Por Ernesto
Tenenbaum - En julio de 2018, al final de una entrevista, una periodista le
preguntó a Javier Milei qué sentía por su hermana Karina, que
miraba desde detrás de cámara. Como muchas otras veces, Milei se quebró y
empezó a hablar muy despacio, mientras las lágrimas humedecían sus mejillas:
“En el antiguo
Egipto -dijo- Dios le dio una misión a Moshé. Tenía que liberar a su pueblo.
Pero él no era un buen orador. Entonces, Moshé le pidió a Aarón que fuera quien
divulgara sus ideas. Bueno…ella es Moshé. Yo soy Aarón”.
Por esos mismos
días, en otro canal, otro colega le planteó a Milei cómo pensaba gobernar
sin apoyo en el Congreso. Milei volvió a referirse a Moisés, un personaje
central en el surgimiento del judaísmo y el cristianismo, tal vez las dos
religiones más influyentes del mundo occidental. En idioma hebreo, Moisés se
traduce como Moshé.
“Mirá, Moshé era el
hijo del faraón. Podría haberse quedado en el Palacio. Y hubiera tenido una
vida comodísima. No solo eso: desde ese lugar de poder, Moshé podría haber
buscado la manera de liberar a su pueblo. Pero decidió no tener nada que ver
con el poder. Se fue del Palacio y lideró a su pueblo hacia la libertad”.
-Vos sentís que en
algún lugar sos comparable a Moisés—le preguntó el colega.
Milei estaba muy
emocionado.
Casi lagrimeando,
respondió.
-No, no…eso me
queda grande.
Moisés es el
protagonista de uno de los grandes relatos bíblicos. Su aventura, realmente, es
apasionante. Cuando era un bebé, fue abandonado por su familia en una cesta: de
allí reciben el nombre de “moisés” las pequeñas cunitas donde duermen los
recién nacidos. Fue adoptado por la familia real y educado como un egipcio. Ya
de grande, descubriría que, en realidad, era judío y se propondría liberar
a su pueblo, esclavizado por el faraón. En ese punto las cosas se pusieron
cruentas. El faraón se negaba a dejar salir a los judíos, y Dios le envió las
famosas siete plagas: entre ellas, dispuso la muerte de todos los primogénitos.
El faraón entonces cedió. Moisés y su pueblo, entonces, iniciaron la
travesía. Pero, en el medio, el faraón se arrepintió. Cuando su ejército estaba
a punto de alcanzar a los prófugos, Moisés guió a su gente a través del Mar
Rojo. Las aguas bajaron, los judíos cruzaron. Cuando las tropas egipcias se
disponían a seguirlos, el mar los ahogó. Eso fue solo el comienzo de la
aventura. La travesía por el desierto duró cuarenta años. Hubo gente que
murió agotada por la sed y el cansancio, rebeliones que fueron sojuzgadas a
sangre y fuego, focos de escepticismo. El propio Moisés murió en el
desierto luego de entregar a su gente las tablas de la ley. Pero
finalmente, el pueblo se liberó y llegó a la tierra prometida.
Nada, como se
ve, se logra sin sacrificio.
Seguidores del
presidente de Argentina, Javier Milei, en una fotografía de archivo. EFE/ Juan
Ignacio Roncoroni
Una de las
particularidades del plan de ajuste que se puso en marcha el martes,
con los anuncios de Luis Caputo, es que está rodeado de una mística
inédita. En la historia argentina hay frases históricas que refieren a otros
planes similares. A principios de los sesenta, por ejemplo, Alvaro Alsogaray
decía: “Hay que pasar el invierno”. Mucho más cerca, en el 2016, Mauricio Macri
decía que se trataba de esperar el segundo semestre. Milei apela a otros
argumentos: “Ya saben: jamás, la noche, pudo vencer al día. No maldigamos
la oscuridad. Prendamos una vela”, dijo en su mensaje del viernes. Milei apela
muchas veces a la epopeya macabea, donde un puñado de judíos, liderados
por cinco hermanos, los macabeos, se rebeló y se impuso al poderoso invasor
asirio. O se esperanza en que las batallas no las define el número de
combatientes sino el apoyo de “las fuerzas del cielo”. En el medio, reza,
rodeado de rabinos de barba blanca.
Así que no es nada
exagerado decir que el plan de ajuste anunciado el martes, al menos en la
mirada de quien lidera este proceso, es algo más que un plan de ajuste. Tiene,
en el corazón de su planteo, un aspecto redentorio: una sociedad de
esclavos debe liberarse y, para eso, deberá atravesar momentos muy
difíciles. No se trata solo de ajustar las cuentas sino de un cambio de
valores muy profundos. O así lo explica, al menos, el Presidente. En ese
proceso habrá disgustos, dolor, sacrificio, gente que muera de cansancio,
rebeliones y escepticismo. Pero todo eso, al final de la historia, será
compensado por la liberación. Esta vez, finalmente, las heridas servirán para
algo. No se trata de una caricatura sino de un rasgo muy perceptible y
novedoso. Todo el recorrido de Milei hacia el poder está regado por esa idea:
la liberación de los esclavos. En medio de la pandemia, por ejemplo, hizo un
acto en Villa Devoto. Le gritaron algo. El se sacó el barbijo y respondió:
-Ya te vas a
liberar, esclavo.
La travesía por el
desierto, como se sabe, ya empezó. Las primeras huellas en la arena son
efecto de las pisadas del ministro de Economía Luis Caputo quien anunció una
devaluación superior al cien por ciento, tal vez la segunda más brutal de la
historia argentina, después de la del 2001, más la paralización de la obra
pública. Mientras, se producía un aumento mayor al 60 por ciento del precio de
los combustibles y se decidía el congelamiento de un millón de planes sociales.
Ninguna de las medidas contempló un alivio para los jubilados, ni siquiera para
los que ganan cien mil pesos. En la misma semana en que ello ocurría, empezaron
a llegar listas de precios a los negocios minoristas: casi nada subía menos del
30 por ciento en una semana. Algunos productos duplicaban su valor. Y todavía
falta el aumento de tarifas.
Sobre el final de
la semana, Milei se comunicó con su pueblo mediante un video casero, con una
estética más parecida a la de un líder en la clandestinidad que a un presidente
tradicional. Explicó que la inflación viaja “al uno por ciento diario”, que eso
quiere decir que “la inflación está viajando al 3678 por ciento anual” y que su
máxima prioridad es terminar con la “hiperinflación”. “De ahí que hicimos un programa
hiperortodoxo con un fuerte ajuste fiscal, para llevar el déficit
financiero a cero”, continuó. Milei celebró que se redujo la brecha, bajaron la
tasa de interés y el riesgo país y “además el Banco Central está comprando
dólares”.
Capturas de la
transmisión en vivo que realizó Milei: sorteó su último sueldo como diputado,
mostró su despacho y el bastón presidencial y habló de la economía
Finalmente, el
libertario auguró: “Estamos haciendo un esfuerzo enorme, donde el sesenta por
ciento del mismo recae en la política y cuarenta en el sector privado. Pero
todo lo que cae en el sector privado es transitorio. Con lo cual, de acá para
adelante, una vez que reacomodemos la economía, vamos a empezar a eliminar
todas esas cosas que a los liberales libertarios no nos gustan”.
Antes de
despedirse, pegó un grito: “Viva la libertad carajoooooo…!!!”.
Esa pequeña pieza
tiene varios recovecos. En principio, hay una ausencia: mucha gente va a
sufrir, como él mismo lo ha dicho, por estas medidas. Especialmente de la clase
media para abajo. En esos dos minutos no hubo ninguna referencia a ellos, como
si no estuvieran en el campo visual del Líder.
Los números del
Presidente, además, son insondables. La alta inflación de noviembre fue del 12
por ciento. ¿Por qué dice que ahora va al uno por ciento diario? ¿Son efectos
de lo anterior o de las medidas actuales? ¿De qué manera se relacionan el 3 mil
y pico por ciento de inflación del viernes con el 15 mil por ciento del
domingo? Las cosas se ponen más complicadas aún cuando se incluye un tuit del
mismo presidente redactado ayer: “La inflación está viajando al 7.550% anual...
en mi barrio a eso le llaman hiperinflación...”. Uno por ciento por día. 3678
por ciento por año. O 7550. O 15000. Es para perderse.
Tal vez sean
apelaciones simbólicas, metáforas para explicar que el esfuerzo es para evitar
una tragedia mucho peor. O un error de diagnóstico que lleve a intervenciones
fallidas. Ojalá sea solo lo primero.
Por otra parte, es
cierto que la brecha se cerró. Eso puede ser una señal de confianza o tal vez
otra cuestión. Ante una devaluación muy superior a la esperada, alguna gente
puede interpretar que el dólar casi no va a subir en los próximos meses. De
hecho, el Gobierno mismo difundió una tablita: el dólar subirá dos por ciento
por mes. Entonces, esa gente puede ver una oportunidad: vende dólares y pone
los pesos a una tasa de interés que, si bien es más baja que la inflación, es
mucho más alta que el rendimiento del dólar quieto. Eso se llama carry
trade. Es una especialidad muy conocida del ministro de Economía. Las
veces que se implementó generó una ilusión óptica durante un tiempo y se sabe
cómo terminó.
Luego, hay un
relato que va transformándose a un ritmo veloz. Primer paso: “Solo la
política pagará el ajuste”. Luego: “Solo el Estado pagará el ajuste”. Después:
“El ajuste caerá casi exclusivamente sobre el Estado”. Ese “casi”, en el
discurso inaugural, fue toda una definición. Ahora: “El ajuste recae el 60 por
ciento sobre el Estado y solo el cuarenta sobre el sector privado. Pero lo
del sector privado es reversible”. En los comienzos de un mandato, nadie mira
mucho estas pequeñeces. Lo importante es que funcione. Es muy comprensible. Si
las promesas no se cumplen, tarde o temprano se recuerdan.
¿Funcionará? Moisés
no podía saber si finalmente su pueblo llegaría a la Tierra Prometida. Pero no
había manera de evitarlo. Lanzarse al desierto era un acto de arrojo, tanto
como lo que ocurre hoy: la alternativa era la esclavitud. Por lo pronto, algunos
colegas del Presidente están sorprendidos por la dureza, y la falta de
compensaciones, de las medidas elegidas. Carlos Melconian advirtió que, a
diferencia de todos los planes de estabilización exitosos, aquí nadie ha
tenido en cuenta los salarios reales y que eso ocasionará más dolor que el
necesario. Otros economistas, como Gabriel Rubinstein, alter ego de Sergio
Massa, respaldó la dirección elegida. “La devaluación y el ajuste eran
inevitables”.
Empresarios muy
influyentes, como Paolo Rocca, han respaldado al Presidente, mientras advertían
que sería necesario, dada la dureza de los tiempos que vienen, atender a los
caídos. Y, por lo que se puede percibir en los testimonios que toman los
medios, y en las primeras encuestas, hay una mayoría con la ilusión de que esta
vez, sí, será verdad: la luz vencerá a la oscuridad.
Mientras tanto, en
las cercanías del Líder, se escuchan algunas cosas extrañas. El diputado José
Luis Espert estuvo el miércoles en la Casa Rosada. El jueves recurrió a
una expresión muy sintética para explicar lo que les espera a quienes
protesten: “Cárcel o bala”. Sutil.
Nicolás Marquez es
un amigo de Milei que fue invitado a su asunción. Coautor, entre otros textos,
de El libro Negro de la Nueva Izquierda, Marquez escribió esta
semana: “Ajuste salvaje. Baja de impuestos. Privatizar. Desreguĺar. Fin de la
emisión. Represión al desobediente. Habrá pobreza, desempleo, hambre. De
mantenerse esto, en 3 años aflorará la prosperidad, bienestar y gran despegue”.
También aclaró, frente a las críticas de otras personas respecto del vínculo de
Milei con la religión judía: “Soy Católico. Sin sangre judía. Nunca entré a una
sinagoga, no conozco Israel y tampoco sus tradiciones. Luego, considero que el
antisemitismo es un complejo de inferioridad. Porque si creo que una raza
ínfima poblacional ‘controla el mundo’, estoy reconociendo que son superiores
(sic)”.
En la caravana que
atraviesa el desierto, como se ve, hay de todo.
Mientras tanto, el
viernes, antes de la salida de la primera estrella, el Presidente insistió:
“Encendamos la luz
de la Argentina que comienza a despertar”.
No es extraño que
algunos de los mejores periodistas del mundo anden en estos días por Buenos
Aires. INFOBAE |