Por
Diego Cabot - Hay algunos números que no tienen discusión en el mercado aéreo
local. Uno de ellos es que los pasajes se encarecieron; el otro, que la demanda
crece producto de varios factores. Pero quizás el más alarmante sea que la
Argentina tiene en operación 45 aviones menos que los que había antes de la
pandemia. Con solo poner atención en esto se explican varias cosas: la caída de
las frecuencias, la creciente incomunicación con destinos del interior y el
aumento del precio de los pasajes.
La
cifra explica varias cosas. La primera, que de aquel 2019 con récord de vuelos
y estaciones cargadas de aviones con varios colores hoy queda poco y nada; la
segunda, que después de la salida de Latam Argentina nadie repuso el parque de
aeronaves que se fueron con el adiós de la empresa de origen chileno.
El
desbarajuste del mercado es inexplicable. Por un lado, el Gobierno abonó la
demanda de pasajes con el Previaje, un sistema mediante el cual se entrega un
subsidio del 50% a cada uno de los argentinos que suban a un avión por el país,
siempre que lo tramiten en una página. Maravillosa herramienta para fomentar el
turismo interno, aunque de dudosa necesidad cuando ese país que subsidia viajes
de lujo tiene alrededor de 45% de pobreza. Debates de sábana corta que no se
dieron.
Más
allá de la inmoralidad fiscal, la herramienta desató la demanda de servicios
hoteleros y turísticos, pero, por sobre todo, empujó a centenares de miles a
subir a un avión. Y pese a que el Gobierno no es de los que entienden las
reglas económicas fácilmente, los libros dicen que cuando hay más demanda se
ajusta por precio o por cantidad. Podrá el lector que haya buscado o emitido un
ticket en este tiempo contar si algo de esto le sucedió.
Vale
detenerse un instante en esto: la cantidad. Cuando empezó la pandemia, la
Argentina contaba en las pistas con Aerolíneas, Latam, Andes, Flybondi y Jet
Smart, que poco tiempo antes había comprado, además, la operación de Norwegian.
A esas se sumaba Avianca, que había dejado de volar pocos meses antes. Cada
una, con su parque de aviones. ¿Qué sucede ahora?
Aerolíneas
Argentinas cuenta con una flota de 80 aviones. En épocas normales, según
promedio del mercado, alrededor de 10% de esa cantidad se queda en tierra por
algún tipo de mantenimiento. Por estos días, la empresa de bandera tiene
alrededor de 28 aviones sin volar. Dicho de otra forma, de 80 pasó a 52 y, de
esa manera, restringió fuerte los asientos disponibles. Pese a volar muy por
debajo de su capacidad, necesitó hasta el 30 de octubre pasado $46.087,3
millones en concepto de auxilio financiero del fisco.
Ahora
bien, si la comparación es con la compañía parada y los aviones en tierra, como
sucedió en 2020, aún es más difícil de comprender. En los primeros nueve meses
del año pasado, la empresa necesitó $33.452,7 millones. En este, con las
boleterías abiertas y con decenas de viajes a Rusia y China a buscar vacunas,
que funcionaron como un subsidio encubierto a la compañía, requirió 38% más en
el mismo período de 2020, siempre según datos que publica el Ministerio de Economía
en sus informes de ejecución presupuestaria. En resumen: la empresa, con 28
aviones de 80 en tierra, necesitó 153,6 millones de pesos diarios para volar.
Como
si ese importe de subsidios fuese poco, el Gobierno también entregó dinero a
cada viajero que anotó sus reservas en Previaje. La medida tuvo varios efectos,
ya que generó un enorme movimiento en el sector turístico. La consecuencia es
de manual de primer año de economía: se incentivó la demanda de vuelos y
entonces, subieron los pasajes.
Justamente
esta cantidad de pasajeros en busca de asientos se dio en medio de la merma de
la flota aerocomercial argentina. Como se dijo, a los más de 25 aviones en
tierra de Aerolíneas Argentinas se sumó la salida de la filial local de Latam.
La compañía tenía 12 aviones en servicio, que ya volaron a Chile. No solo eso:
cada uno de ellos volaba muchas horas diarias, más que el promedio de la línea
aérea local. Ninguna línea aérea repuso esas aeronaves.
Andes,
que contó con 9 aviones y tuvo una fuerte operación a Salta, Jujuy y Puerto
Madryn, ya tenía problemas antes de la pandemia. En 2020, cuando el mundo se
quedó quieto, la empresa también. Finalmente, volvieron los servicios regulares
y Andes quedó en tierra.
Un
caso particular es el de Norwegian, la firma noruega low cost que llegó en
plena revolución de los aviones. A fines de 2019, en medio de una crisis global
de la corporación, vendió su operación a Jet Smart, otra de las que empezaron a
operar en la época de Guillermo Dietrich como ministro de Transporte. Entonces
tenía tres aviones que operaban desde el aeroparque porteño. Jet Smart repuso
dos de tres. Sin embargo, la regulación argentina pareciera dispuesta a no
promover la llegada de más servicios.
La
historia del avión fallido empezó cuando Jet Smart trajo una aeronave nueva y
presentó la documentación para basarlo en la estación porteña en el Organismo
Regulador del Sistema Nacional de Aeropuertos (Orsna). Pero no hubo caso, pese
a que 28 aviones de Aerolíneas están quietos y a 12 menos de Latam, la autoridad
regulatoria dijo que no hay lugar en las pistas frente al Río de la Plata. Lo
mandó a Ezeiza. Se sabe que el mercado aerocomercial está en manos de La
Cámpora y que toda norma que se aprueba o no siempre estará motivada en los
intereses de la empresa estatal, que también maneja el “cristicamporismo”. Las
miradas sesgadas y parciales siempre las pagan los pasajeros que no tienen más
oferta.
Por
estos días, Jet Smart tiene en estudio la decisión de traer otro avión. Sucede
que despegar y aterrizar en cabotaje desde Ezeiza no es funcional al diseño del
mercado interno. Algo similar le ocurre a Flybondi. Según sus planes, el quinto
avión volará en la Argentina la segunda quincena de enero y el sexto se sumará
a la flota entre febrero y marzo. De esta manera, la empresa
low
cost tendrá más capacidad que la que tenía antes de la pandemia. Sin embargo,
los planes de expansión tienen todavía un interrogante sin responder:
¿autorizarán la operación desde el Aeroparque? Nadie contesta. Sin El Palomar,
cerrado en 2020, la única opción es la estación porteña y Ezeiza.
Mientras
este desaguisado genera suba de precios y falta de oferta de vuelos, Aerolíneas
Argentinas recreó una nueva cámara de líneas aéreas. Se trata de Clara, una
organización que alguna vez ya funcionó. La necesidad de la sociedad estatal es
tener un sello donde esconderse para participar del debate público. Sucede que
las principales compañías del sector están asociadas a Jurca. De allí salieron
muchas críticas de varias medidas del Gobierno y, últimamente, fueron muy
críticos de aquella que decidió que no se pueden financiar los pasajes al
exterior en cuotas.
Aerolíneas
no habló ni dijo nada. Tiene otra realidad y otra billetera. Pero, sin embargo,
recreó la Cámara de Líneas Aéreas de la República Argentina (Clara) para
exponer su postura. La particularidad es que esta criatura parece disfuncional:
a excepción de la línea aérea estatal, las demás no vuelan. Avian, Andes y
Lasa, una empresa neuquina, son quienes acompañan a las huestes estatales. Todas
están en tierra.
Así
está el mercado. Alrededor de 45 aviones menos que antes de la pandemia
quitaron miles de asientos diarios y menguaron las frecuencias a todo el país.
Los pasajeros sienten la contracción del mercado y tienen que pagar más por los
lugares disponibles. A nadie le importa demasiado y ni siquiera los gremios
pujan por tener más trabajadores en el sector. Solo importa que Aerolíneas
mantenga su statu quo. Y eso no está en duda, al menos, mientras el cheque de
$153 millones diarios se firme sin protestar.ß
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