Domingo 21 - Por Marcos Buscaglia* - En su discurso grabado en
la tarde de las elecciones, el presidente Alberto Fernández dejó varias pistas
importantes sobre lo que vendrá en materia económica en lo que denominó la
“segunda parte” de su gobierno. Mala elección de palabras; todos sabemos que
las segundas partes nunca son buenas.
El
Presidente argumentó que es “necesario (…) seguir el camino del ordenamiento de
las cuentas del Estado, pero jamás a costa de un ajuste del gasto” y agregó que
“el superávit fiscal virtuoso siempre es hijo del crecimiento, no del ajuste.”
Luego prosiguió comunicando que “en esta etapa profundizaremos nuestros
esfuerzos por llegar a un acuerdo sustentable con el FMI”, problema que definió
como el “escollo más importante que enfrentamos”. Relacionado con eso, anunció
que “en la primera semana de diciembre enviaremos al Congreso de la Nación un
proyecto de ley que explicite el ‘programa económico plurianual para el
desarrollo sustentable’”, que “contemplará los mejores entendimientos que
nuestro gobierno haya alcanzado con el staff del FMI”. Y aclaró que esta
decisión cuenta con el “pleno aval del Frente de Todos”.
Mientras
tanto, en los días siguientes a las elecciones el Banco Central mostró
continuidades y cambios en el manejo de la política cambiaria, que es uno de
los problemas más difíciles que tiene que resolver el Gobierno en los próximos
meses. Por un lado, mantuvo la suave depreciación del peso diaria de los meses
anteriores a las elecciones, contrariamente a las expectativas de que
aceleraría el paso. Es más, en los dos días inmediatamente posteriores a las
elecciones, el Banco Central desaceleró el ritmo de devaluación diaria. Otra continuidad
fue la introducción de nuevas regulaciones cambiarias, para cerrar canillas por
donde el mercado eludía el cepo cambiario.
Pero
también hubo cambios con respecto a lo que venía haciendo hasta el domingo
pasado. Dejó de intervenir en algunos mercados para contener la brecha, por lo
que el dólar MEP sufrió una fuerte apreciación. El objetivo del cambio debe ser
dejar de perder reservas para mantener la brecha entre el tipo de cambio
oficial y los mercados libres. Hasta septiembre habría usado US$1818 millones
de las escasas reservas internacionales para lo que, si fuera el gobierno de
Macri, se hubiese llamado “financiar la fuga”, pero que ahora se denomina más
técnicamente, en palabras de Martín Guzmán, como “mantener la brecha cambiaria
estable”.
Más
allá de continuidades y cambios, el objetivo parece ser el mismo: proteger las
reservas para llegar a fin de año sin devaluar, y que así “la gente tenga unas
fiestas felices”, como quiere el secretario de Comercio Interior, Roberto
Feletti. También, para esperar el avance en las negociaciones con el Fondo
Monetario Internacional (FMI). Ahí es donde empiezan los problemas.
Es
muy difícil, casi diría imposible, que el ‘programa plurianual’ que el Gobierno
pretende enviar al Congreso a inicios de diciembre contenga algún entendimiento
con el FMI. Negociar un programa no es tarea sencilla. A diferencia de lo que
piensan los economistas del kirchnerismo, en la economía todas las variables
están interconectadas. Un acuerdo con el FMI requiere un precisoplaneamientodecomolasvariables
fiscales, monetarias, de crédito, del sector externo y de crecimiento e
inflación interactúan entre sí. Como diría Cristina, en la economía “todo tiene
que ver con todo.”
Teniendo
en cuenta cómo fue la negociación de la deuda con el sector privado, lo más
probable es que veamos una negociación distinta a la usual con el FMI y, por lo
tanto, más larga. En realidad, llamar negociación a lo que ocurrió con la deuda
privada es un tour de force. Más bien fue una sucesión de presentaciones unilaterales
del Gobierno de lo que creía era un plan sustentable, con muy poco o nulo
diálogo con sus interlocutores. Los planes se reajustaban a medida que los
acreedores rechazaban las sucesivas propuestas.
El
Gobierno terminó ganando por cansancio. En lenguaje kirchnerista, perdió
ganando, porque en realidad no logró lo que debería haber sido el principal
objetivo de la renegociación: ganar la confianza de los acreedores y reabrir el
mercado de deuda para el Gobierno y para las empresas. Esa victoria pírrica
tuvo un gran costo para el país: a la hora de financiar el déficit originado en
la pandemia del Covid-19, no pudo acceder al mercado de deuda voluntaria como
todos los países del mundo, y tuvo que recurrir al financiamiento
inflacionario, el más costoso para las familias de bajos ingresos.
Así,
es muy probable que más que un entendimiento con el FMI, el ‘programa
plurianual’ contenga el plan que el Gobierno pretende firmar con el FMI. Y es
probable también que, igual que los presupuestos que presentó esta gestión ante
el Congreso, el plan plurianual sea solo una expresión de deseos, muy distantes
de la realidad que se avecina.
Ahora,
supongamos por un instante que el FMI esté dispuesto a aceptar cualquier
programa que le presenten. Lo que quiero demostrar con este argumento en los
próximos párrafos es que el principal escollo para el Gobierno no es el
préstamo con el FMI, como dice el Presidente, sino los propios argentinos. El
principal problema que enfrenta el gobierno es hacer que los argentinos confiemos
en nuestra moneda, evitando querer comprar dólares a toda costa, y en nuestro
futuro, haciendo que las empresas inviertan y contraten personal, para que el
país vuelva a crecer después de más de una década de estancamiento.
¿Qué
escollos macro enfrenta para lograr estos objetivos? Entre otros, un déficit
fiscal muy alto, que se financia con emisión monetaria y que, por lo tanto, ha
generado una elevada inflación, al mismo tiempo que existe una presión
impositiva insostenible para el sector productivo; pocas reservas
internacionales y un tipo de cambio oficial atrasado y al mismo tiempo con una
brecha muy grande, una combinación que estimula las importaciones y desestimula
las exportaciones.
Es
decir, cualquier plan que quiera convencer a los argentinos tiene que, al mismo
tiempo, corregir las distorsiones cambiarias, bajar el déficit fiscal y bajar
la presión impositiva. El problema es que, según expresiones del propio
Gobierno y según trascendidos, su objetivo sería reducir el déficit fiscal
primario en solo un punto del PBI en 2022, al 3%, en parte sobre la base de
subas de impuestos. También, en sus propias palabras, busca evitar una
devaluación del peso.
Esta
combinación tiene varios problemas. Un déficit primario de 3% del PBI
implicaría, según números del presupuesto, una emisión para financiar el
déficit de más de 1,1 billones de pesos en 2022. Esta emisión le seguiría a los
2 billones emitidos en 2020 (7,4% del PBI) y a los cerca de 1,6 billones que
terminará emitiendo este año (3,7% del PBI). Más emisión implica más brecha y
más inflación. Implica también más emisión de Leliq para esterilizar parte del
impacto en precios, alimentando una bola que está carcomiendo el crédito de los
bancos al sector privado. Sin devaluación del peso ni un corte más fuerte a la
emisión, la brecha seguirá elevada y, por lo tanto, las exportaciones no
dinamizarán la economía. El sector productivo se vería presionado, además, por
la falta de crédito, por una inflación creciente e incierta y por una mayor
presión impositiva.
Así,
aunque el Gobierno piense que le estaría ganando al FMI, en realidad estaría
perdiendo. ß
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