Por
Juan Sommer (*) - De acuerdo con lo señalado por el ministro de Economía,
uno de los puntos de conflicto en las negociaciones del Gobierno con el FMI es
el fiscal (creemos, por más que el Gobierno lo relativiza, que otro punto de
diferencia es el cambiario por su vinculación con la necesidad de acumular
reservas).
Si
bien no hay mucha información de detalle de los puntos de conflicto, algunas
inferencias pueden extraerse de las declaraciones oficiales y de los
trascendidos en los medios.
Una
diferencia se encuentra en el nivel del déficit de 2022 y los años siguientes.
Apuntar a un déficit lo más bajo posible está relacionado con la capacidad (o
incapacidad) de su financiamiento en el mercado, y reducir al mínimo la
necesidad de recurrir a la emisión monetaria del Banco Central, que tendría
efectos sobre la tasa de inflación y el déficit cuasifiscal.
La
expansión monetaria agrega inflación al
efecto de los ajustes en precios relativos (tarifas y tipo de cambio) y a las
indexaciones en los salarios, jubilaciones y otros precios de la economía. No
sabemos cuál es la diferencia en el número de déficit fiscal objetivo para
2022.
La
diferencia medida en términos del PIB puede ser engañosa porque
tradicionalmente las metas que se acuerdan con el FMI son nominales, se apoyan
en una hipótesis de tasa de inflación (sobre todo en programas que tienen el
objetivo de reducir la tasa de inflación) y su relación con el PIB también tiene
implícita una hipótesis de crecimiento de la economía.
Si
el FMI y el Gobierno trabajaran con las mismas hipótesis de inflación y PIB es
difícil imaginar que una diferencia entre 0,5%-0,7% para 2022 (a la que a veces
se hace referencia) sea irreconciliable.
Tampoco
nos parece irreconciliable acordar un período máximo para alcanzar déficit
primario cero, si debe ser antes de 2025 o 2027, sino fuera por los factores
que impiden cerrar las diferencias en 2022, a los que se hará referencia más
adelante.
Muy
pocos van a tomar nota de este aspecto del acuerdo cuando tengan que evaluar su
sostenibilidad. Argentina ha incumplido tantos acuerdos que pocos agentes
económicos van a proyectar sus acciones con un horizonte mayor a uno, o a lo
sumo dos, años. Poco importa el Excel. Importan las medidas que se implementen
en el marco del programa que se acuerde y los efectos esperados.
Lo
que se va a considerar es si esas medidas contribuyen a revertir las actuales
expectativas negativas sobre la evolución de la economía; contribuyan a generar
un escenario favorable para la inversión privada y a mejorar las condiciones de
los mercados financieros y cambiarios. Es en las medidas que Argentina debería
adoptar para generar esas condiciones donde parece radicar la diferencia entre
la posición del Gobierno y el FMI.
La
posición del Gobierno fue anunciada por el ministro Guzmán y recientemente
endosada por el premio Nobel, Jospeh Stiglitz. El Gobierno afirma que el
déficit fiscal objetivo de 2022 (y años siguientes) se puede alcanzar con el
impacto en la recaudación del crecimiento económico que se observa desde fines
del 2020, que considera sostenible en el tiempo si no se toman medidas de
“ajuste”. Alcanza que las tarifas de los servicios públicos debidamente
segmentadas y el tipo de cambio acompañen la inflación y eventualmente algunas
medidas impositivas con impacto en los sectores de más altos ingresos o
patrimonios. Adicionalmente, la desaceleración de la inflación se alcanzaría
mediante acuerdos de precios y salarios.
Por
otro lado, suponemos que la argumentación sigue señalando que el acuerdo con el
FMI mejorará expectativas, lo que a su vez contribuirá a mejorar la situación
cambiaria e incrementar las reservas, que a su vez podrían incrementarse con
desembolsos iniciales del FMI equivalentes en monto a las amortizaciones del
préstamo efectuada el año pasado con DEG.
La
posición del FMI muy
probablemente cuestione la argumentación argentina sobre la base que el
contexto macroeconómico local y el internacional no garantiza la continuidad
del crecimiento observado desde fines de 2020 y que se requieren tomar medidas
correctivas para reducir los desequilibrios actuales que se manifiestan en alta
inflación, caída de la demanda de dinero, mercado local financiero y de
capitales de escasa profundidad y pérdidas de reservas.
En
ese contexto, para revertir expectativas y generar las condiciones para el crecimiento
sostenido, además de algunas reformas estructurales, se requiere corregir
desequilibrios en precios relativos (tipo de cambio y tarifas) junto con otras
medidas de ajuste fiscal para reducir el déficit a niveles financiables en el
mercado y provocar el cambio de expectativas que contribuya a mejorar el
balance de pagos, a aumentar la tasa de inversión y a profundizar los mercados
financieros.
¿Cómo
se resuelven estas diferencias si el Gobierno no está dispuesto a avanzar por
los caminos de ajuste del déficit que sugiere el FMI? Aunque no descartable,
consideramos poco probable que el FMI acuerde un programa al que le ve muy
pocas probabilidades de éxito inicial. Los antecedentes de Argentina y las
observaciones del auditor del programa de 2018 lo ponen a la defensiva.
Un
programa “light” que solo lleve a desembolsos atados al cumplimiento de metas
definidas sin tomar en cuenta medidas de ajuste durante un periodo, para luego
ser revisado, choca con los antecedentes del FMI y su reputación. Si por alguna
razón el programa funcionara, el FMI queda desprestigiado y si no funciona
también por haberlo endosado. Además, generaría un precedente del cual le
resultaría difícil volver.
¿Hay,
en ese contexto, alguna opción para que Argentina no termine defaulteando esa
deuda (y otras)? Una alternativa posible es procrastinar de “común” acuerdo.
Como nos podríamos imaginar este escenario. Argentina sigue negociando con el
FMI tomando medidas monetarias (aumento de las tasas de interés nominales, ya
parcialmente implementadas, algún ajuste de tarifas no muy significativo para
recomponer atrasos y una mayor tasa de devaluación acercándola a la inflación
observada, es decir implementa su “programa”.
Ante
ello, el FMI solo señala que se están produciendo avances pero que se
requiere más tiempo de negociación. A partir de ahí se abren dos posibilidades.
La primera, muy poco probable, y no sé si es posible en el marco legal del FMI,
es que el FMI da un waiver por un periodo x al vencimiento de marzo, y la
segunda, que no otorga este waiver, entrando Argentina en atrasos, pero no en
default (“protracted arreas” según en FMI).
La
instancia de default se llegaría a los 180 días de atraso (lo más probable). En
cualquiera de los dos casos, el FMI (sus accionistas) decide “esperar” a
Argentina. ¿Qué significa esto? Que Argentina siga con su (no) programa hasta
que tenga éxito o entre en una crisis más profunda. ¿Qué probabilidades tiene
Argentina de salir en este escenario de no acuerdo con el FMI? Muy bajas.
En
el mejor de los casos, el “programa” descripto más arriba puede avanzar con
estímulos fiscales, ajustes salariales y jubilaciones atados a inflación, y
tasas de interés que “correrán” por detrás de los precios. Los controles de
importaciones y de cambios en general que tendrían que implementarse para hacer
frente a la escasez de dólares y la mayor tasa de inflación terminarán frenando
la actividad económica y poniendo en jaque al “programa”.
Además,
las expectativas continuarán siendo negativas. Los mercados financieros ya
descuentan la falta de acuerdo y la escasa posibilidad de Argentina de acumular
reservas, es decir, trabajan sobre la hipótesis de un nuevo default. La
expectativa de déficit fiscal financiado con inflación o deuda deriva en más
inflación y un incremento del endeudamiento en pesos del Gobierno y del Banco
Central e incrementa el riesgo de reestructuraciones en pesos con la
consiguiente reducción de la demanda de pesos y de la demanda de títulos de la
deuda pública. La caída de la demanda de dinero se traducirá en una mayor
brecha cambiaria. Todo esto terminaría afectando la inflación, actividad
económica, salarios y empleo.
Por
todo esto esperemos que Argentina evite entrar en incumplimientos acordando un
programa con el FMI sustentable.
(*) Economista y ex Subsecretario de Política Económica
|