Por Gustavo
Marangoni - Hace algunos años le preguntaron a Woody Allen si le
preocupaba el futuro, a lo que el humorista respondió que le interesaba
mucho pues ahí tenía pensado vivir el resto de su vida. Los argentinos, al
menos algunos, disfrutamos las películas del neoyorkino pero no necesariamente
su preocupación por el porvenir.
El presente nos ocupa y nos
preocupa tanto que nos deja muy poca energía para dedicarle al largo plazo, al
menos desde los hechos específicos y en lo que a la política se refiere. Por
supuesto la
palabra futuro no falta en ningún discurso que se precie, pero a la hora de
resolver, nos gana la inmediatez.
El
tratamiento del Presupuesto que se hace cada año para esta época es
un reflejo institucional evidente de lo antedicho. El grueso de los gastos
públicos está destinado a transferencias, subsidios, jubilaciones, salarios y
pago de intereses de la deuda (algo menos ahora por la renegociación privada y
más baja aún en 2022, si prosperan las negociaciones con el FMI) en tanto que
los recursos orientados a inversiones públicas constituyen un fragmento mínimo
sobre el total. Generalmente, es una partida que, además, se subejecuta o
recorta con bastante frecuencia.
De
allí que los fondos provenientes de los impuestos tienen un modesto destino en
lo que respecta a la ampliación de la infraestructura necesaria para respaldar
el crecimiento futuro (rutas, puertos, aeropuertos, ferrocarriles, matriz
energética, etc.) y una fuerte inclinación a sostener la demanda presente.
A
lo anterior se le suma que la estructura de la presión tributaria está lejos de
incentivar las inversiones privadas –tan indispensables como las públicas a la
hora de planificar el porvenir–, lo cual refuerza la debilidad de nuestro
largo plazo.
Sabemos
que modificar esta situación no es algo que se resuelva fácilmente. También
sabemos que se requiere de una firme decisión política y una serie de consensos
elementales para comenzar a generar los incentivos que permitan consolidar un
crecimiento sostenido en el tiempo, distribuido federalmente en el espacio y
racionalmente de acuerdo a las capacidades de nuestros sectores productivos para
generar divisas y empleos genuinos.
Las dos coaliciones que
vertebran nuestra vida política actúan motivadas para satisfacer en lo
inmediato a sus votantes-consumidores. De allí que su concepción del
largo plazo está restringida a la cantidad de cuotas: Ahora 12, 18 o 24. Allí está direccionado el
grueso del crédito. Los estímulos al ahorro desaparecen con las tasas negativas
de los pesos y sin esa pata la inversión se resiente.
Fueron
pocos los momentos en las últimas décadas en los cuales convivieron buenos
niveles de consumo con aceptables estándares de inversión. Encontrar la salida
virtuosa del laberinto estanflacionario es, sin lugar a dudas, la gran tarea
pendiente de la dirigencia argentina (políticos, pero también líderes
empresarios, gremiales, sociales, intelectuales, etc.).
No
se trata de apelar a la tan gastada "Moncloa argentina", una metáfora
tan sonora como vacía, sino en aprovechar el espacio del Congreso y la próxima
discusión del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para hacer un combo
junto al Presupuesto nacional que nos permita estirar nuestro
horizonte con la tan citada plurianualidad y fijarnos metas que nos ayuden
a estirar la mirada.
¿Dónde
rendirán mejor nuestros recursos escasos? Podemos aprovechar para discutir
obras concretas, explicando los beneficios de escoger unas sobre otras. Por
supuesto que nunca quedarán todos satisfechos, pero podríamos encarar debates
orientados por fines concretos y productivos.
La
actividad política refiere a la capacidad de establecer criterios para
justificar decisiones teniendo como objetivo el mayor bienestar posible. Hacer
un reality show en el Congreso Nacional pensando más en la
viralización de las redes sociales y los zócalos de la televisión de frases
efectistas contribuye poco a achicar la distancia entre dirigentes y dirigidos.
Concentrar los esfuerzos en establecer las responsabilidades pasadas y el
momento de nuestra historia económica nacional en que la Argentina se jodió es
reiterar el desinterés por el futuro.
Cuenta
precisamente la historia que uno de nuestros héroes de Mayo, Juan José
Castelli, llamado por su capacidad oratoria "la lengua de la
revolución" terminó sus días víctima de un cáncer de lengua (macabra
ironía del destino), susurrando con dificultad todo su escepticismo respecto de
la Patria naciente: "Si ves al futuro, dile que no venga". Nosotros,
aquí, por el contrario, necesitamos que llegue cuanto antes.
|