Por Florencia
Donovan - Estamos en el momento más tenso de la negociación con el Fondo
Monetario Internacional (FMI), pero con semejante lío que hay en la región, los
Estados Unidos no nos van a dejar caer”, asegura una figura clave del gabinete
de Alberto Fernández. Ninguno de los miembros del equipo económico se anima a
ensayar un escenario de ruptura con el FMI. Casi como un mantra, en privado
repiten, para quien quiera oírlos, que el objetivo es llegar a un entendimiento
con el organismo de crédito para antes de marzo.
Menos creyentes que
el jefe de Gabinete, Juan Manzur, quien se encomendó a Dios, cerca de Fernández
esperan que las gestiones del embajador en Washington, Jorge Argüello, y del
secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, surtan efecto sobre el ala
política del gobierno de los Estados Unidos. Las cosas en el Tesoro
norteamericano no están fáciles, todo lo contrario. Quedó más que claro en las
reuniones que el equipo económico tuvo con representantes del Tesoro en el
marco de la asamblea anual del FMI, en Washington, a mediados de mes.
Una dureza similar
se percibe en la línea técnica del FMI. Ya sin los pruritos del cargo, con una
sorpresiva franqueza, lo puso en palabras ayer, en una conferencia por Zoom,
Alejandro Werner, que fue hasta agosto pasado director del Departamento del
Hemisferio Occidental del FMI y uno de los hombres claves del acuerdo que se
firmó en el macrismo. “La Argentina no va a pagarle al FMI –disparó ante la
mirada atenta de economistas como Pablo Guidotti o Joaquim Levy, exministro de
Finanzas de Brasil–. La Argentina no va a hacer buenas macro ni micropolíticas
institucionales –dijo, en referencia a lo que espera que suceda en 2022–. Con
un programa con el FMI, probablemente pasen una revisión en los primeros cuatro
meses, y eso es todo. Luego va a volver a incurrir en atrasos o cuasi atrasos;
[un acuerdo con el FMI] no va a ser un buen instrumento para aplicar buenas
políticas ni va a cambiar nada. Para mí estamos sobrestimando el programa con
el FMI. Como mucho, será una curita temporaria para contener expectativas y
demorar la corrida bancaria durante cuatro meses, pero después no va a
funcionar. Porque si mirás a esta gente, qué se puede esperar de este
gobierno”, subrayó en el encuentro organizado por el Official Monetary and
Financial Institutions Forum.
La estrategia de
Alberto Fernández pasa, no obstante, por conseguir ahora que desde el
Departamento de Estado, con una visión menos económica y más geopolítica de la
región, influyan sobre el Tesoro para pavimentar el terreno hacia un acuerdo. A
esto apunta Fernández también sumándose a la agenda medioambiental que impulsa
el presidente de los EE.UU., Joe Biden. “Hoy la agenda del Departamento de
Estado hacia la región es mucho más propositiva. Aunque la Argentina casi no
figura entre sus prioridades, sino que la agenda la dominan Brasil, Ecuador,
Colombia y Uruguay, como el país de América Latina que mejor representa el
sentimiento norteamericano”, explica un hombre de contacto fluido con
Washington. “Pero no quieren problemas con la Argentina tampoco”. También en el
Gobierno esperan cosechar algún apoyo entre los accionistas del FMI que
participan de la Cumbre del G-20 en Roma, a la cual viajaron prácticamente
todos los hombres de confianza que tiene Alberto Fernández dentro del gabinete.
La agenda de Fernández comienza mañana, pero el primer acercamiento le
corresponde a Guzmán, que se reunirá hoy con el ministro de Finanzas de
Francia, Bruno Le Maire, y con el ministro de Economía de Alemania –y posible
reemplazante de Angela Merkel–, Olaf Scholz.
Más allá de la
retórica kirchnerista, que en las últimas semanas hizo del lema “primero se
crece, después se paga” una de sus banderas de campaña, en el equipo económico
aseguran que una vez transcurridas las elecciones de medio término se
acelerarán las negociaciones con el Fondo. Se ilusionan con la posibilidad de
que, después de la reunión de directorio del organismo que dirige Kristalina
Georgieva, prevista en principio para diciembre, viaje una nueva misión del
Fondo al país.
Está claro que en
el relato del equipo económico hay un condimento cada vez mayor de expresión de
deseo. Por lo pronto, porque ninguna de las figuras que acompañan a Fernández
en las negociaciones termina de tener en claro qué pedirá la vicepresidenta
Cristina Kirchner después de las elecciones del 14 de noviembre. Ni tampoco
cuánto estará dispuesta a ceder para sellar un acuerdo con el organismo
multilateral. Incluso Martín Guzmán, el único de todos los miembros del equipo
que cada martes se reúne en la Casa Rosada para discutir temas económicos, y
que dice tener diálogo con la vicepresidenta, sabe a ciencia cierta cuáles son
sus planes.
Un hombre de trato
frecuente con el núcleo duro del kirchnerismo da cuenta –no sin preocupación–
de las disquisiciones que surgen en el entorno de Cristina Kirchner: “Hay una
corriente dentro del kirchnerismo que dice: si después del acuerdo con el FMI
se abre un horizonte favorable, acordemos, pero si no, siempre nos queda el argumento
del endeudamiento que nos dejó Mauricio Macri”. El resultado del 14 puede
terminar volcando la balanza para un lado u otro. Si el objetivo es solo
procurar contener al núcleo duro de votantes, probablemente gane la segunda
opción.
El ingreso de Roberto
Feletti al Gobierno como secretario de Comercio, pero con la potencia verbal de
un ministro, va en esa misma dirección. Él mismo, antes de conocerse el
resultado de las PASO, cuando oficiaba de secretario administrativo del Senado
de la provincia de Buenos Aires, y tenía un bajísimo perfil, se mostraba
crítico del rumbo económico que había tomado la administración de Fernández,
pero reconocía que sus propuestas económicas podían ser algo “radicales” hasta
para Cristina Kirchner.
Muchos recuerdan
que la vicepresidenta no dudó en aplicar dosis de pragmatismo cuando lo
necesitó, después de perder en 2013 las elecciones de medio término con Sergio
Massa. Primero pagó US$506 millones a cinco empresas que habían ganado juicios
en contra del país en el Ciadi, el tribunal arbitral del Banco Mundial, y meses
después, en 2014, devaluó un 30% la moneda –con Axel Kicillof de ministro–,
acordó pagarle US$5000 millones a Repsol por la expropiación de YPF, firmó un
acuerdo para cancelar la deuda de US$9700 millones con el Club de París y hasta
anunció un aumento de tarifas de servicios públicos del orden del 700% en tres
etapas.
Cerca del
presidente Alberto Fernández reconocen que la economía –y el dólar–
difícilmente resistan dos años si no hay acuerdo con el FMI. Un programa con el
Fondo no va a garantizar una reversión de las expectativas económicas, pero al
menos allana el camino para llegar a 2023. Sin un acuerdo parece difícil que
cualquier país, ya sea Portugal, España o México, con quienes la Argentina
estuvo conversando, de en préstamo la cuota extra de DEG –como se conoce la
moneda del FMI– que recibió este año, como parte de la ampliación de capital
que hizo el Fondo. Mucho menos que le toque a la Argentina algo en la repartija
de DEG que podría hacerse entre las naciones de ingresos medios y bajos, vía el
Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad administrado por el
FMI.
También podría
complicarse aun más el plan financiero de Guzmán para lo que resta del año. Ya
de por sí, asumiendo que se renueva el 100% de la deuda que vence, cerca del
ministro estiman que el BCRA deberá igual transferirle al Tesoro al menos otros
$750.000 millones para financiar los déficits de noviembre y diciembre. Una
bomba de pesos en los dos últimos meses del año, considerando que en lo que va
de 2021, según datos del BCRA, se emitieron ya $790.311 millones para financiar
al Tesoro.
Pesos que, asimismo,
seguirán abultando el stock de letras (Leliq) y de pases del BCRA, que hoy
suman $4,4 billones, y le representaron en lo que va de 2021 la emisión de
$1,03 billones de intereses. En el directorio del BCRA, sin embargo, no tienen
planes por ahora de subir las tasas de interés de sus pasivos, a contramano de
lo que sucede en la región, donde la mayoría de los bancos centrales –el último
caso fue Brasil– iniciaron un marcado proceso de suba de tasas de interés.
Economistas como el expresidente del BCRA Federico Sturzenegger creen que
mantener una tasa real negativa –la tasa de referencia es del 38% cuando la
inflación corre a más del 50% anual– es una de las claves para que la llamada
“bola de Leliq” sea más bien “un helado de Leliq” –como las denominó en una
entrevista a Bloomberg– que se derrite todos los días en términos reales.
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