Por Joaquín Morales
Solá - Se terminó el tiempo de la poesía, como decía Bill Clinton sobre la
campaña electoral, y comenzó el tiempo en que las decisiones de un presidente
se escriben con la prosa. Javier Milei describió ayer, poco después de prestar
juramento ante una Cristina Kirchner mandona, grosera y arbitraria, el tamaño
de la herencia kirchnerista como ningún otro político lo hizo en los últimos
años.
Talvez haya sido
MauricioMacri quien mejor perdió la oportunidad de hacer un balance de las
tropelías de los Kirchner en el Estado, porque en 2015 se dejó llevar por el
pésimo consejo de Jaime Durán Barba, quien decía que a las sociedades no les
gusta recibir malas noticias. El expresidente habría sido más comprendido si la
gente común hubiera sabido desde el principio la magnitud del descalabro que
heredó Macri.
Sea como fuere,
Milei dramatizó yendo mucho más allá que los economistas muy críticos del
kirchnerismo: aseguró, por ejemplo, que hereda una inflación que bien
proyectada es potencialmente del 15.000 por ciento. Debemos creerle porque sus
colegas economistas sostienen que Milei es imbatible haciendo proyecciones
matemáticas de la economía.
El nuevo presidente
calificó de hiperinflacionario el momento en que se hace cargo del Estado. No
existe riesgo de hiperinflación, quiso decir; la hiperinflación ya está entre
nosotros. Dio otra primicia cuando señaló que al aumento ya consolidado de casi
100.000 millones de dólares de la deuda pública, como consignó ayer
la nacion, deben
sumársele otros 100.000 millones de dólares, que son el resultado final, entre
varios pasivos más, de la deuda de las empresas con los proveedores de
importaciones.
Fue también justo
cuando aclaró que su pronóstico de estanflación es simplemente la continuidad
del estancamiento y la inflación (que es lo que se llama estanflación) que el
país vive desde noviembre de 2011; es decir, desde los últimos cuatro años de
gestión de Cristina Kirchner como presidenta de la Nación. Si bien el país
sufrió 12 años de estanflación, Milei vaticinó ayer que esa catástrofe durará
solo unos meses más como consecuencia de su ajuste de las cuentas públicas.
“Hay luz al final del túnel”, se entusiasmó en su discurso ante la multitud.
El flamante
presidente anticipó que hará un serio ajuste del gasto público y, por lo tanto,
que esta vez el ajuste no se hará por los ingresos, sino por egresos del
Estado. Hasta ahora, los ajustes significaban aumentos de impuestos o nuevos
impuestos que debían pagar los sectores privados de la economía. A los que
están acostumbrados a la providencia infinita del Estado, les repitió su mantra
más reciente: “No hay plata”.
Podrá interpretarse
que ese discurso lo dijo de espaldas a “la casta”, porque estaba en el exterior
del Congreso mientras los legisladores quedaron adentro, en el recinto
parlamentario, pero también debe subrayarse que en la mención inicial a los
destinatarios de su arenga figuraron los senadores y diputados nacionales. No
les faltó el respeto; solo quiso hablarle a la gente común y no solo a los
legisladores. Un ejemplo sacado de la asunción de los presidentes
norteamericanos, aunque en el caso de estos se trata de una vieja costumbre que
comenzó con George Washington, el primer presidente de los Estados Unidos, que
asumió en 1789. Los norteamericanos se someten, además, a la intemperie y al
frío del riguroso invierno norteamericano porque asumen el 20 de enero.
La lapidaria
crítica de Milei al kirchnerismo (corriente política que practica el
“colectivismo”, según describió la política de casi toda la nomenklatura
argentina) no impidió que, al mismo tiempo, diera por cerrada la grieta que
divide a la sociedad desde que Cristina Kirchner tomó el liderazgo del
peronismo. Milei puede hacer eso y también puede ser creíble porque él nunca
perteneció al kirchnerismo ni fue un activo militante del antikirchnerismo. Es
un hombre sin pasado político que no vivió la historia reciente, ni sus
discordias ni sus grandezas ni sus miserias.
El preciso
economista determinó que Sergio Massa emitió dinero falso por valor de 20
puntos del PBI para su campaña electoral; eso significa que el dinero seguirá
circulando durante mucho tiempo y espoleando la inflación. Por eso, Milei
recordó a Julio Argentino Roca cuando señalaba: “Prefiero decirles una verdad
incómoda que una mentira confortable”. Esa falta de historia lleva a Milei a
cometer a veces herejías políticas, según la cultura impuesta por el
kirchnerismo, y elogia, por ejemplo, a la administración de Carlos Menem y
Domingo Cavallo.
Bastaron un gesto y
unas pocas frases para que Milei le diera un giro copernicano a la política
exterior y recolocara a la historia nacional en el lugar correcto de donde la
sacó el sectario e injusto revisionismo de los Kirchner. El gesto consistió en
un fuerte y largo abrazo con el presidente de Ucrania, Volodomir Zelensky,
líder de un país víctima de la cruel invasión de la Rusia de Putin. Cristina
Kirchner fue siempre una amiga leal del déspota ruso; en 2014, cuando ella era
presidenta, Putin anexionó la península de Crimea, que era parte del territorio
soberano de Ucrania. “Crimea fue siempre rusa”, zanjó entonces Cristina
Kirchner sin hacer mucho esfuerzo para comprender los hechos.
Ucrania está ahora
bajo fuego ruso desde febrero de 2022. Poco antes de esa criminal incursión
rusa, Alberto Fernández le había ofrecido a Putin que la Argentina fuera la
“puerta de entrada” de Rusia en América Latina. Nadie había sido hasta entonces
tan inoportuno ni tan imprudente. El abrazo de Milei a Zelensky expresó mucho
más que un cambio en las relaciones con Moscú; significó también el regreso de
la Argentina al mundo occidental y a sus alianzas históricas.
La numerosa
delegación norteamericana enviada para la asunción del presidente argentino,
cargada de funcionarios del área económica del gobierno de Joe Biden, señala
también la vocación de Washington de enhebrar una buena relación con Milei, a
pesar de la simpatía de este por Donald Trump, el eterno adversario político
del actual presidente de los Estados Unidos.
A propósito de la
política exterior, sería conveniente que la nueva canciller, Diana Mondino, una
mujer preparada y criteriosa, le quite al exembajador norteamericano Manuel
Rocha, que fue un espía cubano durante 40 años, la condecoración de la Orden de
Mayo en el grado de gran oficial, una de las más importantes distinciones que
otorga el país. Rocha recibió esa condecoración en junio del año 2000, cuando
estaba dejando el cargo de encargado de negocios a cargo de la embajada de los
Estados Unidos en la Argentina. Se la entregó el entonces vicecanciller Horacio
Chighizola durante el gobierno de Fernando de la Rúa.
Ni De la Rúa ni el
entonces canciller Adalberto Rodríguez Giavarini ni el propio Chighizola tienen
la culpa de nada; Rocha fingía entonces como un actor consumado su pertenencia
a los halcones de la política exterior norteamericana, dispuesto a ayudar a la
Argentina ya en momentos críticos. De hecho, el gobierno de Bush hijo acababa
de ascender a Rocha al grado de embajador y enviarlo a Bolivia. Pero un traidor
de esa calaña no puede seguir exhibiendo una alta condecoración argentina.
Durante la campaña
electoral, Milei se detuvo mucho en el teórico de la Constitución liberal Juan
Bautista Al berdi,p ero en su discurso de asunción ponderó a Roca ya Domingo
Faustino Sarmiento como gobernantes prácticos de una estirpe de presidentes, que
nacieron bajo los influjos de la Constitución de 1853 (y su reforma de 1860),
que construyó un país que figuró durante varias décadas entre los más
importantes del mundo.
El revisionismo
kirchnerista hizo de Roca un increíble genocida, y de Sarmiento un neoliberal
que impuso una educación en el sentido de sus ideas. Quizá sin Roca el
territorio argentino no sería lo que es hoy, y sin Sarmiento no hubiera
existido la excelente educación pública argentina, aunque en este caso haya que
hablar en pasado.
Nada, ni siquiera
la comprobable historia, quedó en pie durante los 20 años de política maniquea
que acaban de terminar. Mieli habló de “100 años de decadencia”, tras aquella
generación de padres fundadores de la nación; incluyó de esa manera al radicalismo
y al peronismo entre los culpables del retroceso del país. En el buen sentido
de las precisiones, puede señalarse la decisión de la vicepresidenta Victoria
Villarruel, quien cuando juró su cargo se autodesignó “vicepresidente de la
Nación”, no vicepresidenta. Aunque la denominación de vicepresidenta es
correcta, el uso de vicepresidente es más antiguo con el artículo femenino
delante. Otra apostasía en la religión del cristinismo que se fue.
Llamó la atención
la cantidad de ciudadanos que se agolparon en el trayecto del Presidente hacia
el Congreso, y sobre todo en la Plaza del Congreso, aunque es cierto que Milei
había convocado a la gente común para que presenciara su discurso. No hubo movilización
de un aparato político en tal manifestación, como suele haberlo en los actos
kirchneristas o peronistas de cualquier clase. Fue evidente, además, la
extracción poliédrica de la concurrencia; hubo mucho más gente humilde que
procedente de los barrios elegantes. Tal demostración es la prueba cabal de que
el pésimo gobierno que se fue agredió con mayor rigor a los argentinos más
necesitados. Es la obra regresiva de la progresía puramente retórica de los
Kirchner.
Muchos de los que
asistieron repitieron un rito habitual en los mileístas, aunque extraño en la
política argentina: se dedicaron después del acto a limpiar el lugar que la
multitud había ensuciado. Por lo que se vio, hay un sector social importante de
la Argentina que cayó en el realismo, no solo económico, sino también social.
En ese contexto,
Milei anunció que los que cobran subsidios sociales dejarán de cobrarlos si
cortan las calles. Una advertencia a los piqueteros que ya están anunciando que
se levantarán contra las políticas de la nueva administración. Milei deberá
resolver la eterna colisión entre el derecho a la protesta y el derecho a
circular libremente de los ciudadanos argentinos. Hasta ahora, ese conflicto se
resolvió siempre a favor de la protesta, aun cuando el orden público estaba en
manos de un gobierno no peronista, como en los años de Horacio Rodríguez
Larreta en la Capital. Jorge Macri nombró a un duro en el Ministerio de
Seguridad capitalino, Waldo Wolff, y Milei designó a una dura en la conducción
nacional de la seguridad pública, Patricia Bullrich.
Es previsible una
severa disputa por el espacio público entre los gobiernos entrantes en la
Nación y en la Capital frente a los grupos piqueteros de extracción trotskista
o peronista. El conflicto será desigual. Por eso, tal vez, Milei recordó la
celebración judía de Jánuca, que celebra la victoria de unos pocos contra
muchos, ayudados por “las fuerzas del cielo”. Raro que un economista confíe más
en la mística religiosa que en la relación de fuerzas, pero esas fuerzas del
cielo son convocadas permanentemente no solo por él hasta en conversaciones
reservadas; también por los que se dicen libertarios desde antes de Milei. Pero
la decisión de enfrentarse con una realidad tan adversa requiere de algo de
mística, de cierta fe en la ayuda sutil de una deidad. La Nación |