamos en
Poliarquía Consultores, donde el 94% de la población está de acuerdo con que se
informen los impuestos incluidos en los bienes que consume. En esa misma
investigación, solo un 16% de los entrevistados a nivel nacional nos
manifestaron que siempre les otorgan factura cuando realizan una compra (“casi
siempre”, 40%; “pocas” o “nunca”, 44%) y solamente uno de cada tres la exige
cuando no le es entregada.
Los cambios
propuestos apuntan en la dirección correcta. Con el correr de las décadas, la
dirigencia política argentina ha creado un esquema tributario en donde la
mayoría de la gente no sabe qué impuestos paga. Los impuestos en nuestro país
se encuentran escondidos para la mayoría de la sociedad y se recaudan
disimuladamente. Solo una minoría de la sociedad –que carga sobre sus espaldas
una de las mayores presiones tributarias a nivel global– es consciente del
volumen y la magnitud de lo que tributa. Se pone el peso de los impuestos sobre
las empresas, los comerciantes, los productores y los exportadores e
importadores, pero no sobre el ciudadano común. O al menos no de forma directa.
Se esconden impuestos en el consumo (como el IVA y otros tributos internos) y
en los salarios en blanco (con aportes y contribuciones). Y cuando todo esto no
alcanza se recurre al más dañino de los impuestos camuflados: el inflacionario.
Solo una fracción
muy acotada de los más de 30 millones de ciudadanos que están en condiciones de
votar tributa impuestos como Ganancias, autónomos, monotributo o Bienes
Personales. Por más que se agreguen otros tributos a este listado, pareciera
que el número de personas que tienen una experiencia directa con el fisco es
extremadamente inferior al de votantes. Esta observación se corrobora con una
encuesta que realizamos en 2020 donde le preguntamos a una muestra nacional
representativa de los argentinos qué impuesto tenía mayor impacto sobre sus
ingresos o patrimonio. Se trató de una pregunta en que la respuesta era abierta
y espontánea, es decir, no le dábamos un listado preestablecido del cual poder
seleccionar las opciones de respuesta. El 25% respondió “la luz”. Cuando
sumamos otras respuestas, como “el gas” o “el agua”, obtenemos que uno de cada
tres argentinos sostiene que el impuesto que más lo afecta es, en realidad, el
pago de un servicio público. Dicho de otra forma, un tercio de los argentinos
no paga ningún impuesto que sea mayor que su cuenta de luz o gas o, en
realidad, no sabe que lo hace.
La distorsión es
más llamativa aún cuando se la analiza por segmento socioeconómico. Entre los
argentinos de clase baja (alrededor del 50% de la población), la mención al
pago de la energía eléctrica alcanzaba al 45% y la suma de los servicios
públicos, al 52%. En los sectores de clase media era del 27%, y disminuía al
13% entre las clases media-alta y alta. Es cierto que la confusión de asimilar
el pago de un servicio público como la electricidad a un impuesto puede deberse
a la carga impositiva que aquel acarrea, lo que constituye un nuevo ejemplo de
lo mencionado anteriormente: se esconden en las boletas de luz, gas y agua una
serie de impuestos nacionales, provinciales y municipales cuyo cobro implicaría
un costo político que la dirigencia no quiere afrontar.
El problema del
esquema tributario argentino no es solo que el país termina teniendo impuestos
de mala calidad, distorsivos y regresivos que no generan incentivos para la
inversión y la creación de empleo, sino que altera la noción básica sobre cómo
deberían funcionar el Estado y el sistema político. Bajo este sistema, el
oficio del político es entregar, ofrecer y repartir servicios, bienes y
subsidios, deslindándose de la antipática tarea de cobrar y recaudar. Este
fenómeno lleva a que en la población argentina el concepto de restricción
presupuestaria sea una rareza. La experiencia básica del ciudadano que paga sus
impuestos siendo consciente del monto con el que contribuye al fisco para que
el Estado financie sus gastos está ausente en la vida del argentino común. Para
amplios sectores de la sociedad, el Estado sigue siendo un baúl infinito de
recursos al cual se le puede exigir todo tipo de expendio sin entender su
escasez ni origen.
La llegada de
Javier Milei a la presidencia es disruptiva en muchos aspectos. La sentencia
“No hay plata” que repite el Presidente contribuye a empezar a cambiar algunas
de las viejas y arraigadas creencias que existen sobre cómo se financia el
Estado, pero es necesario profundizar ese cambio y modificar la cultura
tributaria de los argentinos. En lo económico, para generar los incentivos
correctos que permitan retomar un sendero de crecimiento e inversión. En lo
institucional, es preciso que los ciudadanos no solo paguen impuestos, sino que
sepan que lo hacen y en qué cuantía. De esta forma, los argentinos empezarán a
comprender que los recursos son escasos y que por ello es fundamental priorizar
unas demandas sobre otras; exigirán a su vez mayores controles y rendición de
cuentas, y la tolerancia con la corrupción disminuirá fuertemente. Cambiar la
cultura tributaria para que cambie la cultura política. Saber cuánto pagamos de
IVA en cada compra que realizamos es un primer paso, pero muchos más son necesarios.ß
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