Por
Pablo Wende - La escasez de dólares es el principal problema que enfrenta en el
corto plazo la economía. Desde ese punto de vista, la última semana arrojó un
desastroso balance. Sólo en dos días (lunes y martes pasado) se fueron USD
400 millones de los depósitos en dólares que el público mantiene en entidades
financieras. El retiro habría persistido hasta el viernes aunque con volúmenes
más bajos. Además el Central también terminó con un fuerte saldo vendedor, que
también superó los USD 400 millones, con el objetivo de contener la demanda y
evitar un salto del tipo de cambio oficial.
El
futuro funcionamiento del mercado cambiario será el principal tema de discusión
entre el staff del FMI y los funcionarios del ministerio de Economía que
viajaron a Washington para acelerar un acuerdo. El Fondo le exigirá al
Gobierno un programa que permita acumular reservas, que cayeron a valores
mínimos.
Las
estimaciones del sector privado son coincidentes en que quedan menos de USD
5.000 millones de reservas netas netos, que se utilizarán para pagar deuda al
propio FMI y los primeros vencimientos fuertes de intereses de bonos
reestructurados (casi USD 700 millones en enero). Con viento a favor, el
Central podría llegar hasta febrero.
Recuperar
reservas brindaría mayor fortaleza para aflojar el cepo cambiario, reducir los
niveles de vulnerabilidad ante posibles shocks externos y eventualmente volver
a tener acceso a los mercados financieros. Se trata de un círculo virtuoso que
exige dejar atrás la desconfianza de los inversores, algo que hoy parece
lejano.
La
otra exigencia, que va de la mano con la necesidad de fortalecer el nivel de
reservas, es sincerar el valor del dólar. Este proceso ya sucedió en los
distintos tipos de cambio que surgen del mercado bursátil. El dólar MEP y el
“contado con liquidación” pasaron de $ 180 a valores que ya rondan los $ 215.
Todo sucedió en las tres semanas posteriores a las elecciones legislativas,
cuando el BCRA dejó de vender divisas que tenían como objetivo evitar que no
aumente la brecha cambiaria.
Sincericidio
En
su discurso ante la UIA, el titular del Banco Central, Miguel Pesce, cometió
"sincericidio cambiario"
Ahora
todas las miradas apuntan al tipo de cambio oficial. Miguel Pesce, rompió
el jueves, durante su presentación en la UIA, la regla no escrita de cualquier
presidente de un Banco Central en cualquier lugar del mundo: nunca anunciar una
devalución.
Pero
fue exactamente lo que hizo, posiblemente envalentonado ante industriales que
se lo reclaman. Pesce explicó que “ni bien las condiciones inflacionarias lo
permitan” se abandonará el actual régimen de ajuste cambiario (una tablita que
aumenta 1% líneal por mes) para pasar a un esquema más acelerado.
Sus
palabras le costaron sólo el viernes USD 135 millones de reservas al BCRA, en
una jornada que tuvo récord de operaciones. La reacción del mercado fue
obvia: los exportadores automáticamente dejaron de liquidar divisas a la espera
del “sinceramiento cambiario” y los importadores se agolparon para tratar de
conseguir como sea los últimos dólares baratos.
El
titular del Central, además, justificó la decisión de haber planchado el dólar
en el año electoral como una “medida necesaria” para contener la inflación. La
medida que en realidad impulsó Martín Guzmán fue el gran fiasco de
2021: mientras que el tipo de cambio oficial aumentó menos de 20% en el año, la
inflación rozará el 50%.
La
devaluación del tipo de cambio oficial es la medida más inevitable de todas de
cara al 2022, por dos motivos: el atraso acumulado a lo largo de este año y la
falta de reservas para defender una paridad por parte del Central. La forma que
adoptará ese fuerte ajuste cambiario es todavía materia central de discusión
entre el Fondo y el Gobierno para poder cerrar el acuerdo.
El “ajuste silencioso” y su
socio invisible
¿El
déficit fiscal no entra en las discusiones? Por supuesto que sí, pero en este
caso el escenario no tiene tanto nivel de complejidad. La decisión del
Gobierno, que contaría con una mirada complaciente del Fondo, es seguir con un
“ajuste silencioso” vía inflación. La continuidad de un índice
inflacionario alto y persistente implicará la licuación del gasto en salarios
públicos, jubilaciones, planes sociales y subsidios energéticos y al
transporte.
El
último cálculo difundido por el Central del Relevamiento de Expectativas de
Mercado (REM) arrojó que economistas y consultoras esperan un índice de
inflación del 52,1% para el 2022. Pero por lo general se trata de estimaciones
que terminan siendo ampliamente superadas por la realidad.
Para
el kirchnerismo es impracticable anunciar un ajuste del gasto vía fuerte
aumento de tarifas. Lo intentó el gobierno de Mauricio Macri y fracasó. Es
mejor seguir aumentando los subsidios a las empresas, pagarlos con emisión
monetaria y fogonear aún más la inflación. El resultado es el mismo: caída del
salario real, pero sin la necesidad de anuncios “antipáticos”.
La
combinación de menores gastos relacionados al COVID-19, el fuerte aumento de
los precios y un tipo de cambio más alto debería ser suficiente para bajar el
déficit primario a 3% del PBI o incluso menos.
Cuestión de tiempos
Por
más que Guzmán lo niegue, habrá ajuste, con ayuda de la inflación
Dólar
y déficit fiscal son los dos grandes temas que estarán en la gran mesa de
discusión con el Fondo en los próximos días. Pero hay una cuestión de
temporalidad. La crisis cambiaria no resiste más postergaciones, debe ser
encarada de manera inmediata. En cambio la baja del déficit, presente en
cualquier programa con el organismo, sí permite un mayor gradualismo en la toma
de decisiones.
¿Gato muerto o inicio de
ciclo alcista?
En
el medio de una semana muy complicada tanto en el frente local como el
internacional, el dato que no dejó de llamar la atención fue el fuerte repunte
de los bonos argentinos, sobre todo jueves y viernes.
La
mejora coincidió con un grupo de fondos internacionales que visitó la Argentina
y mantuvo reuniones con funcionarios y economistas. Muchos de ellos son
tenedores de deuda local e ingresaron al canje de deuda en septiembre del año
pasado. Las pérdidas se siguieron acumulando desde entonces, ante la caída de
las cotizaciones y la suba del riesgo país.
¿Fue
el rebote del “gato muerto” o el inicio de un ciclo alcista para la deuda
argentina? En medio de mercados globales alterados por la suba de la inflación
en Estados Unidos y los temores a cierres por la variante Ómicron, parece más
lo primero que lo segundo. Es cierto que los actuales valores ya
descuentan una nueva reestructuración de la deuda en un par de años, con
alargamientos de plazos y fuertes quitas de capital. Sin embargo, los
inversores no están precisamente ávidos por cargarse de deuda argentina en un
contexto que se volvió mucho más impredecible.
Entre
las urgencias cambiarias y un clima internacional menos favorable, el Gobierno
no tiene mayores alternativas que apurar todo lo posible el acuerdo con el FMI.
El objetivo de máxima es anunciar un primer borrador antes de fin de año, pulir
detalles luego de las fiestas de fin de año y llegar al directorio entre
febrero y principios de marzo próximo. El objetivo, en todo caso, es
mantener alta la expectativa del arreglo para evitar los sobresaltos típicos
que sufre la economía argentina durante los meses de verano.
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