Por Fernando
Gutièrrez - Luego de meses en la cuerda floja, Martín Guzmán se
siente "empoderado". Encontró el argumento con el cual
"vender" un programa de ajuste fiscal como parte de una política de
crecimiento e inclusión social.
Y
logró que lo expusieran los principales dirigentes del Frente de Todos,
empezando por Alberto Fernández. Su argumento es simple pero potente:
equilibrar las cuentas fiscales no es de derecha ni equivale a ajustar, siempre
que se lo haga en el contexto de una economía en crecimiento. En ese caso, la disminución del rojo fiscal
como porcentaje del PBI es resultado de que hay una economía más grande, y no
debe confundirse ese "ajuste virtuoso" con el tipo de ajuste que
hacía el macrismo, que achicaba el déficit en un entorno de recesión.
Con
palabras parecidas, todos los candidatos del oficialismo repitieron ese
argumento en el acto de cierre de la campaña electoral y también en la noche
del domingo, cuando se festejó la "remontada" electoral del peronismo.
Lo
más importante de todo es que Guzmán parece haber convencido de su
argumento a la propia Cristina Kirchner, con quien hace dos meses mantuvo
una polémica pública respecto del volumen del gasto público y del exceso de
vocación fiscalista que estaba mostrando el ministro al sub ejecutar partidas
presupuestarias.
No
por casualidad, el Presidente destacó en su mensaje en cadena que el programa
de reforma económica cuenta con el aval de la vice. Trascendió que la jornada
anterior a la elección, el propio Guzmán mantuvo una conversación con
Cristina en busca de ese apoyo.
Tampoco
por casualidad, el Fondo Monetario Internacional está reclamando de
manera explícita que el nuevo programa plurianual que envíe Alberto al Congreso
–y que será la base para el acuerdo con el organismo- "debe contar con un
amplio apoyo político y social". Cuando el FMI pide ese consenso, el
mensaje político que está enviando no es tanto que Alberto garantice el apoyo
de Horacio Rodríguez Larreta sino el de Cristina Kirchner, la única persona con
capacidad real de hacer que el plan económico fracase si no acompaña las
medidas.
¿Consenso
para el ajuste fiscal?
Ironías de la política
argentina, el momento actual de Guzmán guarda ciertas similitudes con el del
ajuste fiscal protagonizado por Nicolás Dujovne, el ex ministro de la
gestión macrista que se jactaba en los foros internacionales de que, por
primera vez en un gobierno democrático, se había generado el consenso social
para una política de ajuste. Antes, recordaba Dujovne en un acto de "sincericidio
político", esos programas sólo habían sido posibles de ejecutar bajo
gobiernos dictatoriales.
Claro
que Guzmán tuvo que ajustar el discurso para hacerlo potable a su público
"progresista", pero la realidad es que logró tener el aplauso de la
coalición de Gobierno ante un programa en el que la palabra ajuste no se
menciona pero se siente.
El ejemplo más emblemático al
respecto es el de las jubilaciones: en octubre, según los datos de la Oficina
de Presupuesto del Congreso, el gasto estatal volvió a caer un 4% real en
términos interanuales, siguiendo la tónica que caracterizó todo el año. Y esto ocurrió
incluso en un momento en el que, para congraciarse con el núcleo duro del
kirchnerismo que exigía más gasto, Guzmán expandió el gasto público con un
incremento de 30% en las asignaciones familiares, un 78% de suba en la obra
pública y un impactante 124% en los subsidios a la energía eléctrica, además de
una cifra récord de adelantos transitorios que terminaron, en su mayor parte,
reforzando los presupuestos de asistencia social en el conurbano bonaerense.
Fue
el gasto que pagó Guzmán para evitar que
desde dentro del propio Gobierno se forme una oposición a su proyecto de
presupuesto para el año próximo, en el que prevé, por ejemplo, achicar del
actual nivel de 3% del PBI a 1,5% los subsidios energéticos.
En
todo caso, Guzmán tiene ahora aval oficial para usar la tijera fiscal. Ya en el proyecto de presupuesto había avisado que
llevaría el rojo a un 3,3% del PBI, aunque quienes siguen de
cerca las negociaciones con el Fondo Monetario creen que el organismo pedirá un
esfuerzo mayor.
Pero
es algo que el ministro también tiene previsto. Está pensando en que una forma
de compensar los recortes sea un incremento en la ayuda de organismos
multilaterales de crédito, como el Banco Interamericano de Desarrollo y el
Banco Mundial.
No
por casualidad, al día siguiente de la elección legislativa, Alberto Fernández
aprovechó el acto por los 30 años de la Comunidad Iberoamericana para calificar
como "urgente" la provisión de liquidez al sistema multilateral de
desarrollo, como forma de combatir la crisis social derivada de la pandemia. Y
enfatizó, además, que era fundamental dotar de rapidez a esa asistencia,
mediante "un sistema iberoamericano 4.0 que movilice recursos de modo
ágil".
Ese
reclamo coincide, además, con el intento de que los Derechos Especiales de
Giro que repartió el FMI a los países en crisis –y que Argentina
inmediatamente debió usar para cancelar obligaciones financieras- puedan
regresar para apoyar la financiación de infraestructura pública.
El
kirchnerismo digiere el ajuste tarifario
Lo
cierto es que, en estos días, Guzmán siente que las cosas le están jugando a
favor. Los números le permiten afirmar que se superará largamente el
crecimiento del PBI, originalmente previsto en torno de 5%, luego corregido al
7% y ahora cerca de los dos dígitos. Su cálculo es que para el primer semestre
del 2022 la producción industrial ya no sólo habrá recuperado la caída de la
pandemia sino que también habrá pasado el volumen del 2019, con lo cual le
aportará al Gobierno un argumento para afirmar que se cumplió una de las
promesas centrales de la campaña electoral.
Así, con un rebote a
"tasas chinas", el ministro se encuentra con que el momento político
le ofrece un mayor margen de maniobra: un gobierno debilitado en las urnas pero
con esperanzas de recuperación, necesita un programa que le permita combinar la
estabilidad financiera con el crecimiento.
Y,
al mismo tiempo, tiene enfrente una oposición que, contra su voluntad, le
jugará como aliada, porque ideológicamente está de acuerdo con la necesidad de
realizar un ajuste y le resultará difícil encontrar un justificativo moral para
oponerse a recortes del gasto público.
Es
en este nuevo marco que Guzmán parece haber encontrado por fin eco a algunos de
sus antiguos reclamos. Por ejemplo, el de la disminución del subsidio
energético –que fue resistido durante todo el año por el kirchnerismo, que no
quería nada que lo pusiera en la situación de ser acusado de un "tarifazo".
Pero
el ministro encontró también la forma de hacer "vendible" ese ajuste,
al explicar que se está subsidiando a sectores de ingresos altos que no lo
merecen y que, por culpa de esa mala administración de los recursos, se debe
limitar la ayuda.
Y
tras la elección del domingo, por primera vez referentes de
la base kirchnerista empezaron a aceptar y apoyar ese argumento. Claro,
resta saber cuál será el número que el kirchnerismo considere tolerable a la
hora de implementar los ajustes tarifarios, pero al menos desde lo conceptual
se empezó a desmontar la resistencia que existía sobre este punto.
También
Guzmán está encontrando mayor consenso en su propuesta
para acelerar la tasa devaluatoria: como ya lo insinuó en el
proyecto de presupuesto, quiere pasar del actual ritmo de deslizamiento de 1%
mensual a otro de más de 2%. Es algo que reclaman los economistas preocupados
por la distorsión de precios relativos que provoca la inflación en dólares.
Entre
quienes apoyan esa visión se encuentran desde técnicos del Fondo Monetario hasta
los empresarios de la Unión Industrial Argentina y del sector
agropecuario, que estiman en un 30% la necesidad de corrección cambiaria.
El
argumento de Guzmán para "vender" internamente ese cambio es que de
esa manera se impulsará una mayor liquidación de exportaciones y, sobre todo,
que se aliviarán las tensiones del mercado financiero. En otras palabras, que
si no se acelera el deslizamiento de manera controlada, será inevitable
una corrección brusca como la que tuvo que convalidar Axel Kicillof en el verano
de 2014, recién asumido en el sillón de ministro.
Inflación:
foco ortodoxo, discurso populista
La
apuesta mayor de Guzmán es la que atañe a la inflación: ya convenció
a Alberto Fernández pero ahora le falta hacerlo con el kirchnerismo. En
las reuniones que el Presidente mantuvo con empresarios la semana pasada,
esgrimió el argumento de que, en una senda de déficit descendente y con una
economía en crecimiento, el Tesoro irá
bajando su necesidad de recurrir a la "maquinita" del
Banco Central. Y que, por consiguiente, la presión inflacionaria por exceso de
pesos en el mercado iría descendiendo.
No
es un tema menor luego de un año en el que se acumula una asistencia del
Central por $935.000 millones, una cifra que, sumada al déficit cuasifical –es
decir, la bola de Leliq y pasivos del BCRA- son vistas como una bomba
inflacionaria.
Lo
que en realidad Guzmán trata de implementar no es un corte abrupto en la
asistencia del Central, algo que sería imposible de hacerse en el actual
contexto, pero sí dejar delineado un plan para que esa asistencia vaya en un camino
descendente. Algo parecido
a un plan de metas de agregados monetarios, una fórmula
ortodoxa que, por cierto, no se parece en nada a la idea que el kirchnerismo
tiene sobre el origen de la inflación. De hecho, otro funcionario que se
siente ganador tras las elecciones, Roberto Feletti, reiteró que "la causa de la
inflación es la puja distributiva", y hasta confesó cierta preocupación
por la presión que los aumentos salariales de fin de año le puedan poner a los
precios.
Es
también un tema en el que pensó Guzmán: prometió una recuperación salarial en
el 2022, con salarios que crezcan unos cuatro puntos por sobre su proyección de
inflación de 33%. Es el punto en el que el ministro tiene mayores dificultades
de persuasión, dado que los sindicatos ya le creyeron este año su meta de 29% y
luego activaron masivamente las cláusulas gatillo para recuperar el poder
adquisitivo perdido.
Pero
al menos intentará sostener su promesa de un sendero de inflación en baja, con
un mix de argumentos ortodoxos –a la menor emisión monetaria- y otros
heterodoxos –como los controles de precios-.
Paradójicamente, lo que
fortaleció a Guzmán fueron las debilidades de la economía: es tal la urgencia
por un acuerdo con el FMI –el cronograma prevé pagos por u$s8.500 millones
hasta marzo- y es tal la magnitud de la crisis social que llevó la pobreza a niveles récord, que
todos entienden que no hay margen para volantazos sin que se produzca un riesgo
de explosión.
Así,
con guiños del Gobierno, del FMI, de las empresas y hasta del mercado
financiero –que por ahora está en actitud de "wait and
see" y no generó una corrida cambiaria-, Guzmán sabe que es ahora
o nunca para lograr su ansiado mantra de "tranquilizar la economía.
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