Por Joaquín Morales
Solá - Javier Milei no engañó en su discurso inaugural: ayer, en un anuncio
varias veces postergado, el ministro de Economía, Luis Caputo, le puso letra a
la música del Presidente. Un ministro didáctico le explicó a la gente común que
el problema esencial de la crisis consiste en los despilfarros perpetuos del
Estado y no en la inflación o el valor del dólar, que son consecuencia del
déficit fiscal.
Ese diagnóstico es
significativo porque atará las manos de los actuales gobernantes en la
distribución del dinero público. Una diagnosis en tal sentido no la hicieron
nunca los políticos argentinos, que prefirieron, por el contrario, echarles la
culpa a las góndolas de los supermercados por la inflación; es decir, a los
empresarios. Es un radical cambio en la lógica política para analizar la
economía.
La letra de Caputo
indicó que la Argentina camina rápido hacia uno de los más grandes ajustes
económicos que haya vivido, perfectamente compatible con la descripción que el
propio ministro hizo de la herencia recibida de la administración de Alberto
Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa.
Caputo la definió
como la “peor herencia de nuestra historia”, y reiteró que la emisión monetaria
de los últimos cuatro años significó 20 puntos del PBI, una cifra monumental de
dinero espurio. Le agregó la aseveración de que el anterior gobierno entregó
una economía con una inflación al ritmo del 300 por ciento anual y una deuda
pública de 400.000 millones de dólares, casi 100.000 millones más de la que
recibió en 2019 de las distintas administraciones anteriores. Ya el economista
Roberto Cachanosky había señalado que la herencia del último kirchnerismo solo
era comparable con la crisis económica y financiera de 1890, que terminó con la
renuncia del presidente Miguel Juárez Celman y con la quiebra del entonces
Banco Nacional. El vicepresidente Carlos Pellegrini asumió en lugar de Juárez
Celman hasta 1892, fundó el actual Banco Nación, saneó las finanzas públicas y
tomó decisiones necesariamente impopulares, pero que abrieron paso al período
más próspero de la historia argentina.
Sin embargo, Caputo
afirmó ayer que la herencia del albertismo es peor que la que dejó Juárez
Celman hace más de 130 años. De paso, el ministro de Economía volvió a señalar
(ya lo había hecho Milei) que la decadencia nacional comenzó hace 100 años, una
imputación que incluye a los dos grandes partidos políticos del último siglo,
el peronismo y el radicalismo. Son los partidos que deberán apoyar en el
Congreso algunas decisiones de la administración Milei para que sean aprobadas.
Tranquilos: ningún político que se precie de tal es indiferente a un presidente
que cosechó el 56 por ciento de los votos nacionales.
Una de las primeras
medidas anunciadas por Caputo refiere a la eliminación de la pauta oficial
durante un año; así se denomina a la publicidad oficial en medios públicos y
privados. Tanto Milei como Caputo subrayaron que esa publicidad era usada por
los gobiernos para buscar el elogio y no para informar sobre las decisiones del
Estado. Si bien es una interpretación injusta, porque no todos los casos fueron
iguales, debe señalarse que la medida no es criticable. En primer lugar, Milei
anunció esa decisión durante la campaña electoral, antes de que los argentinos
lo eligieran presidente. Pero el aspecto más importante de esa puntual decisión
es que Caputo comunicó al mismo tiempo durísimas medidas de ajuste para todos
los gastos del Estado. ¿Por qué, entonces, los medios de comunicación deberían
ser una excepción? La equidad, siempre necesaria en los actos del Estado, se
imponía en este caso.
El ministro no fue
claro, o fue espontáneamente confuso, cuando señaló que “no se renovarán los
contratos” de los empleados de la administración pública celebrados en el
último año. A primera vista, pareció que aludía solo a los contratados, pero
luego hizo una clara referencia a la manía de los gobiernos, sobre todo de los
peronistas, de nombrar personal en la planta permanente en los últimos días
antes de entregar la administración. Ya no son los contratados, entonces, sino
también los de planta permanente designados en el último año. La crisis no la
pagarán solo los empleados de la administración pública; también reducirán en
un 50 por ciento los cargos políticos del gobierno. Es una reducción inédita de
empleos políticos. Con ese porcentaje, los gastos de la política tienen, sí,
importancia en las erogaciones del Estado.
Caputo señaló otra
vez que no hay plata para obras públicas nuevas, pero agregó que tampoco existe
la posibilidad de que sean financiadas por el exterior, incluidos, se supone,
los organismos internacionales de crédito, como el Banco Mundial, el BID y la
CAF, el banco de desarrollo de América Latina. En síntesis, la obra pública
quedará en manos exclusivas de los emprendimientos privados. Aunque no dio
precisiones, se supone, si se sigue bien el sentido de las palabras de Caputo,
que dentro de poco deberán estar liberados los precios de la energía (de la
electricidad y el gas) y los del transporte en la Capital y el conurbano
bonaerense, que están muy subsidiados. Es cierto, como dijo el ministro, que el
interior del país paga el precio del transporte según su valor real, y que, por
lo tanto, el propio Estado nacional promueve una intolerable discriminación que
afecta a los argentinos que viven en todas las provincias que no sean la de
Buenos Aires o la Capital.
Tal vez el párrafo
más importante del discurso de Caputo haya sido el que anunció una devaluación
de más del 100 por ciento en el valor del dólar. En el caso de las
importaciones, la devaluación será mucho mayor porque se les aplicará el
impuesto PAIS, cuya magnitud no precisó. Debe consignarse que hay importaciones
de bienes terminados, pero la mayoría son de insumos que necesita la industria
argentina para producir.
El Gobierno, dijo
Caputo, dejará de meter mano en las importaciones y anulará las SIRA, el
sistema que creó Massa para autorizar –o no– las compras empresarias en el
exterior. Semejante devaluación se trasladará, por lo tanto, a cifras muy altas
de inflación durante los próximos meses. “Vamos a estar durante unos meses peor
que antes”, asestó Caputo con esa sinceridad de los actuales gobernantes que
bordea la pulsión suicida. Pero es la sinceridad que también practica Milei y
que, hasta ahora, le dio buenos resultados políticos.
Una revolución
política
Vale la pena
detenerse en el hasta ahora. La sociedad es la autora de una revolución
política inédita en los últimos 40 años de democracia, de la que Milei es su
derivación más iridiscente. Parece que gran parte de la gente común comparte el
criterio de que el déficit fiscal es el principal culpable de la crisis, y que
llegó la hora de hacer severos recortes en los gastos del Estado, que los
Kirchner duplicaron según la participación del gasto público en el PBI.
La pregunta que
corresponde hacer es si esa teoría será corroborada en la práctica cuando el
ajuste (aumento de tarifas y mayores índices de inflación en general) llegue al
bolsillo de la gente común. En síntesis, comprobaremos si es realmente cierto
que una cosa es hablar de la muerte y otra cosa es morir. Es cierto que Caputo
anunció también que se duplicará el monto de la Asignación Universal por Hijo y
que aumentará un 50 por ciento el plan Alimentar, que se entregará, aclaró,
directamente a los beneficiarios y no a los intermediarios. Es la aceptación
implícita de que existe un grave conflicto social, pero ese puenteo a los
dirigentes piqueteros será, desde ya, otro motivo para la anunciada sublevación
de los movimientos sociales contra el mileísmo. Sus líderes ya están amenazando
con cortar calles, avenidas y autopistas.
El ministro de
Seguridad de la Capital, Waldo Wolff, anticipó que el gobierno capitalino
propondrá la aprobación de una “ley del piquete”, que reglamentará con
precisión cómo y dónde deberán hacerse las manifestaciones de protesta para que
no perjudiquen al ciudadano común.
Caputo habló de que
la vida de los argentinos será muy difícil “durante unos meses”. Confía,
seguramente, en que las lluvias que dejaron atrás la devastadora sequía del año
que termina significarán ingresos adicionales al país del sector agropecuario
de entre 25.000 y 30.000 millones de dólares. Faltan, además, las medidas que
podrían incentivar las inversiones en minería, en Vaca Muerta y en el propio
campo argentino, demasiado castigado en los años recientes por la crueldad de
la meteorología y por las decisiones (y el rencor) del populismo. Banqueros
importantes le aconsejaron también al nuevo gobierno que disponga de un
blanqueo de dólares que están dentro del país, pero que sus dueños guardan en
el colchón, en cajas de seguridad en bancos o en covachas de sus casas.
El Gobierno podría,
dicen, conseguir rápidamente unos 15.000 millones de dólares con el solo
requisito de que sus propietarios firmen una declaración jurada asegurando que
esos dólares no pertenecen al narcotráfico, al terrorismo internacional, a la
corrupción política o a la trata de blancas. Los dólares de argentinos que
están fuera del sistema financiero son muchísimos más; algunos analistas
estiman que la cifra exacta está muy cerca de los 400.000 millones de dólares.
Pero esa fortuna se esconde en algún lugar después del esfuerzo y la penuria.
El Gobierno, dijo
Caputo, dejará de meter mano en las importaciones
Banqueros
importantes le aconsejaron al nuevo gobierno que disponga de un blanqueo de
dólares que están en el país, en el colchón o cajas de seguridad |