Por Daniel Artana - Resuelta la contienda electoral el Gobierno
nacional deberá ordenar las cuentas para que sea posible
resolver exitosamente la negociación con el Fondo Monetario Internacional. Una
mirada a la evolución de los números fiscales da algunas referencias útiles
para tomar decisiones hacia el futuro.
Al asumir en diciembre de 2019 el Gobierno heredó una situación de
virtual equilibrio primario. Tomando promedios móviles de seis meses a valores
constantes para suavizar el impacto de los pagos de aguinaldos y excluyendo los
DEGs y el Aporte Solidario que no podrán repetirse en el futuro, los ingresos
del Tesoro Nacional eran en septiembre de 2021 alrededor de 3% inferiores a los
del mismo mes de 2019, mientras que el gasto primario era 14% más alto.
Eso ocurrió a pesar de los aumentos en la presión
tributaria dispuestos previo a la pandemia (bienes personales, impuesto
País y retenciones) y de otros menores que se aplicaron durante la crisis
sanitaria, de la mejora en los ingresos por derechos de exportación que
permitió el aumento espectacular en el precio internacional de la soja, y de la
normalización de la actividad económica, que se ubica en niveles similares a
los registrados a finales de 2019.
A mediano plazo debería poder
recuperarse ese 3% de ingresos y quizás algo más, lo que permitiría reducir el
desequilibrio primario en alrededor de 20%.
Sin embargo, el mayor gasto explica el
80% del aumento en el déficit primario que se observó
en esos dos años. La partida clave a mirar son los subsidios al
sector privado que incluyen una gran variedad de ítems, pero donde se destacan
los subsidios a la energía y al transporte.
El populismo tarifario que ignoró incluso los tibios aumentos previstos
en el presupuesto del año 2021 explica
que los subsidios prácticamente se duplicaran entre septiembre de 2019 y
septiembre de 2021. Ese aumento en el gasto explica casi la mitad del
déficit primario. No hay alternativa a subir tarifas en forma inmediata al
menos para llegar este año al aumento de 30 a 35% incluido en el presupuesto,
para luego continuar con mejoras adicionales en términos reales.
El resto del gasto también debería retrotraerse a los niveles
previos a la pandemia. Eso requiere una reducción de alrededor de 7% real que
no parece difícil de alcanzar en un par de años si hay voluntad política de
hacerlo. En suma, se podría alcanzar el equilibrio primario en dos años.
Claro está que esto requiere reformular el presupuesto para el año 2022,
que prevé un déficit primario de más de 3% del PIB, repitiendo prácticamente
los números de este año. El discurso
oficial de que una reducción mayor abortaría la recuperación es inconsistente
con lo que se prevé hacer en el resto del mundo.
El último Fiscal Monitor del FMI proyecta una reducción a la mitad en el
déficit primario de las economías avanzadas entre 2021 y 2022 (de 7.8% del PIB
a 4%) y a menos de la mitad en América Latina (de 2,4% del PIB a 1%). Un país
como la Argentina que prácticamente no tiene acceso al crédito voluntario y que
abusa del impuesto inflacionario debería tratar de ser más prudente que sus
vecinos que no tienen esos problemas; en cambio el presupuesto prevé un
desequilibrio primario que es más de tres veces más alto que el promedio
proyectado para la región en 2022.
Hay otra razón para apurar la consolidación fiscal. El BCRA debe
mejorar su posición de reservas internacionales. En el contexto actual sólo
puede comprar reservas con emisión.
Con los activos de los bancos saturados de Leliqs, pases y bonos del
Tesoro, si se mantiene alta la presión del fisco sobre la autoridad monetaria y
al mismo tiempo se quiere comprar reservas aumenta el riesgo de
un incidente de proporciones.
El Gobierno puede mejorar las expectativas si enfrenta los problemas con
decisión. Ello requiere entender que los problemas principales no son la deuda
o el FMI, sino las inconsistencias de un programa que privilegió el resultado
electoral inmediato en lugar de la normalización. El plan "urna" que
empezó varios meses antes de las PASO terminó en una derrota electoral de
vastas proporciones. Es vital que el Gobierno aprenda de sus propios errores.
(*) Daniel
Artana es economista jefe de FIEL
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