Domingo 9 - Por Pablo Wende - Cristina Kirchner ya dio pruebas
en el pasado que prefiere un default a un mal acuerdo. Fue un julio de 2014,
cuando decidió voltear una negociación que ya estaba prácticamente cerrado un
acuerdo para cancelar deuda con los fondos “buitre” con un préstamo que
facilitaban bancos locales y extranjeros. Los mercados ya daban por hecho el
cierre de la negociación, que entonces involucraba al ya fallecido juez
neoyorkino Thomas Griesa. Pero Cristina jugó fuerte: optó por el default
“técnico” del 8% de la deuda que aún no había sido reestructurada y llegó así
al final de su gestión.
El
final de la historia ya es conocido: Mauricio Macri pagó en efectivo esos USD
9.300 millones en los primeros meses de 2016, a partir de la colocación de
nueva deuda en dólares ni bien arrancó su mandato.
En
aquellos momentos también se veía como un paso al “abismo” no acordar con los
buitres y volver a entrar en default por falta de acuerdo con Griesa. La
situación no es tan diferente a la actual. Desde el kirchnerismo duro se
plantea hasta qué punto es conveniente llegar a un acuerdo con el Fondo, que
obligará a cumplir con muchos compromisos sin obtener un claro beneficio a
cambio. Al mismo tiempo minimizan el riesgo de no arreglar, pese a que el
propio Martín Guzmán había planteado oportunamente que en ese escenario la
Argentina se convertiría en un “paria” financiero.
Un mal acuerdo
A
esta altura nadie piensa que acordar con el FMI precipitará una caída del
riesgo país o provocará un “boom” de inversiones extranjeras. Peor aún: los
mercados están convencidos que se firmará un mal acuerdo con el Fondo o en todo
caso que el Gobierno no cumplirá con las exigencias que se plantean en 2023,
cuando las urgencias electorales sean mucho más acuciantes que la letra del
futuro programa de facilidades extendidas.
Aún
con estas consideraciones, no luce razonable evitar el acuerdo con el
FMI. ¿Cuál sería el sentido de haber pagado USD 3.800 millones entre
septiembre y dicembre al propio organismo si la idea es no
arreglar? Además, hay otros USD 1.000 millones que deberían desembolsarse
en el primer bimestre. Si la intención es romper las negociaciones, entonces lo
lógico sería dejar esos pagos de intereses en suspenso. Dedicar casi USD 5.000
millones de reservas líquidas que ya casi no quedan para luego no acordar
significaría un verdadero disparate. Mañana se realizará un pago por casi USD
700 millones a los tenedores de bonos reestructurados, el más grande desde que
se renegoció la deuda en 2020, lo cual también impactará en las reservas.
Guzmán
es adepto a estirar las negociaciones casi hasta el infinito, como claramente
sucedió con los acreedores privados y la reestructuración del 2020. Hubo
tiras y aflojes durante meses para finalmente llegar a un acuerdo, que incluso
fue más benévolo que lo esperado para los bonistas. Como casi no hubo quita de
capital, el ratio de deuda en relación al PBI no bajó. Es cierto que se obtuvieron
tres años de gracia, pero los inversores ya dan casi por descontado que la
Argentina no tendrá recursos para hacer frente a los vencimientos que se
acumulan a partir de 2025. Éste es el motivo por el cual el riesgo país sigue
en niveles de 1.800 puntos básicos.
No
es una sorpresa que las discrepancias principales pasen por el frente fiscal.
El ajuste de las cuentas públicas es hace décadas el tema de conflicto
principal con el FMI a la hora de llegar a un arreglo. Las diferencias
planteadas por Guzmán en la reunión con gobernadores de la semana pasada no
parecen demasiado significativas. El ministro ni siquiera explicitó cuál es la
postura de los técnicos del Fondo ni en cuánto difieren respecto a lo que
pretende la Argentina.
La
exposición de Guzmán casi pasó de largo que una parte importante del ajuste se
hizo ya en 2021, con un déficit que apenas superó el 3% del PBI, menos de la
mitad en relación al 2020 y bien por debajo del 4,5% de déficit que se había
planteado para el Presupuesto del año. No es casual: Cristina lo había retado
públicamente al ministro por haber ajustado el gasto en la previa de las
elecciones y lo culpó por el mal resultado de las PASO.
Por
lo tanto, el principal paso hacia el equilibrio fiscal ya se dio y no parece
demasiado exigente continuar con el sendero de ajuste. El “trabajo sucio”
en 2022 lo hará especialmente la inflación, que se mantendrá arriba del 50%, y
también un aumento más acelerado del dólar oficial, que permitirá sostener la
recaudación vía retenciones.
Los últimos acuerdos de facilidades extendidas que firmó el FMI en los
últimos dos años plantean un sendero muy suave para llegar al equilibrio
fiscal. A Ecuador, por ejemplo, le dieron cuatro años y recjén tendrá que
alcanzarlo en 2024. No hay motivos para exigirle a la Argentina algo mucho más
exigente
Por
otra parte, el FMI ya dio muestras de sobra en los últimos programas de
facilidades extendidas acordados con otros países respecto al “gradualismo” que
exige para llegar al equilibrio fiscal.
El
caso más notorio y cercano a la Argentina es Ecuador, cuyo nuevo gobierno
acordó con el Fondo un nuevo programa en septiembre de 2020, prácticamente al
mismo tiempo que acordaba una renegociación de deuda con sus acreedores. Nadie
se explica por qué Guzmán no hizo exactamente lo mismo. En plena pandemia
hubiese sido mucho más fácil de digerir y las condiciones posiblemente también
hubiesen sido más laxas. Nunca explicó el ministro por qué lo evitó.
En
el caso de Ecuador, el FMI le dio tres años para alcanzar el equilibrio primario
en el marco del acuerdo alcanzado. En 2021 el rojo fiscal autorizado es de
4,4% del PBI (casi un punto y medio más que la Argentina), para caer al 2% en
2022 y 0,7% en 2023. Recién en 2024 debería mostrar un tenue superávit de 0,1%.
Internacional
en medio de las reuniones del FMI y el Banco Mundial en Nusa Dua, Bali,
Indonesia, Octubre 12, 2018. REUTERS/Johannes P. Christo
Llevado
al caso argentino, implicaría que el equilibrio fiscal debería alcanzarse en
2025, contra el 2027 que propuso Guzmán. La diferencia parece absolutamente
menor y se trata además de una exigencia más que razonable y que evitaría
ajustes bruscos, que es a lo que siempre le escapó el kirchnerismo.
El
ministro dejó dudas con otros planteos. Por ejemplo cuando dijo que no había
discrepancias en relación al ritmo de acumulación de reservas que debe encarar
el Gobierno o la reducción gradual del financiamiento monetario al Tesoro. Sin
embargo, ambas variables dependen de la velocidad a la que disminuya el
déficit. Cuanto más lento sea el camino hacia el equilibrio, mayor será la
emisión de deuda que requerirá el Tesoro y a su vez más baja la factibilidad de
acumular divisas.
Los
desequilibrios macroeconómicos llevan a Guzmán a tomar decisiones casi como si
hubiera un acuerdo en marcha con el Fondo. El aumento de tarifas que incluirá
una discutida segmentación, la decisión de dejar de intervenir en el mercado de
“contado con liquidación” y ahora la suba de tasas de interés van en línea con
los pedidos del organismo. Al mismo tiempo se prepara el terreno para un
ajuste más rápido del dólar oficial. Pero no se trata simplemente de “hacer
buena letra” con el Fondo, sino de realizar correcciones imprescindibles para
no llegar a situaciones insostenibles.
Los
cortes de luz, que podrían repetirse esta semana de calor intenso, y el nuevo
pico del dólar libre son dos luces de alarma que reflejan las inconsistencias
en relación al aumento de los subsidios y la gran expansión monetaria, que en
diciembre llegó a un récord de $ 650.000 millones.
La
incertidumbre relacionada al acuerdo con el Fondo se extendería hasta fines de
marzo, ya que recién el 22 de ese mes vencen USD 1.800 millones que con este
nivel de reservas resultarían impagables. Estas dudas no serán inocuas
para el mercado, como ya lo reflejó la caída de bonos durante la semana y un
nuevo salto del tipo de cambio en el arranque del 2022. Le quedan a Guzmán
todavía más de 60 días para negociar con los técnicos y el directorio del
organismo, pero al mismo tiempo para convencer a los más duros: la propia
“tropa interna” dentro del kirchnerismo que siguen viendo con malos ojos un
acercamiento al FMI, como meses atrás tampoco querían arreglar con Pfizer por
el mero hecho de tratarse de un laboratorio norteamericano, como lo planteó el
propio jefe de bancada kirchnerista en Diputados, Máximo Kirchner. Pero
las posturas puramente ideológicas se vuelven insostenibles cuando chocan con
las exigencias que impone la realidad, marcada por reservas en estado crítico y
una dinámica inflacionaria que ya desbordó el 50% anual.
|