Por
Virginia Porcella - Los lentos avances en la negociación con el Fondo Monetario
junto con el avance de la nueva variante Ómicron de coronavirus terminaron por
apagar la mínima chispa de interés que se había despertado sobre la
Argentina entre inversores acostumbrados a lidiar con “economías estresadas”.
Desde que el Gobierno anunció a principios de mes el envío de un equipo del
Ministerio de Economía y del Banco Central a negociar con el FMI, misión que
concluyó la semana pasada, una decena de fondos de inversión de esas
características aterrizó en Buenos Aires para sondear el espíritu y potencial
de ese acuerdo, que se presumía algo más adelantado de lo que finalmente se
confirmó. Ese atisbo de atención sobre los activos argentinos tuvo, incluso, su
correlato en los pulverizados precios del mercado, que registraron una mejora
desde que se conoció lo que en Wall Street algunos analistas denominaron como
un “cabeceo” o “guiño” entre el organismo y la Argentina.
Pero
esa reacción incipiente, una vez más, quedó neutralizada ante nuevas señales
ambiguas respecto de la voluntad política de sellar ese acuerdo y un factor
completamente fuera del control de las autoridades argentinas que -real o
excusa- tiene cada vez mayor peso: el nuevo pico de contagios de
coronavirus que se registra en los países centrales con la aparición de la
nueva cepa Ómicron. La combinación de ambos factores hizo que una de las
principales visitas que se esperaba esta semana desde Wall Street, un fondo
relevante cuya presencia generaba cierta expectativa en el Gobierno, se
cancelara hasta nuevo aviso. Los ejecutivos que contaban con el pasaje no sólo
temen a la enfermedad sino, sobre todo, que ante la rápida expansión, el
Gobierno argentino decida volver a cerrar las fronteras y quedarse varados en
el país para las Fiestas.
Así,
quedó cerrada por este año la última seguidilla de contactos con inversores que
se inauguró cuando Guzmán viajó a Nueva York, acompañado del jefe de
Gabinete, Juan Manzur. El funcionario tucumano promueve las relaciones
tanto con el mercado como con las empresas y las corporaciones extranjeras,
algo que no ocurre en todas las áreas ni niveles de Gobierno. “Manzur entiende
que tiene que haber un ida y vuelta, después las cosas pueden salir mal igual
pero al menos nos recibe”, confió un ejecutivo de una multinacional que no
había tenido chances de pisar la Casa Rosada. Ese clima más dialoguista parece
haber contagiado al titular del Palacio de Hacienda. Frustrado porque no entiende
por qué las cotizaciones de los bonos y acciones argentinas siguen tan bajas si
los números de la recuperación económica son tan vigorosos - “¿qué más
quieren?” pregunta a sus asesores- Guzmán tomó el consejo de volverse más
accesible y hace varias semanas que hace un esfuerzo por revalorizar la
relación con los acreedores.
Fue
así que recibió a algunos pequeños contingentes de representantes de distintos
fondos, reunidos por el banco de inversión Barclay’s, quienes mantuvieron una
reunión cara a cara con el ministro de Economía. Otros, convocados por Jeffries
Group, tuvieron que conformarse con funcionarios de Finanzas.
Todos
ellos venían con la misma agenda: conocer in situ y de primera mano las
instancias de las tratativas con el FMI. También tratar de dilucidar el
contenido de ese entendimiento para saber hasta qué punto un acuerdo implicará
la puesta en marcha de un plan que encarrile las variables desatadas que
presenta hoy la economía argentina. La mayoría de ellos, también, llegaron
pertrechados con la misma lista de interlocutores: funcionarios, economistas
cercanos al Gobierno y economistas de mirada muy crítica respecto del Gobierno
y, por supuesto, los referentes en economía de la oposición.
El
punto que intentaron discernir, algo que por el momento no han logrado, es si
los precios actuales de los activos argentinos representan una verdadera
oportunidad de ganancias. La respuesta se parece al cuento de la buena pipa: un
acuerdo con el Fondo que conlleve hacer los deberes, es decir, reducir el déficit
fiscal, la brecha cambiaria y acumular reservas, sería sin dudas una
oportunidad excelente. Pero los amagues y recules del Gobierno y las
dificultades en su frente interno para avanzar en ese sentido vuelven a poner
en duda, otra vez, la noción de que apostar a la Argentina sea un buen plan.
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