Viernes 24 – Por Juan Strasnoy
Peyre
- En las horas posteriores a la publicación de la auditoría, el
Gobierno enfatizó las críticas al Gobierno de Cambiemos que realizó el Fondo
Monetario Internacional y la admisión de que el multimillonario préstamo de
2018 financió el pago de deuda insostenible y la fuga de capitales.
Sin
embargo, reconoció que no hubo una autocrítica profunda por parte del organismo
y que existen discrepancias dentro del directorio que complican la actual
negociación. La evaluación ex post
también reflejó los puntos de tensión en las discusiones que mantiene el
Ejecutivo con staff de cara al acuerdo para refinanciar los u$s45.000 millones
de deuda que dejó Mauricio Macri.
Ocurre
que la “autopsia” realizada por los técnicos del Fondo consideró que el crédito
en sí no fue un error, aunque la mayoría de los directores (representantes de
los países accionistas) planteó que hubiera sido conveniente que la
administración anterior realizara una reestructuración de la deuda con
acreedores privados e implementara un control de capitales. Y concluyó que el
programa Stand By fracasó por los errores de gestión del macrismo, pero evitó
referirse de forma significativa a las responsabilidades propias del organismo
bajo cuya tutela se aplicó ese plan.
Es
por eso que, como contó Ámbito, fuentes del
equipo negociador que encabeza Martín Guzmán señalaron que difícilmente la
auditoría sea una herramienta determinante para utilizar en la negociación en
curso. Más bien la definieron como
“un paso formal necesario de cara al acuerdo”, que de yapa les sirvió para el
debate político interno. Con todo, la opinión del Gobierno sobre la evaluación
del staff, incluida como anexo en el informe, fue crítica.
De
la lectura de ambos documentos se desprende una ratificación de los puntos de
tensión que demoran la firma del acuerdo: el ritmo de crecimiento y de ajuste
fiscal, y ligados a ellos la acumulación de reservas y la emisión monetaria.
Por
caso, la auditoría no puso en cuestión el programa de ajuste en shock
implementado en 2018 y 2019. De hecho, criticó que la reducción del déficit
aplicada por Macri y el entonces ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, se
realizó con medidas extraordinarias y de “baja calidad”, que hicieron que el
déficit primario siguiera “sujeto a riesgos importantes”. Es decir, que el
ajuste no tuviera bases más sólidas.
La
respuesta del Gobierno a la evaluación ex post planteó que “es aún insuficiente
la advertencia sobre los riesgos de un ajuste fiscal en contextos recesivos”.
Una fuente oficial señaló al respecto que el programa de 2018 se apoyó en un
“fanatismo fiscal, que parte de negar la restricción externa como problema
estructural del país”, algo que no fue revisado por el organismo. Además, la
posición del Ejecutivo le pidió al Fondo “considerar en el futuro realidades
específicas, como el caso de Argentina, en donde el crecimiento es condición
precedente para la estabilidad; nunca al revés”.
Más allá de que un acuerdo
con el Fondo siempre implica un condicionamiento para la política económica y
que el plan del Gobierno también es avanzar hacia un ordenamiento de las
variables macroeconómicas, ese debate refleja las discordias aún vigentes de
cara a la definición de las metas del programa plurianual. De máxima, Guzmán
plantea para el próximo año un crecimiento del 4% que le dé continuidad a la
recuperación de 2021 y un déficit primario de 3,3% del PBI financiado en 1,8%
del PBI con emisión. Los números fueron volcados en el proyecto de Presupuesto
2022 que naufragó en el Congreso, pero el FMI aún los
objeta.
En
Washington piden una rápida recomposición de reservas con vistas a garantizarse
el repago de la deuda a futuro y un cierre más acelerado del financiamiento
monetario del Tesoro, que en los hechos implica una política menos expansiva.
Menos importaciones para sumar más reservas y más ajuste son los fundamentos
del pedido de un crecimiento más bajo.
En
ese sentido, el economista Sergio Chouza, identificado con el oficialismo,
planteó que “hay un trade off entre la velocidad de crecimiento y la
acumulación de reservas” y que “la discusión es hasta cuándo va a dar la soga
para crecer sin complicar la posición externa”, lo que puede tener un costo en
materia de empleo e ingresos. Y agregó: “Lo importante es que sea un programa
argentino, no de los técnicos de Washington”.
Otro
aspecto que muestra a las claras las trabas que persisten en la negociación es
la disparidad de criterios entre países dentro del directorio. Esto exhibe que
aún hay sillas importantes con posiciones más duras. Lo reconoció Guzmán en C5N
al señalar que “hay un conjunto amplio de países que están de acuerdo con que
hubo algo que fracasó pero quedan algunos que dicen que no son tan
autocríticos”. “Hay más consensos que alcanzar en el escenario geopolítico”,
dijo.
En
el Board del FMI, los países del G7 tienen la voz cantante, sobre todo Estados
Unidos, el único con poder de veto en votaciones de mayoría especial. “No
sabemos qué países son los más duros pero podemos sospechar que, si se los
menciona, son algunos de porte”, consideró Chouza. Y completó: “Esto plantea los
desafíos de la posición negociadora argentina en las próximas semanas para
aunar las voluntades necesarias. Habrá que profundizar el trabajo sobre las
bases de sustentación del programa en términos macro y sobre las
características estructurales de la economía argentina. No creo que el acuerdo
esté al caer en días. Queda un tramo de algunas semanas más”.
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