Por Luis Secco y
Alejandro Tullio - Después de la derrota en las PASO, el Gobierno decidió
reconstruir gobernabilidad apelando a la política. O tal vez, para ser más
precisos, a la política de los nombres. Ese viejo recurso de usar a ciertas
figuras capaces de aportar alguna cuota de poder y expectativas de una gestión
más eficaz de ese poder. Sin embargo, en los últimos años no existe evidencia
alguna del efecto sanador –en términos de política o de economía– de los
nombres propios. Son las razones por las que las personas llegan a los cargos
las que pueden dar pistas de una mayor o menor estabilidad.
Tanto en el
gobierno nacional como en el de la provincia de Buenos Aires, hubo un
desplazamiento de poderes (un reequilibrio) que no rompe con la lógica de la
coalición que es el Frente de Todos, pero que intenta modificar su simbología y
su discurso predominante.
Porque para gran
parte de las bases peronistas y muchos de sus dirigentes del interior, la
simbología y el discurso están alejados –tanto en fines como en medios para
alcanzarlos– de las prioridades de un país en crisis.
Frente a esas
prioridades, las decisiones adoptadas no han hecho otra cosa que comprometer un
poco más los desequilibrios macroeconómicos.
Todos queremos
creer (tenemos la obligación de la esperanza, diría Borges) que lo que el
Gobierno está haciendo es solo algo transitorio con el fin de revertir el
resultado de las PASO. Pero una gran mayoría de los argentinos no ven ninguna
señal que les permita mejorar sus expectativas.
Las propuestas
políticas, si bien requieren tener un componente inspiracional o un aspecto motivador,
no pueden ser un ejercicio de voluntarismo, sino que deben poder responder a un
conjunto de interrogantes que hacen a su propia sustentabilidad.
La sustentabilidad
macroeconómica es una de ellas, pero también la social, la ambiental y la
conceptual, entendiendo esta última como la pertinencia de que un determinado
tema sea objeto prioritario de una política pública.
Cualquiera sea el
resultado electoral, más o nuevas políticas no sustentables serán la antesala
de más frustración colectiva. Solemos decir que las elecciones expresan un
mensaje y una enseñanza, pero ocultamos que los gobiernos que pierden las
elecciones lo hacen muchas veces por no atender los mensajes que estaban
recibiendo, y esa sordera es perdurable.
En tal sentido, si
el Gobierno lograse dar vuelta el resultado de las PASO el domingo 14, será
difícil que dentro del oficialismo no se arraigue aún más la creencia de que el
gasto público paga y que el déficit fiscal, no importa cómo se lo financie, es
bueno y necesario.
Cualquiera sea el
resultado electoral, más o nuevas políticas no sustentables serán la antesala
de más frustración colectiva
Austeridad cuestionada
Y si se mantienen
los resultados, lo más probable es que el diagnóstico sea que se hizo poco y
tarde.
En ambos casos, la
supuesta austeridad del ministro Martín Guzmán quedaría aún más desprestigiada,
lo que condicionaría cualquier atisbo de contención fiscal (y monetaria) hacia
adelante, justo en medio de las negociaciones para llegar a un acuerdo con el
FMI.
Y es aquí donde reside
el cuestionamiento más legítimo a la lógica de gobierno, a la ilusión de poder
seguir financiando una lista de acciones y derechos –sin entrar a juzgar sus
contenidos y alcances– sin medios de financiamiento adecuados. Las democracias
tienen la responsabilidad de entender que la voluntad política no es
performativa; las fuerzas políticas deben crear las condiciones objetivas para
las transformaciones que quieren encarar, y esas condiciones se llaman así
porque ponen límites, son las que dan forma y encuadran la acción de gobierno.
Si los sectores
vinculados a los movimientos sociales ya comenzaron a despegarse del modelo
distribucio nista reclamando empleo, poco debería faltar para reconocer que la
creación de empleo está condicionada (esa palabrita, una vez más) por el
estímulo y las facilidades para la inversión, la eliminación de obstáculos a la
contratación (no se trata de desconocer derechos, sino la modalidad de su
financiamiento y la responsabilidad de su ejercicio) y una política fiscal
equilibrada y consistente.
El Gobierno, en
estos días contradictorios, llama al diálogo, pero no escucha. reclama que le
den la razón, pero se niega a abrir en profundidad un diagnóstico de lo que
ocurre y sus razones, y un pronóstico de lo que ocurrirá si se empeña en
sostener medidas contradictorias con las leyes de la economía y resucitar
fórmulas de abordaje de los problemas económicos que nunca funcionaron.
El error, en este
caso, no es de teoría económica, sino de comprensión política.
En síntesis, el
debate acerca de si primero se requiere corregir la política o si lo primero
debe ser la economía parece ya tan viejo como lo del huevo o la gallina. La
evidencia empírica parece volverlo cada día más innecesario: se puede construir
toda la gobernabilidad que se desee, se puede hacer a partir de ella toda la
política que se quiera, pero si no se usa para resolver los problemas
económicos, cualquier construcción de poder luce quebradiza y poco duradera.
Porque, después de
todo, no hay política sin viabilidad económica.
Miembros del
Consejo Asesor de Llorente y Cuenca Argentina
El Gobierno, en
estos días contradictorios, llama al diálogo, pero no escucha.
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