Domingo 2 - Por Pablo Wende
- El derrumbe provocado por la pandemia del 2020 fue el
trampolín que permitió el fuerte rebote de la economía de este año. La realidad superó a los pronósticos y la mejora que se venía proyectando
en torno al 7% finalmente terminó en 10%. El repunte se aceleró
en la segunda mitad del año, de la mano del aumento del gasto, mejora del
consumo y la estabilidad cambiaria. Como resultado, la actividad cerró el
año por encima de los niveles prepandemia. No se trata de un gran logro,
pero las expectativas previas fueron superadas.
El 2022 arranca más complicado ya desde el plano estadístico, dado que
la base de comparación es más elevada. Sería un verdadero milagro que la
economía pueda repetir una mejora siquiera parecida a la de 2021.
Las proyecciones privadas y oficiales son mucho más austeras, partiendo
de una realidad que nadie desconoce: los motores que podrían sostener la
recuperación funcionan como mucho a media máquina. El “efecto arrastre” que
queda para este año se ubica en torno al 2,5%. No será para nada sencillo
mejorar esta base, aunque el Banco Central destacó en su informe de
objetivos para el 2022 que “pensar en una expansión de 4% del PBI es un cálculo
conservador”.
Los motores que podrían sostener la recuperación funcionan como mucho a
media máquina
En el año que se inicia habrá que seguir conviviendo con una elevada
inflación, que tendría un piso de 50% pero muchos analistas privados ven cerca
del 60%. Los incesantes aumentos de precios impedirán que se recupere el
poder adquisitivo de los salarios. Tampoco se podrá lograr demasiado para
bajar los altos niveles de pobreza (que terminó el 2021 cómodamente arriba del
40%), teniendo en cuenta el aumento de los costos de la canasta alimenticia.
El mayor desafío, sin embargo, está nuevamente dado por el frente
cambiario. Habrá menos dólares que en 2021 y se estima que la balanza comercial
tendrá un superávit de alrededor de USD 9.000 millones contra más de USD 14.000
millones del año pasado. Tampoco habrá desembolsos extraordinarios por parte del FMI, que este año
distribuyó Derechos Especiales de Giro como parte del proceso
de su capitalización. A la Argentina le tocó el equivalente a USD 4.350
millones.
Por lo tanto, habrá que lidiar con un contexto de menor
disponibilidad de divisas, al tiempo que el Banco Central que se queda
prácticamente sin reservas líquidas. Por lo tanto, el cepo cambiario
tendrá que mantenerse con las mismas o incluso mayores restricciones para
compensar la demanda y evitar una devaluación brusca del tipo de cambio oficial.
El primer trimestre estará enmarcado por las negociaciones con el
FMI. Los inversores dan por descontado que finalmente se llegará a algún
tipo de entendimiento y la Argentina evitaría un default con el organismo,
que se convertiría en un hito histórico en la larga cadena de incumplimientos
que arrastra el país hace décadas. Sin embargo, ni el Presidente ni su
vicepresidenta parecen dispuestos a enfrentarse a este escenario, más allá de
alguna dialéctica subida de tono y algunos sectores marginales dentro del
oficialismo que alientan la idea.
Al acuerdo con el FMI no hay que pedirle más de lo que realmente puede
dar (Reuters)
Pero al acuerdo con el FMI no hay que pedirle más de lo que realmente
puede dar. El gran objetivo pasa por patear para adelante los vencimientos de
la deuda tomada entre 2018 y 2019, además de refinanciar el último pago con el
Club de París. En total son unos USD 40.000 millones que recién habría que
empezar a devolver en cinco años. Sin embargo, el arreglo estaría lejos de cumplir
el objetivo de regenerar la confianza en el Gobierno o de atraer inversiones,
ya sea financieras como productivas.
Los grandes temas estructurales que debe encarar la Argentina seguirán
ausentes en el programa con el Fondo. Una reforma laboral que permita más
flexibilidad en la contratación de la mano de obra y un freno a la insoportable
presión tributaria seguirán ausentes del debate. Para colmo, 2022 viene con sorpresas negativas en materia fiscal: suben las alícuotas
máximas de Bienes personales al 1,75%, aumentan el impuesto a las Ganancias en
las empresas, se frenó cualquier posibilidad de reducción adicional
de Ingresos Brutos y el Gobierno ya anunció la intención de poner sobre la mesa
un nuevo impuesto a la herencia.
Mientras tanto, las últimas medidas van en dirección a las exigencias
del Fondo, empezando por los mejores números fiscales que dejó el 2021. El
ajuste debe ubicarse entre los más grandes de cualquier país tras el déficit
récord que dejó el primer año de pandemia.
El rojo primario cayó de 6,5% en 2020 a sólo 3% el último año. Un
recorte silencioso que el ministro de Economía, Martín Guzmán, le tuvo que
esconder a Cristina Fernández de Kirchner en medio del proceso
electoral, ante los reclamos de la vicepresidenta para salir a gastar más en la
previa electoral. Ni siquiera una buena noticia, como lo es una mayor
austeridad fiscal, puede ser aprovechada en medio de fuertes tensiones
políticas.
El recorrido fiscal del 2021 demostró incluso que el “plan platita” se quedó a mitad de camino, porque no llegó a
desviar el objetivo de conseguir una mejora notable de las cuentas públicas.
El punto de partida es casi óptimo para cumplir con el pedido del Fondo, que
seguramente pedirá un déficit que no se aleje del 2,5% del PBI para este año.
El frente cambiario también empezó a mostrar cambios. En línea con el
pedido del organismo de acumular reservas, el Central dejó de intervenir en las
cotizaciones del dólar bursátil. Durante un año dedicó más de USD 3.000
millones para mantener a raya al contado con liquidación, con escaso éxito.
Pero después de las elecciones, el Gobierno aceptó “sincerar” la situación
y hoy las distintas cotizaciones bursátiles están más baratas que el dólar
libre, que terminó el año en $ 208. La brecha cambiaria también finalizó
arriba del 100%, lo puede gatillar más remarcaciones adelantándose a una
posible devaluación del tipo de cambio oficial.
En un clima de desconfianza, el BCRA se mueve en una línea que es cada
vez más delgada. La brecha cambiaria volvió a superar el 100%, el tipo de
cambio oficial continúa atrasándose en relación a la inflación y la capacidad
de intervención oficial está cada día más menguada. Una suba de tasas de
interés en enero será una medida casi imposible de evitar, mientras continúan
las negociaciones con el Fondo.
El cóctel del mercado financiero y cambiario es sumamente
riesgoso. El Central emitió medio billón de pesos sólo en diciembre para
financiar el rojo de las cuentas públicas. Esos pesos ya comenzaron a presionar
el tipo de cambio libre. Quienes aprovecharon las ventas de fin de año
difícilmente utilicen esos pesos excedentes para invertir. Posiblemente el
destino sea la compra de dólares como cobertura ante un escenario de alta
incertidumbre. Por eso será más urgente que nunca la absorción que lleve
adelante el Central en las próximas semanas.
El ajuste de tarifas que se anunció en la última semana va en la misma
dirección. No sólo es el ajuste del 20%, sino que además
arrancará un esquema de segmentación tarifaria que permitiría ir reduciendo
gradualmente los subsidios, que volvieron a crecer peligrosamente.
A mitad de
camino
Un análisis del economista Fernando Marull concluyó que ese
ajuste tarifario aún está lejos de atacar seriamente los desequilibrios. En el
caso de la tarifa eléctrica, por ejemplo, el consumidor estaría pagando
apenas el 40% del costo de generación. Y el valor promedio quedaría 60% abajo
del pico de abril de 2019, cuando arrancó el congelamiento. Por eso, será necesario complementarlo con un aumento de tarifas que podría
llegar al 400% en el caso de los contribuyentes con mayor poder adquisitivo. Algunos
especialistas ya hablan de la ilegalidad ante la enorme disparidad de valores
que tendrán las tarifas, incluso entre un barrio y otro de la ciudad de Buenos
Aires.
Entre la suba del dólar oficial y el aumento del petróleo, el atraso de
precios en el surtidor ya supera el 15% y continuará incrementándose en la
medida que no se retome el ajuste gradual de precios
También las naftas deberían salir del congelamiento en los primeros
meses del 2022. Entre la suba del dólar oficial y el aumento del petróleo,
el atraso de precios en el surtidor ya supera el 15% y continuará
incrementándose en la medida que no se retome el ajuste gradual de precios.
El sector energético presenta récord de producción, como sucede por
ejemplo en el mercado petrolero, pero los niveles de inversión siguen siendo
bajísimos. Sólo Vaca Muerta precisaría unos USD 15.000 millones anuales para
explotar todo su potencial. Pero por ahora las empresas sólo destinan una
mínima fracción y cada vez son más las grandes petroleras que se retiran del
mercado local. El peligro es que las necesidades de importación de gas en el
invierno provoquen un agujero adicional a las ya menguadas reservas.
Alberto Fernández arrancó su tercer año de gobierno con el mismo estigma
que lo persigue desde su victoria en las PASO 2019: la falta total de credibilidad entre los inversores. El
año que arranca luce muy desafiante y un paso en falso podría desatar una
crisis cambiaria de proporciones.
Evitar la “mala praxis” en las decisiones económicas de los próximos
meses y cerrar lo más rápido posible un acuerdo con el Fondo son los grandes
desafíos de corto plazo. Pensar en un horizonte más largo es hoy casi un
ejercicio de ciencia ficción.
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