Por Diego Cabot - De
las bajezas que se han cometido en las campañas electorales, quizás la que se
escucha en estos días se subiría al podio de los peores momentos de estos 40
años de vida democrática. La Argentina sin combustibles se parece demasiado a
la consigna que surge cuando una tarjeta SUBE se posa sobre la máquina
validadora y florece la siguiente leyenda: “Sin subsidio, 700 pesos”.
En ambos casos,
expresan una enorme tragedia: cada vez menos usuarios o consumidores pueden
pagar el verdadero valor de las cosas. Un país que se ufana de la pobreza y de
la pérdida de la riqueza de su gente.
Semejante realidad
tiene dos caras opuestas, una de ellas explotada a la perfección por el
oficialismo; la otra, esconde una realidad palmaria de la que pocos toman
conciencia.
La primera podría
resumirse en una sentencia más o menos así: cada tanque de nafta que un
automovilista carga o cada boleto que un usuario paga es una dádiva del
gobierno paternalista. “Si el Estado hoy no tuviera regulaciones, el precio del
litro de nafta sería $680. La discusión es el 19 de noviembre si cada argentino
paga o no $680 o paga valor de hoy. Esa es la diferencia entre los dos
proyectos de país. Lo vimos con el transporte”, sostuvo el ministro de Economía
y candidato de Unión por Todos, Sergio Massa. Todo dicho.
La segunda contiene
el drama argentino: una enorme propor ción de la población, que trabaja
dignamente, paga impuestos y hace del esfuerzo su modo de vida, no podría
acceder a ciertos bienes o servicios básicos, ya que se ha consagrado un país
de ingresos de miseria. Toda una innovación política: hacer gala de la
imposibilidad de gran parte de la sociedad de solventar su propio consumo. Y de
paso, una novedad electoral esto de refrescar a diario la miseria como forma de
vida.
La lógica que
impera en estos días y que usa el oficialismo en campaña es más o menos así. El
Estado regala algunos bienes mediante subsidios, se excede en gastos y así
genera inflación. Justamente, la inflación es la que vuelve pobres y
necesitados a los argentinos.
“Por ser un
miserable, el Gobierno le subsidia el boleto de tren, el de colectivo y ahora,
la nafta a la clase media. Y eso trae más inflación, vuelve más miserable a
todos”, dice Jorge Colina, economista y presidente de Idesa.
Solo para entender
y tomar dimensión. Una de las conquistas sociales de los últimos tiempos es la
Asignación Universal por Hijo (AUH) que distribuye la Administración Nacional
de la Seguridad Social (Anses). En octubre de 2023 el importe llegó a $17.093,
tal como quedó establecido tras la última actualización trimestral dada por la
Ley de Movilidad, al igual que la Asignación por Embarazo (AUE).
Como para decirlo
de otra manera, entre US$18 y US$20, de acuerdo a qué tipo de cambio se acceda
(bolsa o blue). La ayuda escolar llega ahora a $14.327 por año, a razón de 1,25
dólar mensual.
Quien cuente con un
salario mínimo vital y móvil, referencia de ingreso al mercado laboral,
dispondrá de $132.000 por mes para gastar, algo así como US$4,60 por día. Pero
claro, todo es menor frente a lo que sucede con los jubilados y pensionados.
Para ellos el Estado dispone un ingreso de alrededor de US$3 cada 24 horas.
El panorama
desolador se completa con otro dato de la tercera edad: 45% del total de
jubilados y pensionados cobra la mínima, cerca de 2,78 millones de argentinos.
Es verdad que muchos de ellos jamás hicieron aportes gracias a varias
moratorias, pero así y todo, a los que transcurrieron su vida entre trabajo,
horarios y méritos, el Estado les recuerda que cada vez que suben a un
colectivo, les ha tocado la indignidad de, ni siquiera, poder pagarse el
boleto. Se viaja gracias al Estado, según el paradigma que impera.
Oasis de
intervención
Para disimular una
tragedia de este tamaño, el Gobierno empezó en aquel 2002 a subsidiar y crear
oasis de intervención discrecional en diferentes sectores, como para abaratar
el acceso a ciertos bienes y servicios. Se trata de un mecanismo relativamente sencillo
antes de avanzar sobre el camino largo del desarrollo y la creación de riqueza.
Por caso, con la imprenta de pesos disponible, siempre es posible emitir. Ese
crecimiento desmesurado de los gastos y del Estado –se duplicó en los últimos
20 años de acuerdo a su proporción frente al PBI– determinó la inflación
actual.
De esta manera, y
con más de 40% de pobres, la campaña oficialista le recuerda constantemente a
los ciudadanos que ya no se pueden comprar un boleto de tren a precio real, le
estampa sobre la frente la indignidad económica a la que lo ha llevado después de
años en los que no se crea empleo de calidad, ni tampoco se han logrado
ingresos medios que permitan pagar lo que cuestan las cosas.
Gran parte de la
sociedad argentina no solo no puede hacer frente a la nafta a los valores
internacionales, sino tampoco a la electricidad, al gas y al agua corriente. No
tiene posibilidades de validar el precio de un colectivo o de un boleto de tren
si se retira la subvención. Tampoco le resultará fácil siquiera pasar una
barrera de peaje en una ruta nacional, en caso de que tenga auto y consiga
nafta, si se saca el subsidio.
En el mercado
laboral, la situación se repite. De hecho, una porción importante de la
ciudadanía estaría excluida del mundo del trabajo si no fuese porque el Estado
usa el empleo público o los planes sociales como anabólicos para que el
desempleo no suba.
Con gran parte de
la Argentina arrojada a la indignidad de la limosna del Estado, pues el dueño
de esos hilos se torna determinante para la vida de la mitad del país. Pocos le
atribuyen a esos titiriteros las cualidades necesarias como para poder solucionar
sus dolencias de largo plazo, pero, consideran que pueden agravar el mañana a
la mañana. El cortísimo plazo se impone y ahí apunta, efectista, la propaganda
basada en el miedo. Nada que no se conozca, simplemente la novedad es que
ahora, esa necesidad de millones de ciudadanos, artesanalmente construida por
gobiernos populistas, es el insumo preferido de la campaña del candidato del
oficialismo.ß |