Por Claudio
Zlotnik - Habrá que estar atentos: Martín Guzmán jugó fuerte en la
interna oficial. Apenas regresado de Europa, donde mantuvo
una dura negociación técnica con el Fondo Monetario, repudió enfáticamente la
posibilidad de que la Argentina vaya a pedirle un waiver (perdón) al organismo
para prorrogar los próximos vencimientos de la deuda. La versión había surgido
de la propia delegación que acompañó a Alberto Fernández a Roma y a Glasgow.
Aunque cerca del ministro creen que, como ya ocurrió, es el kirchnerismo
"duro" quien está detrás de esas operaciones.
Guzmán cree
que no hay margen para ninguna especulación. Sostiene, entre sus
colaboradores, que el Gobierno está obligado a llegar a un acuerdo con el FMI
apenas pasen las elecciones.
Se sabe: el titular
de Economía sostenía que ese pacto debía refrendarse aun antes de las
elecciones como forma de evitar cualquier volatilidad en el frente cambiario.
Algo que está sucediendo ahora mismo, con subas en las distintas cotizaciones
del dólares y con pérdidas de reservas, una dinámica que a su vez potencia el
clima de incertidumbre.
Guzmán está convencido de que todos los rumores y la demora
en la negociación empeoran el escenario. No está para nada de acuerdo con
plantear una estrategia que, en vez de allanar, ponga más piedras en el de por sí alterado camino hacia el acuerdo.
Desde el
kirchnerismo "duro" tienen una hoja de ruta diferente. El "ala
política" que responde a Cristina Kirchner tiene como referencia la
negociación que el propio Néstor Kirchner llevó a cabo con el Fondo a comienzos
de su mandato.
Entre
los dirigentes kirchneristas hay un convencimiento de que
esa dureza, que incluso alcanzó a los acreedores privados, le deparó a NK
una gestión virtuosa.
La idea de que con
el Fondo se negocia "mostrándole los dientes". Que el FMI se tiene
que hacer cargo del préstamo histórico que le concedió a Mauricio Macri
admitiendo una rebaja en la sobretasa que le imputa a la Argentina por haber
excedido su cuota y una extensión de los plazos de los créditos.
Ninguna de las dos
exigencias del gobierno argentino prosperó tras las negociaciones en Roma, a
pesar del reclamo de los países que integran el G-20, a pedido de la Argentina.
Desde el kirchnerismo "duro" confían en el
denominado "juego de la gallina", por el cual -tomando el caso de dos autos andando por una ruta a
toda velocidad, uno de ellos finalmente se echará a un costado para evitar una
colisión. Lo mismo puede pensarse de una negociación que es a todo o nada.
Si éste fuera el
caso, la apuesta del kirchnerismo es que, a punto de chocar, sea finalmente el
Fondo quien se salga de la ruta.
¿Por qué lo haría?
Por la impresión de que el FMI no quiere aparecer ante la comunidad
internacional como responsable de un estallido de la crisis en la Argentina,
después de haber violado su propio estatuto (en el mega préstamo de 2018) y con
una pandemia que recién ahora parece apaciguarse.
Los críticos de esa
teoría -entre los que tranquilamente podría estar el propio Guzmán, que
prefería un acuerdo antes de las elecciones- señalan que el gobierno de
"Los Fernández" hicieron poco por avanzar en la negociación. Y
que, a diferencia de lo que sucedía hace un año, en plena pandemia, ahora
existen menos incentivos para mostrarse colaborativo con el Gobierno.
Por lo pronto, lo
que está bien claro es que la Argentina ya no dispone de reservas para afrontar
los pagos que caen a partir de 2022.
Y eso también lo
sabe el FMI, que juega su parte a que el Gobierno no va a caer en default, por
el lastre económico e institucional que ello depararía.
El próximo
vencimiento aparece el próximo 22 de diciembre, que será abonado con los mismos
DEGs que el FMI le dio a la Argentina hace algunas semanas.
Para los
vencimientos de enero (u$s731 millones) y de febrero ya no quedan demasiados
dólares en las reservas. El cálculo de distintas consultoras indica que hay una
existencia en torno a los 5.000 millones de dólares. Ni hablar para la
obligación de marzo (u$s2.870 millones).
Por eso mismo, los funcionarios de Economía advierten que debería
acordarse durante el verano. Antes del vencimiento del 22 de marzo.
Fue lo que en su
momento les comentó el Presidente a los principales empresarios del país, con
quienes compartió un extenso almuerzo en la Casa Rosada. Sin embargo, desde ese
momento, no hubo ningún acercamiento efectivo con el organismo.
En este contexto,
las cotizaciones de los dólares "libres" se dispararon, y la brecha
se ensanchó.
El "contado
con liqui" sin intervención del BCRA terminó en torno de los $218, por
encima del paralelo, que ya quedó a un paso de los $200.
Igual de
preocupante es la pérdida de reservas: el BCRA volvió a quedar en rojo en el
mercado. Ayer miércoles fueron u$s40 millones. Pero desde el jueves de la
semana pasada, la cuenta marca un déficit superior a los 400 millones de
dólares.
Está más que claro
que así no se puede seguir. De ahí que Guzmán hace múltiples intentos por
sofocar las versiones que salen desde el propio Gobierno y que él siente que
juegan en contra de las expectativas.
Ya se sabe que la
suba del dólar blue tiene impacto negativo en las
expectativas de corto plazo, pero también pega en los precios. No de manera
directa, pero sí está claro que al bloquear el ingreso de importaciones, el
Gobierno termina por convalidar incrementos muy fuertes en los precios de
aquellos productos o insumos a los que les pone trabas para entrar al país.
Lo dicho más
arriba: Guzmán está convencido de que la firma con el FMI sería estabilizador
de la crisis cambiaria.
Y que sería la
clave para evitar males mayores, como una eventual salida de depósitos desde
los bancos, que por ahora sólo se percibe en cuentagotas.
En ese acuerdo
estuvo trabajando todo este año, hasta que Cristina Kirchner dio la orden de
posponer el cierre de las negociaciones hasta después de las elecciones de
noviembre.
El problema que ahora enfrenta el Gobierno es que la
dolarización se aceleró, y se corre el riesgo de que la posición en reservas del BCRA quede
más debilitada.
Una devaluación
está fuera del radar del oficialismo por la sencilla razón de que ese escenario
no sería soportable para la sociedad, ya contrariada por la inflación
interanual del 50% y la pobreza que pega en casi la mitad de la población.
¿Y entonces? El
mensaje desde Economía hacia la interna es contundente: ya no queda tiempo para
corcoveos. Ni para plantear el "juego de la gallina".
¿Escuchará esta vez
Cristina a Guzmán?
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