El ministro de Economia Roberto Lavagna junto al
secretario de finanzas Guillermo NielParafraseando la canción de Los
Redonditos, dado que “todo préstamo es político”, el Gobierno no debería
repetir demasiado este argumento para criticar el crédito otorgado por el Fondo
Monetario Internacional (FMI) en 2018 o para sacar ventaja en la negociación
actual.
Por
Martín Kanenguiser – Básicamente, por tres razones: porque el FMI es un
organismo esencialmente político, porque la Argentina ha logrado postergar el
pago de su deuda en el pasado por cuestiones más diplomáticas que técnicas y
porque el Gobierno también podría requerir de la política internacional para
cerrar el acuerdo que necesita antes de abril de 2022 si no lograra un consenso
con el staff del organismo.
El
caso más claro, antes del préstamo multimillonario otorgado al gobierno
de Mauricio Macri por el apoyo de la administración Trump, fue el acuerdo
de fines de 2002.
En
aquellas circunstancias, el staff técnico que dirigía la
subdirectora gerente, Anne Krueger, consideraba que no estaban dadas las
condiciones para que el Fondo postergara el pago de su deuda con el principal
organismo de crédito multilateral.
Krueger,
doctorada en la Universidad de Wisconsin y profesora en Minnesota de alumnos
como José Luis Machinea, no quería cargar con el peso de otro programa
fallido, como había ocurrido con el concedido por el FMI en el 2000, en el
marco del “blindaje” al gobierno de la Alianza.
El
subdirector del Hemisferio Occidental del FMI, Thomas Reichmann, en la crisis
del 2001
Luego
de la explosión del 2001, la académica promovió el desplazamiento del jefe del
caso argentino, Thomas Reichmann y de su jefe, el director del
Departamento del Hemisferio Occidental, Claudio Loser.
Sus
reemplazantes serían el indio Anoop Singh y el británico John
Dodsworth, un team que había cumplido un cuestionado rol en el
manejo de la crisis asiática de 1997 y que no conocía la realidad de América
latina.
Así,
Krueger y el director gerente, Horst Köhler, se tomaban revancha puertas
adentro del organismo efectuando una “limpieza”, luego del fracaso del
salvataje de agosto de 2001 otorgado en la gestión de Domingo
Cavallo y, al mismo tiempo, brindaban una señal sobre la actitud distante
que planeaban asumir en las futuras negociaciones con el país.
En
el gobierno de Duhalde, Krueger le hizo saber al entonces secretario de
Finanzas, Guillermo Nielsen, que colocaría todo su esfuerzo en que el
directorio que conducía Köhler no aprobara la postergación de los vencimientos
del país, pese a que no le pedía “dinero fresco”.
Pero
el Departamento del Tesoro de la administración Bush, conducido por Paul
O’Neill y John Taylor, consideró que el país ya había sufrido
demasiado desde el estallido de la crisis de la convertibilidad a fines del
2001.
Lula
Da Silva, Evo Morales y Hugo Chávez
Además,
Washington creía que con la aparición de Lula Da Silva en Brasil
y Hugo Chávez en Venezuela, era mejor contener a la Argentina entre
sus aliados.
Krueger
se fastidió con la gira del ministro Roberto Lavagna por Europa para
convencer a los accionistas del FMI y lo llamó a Nielsen para expresarle su
disgusto. “Yo me opongo al acuerdo y por lo tanto no va a salir”, le
advirtió la dura funcionarla, mientras el secretario de Finanzas realizaba
complicadas maniobras con su automóvil en el barrio de Belgrano, para eludir
una manifestación de protesta del movimiento piquetero y poder llegar a la casa
del ministro con la intención de festejar la Nochebuena. En ese entonces, la
deuda soberana se ubicaba en USD 137.320 millones.
Luego
de sufrir en el año 2002 una inflación del 40%, un aumento de la pobreza del
35,4% al 54,3% y una recesión del 11% -que en términos acumulados se estiraba
al 20% desde 1998- la amenaza de Krueger se cumplió a medias.
Un
año entero después de renegar y patalear, el directorio del FMI aceptó salir de
sus cánones tradicionales y firmar un programa de ocho meses con la Argentina
para refinanciar USD 6.870 millones a cambio de metas poco ambiciosas en
materia fiscal y de reformas estructurales.
En
un caso que parece no registrar otros antecedentes en la historia del organismo,
la aprobación —que se logró con el voto de la mayoría de los directores y la
abstención de Holanda, Bélgica, Suecia y Australia, entre otros países— se
produjo, aunque el staff formalmente le propuso al director gerente que
recomendara al board la decisión opuesta.
Más
aún, el informe que Krueger preparó para el encuentro sentenciaba que la
bendición le permitiría a Duhalde obtener “ventajas” para perpetuarse en el
gobierno, una premisa que resultó ser incorrecta.
¿Por
qué un “club” que se jactaba de ser tan estricto alteró sus principios para
rescatar a un país que supuestamente no cumplía con sus reglas?
Anne
Krueger y Eduardo Duhalde
Acaso
la respuesta más clara haya surgido desde sus entrañas: el acuerdo se
firmó por el temor a lo desconocido. Frente a un gobierno como el de Duhalde
que aseguraba haber cumplido con todos los requisitos para aspirar a una nueva
refinanciación de su deuda y a un staff que, con extrema rigidez, planteaba lo
contrario, los miembros de la “comisión directiva” de la entidad, los
países del G7, se preguntaron qué podía llegar a ocurrir si la Argentina se
desprendía por completo del lazo de los organismos multilaterales de
crédito. ¿Qué consecuencias provocaría para el país y para la matriz de
las instituciones surgidas de Bretton Woods?
En
2002, en plena crisis, la Argentina pagó unos USD 4.500 millones al FMI, el
Banco Mundial y al BID, aunque acumuló un nivel total de atrasos de USD 11.842
millones por el default parcial.
El
principal organismo auditor de cuentas del mundo no estaba dispuesto a que la
tercera economía latinoamericana siguiera acumulando facturas impagas y
generara un fuerte incentivo en otros miembros para seguir el mismo camino de
rebeldía. Y, por esta razón, más política que económica, aceptó cerrar un
acuerdo de emergencia, que podría servir como ejemplo para la negociación que
el Gobierno debe cerrar en los próximos tres meses.
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