Por Carlos Pagni - Casi
todos los estudios de opinión vaticinaban ayer un desenlace parejo para la
segunda vuelta del domingo. Es lo que suele suceder con los balotajes. Javier
Milei, en esos mismos sondeos, supera por pocos puntos a Sergio Massa. Es una
victoria teórica, que está en el margen de error de esas investigaciones.
Es un final cabeza
a cabeza. Los grandes números de la aritmética favorecen a Milei. Si al 30% que
obtuvo en la primera vuelta se le suma el 40% del 6,73% de Juan Schiaretti, y
además se agregan los 17 puntos que sacó Patricia Bullrich en las primarias de
agosto, el candidato de La Libertad Avanza estaría a las puertas de la
presidencia. Pero la política no es aritmética. Hay que razonar a partir de
otras premisas.
Uno de los
fenómenos que hay que tener en cuenta es que el sistema electoral amenaza con
neutralizar el inteligente trabajo que el oficialismo realizó en los últimos
tres años: estimular todo lo posible el crecimiento de Milei para dividir la
oferta opositora. Ha sido un esfuerzo exitoso. Fue el factor principal para que
el peronismo lograra lo que parecía imposible. Que el candidato de un pésimo
gobierno pudiera ganar la primera vuelta electoral. Porque el 22 de octubre
Massa hizo una muy mala elección. No alcanzó el 37% de los votos. Una
performance deplorable para los antecedentes del PJ. Si consiguió imponerse,
fue porque la alternativa estaba dividida. Es decir: Milei ocasionó a Juntos
por el Cambio el daño que Massa le había provocado al kirchnerismo entre 2013 y
2017.
Adquieren,
entonces, un interesante valor explicativo las confesiones de Carlos Maslatón
la noche del domingo pasado: “Massa financió a Milei para fracturar a la
oposición”. Maslatón lo sabe porque fue quien, según innumerables testimonios,
tomó a su cargo las manualidades de ese financiamiento. No fue el único que
cooperó con la estrategia del PJ: varios colaboradores de Milei recurrieron al
massismo para completar las listas de La Libertad Avanza.
Este domingo el
sistema electoral corregirá, no se sabe en qué medida, lo que hizo la operación
política. Porque el balotaje unifica lo que el sistema de partidos separó. El
objetivo de ese procedimiento, inventado por los belgas y desarrollado en
Francia, no es promover sino evitar el triunfo de alguien. Por eso las segundas
vueltas están dominadas por campañas que pretenden, más que exhibir lo mejor
del propio candidato, resaltar lo peor del adversario.
El momento
histórico ofrece a Milei una ventaja. Porque el eje principal que ordena hoy a
la opinión pública es la preferencia del cambio sobre la continuidad. ¿De dónde
se infiere ese criterio? Del marketing de Massa. Es evidente que su equipo ha
detectado a través de las encuestas cualitativas que el sentimiento dominante
del electorado es el hartazgo. Solo así resulta razonable que el candidato
oficialista lance un aviso publicitario, “Ahí viene”, en el que se promete que
el 10 de diciembre llegará una Argentina distinta de la que gobierna el
kirchnerismo. Es decir: hasta el oficialismo hace campaña por el cambio. Por
suerte al final de esa publicidad se llama a votar por Massa. Parece propaganda
de Milei.
Si es por conseguir
votos positivos, ciudadanos que lo prefieran a él, el ministro de Economía hizo
una hazaña. Pasó de cinco millones de votos propios, los que sacó en las
primarias, a 9,8 millones de votos en las generales. Agregó casi cinco
millones. Aun así, cosechó tres millones menos que Alberto Fernández en 2019.
Si se sigue observando el mensaje publicitario de Massa, es evidente que apela,
sobre todo, a esos votantes que abandonaron al oficialismo: “Viene la Argentina
que estábamos esperando”; “Ahora sí tenemos con quién”. Habla a los que
apostaron al PJ en 2019 y quedaron defraudados.
¿Cuánto más puede
mejorar Massa para el domingo que viene? Debería aumentar su caudal en dos
millones de votos. Con ese objetivo, que es muy exigente, recurre a dos
estrategias. Una es atraer a dirigentes que puedan representar al voto
moderado. Chocó en contra de una pared llamada Juan Schiaretti: el gobernador
de Córdoba quedó ofendido por el pase de Massa al kirchnerismo en 2019, cuando
“lo dejó de seña”, y además hace política en un distrito en el que prevalecen
los simpatizantes de Milei y de Mauricio Macri. Sin embargo, Massa envió a esa
provincia al muy experto Juan José Álvarez a trabajar sobre las segundas líneas
de Schiaretti y a conseguir el apoyo subrepticio de Martín Llaryora, en
especial en la capital de la provincia y en San Francisco, sus principales
bases electorales. Álvarez aprovecha un proceso que ya está en curso: la
tentativa parricida de Llaryora contra Schiaretti. Álvarez cree que, si Massa
saca en Córdoba más de 32%, llegó a la presidencia.
Si no convenció al
líder cordobés, Massa reconstituyó la relación de otros dos abandonados de
2019: Juan Manuel Urtubey y Graciela Camaño. Ambos fueron aliados de
Schiaretti. En el entorno del ministro de Economía afirman que estudia destinar
a Urtubey en la Cancillería y a Camaño en Justicia. Por ahora son versiones.
Pero tienen un valor indicativo relevante: Massa está armando un elenco no para
enfrentar sino para disolver a Cristina Kirchner en un conjunto que ampliaría
al actual oficialismo.
El otro frente
sobre el que avanzó Massa en estos días es el de la UCR. Confió al santiagueño
Gerardo Zamora, una de cuyas identidades sigue fiel a ese partido, para
capturar a una veintena de intendentes radicales del norte cordobés. Y repatrió
a Ricardo Alfonsín, quien ayer produjo un aviso con el diputado Eduardo Valdés
conmemorando el abrazo Perón-Balbín, del que el domingo se cumplirán 51 años.
El mensaje es previsible: las fuerzas populares deben unirse contra la derecha
antidemocrática.
Massa aprovecha una
tensión que los radicales solo pudieron disimular declarándose neutrales. Una
posición similar a la de Elisa Carrió. Aunque la líder de la Coalición Cívica
envió esta semana un mensaje muy poco cifrado a sus seguidores: llevó a la Justicia
Penal a Malena Galmarini por la presunción de que se estaría llevando a cabo un
fraude para que el empresario Mauricio Filiberti sea único oferente de
policloruro de aluminio para AySA. Un negocio de 127 millones de dólares que ya
había denunciado Ricardo López Murphy. Filiberti pertenece a ese club de amigos
empresarios que Massa afirma no tener. Carrió conoce muy bien su trayectoria,
porque ya denunció sus opacas complicidades con José Luis Lingeri, el
sindicalista-espía, para colonizar infinidad de negocios en AySA. Este experto
en mercados regulados cumple un rol central en el universo de Massa. Le provee
un puente hacia productoras televisivas, le abre una ventana hacia el
irresistible mundo de la aeronavegación y hasta oficia como canal discretísimo
con su odiado Mauricio Macri, a través de otro hombre de negocios. Frente a
tantas prestaciones, si no se trata de amistad, habrá que imaginar otro tipo de
vinculación.
El otro curso de
acción del ministro de Economía para incrementar su caudal de votos es reforzar
la movilización del aparato territorial del peronismo, sobre todo en el
conurbano bonaerense. Es una táctica de doble filo, como se demostró ayer en
Ezeiza, donde el intendente Gastón Granados, hijo del célebre Alejandro
Granados, se presentó al frente de grupos de choque, con la excusa de “evitar
que haya problemas”, para evitar que Milei realice un acto en el lugar. Es
posible que Granados haya querido que Massa verifique el compromiso personal
con su aventura. Pero las imágenes que se vieron por televisión tenían un
lejano aroma a “cajón de Herminio”. Aun para los que no sabían que el setentón
de lentes negros que acompañaba a Granados era Hugo Matzkin, otrora hombre
fuerte de la bonaerense que se coordinaba con Fernando Pocino en infinidad de
tareas de espionaje, algunas de las cuales salieron a la luz por las
actividades del expolicía Ariel Zanchetta, el informante del sistema
clandestino de inteligencia montado por el kirchnerismo.
La acumulación de
dirigentes, que va desde la política hasta el empresariado e irrupciones como
la de Granados en Ezeiza, ¿colaboran con las posibilidades de Massa? ¿O las
dificultan?
Roberto Zapata, el
brillante analista de opinión pública español, detectó en los focus groups que
realizó en los últimos dos años que en la mayoría de la ciudadanía impera un
deseo de cambio muy generalizado. No se reduce a la clase política. Para esos votantes,
la “casta” a la que condena Milei se extiende a todos los sectores. Massa,
repitiendo un impulso de Horacio Rodríguez Larreta, ha elegido el camino de
presentarse como el candidato de ese sistema.
Este problema asomó
en el debate del domingo pasado. Era el duelo entre un hiperprofesional y un
amateur, en un momento en que el profesionalismopolítico parece ser un lastre.
Massa aplicó todos los recursos para sacar de quicio a Milei. Para poner en evidencia
que es un desequilibrado emocional. Pero en ese mismo empeño tal vez se
perjudicó a sí mismo. Sobre todo, cuando construyó, como de costumbre, imágenes
ficticias con palabras.
En Massa, el riesgo
de haberse presentado como el producto más logrado de la “casta” se agravó por
otra peculiaridad de su temperamento. La tendencia a exagerar, a “hacer una de
más”. Un ejemplo: su equipo de campaña elaboró un video en el que Milei, desaforado,
explica que el Estado es alguien equiparable a quien viola a “chicos
envaselinados atados con cadenas”. La figura es de un sadismo escalofriante.
Unión por la Patria pretende demostrar con esa aparición que Milei no está en
su sano juicio. Pero lo que resulta increíble es que, para hacerlo, viraliza un
video en el que utiliza a chicos. Es decir: ese video aberrante de Milei es
presenciado, en el de Massa, por pequeños en edad escolar. Es casi seguro que
cuando se grabó ese aviso, los menores no estaban asistiendo a las barbaridades
que vociferaba Milei. Pero ahora, cuando miren la pieza en la que participaron,
sí estarán expuestos a lo que, no habría que aclarar, es una manipulación.
¿Quién fue el genio que elaboró esa idea? ¿Quién la filmó? ¿Qué equipo de
campaña la aprobó?
La pretensión de
revelar que Milei es un desequilibrado está en el corazón de la batalla
oficialista. Un especialista como Federico Aurelio, de Aresco, sostenía ayer
que “es muy probable que Massa ya no podrá conseguir más votos favorables y,
por lo tanto, solo le queda restar votos a Milei”. Es decir, la campaña de
Unión por la Patria es ahora solo campaña negativa. Los asesores de La Libertad
Avanza lo tienen claro. Por eso ayer lanzaron una especie de “Elogio de la
locura”. Es decir, un aviso en el que, con “Balada para un loco” como fondo, se
afirma que hay que estar demente para hacerse cargo de los cambios que necesita
la Argentina.
El fantasma del
ajuste es el otro eje de esa publicidad negativa. El oficialismo recurre a todo
en este frente. Por ejemplo: ayer el sindicato de los empleados de estaciones
de servicio, que conduce el massista Carlos Acuña, ordenó distribuir volantes
que comparaban el precio de los combustibles: litro de nafta con Milei, $850;
litro de nafta con Massa, $350. El ministro de Economía sufrió en carne propia
la sensibilidad de este mercado. El desabastecimiento de hace tres semanas
interrumpió una leve recuperación de su intención de voto, que lo había puesto
a dos puntos de Milei. Nunca logró regresar a esa posición. El candidato de La
Libertad Avanza se muestra, mientras tanto, menos preciso con su receta
económica. En sus alrededores comenzó a resonar otro nombre al que habría que
prestar atención: el cordobés Osel valdo Giordano, amigo de Domingo Cavallo y
Roque Fernández. Milei se lo disputa, dicen, con Llaryora.
La fiscalización de
La Libertad Avanza parece estar asegurada. Sobre todo, después de un encuentro
entre Milei y Macri. En este vínculo ha comenzado a ser clave la fascinación
que, según dicen, comenzó a ejercer el persuasivo expresidente sobre Karina, la
inapelable hermana del candidato. Hay otro factor que explica la gravitación de
Macri: a través de sus amigos Sebastián Braun y Eduardo Bastitta organizó el
financiamiento de toda esa logística. Edgardo Cenzón quedó, según parece, para
un “segundo tiempo”. “Edgardo es muy casta, en cambio Sebastián y Eduardo son
fuerzas del cielo”, explicó un experto en la intimidad de Pro. Misterios. Lo
que importa es que Macri y Milei saldaron la competencia entre los dirigentes
de Juntos por el Cambio y los de La Libertad Avanza para controlar las
elecciones del domingo. ¿Cuál es la raíz de la disputa? Sencillo: quien hace
mérito en garantizar unos buenos comicios tiene derecho, en caso de ganar, a
reclamar las oficinas del Estado nacional en ese distrito: Anses, PAMI, Renaper
son el botín político en disputa.
Macri ha asegurado
en las últimas horas a sus amigos empresarios que “si fiscalizamos bien, Milei
gana”. Sus números asignaban a La Libertad Avanza una ventaja de 4 puntos
porcentuales. Para Macri es una contienda personal, con dimensiones judiciales.
Hace 15 días, Massa dijo ante Luis Majul que, en un eventual gobierno suyo,
Cristina Kirchner y Macri deberían estar despreocupados respecto de cualquier
manipulación judicial. Pero, en el caso del expresidente, agregó: “En la causa
de los parques eólicos”. Hace 48 horas, los representantes del PJ en la
Auditoría General de la Nación, a instancias de Juan Forlón, de La Cámpora,
emitieron un dictamen sobre ese expediente. Miguel Pichetto y Alejandro Nievas
elaboraron otro, en disidencia, desmintiendo que hubiera grandes objeciones
para formular. En los medios cercanos a Massa se informó que la operación
presenta más irregularidades que las que consigna el mismo pronunciamiento de
Forlón. Si el domingo gana Massa, aquí está el campo de batalla.
No es el único. La
pelea se proyecta sobre Boca, donde el candidato a presidente apoya la
candidatura de Román Riquelme. Macri es candidato a vice de Andrés Ibarra en la
fórmula opositora. Alineado con Riquelme aparece un nombre clave: Agustín Vila.
Es el hijo de Daniel Vila, accionista del grupo de medios América. Se trata del
empresario que convocó, en su restaurante Roldán, a otros directivos de
empresas televisivas para reunirlos con Massa y Eduardo “Wado” de Pedro el
martes de la semana pasada.
Vila, socio de José
Luis Manzano, está feliz con la campaña. No por el resultado, que no conoce,
sino porque consiguió que la jueza María Servini de Cubría admita que descuente
de impuestos el monto correspondiente a la publicidad oficial de los candidatos.
Sumas siderales. Al mismo tiempo, Supercanal recibió un subsidio del Estado de
$600 millones, que se publicó ayer en el Boletín Oficial. Es la vieja empresa
de Vila y Manzano, vendida a Facundo Prado. Muchos sospechan que el dúo
mendocino sigue detrás de la compañía, por la que han hecho más de una gestión.
Pero Prado lo desmiente. Son minucias: más interesante es la urgencia de la
Prefectura para lanzar, anteayer, una licitación para la compra de cuatro
buques patrulleros. Es el área de Aníbal Fernández. También él se juega, el
domingo, el balotaje.
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