Por
Joaquín Morales Solá —LA NACION— No pocos políticos imaginaban al peronismo
kirchnerista fuera del ballottage y, por lo tanto, fuera de cualquier destino
de poder. La pelea final encerraría solo a Juntos por el Cambio y a los
libertarios de La Libertad Avanza, suponían muchos de ellos.
Ni
los cambiemitas, ni los libertarios, terminaron de digerir aún la sorpresa del
domingo último, que los sepultó a los dos espacios debajo de Sergio Massa,
candidato del peronismo kirchnerista. Una discusión nueva refiere al tiempo que
le resta a Massa como político kirchnerista antes de auparse él mismo como el
flamante jefe del peronismo a secas. Es un debate prematuro porque podría darse
mucho después; la polémica apremiante de ahora, al menos en Juntos por el
Cambio, consiste en decidir qué hará esa coalición frente al ballottage de
dentro de poco más de veinte días. La unidad de la coalición que gobernó entre
2015 y 2019 es fundamental, más allá de la valoración que merezca cada uno de
sus dirigentes, porque ella es la que estará en mejores condiciones para
asegurarle la gobernabilidad parlamentaria tanto a Massa como a Javier Milei,
los dos únicos candidatos que enfrentarán el 19 de noviembre el partido final.
La
fragmentación del Congreso explica mejor que nada la mediocre elección que
hicieron los tres candidatos presidenciales el domingo pasado. Massa sacó unas
pocas décimas menos que Daniel Scioli en la primera vuelta de las
presidenciales de 2015, que anticiparon la derrota del exgobernador bonaerense
frente a Mauricio Macri en el ballottage posterior. Sin embargo, los resultados
que hace ocho años significaron un desastre para el peronismo, ahora se
convirtieron en un virtual triunfo del actual ministro de Economía. ¿Por qué?
Porque los otros dos, Milei y Patricia Bullrich, sacaron números mucho peores,
y porque el no peronismo se neutralizó a sí mismo con su propia división. La
división de la oposición fue una estrategia perfectamente diseñada por Massa, pero
ese es su mérito como político, no su culpa. La culpa es de la oposición, que
se dejó llevar de las narices por la estrategia del oficialismo. En Juntos por
el Cambio ni siquiera hubo disidencia sobre qué debía hacer un futuro gobierno
de esa coalición; la interminable y agria guerra civil entre cambiemitas aludió
solo a los liderazgos personales y a quién se llevaría la candidatura
presidencial. Caminaban seguros sobre tierra inquieta.
Es
habitual en las últimas horas escuchar críticas a Macri porque no logró
establecer la paz interna dentro de Juntos por el Cambio. Sin embargo,
referentes importantes de la coalición aseguraron que el expresidente intentó
varias veces convencer a Bullrich y a Rodríguez Larreta para que bajaran una de
esas candidaturas presidenciales, sobre todo después de que Milei se mostrara
obviamente sin competencia interna, y de que Massa anunciara que se enfrentaría
solo a Juan Grabois; este fue otra estrategia oficialista para retener los
votos de la izquierda peronista. Las distintas variantes que ofreció Macri
fueron rechazadas. “No pude hacer nada; fue imposible”, aseguran haberlo
escuchado decir varias veces. Del mismo modo, propuso que hubiera un solo
candidato a gobernador dentro de Juntos por el Cambio en la provincia de Buenos
Aires, en lugar de las candidaturas de Néstor Grindetti y Diego Santilli. Esa
propuesta fue igualmente desdeñada. En rigor, Rodríguez Larreta promovió un
combate a todo o nada contra Macri desde que este abandonó la Casa de Gobierno.
Cometió el grave error político de mostrar la guillotina antes de tenerla en la
mano, y de anunciar la muerte política de quien todavía no había muerto.
Los
dirigentes con experiencia en la vida pública suelen cometer tales crímenes
políticos -cómo no- en las sombras de la nocturnidad, sin anunciar nada, sin
mostrar nada. Los seguidores de Rodríguez Larreta, no él mismo, llegaron al
absurdo de dar clases públicas sobre la figura metafórica de Freud de “matar al
padre”, que explica la teoría del célebre psicoanalista sobre la necesidad de
apartarse del progenitor. Macri, recordaban, había construido el protagonismo
político de Rodríguez Larreta; era “el padre”. Solo consiguieron que Macri
pusiera en funcionamiento en el acto su instinto de sobrevivencia.
Otro
intento del expresidente consistió en proponer a María Eugenia Vidal como única
candidata de la coalición a jefa de gobierno de la Capital antes que a su primo
Jorge. Pero esa vez fue Vidal la que se rehusó a aceptar, con la idea de probar
suerte primero como candidata a presidenta de la Nación. Poco después se bajó
de esa precandidatura, pero ya estaba rodando la postulación de Jorge Macri en
la Capital. Este, finalmente, se aseguró ayer el cargo cuando el candidato
kirchnerista Leandro Santoro desistió de competir en un ballottage con el primo
del expresidente, que se convirtió, así, en el gobernador número diez de Juntos
por el Cambio. Vale la pena volver al debate sobre el futuro de esa coalición
que nuclea a la Unión Cívica Radical, a Pro y a la Coalición Cívica. Sería
ingenuo desconocer que esa otrora exitosa alianza está ahora a un paso de la
fractura.
Gerardo
Morales y Macri no se llevaron bien nunca, a pesar de que muchas veces
disimularon sus diferencias; siempre los alejó una mirada muy distinta de la
política y de las relaciones políticas. Morales es el presidente del
radicalismo, pero su mandato concluirá en diciembre próximo. El gobernador de
Jujuy está tratando de dejar su sello en la conducción partidaria y en las
amistades políticas del radicalismo. Varios radicales temen, en cambio, que una
corriente liderada por los porteños Emiliano Yacobitti y Martín Lousteau
intente tomar a fin de año el control del centenario partido. Tanto Morales
como Lousteau y Yacobitti son viejos amigos de Massa; Morales enhebró, incluso,
una alianza provincial en Jujuy con el actual candidato peronista. Ellos pueden
sumar a la vieja línea progresista del radicalismo, que se referencia en Raúl
Alfonsín, y que tiene como vestales actuales a la familia Storani, más cerca
ésta de Massa.
Pero
otra cosa son los radicales mendocinos y gran parte de los cordobeses y los
correntinos, todos con peso propio en el partido de Alem. Es cierto que le
resultaría muy difícil a cualquier político opositor apoyar la candidatura
presidencial de Massa, que hizo en el Ministerio de Economía todas las cosas
que Juntos por el Cambio se juró no hacer nunca. La franja radical de Morales,
Lousteau y Yacobitti choca, además, con la de Macri, un consecuente crítico de
Massa, después de que este lo decepcionara cuando aquel fue presidente.
Otros
hechos se esconden en los recovecos de la historia. Macri propuso en Juntos por
el Cambio, cuanEl do comenzó a aparecer la figura de Milei como un peligro
electoral para la coalición, que se hiciera una gran elección interna de la
oposición, que incluyera al libertario, pero la idea fue rechazada tajantemente
por Morales, Lousteau, Yacobitti y Elisa Carrió. Éstos sostenían que la
participación de Milei en esa elección interna los obligaría a ellos a respetar
su candidatura si él ganaba la contienda; subrayaron entonces que no estaban en
condiciones de adelantar semejante disciplina. En verdad, Carrió es tan enemiga
de Massa como de Milei, y fue la primera en ordenar dentro de su partido, la
Coalición Cívica, que se les permita a los afiliados decidir según la
conciencia de cada uno. Macri, a su vez, cree interpretar a muchos
simpatizantes de Pro cuando propone una ayuda a Milei en el tramo final del
proceso electoral. También es cierto que muchos votantes de Juntos por el
Cambio no sufragarían nunca por un personaje tan extravagante e imprevisible
como Milei. Debe consignarse que Macri asegura que prefiere cuidar la unidad de
Juntos por el Cambio. ¿Será por ahora, solo por ahora?
Macri
tiene información propia de que si el Congreso se inclinara a favor de Massa
podría cambiar también la relación de fuerzas en el Consejo de la Magistratura,
que es el organismo que nombra y destituye a los jueces. Empinados magistrados
le hicieron llegar al expresidente la siguiente preocupación: es probable que
en los próximos cuatro años quede vacante un tercio del Poder Judicial,
vacantes que Massa podría cubrir si se hiciera con el poder de la mayoría del
Congreso y del Consejo de la Magistratura. Solo un Juntos por el Cambio unido,
aún con sus naturales diferencias, estaría en condiciones de frenar semejante
avance sobre el Poder Judicial.
ministro
de Economía y candidato presidencial, Massa, deberá probar en el ejercicio de
la jefatura del Estado, si es que le toca hacerse cargo, las promesas de la
noche del domingo, cuando convocó a los radicales que comparten con él, dijo,
“el respeto a la educación pública, a la división de poderes, a los valores
democráticos y a las instituciones”. Proclamó también solemnemente la muerte de
la grieta entre kirchneristas y antikirchneristas. Si todo fuera así, y si él
ganara el ballottage, el 19 de noviembre habrá muerto también el kirchnerismo y
hasta el peronismo tal como lo conocemos.
Sea
como fuere, los principales dirigentes de Juntos por el Cambio (incluido el
propio Macri y no pocos radicales, como el cordobés Mario Negri) se inclinaban
ayer por darles libertad a sus simpatizantes para que voten por quien quieran.
Todo hay que decirlo: si hicieran eso, solo estarían oficializando lo que
sucederá en la realidad de los hechos. Los ciudadanos ya no esperan que un
dirigente les indique cómo tienen que votar; en el mundo de hoy cada uno de los
electores emite el sufragio que le dicta su conciencia o sus convicciones. “No
nos votaron para meternos en un ballottage entre candidatos de otros espacios
políticos”, advirtió Negri, preocupado sobre todo por la unidad de Juntos por
el Cambio.
Con
larga experiencia parlamentaria, que injustamente concluirá el 10 de diciembre
próximo, aunque nada indica que se tratará de un final definitivo, Negri está
preocupado sobre todo por la eventual fractura de Juntos por el Cambio. Negri
fue presidente del interbloque cambiemita y convivió varios años con Massa como
presidente de la Cámara de Diputados. Lo conoce; sabe con quién deberán
vérselas. “Debemos cuidarnos entre todos”, les aconsejó Negri a los dirigentes
de Juntos por el Cambio, y agregó: “La libertad con la que nos expresamos no
puede generar una competencia tóxica entre los dirigentes de la coalición”.
Esos
consejos son especialmente oportunos cuando se avecina un Congreso fragmentado.
El peronismo necesitará nada menos que 21 diputados para alcanzar el quórum
propio, y Milei requerirá de 92 diputados para tener su mayoría. Se trata de lo
que Felipe González calificó como “un Parlamento a la italiana pero sin
italianos para gobernar”. En efecto, el Parlamento de Roma está siempre
dividido en muchos pedazos políticos. Pero, ¿cuál es la diferencia entre
gobernar con italiano o sin italianos? González señaló que algunos países (el
suyo, España, y tal vez la Argentina) tienen un sentimiento trágico de la
existencia, mientras en Italia prima la “pasión lampedusiana” de la vida. Es
una referencia a Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el autor de El Gatopardo, que inventó
la fórmula que señala que debe cambiarse todo para que nadie cambie. Cambiar
todo, vale la aclaración, no significa aquí y ahora la ruptura de la principal
fuerza opositora en el Parlamento argentino por venir. Quizás signifique todo
lo contrario.ß |