Por José Claudio
Escribano - En Cabo da Rocha, en el punto más occidental de la costa atlántica
europea según los portugueses y no según los gallegos del Finisterre, una
niebla eterna impide divisar algo tras un centenar de metros.
Por cientos de
años, por milenios, los peregrinantes porfiaban por escudriñar qué podría haber
más allá a pesar del crónico fenómeno atmosférico que aún hoy ciega la visión.
A veces, alguien suelta allí una humorada: “Fíjese, cómo podían saber desde
aquí los viejos europeos de que existía América, si el espesor de la bruma
filtraba hasta la señal de la CNN”. Estamos como aquellos europeos, con la
decisión de llegar a puerto el domingo a cualquier costa, en el sentido más
vasto de la palabra, pero desprovistos de instrumentos de navegación. Nada debe
extrañar entonces que ignoremos a qué playa, salvando acantilados, iremos a
parar. En definitiva: con qué consecuencias para todos.
Ni el más avezado y
confiable de los consultores sobre procesos electorales –voto en ese sentido
por Alejandro Catterberg– se atreve a decir mucho más que, a horas de los
comicios, la moneda está en el aire. Y que la apuesta más lógica, en todo caso,
es que habrá ballottage.
Como profesional
honesto que es, Catterberg admite que en esta oportunidad ha trabajado “a
pulmón”. Es la manera de decir que no ha realizado una de esas encuestas por
encargo a las que se vuelcan todos los recursos financieros necesarios. Son las
que permiten confiar en una tarea cumplida con el más riguroso y científico de
los protocolos. Sabemos que aun así los márgenes de error pueden hundir
reputaciones consolidadas, por lo que ha mostrado una constante indoblegable
como algunas malezas en el campo. Viene desairando a lo largo del siglo XXI a
sociólogos, psicólogos, estadígrafos y matemáticos de acreditado prestigio,
tanto en Europa como en América.
Las nuevas
tecnologías de la comunicación y la consiguiente influencia, enorme en todo
sentido, de las redes sociales obran sobre electorados desorientados,
desconcertados o furiosos por el fracaso de políticas nacionales en un mundo
que vacila entre globalizarse más todavía, o bien retornar a los valores y las
antiguas disciplinas del Estadonación. Son víctimas de la ineficiencia y la
corrupción burocráticas, ahora en permanente vitrina.
Futbolistas,
corredores de autos, cantores populares, modelos y vedettes han prosperado en
la política entendida como espectáculo, primero por la radio y las imágenes de
la televisión en la última parte del siglo XX, y después, potenciadas por las
plataformas digitales, que movilizan a cientos y miles de millones de usuarios.
Juana Larrauri,
“Juanita”, senadora nacional por Entre Ríos en el primer ciclo de gobiernos
peronistas, fue en su tiempo precursora, al interrumpir una vida dedicada al
tango, de tendencias que cerraron el ciclo de la política como coto estricto de
abogados, médicos, hacendados, comerciantes, sindicalistas. Rodolfo Ghioldi, el
gran ideólogo del Partido Comunista me confesó que llevaba en su espalda, como
un trofeo molesto, la bala que le habían disparado en la campaña presidencial
de 1951, en Paraná, matones al servicio de la Larrauri, casada con el director
de orquesta Francisco Rotundo. Pasemos por alto a Eva Perón, actriz, que
apareció como un rayo en el firmamento político en enero de 1944, a raíz del
terremoto que destruyó San Juan, pero que disponía de un fuego excepcional
propio para encarnar papeles estelares en aquel otro terreno.
Si la moneda está
en el aire, y nada, por lo tanto, se puede anticipar con alguna certeza sobre
lo que contengan las urnas el domingo, no queda sino exprimir las últimas gotas
de ese limón de fonda, tan apretado a esta altura, de las elecciones primarias
abiertas (PASO) del 13 de agosto. No podemos recurrir en esto a los algoritmos:
tienen respuesta para todo, pero se les queman los papeles cuando los apremian
a que anticipen un resultado electoral.
Las redes han
alterado los clásicos entramados de sociabilización en la juventud. Por esa vía
se aúnan comportamientos que cruzan verticalmente las sociedades, y juntan a
pobres con ricos y chicos de la clase media. Se observa esto en el examen del
voto obtenido en las PASO por Javier Milei. Parecería no lejos de lo que
ocurrió el 13 de agosto si se afirma que alrededor de seis de cada diez chicos
y jóvenes de entre 16 y 35 años votó por Milei. Eso significa hablar de
alrededor del 30/32 por ciento de los inscriptos en los padrones electorales
del territorio nacional, haciendo la salvedad de que el voto no es obligatorio
para los menores de 16 a 18 años. Estos últimos representan el 2,95 por ciento
del padrón electoral; estaban en condiciones de votar por primera vez en sus
vidas 1.045.034 adolescentes.
Ninguno de los
candidatos superó el 13 de agosto el 30 por ciento de los votos. El escrutinio
definitivo corrigió a la baja el balance provisional: Milei obtuvo el 29,86 por
ciento; Bullrich, el 28 por ciento, y Massa, el 27,28 por ciento. Vale decir
que sobre los 24 millones de empadronados que fueron a las urnas, la diferencia
entre el primero y el tercero fue de poco más de 600.000 votos, y entre el
primero y la segunda en orden de llegada, de alrededor de 450.000 votos.
Con antecedente tan
reñido, no es que un punto valga oro; un decimal puede volcar la situación
pasado mañana de un lugar a otro del espectro político. La participación en las
PASO fue del 69,6 por ciento. Se la señaló como baja, tal vez porque fue menor
que en experiencias anteriores: 78,6 por ciento, en 2011; 74,9, en 2015, y
76,4, en 2019. Pero la participación en los comicios nacionales del 13 de agosto
fue manifiestamente mayor en comparaciones de alcance mundial e, incluso, que
en algunas de las elecciones provinciales de este año: Santa Fe, 60 por ciento;
Chaco, 62,9; Mendoza, 66,3.
La Justicia
Electoral no ha hecho un estudio etario de la franja de votantes que se abstuvo
en las PASO. Esa franja es de más de 9 millones de inscriptos. La experiencia
demuestra que el más disciplinado de los votantes es de raíz peronista: lo es
por convicción, o por historia, o porque lo movilizan, como desde ningún otro
sector ponderable de la política, a hacerse presente, sí o sí, en los lugares
de votación: la burocracia, los sindicatos y otras organizaciones menos
formales aportan los medios. El peronismo perdió 1.241.295 votos en 2023 en
relación con 2021 (bajó del 33,74 por ciento al 28,28 por ciento), pero los que
quedan van a las urnas con más disciplina que otros.
Los ciudadanos
mayores de setenta años, libres de la obligación de votar, han demostrado en
las sucesivas PASO ser más reticentes a ejercer los derechos cívicos que en las
siguientes ruedas electorales. Representan un número ponderable entre los
empadronados totales: son millones de hombres y mujeres. Que están
caracterizados por integrar el sector más ajeno por temperamento a la
personalidad y propuestas del candidato de La Libertad Avanza. Además,
provienen de la clase media la mayoría de los 9 millones de inscriptos que,
después de haberse abstenido en las PASO, están en condiciones de votar el
domingo. Un número relevante entre ellos lo hará, tal como enseñan situaciones
equivalentes del pasado.
¿Será ese uno de
los núcleos que fortalezcan las posibilidades de Patricia Bullrich de entrar en
el ballottage? No parece descabellado pensarlo así. Tampoco, que los triunfos
provinciales de Juntos por el Cambio después de las PASO debieran modificar en
su favor, en alguna proporción, los resultados locales por más segmentados que
hayan aparecido hasta aquí respecto de la compulsa nacional.
Bullrich ha sido la
más castigada de los tres competidores centrales en los comentarios
periodísticos sobre posibilidades de entrar en el ballottage, y no han faltado
razones que fortalecieran esa especulación. Un cuarto en discordia, Juan
Schiaretti, gobernador de Córdoba, tal vez mejore su performance anterior
–conquistó el 3,83 por ciento de los sufragios– a raíz de la calidad de su
intervención en los dos debates por TV.
Bullrich fue, por
frustración de las expectativas dominantes, la que más sufrió el triunfo de
Milei en las PASO, por mínima que haya sido la primacía de este. Acaso la
personalidad de la candidata, por lo general tan aguerrida y austera como
tozuda, contribuyó a acentuar el decaimiento inmediato en una coalición
electoral desmañada desde los orígenes más de lo conveniente. Una coalición
inepta en el fortalecimiento de sus lazos internos, al punto de que no ha
logrado en los últimos años una jefatura formal compartida entre sus diputados
nacionales.
Pero ha habido en
las dos últimas semanas, desde el segundo debate claramente, cierta tonicidad
en la candidatura de Bullrich que constituiría una omisión grave pasar por
alto. A su ponderada actuación en aquella confrontación televisiva sumó el
acierto del anuncio de Horacio Rodríguez Larreta como candidato a jefe de
Gabinete si llega como ganadora el 10 de diciembre y la insinuación de que
Gerardo Morales sería su ministro del Interior. Necesitaba cohesionar a su lado
a un radicalismo que afianza dominios territoriales en el interior, pero carece
como pocas veces de un liderazgo consensuado en el orden nacional.
Así las cosas, se
llega a la primera vuelta de este domingo 22 con la novedad de que al extendido
y vigoroso sentimiento de hartazgo con “la casta política” –a la cual Milei
entró a tambor batiente del brazo de Barrionuevo– se oponga otro sentimiento de
importante entidad: el del miedo. El miedo no ya a ser devorado por el vacío de
lo desconocido, sino a permanecer inmóvil sin aprovechar precauciones que
mitiguen a tiempo el riesgo conjetural, que podría ser más gravoso que el
riesgo conocido.
Desde el siglo
XVIII, y por influencia de pensadores como Adam Smith, cuya obra los
libertarios y liberales deberían conocer como la Biblia, en el campo económico
y, por extensión al campo político, se han estudiado los efectos del llamado
Ratio n al Ch o ice, o de las elecciones racional es. En su elaboración por
siglos ha logrado la densidad de una doctrina.
En extrema
concisión, la elección racional es la que somete a prueba de fuego, antes de
adoptar un pronunciamiento, la relación entre los costos y los beneficios que
devengarán de lo que se haga. Pongámoslo en términos cruciales para esta
semana. ¿Ha sido suficiente el espanto experimentado por “la casta” política la
noche del 13 de agosto como para que algunos, entre los muchos que infirieron
el castigo, sientan que la tarea está cumplida?
¿Preferirán, en
esta segunda instancia, ahorrarse peligros sobre los que han podido reflexionar
a través de la voz y los actos de los nuevos, y hasta no hace tanto tiempo
desconocidos revolucionarios de derecha? ¿Estaremos mejor con Trump, con
Bolsonaro, o peor que con esas versiones relativamente módicas, con la
convulsión de lo que ha prenunciado lo visto y oído en el Movistar Arena? Todas
las preguntas son posibles en la política argentina porque muchas de las
palabras, muchos de los gestos están fuera de las previsiones de los manuales
políticos, y de la sabiduría de lo que ha sido sometido a prueba en la historia
contemporánea argentina. ¿Qué hará la Iglesia, con su inmensa presencia en la
vastedad del país, después de que el Papa, a días de estos comicios, haya
hablado de los aventureros y payasos, sí, payasos, que emergen como inesperados
salvadores de una sociedad? ¿No ha llegado, en fin, el momento de tomar más en
serio el cambio profundo que el país urge en políticas y compor
tamientos
individuales y colectivos, pero con un aterrizaje que garantice vidas, bienes y
esperanzas de todo orden en juego?
Se ha dicho sin
excepciones que aquello era un mensaje elíptico de Bergoglio por la posibilidad
de que un hombre como Milei llegue al poder. ¿Puede, acaso, pensarse que tamaña
caracterización se haga sin producir ningún efecto ulterior en la sociedad, y a
riesgo de colocar en difícil trance el valor determinante de la palabra
eclesial en duras cuestiones temporales? ¿Cómo dejar pasar por alto eso de
Alberto Benegas Lynch (h.) en el cierre de campaña de que deberíamos romper con
el Vaticano, como eso otro de que deberíamos romper con Brasil y China, de
acuerdo con lo expresado tiempo atrás por Milei?
En el cuadro de una
sociedad que llega a la siguiente prueba electoral entre pesadas, pesadísimas
brumas, sorprende la relativa austeridad con la que se llevó adelante la
campaña electoral. Entre lo poco que cabe reconocer al expresidente Néstor
Kirchner, bajo cuyo apañamiento se cobijó el más amplio y sistematizado régimen
de corrupción pública de los tiempos modernos (vamos, Insaurralde, todavía),
figura la prohibición de publicidad paga por los medios audiovisuales clásicos,
radio y televisión.Hay un subsidio directo del Estado que empareja y limita por
igual las presentaciones propagandísticas de los partidos y sus candidatos, y
limita costos de otra manera altísimos por fuerza de la inevitable competencia.
Esa ha sido la
buena noticia de la campaña, fortalecida por la utilización amplísima de las
plataformas digitales, tan porosas para la propagación de contenido s
noticiosos falsos, e incuestionable mente democráticas por los alcance s de su
utilización por quienes dispongan de solo un mero celular o computadora.
Fiel a su osadía
irredimible, y en el peor de los escenarios posibles para un candidato que es
ministro de Economía y jefe virtual de gobierno en ausencia colosal del
presidente y de la vicepresidenta de la Nación, Massa ha protagonizado la mala
noticia. Es como si no le hubiera sobrado con la inflación que se acerca al 200
por ciento y la brecha del 170 por ciento entre el dólar oficial y el dólar
real. Ha cometido la más flagrante, la más seria de todas las violaciones al
sistema electoral que impedía desde hace semanas anuncios y decisiones como el
de los subsidios para pasajes, o comunicar el pago de 94.000 pesos a personas
sin ingresos, en versión novedosa del ingreso familiar de emergencia que se
había ampliado durante la cuarentena.
Por mucho menos
llevaron a la Justicia en 2019 al entonces ministro de Producción y Trabajo,
Dante Sica, en causa de la que fue sobreseído a mediados de año. Massa ha
violado, además, el artículo 15 de la ley de responsabilidad fiscal, que impide
al Poder Ejecutivo donar o vender activos fijos del Estado en los dos últimos
trimestres de cumplimiento de su mandato, y quedaría comprometido por la
subasta anunciada para el espectro radioeléctrico de última generación, 5G, de
cobertura de servicios móviles, que se hará el martes próximo. Un negocio de
más de 1000 millones de dólares.
En un país con
tanto predicamento deportivo es explicable que la sociedadhaya tomado nota de
que el oficial ismo ha vuelto a jugar con la cancha inclinada de forma
antirreglamentaria en su favor. Si esto le sirviera para algo, lo sabremos en
horas más.
Por ahora, la bruma
es tan espesa como la de Cabo da Rocha, y cuando se abra nadie se sorprenda por
lo que encuentre.
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