Por
Pablo Wende - La decisión
que tomó ayer el Banco Central de dejar de intervenir para controlar el tipo de
cambio bursátil (conocido como dólar MEP) representa un fuerte cambio en
la política cambiaria que venía desarrollando la entidad. Aunque nadie sabe si
esto será transitorio o definitivo, la elección del titular de la
entidad, Miguel Pesce, es priorizar la acumulación de reservas, pero a
costa de permitir una mayor flotación del dólar implícito en las cotizaciones
bursátiles.
La
decisión de ayer trajo consecuencias inmediatas. El dólar MEP subió desde $ 180
(que era el valor “subsidiado por el Central) hasta $ 200. Se trató de una
fuerte devaluación pero que igual no sorprendió a nadie. Ahora este tipo de
cambio desplaza al denominado dólar Senebi, en referencia a la operatoria que
se desarrolla estrictamente entre privados, sin intervención del BCRA. Y además
queda prácticamente al mismo valor que el dólar libre, que ayer también cerró
al borde de los $ 200.
Las
diferencias de cotizaciones que artificialmente mantenía el BCRA habían
permitido arbitrajes millonarios entre los operadores en los últimos
meses. Era creciente la cantidad de inversores que compraban dólares MEP y
luego lo vendían en el Senebi (mercado de bonos sin intervención del Central),
llegando a obtener diferencias superiores al 10% en dólares en cuestión de
horas. Ese “rulo”, un poco más sofisticado que comprar en el oficial y vender
en el mercado informal, le costó cientos de millones de dólares en reservas al
BCRA.
El
Banco Central dedicó una verdadera fortuna para evitar que el dólar implícito
se mantuviera relativamente bajo control, aunque muy lejos del
oficial. Según estimó el economista Fernando Marull, desde
octubre de 2020 hasta la fecha, la venta de reservas para conseguir ese
objetivo llegó a los USD 2.500 millones. El resultado está a la vista: no evitó
en lo más mínimo el aumento de la brecha cambiaria, que volvió a niveles del
100% en relación al tipo de cambio oficial.
Justamente
una de las principales premisas del FMI es evitar la intervención de los bancos
centrales para sostener un tipo de cambio artificial. A su vez esto debería
ayudar para otra de las políticas clásicas del organismo cuando cierra un
acuerdo con países miembro: promover la acumulación de reservas, que se
transforman en una línea de contención ante eventuales crisis propias o
externas.
El
cambio de estrategia le permitió al Central finalizar con un saldo comprador de
USD 50 millones. Y el objetivo sería continuar acumulando en diciembre, cuando
ingresan los dólares de la cosecha fina, que podría llegar a un récord superior
a los USD 3.000 millones.
Acumular
reservas, por otra parte, le permitiría al Gobierno avanzar con un ajuste
suave del tipo de cambio oficial y evitar una devaluación brusca. El aumento en
la tasa de ajuste del dólar oficial es algo que la mayoría de economistas y
consultoras consideran inevitable en el corto plazo. Pasaría de 1% mensual que
mantuvo a lo largo de 2021 a una tasa más cerca al 2,5% ó 3% por mes,
acercándose a los niveles de la inflación minorista.
La
normalización del mercado es hoy inviable, al menos mientras continúen los
altos niveles de desconfianza por parte de los inversores. Liberar el tipo de
cambio implicaría aceptar una fuerte devaluación, que generaría un salto mayor
en precios y en los niveles de pobreza.
Uno
de los puntos centrales del acuerdo con el Fondo incluirá el capítulo cambiario.
Sin embargo, difícilmente se podrá satisfacer al organismo en la idea de
ir hacia un tipo de cambio flotante y un mercado único, saliendo de los tipos
de cambio múltiples que de hecho existen hoy.
Sin
embargo, por primera vez en mucho tiempo los dólares alternativos quedaron
alineados, por lo que en la práctica existirían dos cotizaciones. La oficial,
reservada para operaciones de comercio exterior y pagos de deuda hasta los
estrictos límites estipulados por el BCRA, y por otro lado el dólar financiero
por el cual es posible atesorar y también girar al exterior.
En
las próximas semanas debería haber avances entre el staff del organismo y el
equipo económico para sentar las principales bases de lo que sería un acuerdo,
incluyendo metas fiscales y monetarias. Luego se presentaría dentro del
denominado “programa económico plurianual” que según Alberto Fernández se
enviaría al Congreso a principios de diciembre.
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