Por Luciana Vázquez
- Después del debate del domingo, se instalaron cuatro consensos. Primero,
sobre quién ganó el debate: el profesionalismo de político avezado y de
ambición superenfocada le permitió a Sergio Massa derrotar a Javier Milei.
Segundo, sobre lo raquítico que resultó el debate económico, que Massa logró
sortear sin que Milei consiguiera dejar expuesta su parte de responsabilidad en
esta crisis terminal. Tercero, sobre el mejor desempeño de Milei en el tramo
educativo. Y cuarto, sobre el mejor conocimiento de Massa de los resortes del
Estado, por ejemplo, la lógica del comercio exterior. Los dos últimos consensos
parecieron desplegar una mirada más optimista sobre el desempeño de los dos
candidatos, pero, en realidad, esa impresión es falsa. Detrás de los
indicadores educativos críticos que enumeró Milei y del desvío de Massa hacia
la colectora de las virtudes inclusivas de la universidad pública argentina, se
oculta una visión simplista y políticamente correcta de los dilemas educativos
que afronta el país. Y en el caso de la matriz conceptual con foco en las
posibilidades exportadoras de la Argentina, expertos en ese campo empezaron a
dejar en claro que uno y otro quedaron a la intemperie de su ignorancia, no
solo Milei, sino también Massa. Ambos encaran el perfil exportador desde el
lugar equivocado. Lo que el debate
mostró no fue el triunfo rotundo de un estadista consolidado, dueño de un
diagnóstico agudo acerca del Estado y su rol y de una visión clara sobre una
Argentina futura, sobre un político que, aunque amateur, llega con una
perspectiva innovadora y una propuesta de cambio superadora. Más que una puerta
de salida, el debate intensificó la encrucijada que enfrentan los votantes:
detrás de la disputa por la superioridad moral autopercibida por cada uno de
los candidatos y su militancia, lo que hay es un vacío político. En el tema
educativo, Milei planteó un indicador cierto y dramático, que apenas el 16% de
los alumnos que terminan el secundario lo hacen en el tiempo establecido y con
los aprendizajes esperados. Pero esa cifra se ha vuelto un fetiche repetido sin
consecuencias concretas en la transformación educativa: en lugar de abrir
caminos de análisis, cierra el debate y lo congela. Desde hace meses, Milei
distrajo con los vouchers como la solución instantánea a esos problemas, una
pérdida de energía social. El compromiso con
la alfabetización que mencionó en el debate también funcionó más como una
enunciación políticamente correcta, sin ninguna elaboración. Ayer, uno de sus
asesores económicos, Darío Epstein, en X, se animó con algunas precisiones: “El
chico que no apruebe las materias de primer grado no puede pasar a segundo
grado y así sucesivamente”. Si esas son ideas que está discutiendo La Libertad
Avanza, es una visión punitiva del aprendizaje, desconoce la ineficacia de la
repitencia en bloque y pone la responsabilidad en el alumno antes que en las
fallas del sistema educativo. Massa se escapó por
la tangente del valor de la universidad pública y la gratuidad como la vía
regia de la movilidad social que caracteriza a la Argentina. Hay datos que
problematizan esa realidad: mientras en el modelo educativo neoliberal de Chile
ingresa a la universidad el 40% de los más pobres, en la Argentina solo lo hace
el 24 por ciento. En comercio
exterior, el economista Juan Carlos Hallak, profesor titular de Economía
Internacional de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, y uno de los
investigadores claves en este campo, fue duro con los dos candidatos. Sobre
Milei, dijo en X: “Con estupor me sorprendí de que insista con la posición
infantil de no negociar –a nivel Estado– con Brasil ni con China”. “Es una
postura ridícula. Sin negociar no se accede a muchos mercados, en China
particularmente”, subrayó. Sobre la visión de Massa, Hallak cuestionó: “En un
contexto con niveles de protección comercial inauditos, manejados con extrema
discrecionalidad, imprevisibilidad y corrupción, solo ensalzar a la protección
sin cuestionar su perjuicio a nuestro desarrollo competitivo y exportador es
preocupante y desesperanzador”. En la estrategia
que Massa llevó al debate, su norte fue desnudar a Milei antes que conectar con
el drama de los argentinos. El ministro candidato pudo pasar de largo del tema
porque no le habló a la gente para hacer propias sus angustias ni para intentar
alcanzar un pacto de confianza renovado. Al contrario, en el debate, Massa hizo
lo que mejor hace: “Massa genera desconfianza, pero construye autoridad”, como
dice la consultora Shila Vilker. El candidato
kirchnerista se preparó puntillosamente para eso y no para lo otro: lo acorraló
con la voluntad férrea de fiscal de juicio oral de Netflix, buscó contrastar
uno por uno los dichos de Milei para deschavar sus “mentiras” e, incluso, le
envió mensajes cargados de advertencias inquietantes ante millones de personas.
Antes que apuntar a construir un diálogo nuevo con la ciudadanía, Massa buscó
destruir a su oponente. Pudo haber hecho las dos cosas al mismo tiempo. Se
enfocó en una sola: limar a Milei. Massa no funcionó
como un político en busca de convertirse en la representación de los dolores de
sus votantes. Lo de Massa el domingo fue la puesta en escena de un poder capaz
de disponer de todos los recursos para acorralar, implacable, al adversario y
obtener su objetivo. A uno de los
objetivos de política económica clave de Milei, el fin de la emisión vía la
disolución del Banco Central, Massa lo transformó en revancha de una herida
narcisista de un Milei joven y desequilibrado: para eso, Massa no dudó en
sembrar sospechas sobre el equilibrio emocional de un joven Milei sin aportar
ningún dato preciso, apenas alusiones. Sin piedad y, otra vez, sin datos, Massa
sembró sospechas sobre la integridad de Milei y construyó suspicacia en torno a
bienes de la familia Milei en el exterior. Sin sonrojarse, Massa confirmó en
público el vínculo de vieja data de Milei con el Frente Renovador, uno de los
puntos centrales que se vienen señalando para explicar la consolidación
electoral de Milei: Massa le imputó a Milei haber estado cerca de Massa. Y en
el clímax del manejo sesgado, apeló al vínculo de Milei con el empresario
Eurnekian para acusarlo por esa cercanía, el mismo empresario con el que Massa
tiene trato y en cuya casa, en diciembre del año pasado, en medio de un asado,
Massa anunció que no sería candidato a presidente. Milei fue lo
contrario a Massa y algo muy distinto de lo que venía siendo a una escala
difícil de comprender. ¿Fue solo falta de preparación o caben otras
posibilidades? Una hipótesis que se teje en estas horas: la performance tan
desconcertante de Milei como el fruto de una suerte de dominación psicológica
de Massa sobre Milei que, a su vez, estaría apoyada en esos flancos débiles que
Massa conoce y que explotó con eficacia. Milei no ostentó su
autoatribuida calidad de académico. No apareció su rugir de león anticasta con
autoestima alta. No apareció tampoco la osadía que lo llevó tan lejos, hasta un
balotaje. Ni su florearse, seguro, con sus famosas “falacias”: el domingo tenían
la pólvora mojada. Ni la rebeldía que hacía sonar las cuerdas de la violencia y
metía miedo a su interlocutor. El “gatito mimoso” de Myriam Bregman se queda
corto para describir al Milei del debate. Rarísimo. Y, sin embargo,
nada está asegurado. No está claro que la solvencia táctica de Massa le vaya a
sumar más votantes. En el debate, Massa dejó fuera de combate a Milei, pero
subió al combate al votante que lo miraba desde su hogar, y que vive la
economía en crisis. Massa, quizá, desenfundó un arma de doble filo. No está claro,
tampoco, el efecto sobre Milei, el gran perdedor de la noche. La soberbia y la
iracundia de sus certezas, muchas disparatadas, habían clavado su techo de
votantes en un 30 por ciento. Con Macri y Bullrich, buscó moderación y votos.
Quizá Massa le acaba de hacer un favor cuando lo convirtió en algo parecido a
una víctima. Los momentos más humanos de Milei se vieron en el debate: el
político outsider desconcertado ante el maestro de la esgrima del poder, el
león herbívoro que reconoce un fracaso de juventud, eso de haber quedado fuera
del Banco Central, y el esperado pedido de disculpas al Papa. En lugar de
redoblar la apuesta, por primera vez Milei ensayó algo más parecido a la
humildad. Quizá desde la debilidad haya construido un puente con los votantes
en estas horas críticas.
La Argentina está
ante un dilema más que ante un problema: mientras que los problemas tienen
solución, los dilemas solo tienen costos. Ni votar a Massa, ni votar a Milei,
ni votar en blanco o no votar están libres de costos. Se trata apenas de elegir
con qué costo se está dispuesto a convivir.ß |