Por Fernando
Gutiérrez - Mientras disfrutaba su momento de victoria en la
noche del domingo, Sergio Massa deber haber sentido un "deja vu" de la situación que le
tocó vivir hace años, cuando emergió como nuevo líder del peronismo no
kirchnerista.
Esta vez también, al decretar la muerte de "la
grieta", al enumerar una serie de reformas pendientes
-incluyendo temas tabú como la modernización de la legislación laboral- y al
convocar a los partidos moderados para compartir con él la responsabilidad de
co-gobernar, se recicló un sentimiento de hace una
década: Massa como el político que ponga un cierre al ciclo kirchnerista.
Hace años, en un
momento de autocrítica tras su derrota en la elección de 2015, Massa reconoció
que se había confundido respecto de lo que él significaba para el electorado:
dijo que los argentinos lo habían visto como la herramienta para impedir
la perpetuación de Cristina Kirchner en el poder, y que él había pensado que
eso equivalía a que lo quisieran como presidente.
De todas formas,
Massa se tomó en serio ese mandato de ponerle un freno al kirchnerismo. Porque
no sólo le ganó en las legislativas de 2013 sino que, cuando llegó la hora
del balotaje entre Mauricio Macri y Daniel Scioli, jugó abiertamente
para la victoria del líder de lo que entonces se llamaba Cambiemos. Esa actitud
le valió el reconocimiento de Macri, que lo llevó en su comitiva en
el recordado viaje al foro de Davos, donde lo presentó como el líder de la
oposición responsable, un hecho que valió en ese momento un comentario elogioso
del entonces vicepresidente estadounidense Joe Biden.
Pero ese rol de
verdugo del kirchnerismo duró poco tiempo: Massa terminó uniéndose en el
Congreso con sus ex rivales de la interna peronista para votar la rebaja
en el impuesto a las Ganancias y para frenar la reforma jubilatoria, entre
otros temas que irritaron Macri, que le colgó el mote de "Ventajita".
Una década más tarde, Massa vuelve a encontrarse en un
momento bisagra: sigue convencido de que la apuesta correcta es "la ancha
avenida del medio", pero esta vez llegó a las puertas de la presidencia gracias a los votos del kirchnerismo.
Una situación rara,
dado que hace un año desde el sector afín a Cristina se lo acusaba
de llevar a la práctica el mismo programa económico del macrismo -con
recorte del gasto público, suba de tarifas y concesiones a los empresarios,
como el dólar preferencial para los exportadores sojeros-Fue por eso que
en la etapa que culminó el domingo pasado tuvo que sobreactuar la dosis de
kirchnerismo en su discurso: había que evitar una fuga de votos por izquierda,
primero por el riesgo de Juan Grabois y después por el riesgo de traspaso hacia
Myriam Bregman.
Pero ahora, ya
conjurado ese peligro, Massa puede darse un gusto inesperado: frente a la misma
militancia kirchnerista que hasta hace pocos meses lo votaba a desgana y sin
disimular su desconfianza, proclama que "la grieta se murió", que es una
forma de decretar el final del ciclo en el que toda la política argentina
gravita en torno a la adhesión o rechazo hacia la figura central de
Cristina Fernández de Kirchner.
Más aun, la
convocatoria a los "aliados naturales", como Juan Schiaretti, Horacio
Rodríguez Larreta y la Unión Cívica Radical permite ver de dónde piensa
Massa obtener el apoyo parlamentario en caso de que el bloque legislativo de
Unión por la Patria -surgido de la lapicera de Cristina- no se muestre conforme
cuando inexorablemente llegue la hora de medidas desagradables, como las
reformas para achicar el aparato estatal o el nuevo acuerdo con el Fondo
Monetario Internacional.
La promesa de Massa para el mercado
Como hace 10 años,
Massa interpretó que su rol es iniciar una nueva era en la que a él le
tocará terminar con el estilo kirchnerista de confrontación permanente con
"los poderes concentrados" y retomar la tradicional alianza del peronismo
con "la burguesía nacional".
Pero más que eso,
la irrupción de Javier Milei lo obligó a dar un paso más: no solamente jugar el
rol clásico del peronista moderado, sino directamente transformarse en
el candidato que transmita calma y predictibilidad al mercado.
Es una de las grandes paradojas de esta elección; Milei, que
con su prédica libertaria se había presentado inicialmente como el candidato
que representaría las ideas de la economía de mercado
sin interferencia estatal, terminó siendo el que más preocupación generó. En la
semana previa a la elección, cuando las encuestas lo señalaban como casi seguro
presidenciable, el mercado tomaba las medidas
defensivas típicas de un evento traumático.
El dólar del
mercado paralelo se había preparado para una apertura a $.1.200 en la
mañana del lunes, mientras los inversores huían de los activos nominados en
pesos para buscar los refugios "hard dólar", y en el Rofex los
contratos de futuros marcaban una expectativa de explosión devaluatoria.
Basta con ver la
reacción de los mercados del lunes para entender que en la city porteña, que no
se caracteriza por la abundancia de simpatizantes peronistas, el candidato que
más incertidumbre causaba era Milei. Con su propuesta dolarizadora y sus frases
de desprecio a la moneda nacional había generado el temor a una corrida
bancaria que pudiera disparar un fogonazo inflacionario.
Los indicadores del alivio post electoral
En cambio, el
triunfo de Massa denotó alivio: en el Rofex hubo un desplome de las
expectativas devaluatorias. Para octubre ya no se espera un final con
parida de $370 sino de $350. Es decir, le creen a Massa en su promesa de
sostener congelado el tipo de cambio oficial.
Para noviembre se espera un cierre a $386, compatible con un
crawling peg de 10% en el mes. Y para diciembre, ya producido el recambio de
gobierno, se espera un dólar que dé un salto de 54% hasta
un nivel de $595. Es un ajuste importante, pero que luce menor respecto del
dólar a $950 que reflejaba el Rofex hace apenas dos semanas.
En el mercado
paralelo, el "contado con liqui" tuvo
una abrupta baja de 15,8% para cerrar en $935 y, a pesar de las caídas de cotizaciones en
acciones y bonos, el clima que se respiró fue de relativa normalidad.
Los principales
analistas del mercado especulaban con la posibilidad de que ahora se inicie un
nuevo período -por lo menos hasta la segunda vuelta electoral- de paz
cambiaria, que lleve a los inversores a abandonar las posiciones más
defensivas en dólares y pasarse a otros títulos soberanos que aparecen con
precio atractivo.
Pero, sobre todo,
el efecto inmediato del triunfo de Massa -o, más bien, del traspié de Milei- se
vio en el plano bancario, que venía sufriendo una salida acelerada de depósitos
desde los plazos fijos -casi $2 billones desde la fecha de las PASO-.
"Los bancos argentinos cotizantes en Nueva York
subieron en torno a un 3%, percibiendo un menor grado de riesgo en lo relativo
a una reestructuración forzosa de los pasivos en pesos", señaló un reporte de la consultora LCG, en
alusión a las versiones que habían corrido sobre el riesgo de que se aplicara
una variante del célebre Plan Bonex de 1990.
El
desafío de mostrarse "market friendly"
Claro que el hecho
de que haya otro candidato que, por sus posturas audaces y radicalizadas, haya
generado pánico entre los inversores, no significa que, de por sí, Massa se
haya transformado automáticamente en el candidato "market friendly".
De hecho, uno de los principales temores es que, en un nuevo
esfuerzo por congraciarse con la base de apoyo peronista, el ministro/candidato
continúe inyectando liquidez al mercado, agravando el costo fiscal de 1,5% del
PBI que ya costó el "Plan Platita" de la primera vuelta. Y hay analistas que atribuyen la caída de
los bonos soberanos en dólares -perdieron 6% en el mercado global- a la
posibilidad de que en el corto plazo haya un deterioro más marcado de las
cuentas fiscales.
Es por eso que uno
de los indicadores que se seguirán con lupa es el de la inflación semanal, de
manera de determinar si, como afirmó el viceministro Gabriel Rubinstein,
se está desacelerando el ritmo de aumentos, al punto que el IPC de octubre volverá
al escalón del 7%, o si se continuará en la espiral ascendente.
Por otra parte, la
política de congelar el tipo de cambio oficial generó muchas críticas. La
más común es que agravará el retraso cambiario, dado el alto nivel de inflación
reinante. Y no sólo eso, sino que es posible que la brecha con el dólar paralelo
también se agrande, porque esas cotizaciones seguirían, aunque fuera
parcialmente, a la evolución de los precios de la economía.
Esta situación genera la expectativa de que la corrección
devaluatoria será inexorable, y con un salto más brusco. Por eso, el desafío de
Massa es contraponer a esas muestras de desconfianza medidas
que infundan la sensación de que tiene la situación financiera bajo control.
Ya hubo un primer
paso en ese sentido, con la generalización de un dólar
exportador, que permite que
el 30% pueda ser liquidado al precio del "contado con liqui". Según
estimó el analista Salvador Vitelli, esa ecuación llevará el dólar al
entorno de $530.
Casualmente, es el
precio que Carlos Melconian había calculado que debería cotizar el
tipo de cambio "de mercado" luego de la elección. Esto demuestra que
Massa impondrá, hasta las elecciones, un desdoblamiento cambiario de hecho,
con un tipo de cambio oficial de $350 para las importaciones que hará de
"ancla" para el resto de los precios, y otro encima de los $500 para
incentivar el ingreso de divisas en un momento de necesidad aguda del Banco
Central.
Es cierto que los u$s6.500 millones del swap chino trajo
alivio para el corto plazo -y, de hecho, gracias a ese acuerdo Massa podrá
cumplir con el pago de la cuota de u$s2.700 millones con el FMI- pero eso no cambia el panorama de reservas negativas del
BCRA, que ya están en el entorno de u$s10.000 millones.
Una de las
interrogantes que se mantienen en el mercado es si el FMI efectivamente
cumplirá la promesa de hacer en noviembre el segundo desembolso previsto
en el acuerdo firmado en julio. Son más de u$s2.000 millones, con los que se
garantizaría el cumplimiento del calendario de pagos, pero el enojo del FMI por
la laxitud fiscal de Massa en "modo electoral" trajo dudas sobre si
el pago seguirá en pie.
Lo cual demuestra
que, aunque no vote el 12 de noviembre, el staff del FMI también forma parte
del público al que Massa tratará de persuadir de que él es, en este momento de
la Argentina, el verdadero candidato "market friendly" que, tras
haber llegado al poder con los votos del kirchnerismo, llevará a cabo la agenda
de reformas estructurales.
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