Por Carlos Pagni - Entre
las numerosas novedades que trajeron las primarias del 12 de septiembre, una
muy relevante es que las dos coaliciones partidarias que dominan la política
nacional han modificado su formato.
En el Frente de
Todos aparecieron los gobernadores provinciales, los intendentes bonaerenses y
los sindicalistas convencionales, que se mueven inspirados por las prosaicas
manualidades de la gobernabilidad. No se sabe bien qué quieren, pero detestan
el caos.
A todos ellos, la
derrota electoral de las primarias les devolvió la voz.
En Juntos por el
Cambio la reconfiguración deriva de las propias elecciones. Los que conducen
esa fuerza, con Horacio Rodríguez Larreta en primer plano, estimularon la
competencia interna con el objetivo de que el votante disidente no abandone el
club. Esa estrategia fue exitosa. Pero abrió una disputa de poder que se
proyecta hacia las presidenciales de 2023. La innovación fue, en este caso, la
reanimación del radicalismo, con figuras como Facundo Manes, Carolina Losada,
Martín Tetaz o Rodrigo de Loredo, que se agregan a otras ya establecidas: van
de Martín Lousteau y Luis Brandoni a Gustavo Valdés y Ernesto Sanz; de Alfonso
Prat-Gay y Alfredo Cornejo a Gerardo Morales. Un cálculo tentativo indica que
el radicalismo hoy representa el 45% de los votos que suma esa coalición. Es
inexorable que con ese capital postule a un candidato a presidente. En la
oposición, por lo tanto, se amplió también la mesa. El juego será mucho más
complejo durante los próximos dos años.
En el oficialismo
esta diversificación abre una gran incógnita: ¿ordenará la agenda de gobierno o
la volverá todavía más enmarañada? Alberto Fernández parece encerrado en una
torre de Babel. Si no fuera porque se refieren a temas dolorosos, las manifestaciones
de desencuentro entre los socios que tuvieron lugar en estos días serían
desopilantes. Sobre todo, porque ocurren en plena acción proselitista, que es
cuando los políticos tienden a disciplinarse. No hace falta insistir en las
contradicciones de los funcionarios frente a la insurgencia de un grupo, no muy
grande pero bastante violento, de mapuches.
El mismo estilo
argumental, que imita la pesadilla de un borracho, caracteriza la posición
oficial frente a un problema mucho más previsible: la necesidad de sellar un
acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Es cada vez más evidente que esa
posición es motivo de debate. El Presidente sorprendió a un grupo de
empresarios, hace quince días, con la primicia de que el arreglo ya había
concluido. El ministro de Economía, Martín Guzmán, dijo lo contrario: todavía
no hay un entendimiento porque el Fondo está atrapado en debates geopolíticos y
rituales burocráticos. Esparce humo diciendo que su objetivo es que se reduzcan
los sobrecargos para los préstamos que exceden la cuota del país en la
institución. Mientras tanto, integra un trío con el bolivariano Andrés Arauz y
con el griego Yanis Varoufakis, quien después de ser desplazado del Ministerio
de Economía de Grecia por negarse a acordar un programa con el Fondo, salió a
recorrer Europa en moto predicando en contra del organismo multilateral. Ajena
a esas discusiones, la directora Kristalina Georgieva dijo que se puede hablar
de todo, pero que es imposible avanzar si Guzmán no presenta un programa
económico creíble. Es decir, uno distinto del que está insinuado en el proyecto
de ley de presupuesto.
El embajador
designado para Buenos Aires por Joe Biden, Marc Stanley, explicó en el Senado
de su país lo mismo que Georgieva: hace falta que Fernández tenga un plan. Dijo
también que la Argentina difiere de los Estados Unidos en su política de
derechos humanos, sobre todo en relación con las dictaduras de Nicaragua y
Venezuela. Y advirtió sobre la creciente influencia china en el país. Son
declaraciones interesantes, porque permiten entender mejor qué fue a negociar
Gustavo Beliz a los Estados Unidos durante el fin de semana pasado. Al cabo de
su reunión con Jake Sullivan, el consejero de Seguridad Nacional, la Casa
Blanca emitió un comunicado en el que alentó que se llegue a un acuerdo con el
Fondo y planteó la necesidad de coincidir en derechos humanos y un sistema de
telecomunicaciones transparente. Es decir: la Argentina deberá girar en su
relación con Nicaragua y Venezuela, y ser menos generosa con China. Es la factura
por un apoyo en el Fondo. El que regula la relación cotidiana entre los Estados
Unidos y ese organismo es un asesor de Janet Yellen, la secretaria del Tesoro.
Se llama David Lipton. Antes, como representante de su país en el organismo,
negoció el programa que permitió a la Argentina acceder a un crédito de 57.000
millones de dólares. El crédito que, según insistió Guzmán el sábado, “financió
la campaña electoral de Mauricio Macri”.
La música de fondo
de este trabalenguas oficial son los cantos de campaña de La Cámpora diciendo
que no hay que pagar la deuda. No está claro si no hay que hacerlo porque se la
repudia, o porque se la renegocia a cambio de un ajuste. Cristina Kirchner ya dio
alguna pista. Recordó que Juan Perón no quería al Fondo y que Néstor Kirchner
le pagó al contado para emanciparse de él. Estas variaciones frente a lo que
hace apenas semanas no se discutía sugieren que en el Frente de Todos han
comenzado a tomar conciencia del costo del acuerdo. Para dar una idea muy
general del problema conviene recurrir al ejercicio teórico que realizaron
Diego Bossio y Martín Rapetti: las tarifas deberían aumentarse 18% por encima
de la inflación y la asistencia del Banco Central al Tesoro no podría ser
superior al 45% del déficit fiscal, que a la vez debería reducirse en 1,5% del
PBI.
¿Cristina Kirchner
convalidará un ajuste de esa dimensión? El interrogante debe ser formulado de
otro modo si se repite la derrota en la provincia de Buenos Aires. El aparato
territorial del PJ está mucho más movilizado que en septiembre. Pero las
encuestas pronostican que el resultado será parecido. En el gabinete nacional
el único que no duda de que el oficialismo revertirá ese resultado es Eduardo “Wado”
de Pedro. El ministro del Interior suele bromear: “Si no me convenzo de que es
posible ganar, no tengo suficiente estímulo para pelear”. Un soldado. Si se
reitera la caída, ya no habrá carta alguna capaz de disimular la
responsabilidad final: habrá reproches hacia la vicepresidenta, que es quien
diseñó el experimento oficial. En ese escenario, la hipótesis más probable es
que ella quiera replegarse sobre sus consignas y creencias, celosa de mantener
a su feligresía más leal.
No es un
pronóstico. Es un escenario. En tal caso, ¿los actores del PJ que han
recuperado protagonismo impondrán un rumbo al Presidente? En la reunión que
mantuvo con un grupo de gobernadores en La Rioja, a Alberto Fernández le
indicaron que debía unificar las decisiones, terminar con los subsidios que
alimentan a los movimientos sociales y encarar el problema del déficit fiscal.
Nadie habló del acuerdo con el Fondo. Pero sí de políticas que se parecen al
acuerdo con el Fondo. En cambio, Juan Manzur, en Nueva York, ante un financista
que le planteó la posibilidad de que la señora de Kirchner no convalidara un
ajuste, tomó coraje y dijo: “La Argentina es un país muy federal, en el que la
opinión de los gobernadores es muy importante”.
La historia no se
repite, pero el aire trae recuerdos de 2002, cuando Eduardo Duhalde despidió a
Jorge Remes Lenicov y anunció que romporteña. pería con el Fondo. Juan Carlos
Romero, Felipe Solá y Carlos Ruckauf lo encerraron en un cuarto, le hicieron
leer 14 resoluciones que debería adoptar, idénticas a las que pretendían en
Washington. Fue cuando incorporó a Roberto Lavagna como ministro. ¿Es posible
que se repita esa escena en una encrucijada dramática? ¿Quiénes serían los
Romero, Solá y Ruckauf de este momento? Es posible que Manzur no esté entre
ellos: su pérdida de poder se ha acelerado. Osvaldo Jaldo, el vicegobernador a
cargo de Tucumán, acaba de decapitar a Claudio Maley, el escandaloso ministro
de Seguridad de Manzur, reemplazado ahora por Eugenio Agüero Gamboa. A Manzur
le están tomando la casa.
En Juntos por el
Cambio las piezas se mueven como en un espejo. Hoy el radicalismo hará sentir
su nueva presencia con un acto en el estadio de Ferro, conmemorativo del que se
realizó en la campaña de Raúl Alfonsín de 1983. Es una señal a Pro y, sobre
todo, a Horacio Rodríguez Larreta. Le quieren hacer ver que, a pesar de su
envidiable popularidad, tendrá que mantener con la UCR un trato muy distinto
del ninguneo de Macri. El emblema de este reclamo hoy es Manes. El protagonismo
de Manes es imprescindible para que Larreta pueda hacer triunfar a su candidato
Diego Santilli en la provincia de Buenos Aires. Del mismo modo que Tetaz y
Ricardo López Murphy son esenciales para que, en la ciudad, María Eugenia Vidal
resista la embestida de Javier Milei.
El juego de Manes
es relevante para Larreta, pero también para la UCR. Mucho antes de que empiece
la campaña, el neurólogo informó a sus correligionarios que un amigo lo había
invitado a presentarse como candidato en la Capital, por fuera de Juntos por el
Cambio. Ese amigo era Wado de Pedro, quien imaginaba una alianza con la UCR Ese
vínculo sigue siendo estrecho. Y es posible que De Pedro siga soñando en alguna
martingala con Manes. La relación entre ambos ha sido mediada en ocasiones por
el jujeño Morales, de relaciones impecables con el oficialismo. A Morales se le
atribuye haber sido uno de los mecenas de la campaña de Manes. ¿Hay en algún
mapa secreto una combinación insospechada? ¿Será utilizada por los radicales
para presionar a Larreta?
Mientras los
radicales caminan hacia Ferro, en Dolores habrá otra ceremonia. Allegados a
Macri y Patricia Bullrich convocaron a una manifestación para acompañar al
expresidente al tribunal de Martín Bava, que le tomará declaración indagatoria
en la causa por el espionaje clandestino de la AFI a los familiares de los
fallecidos en el ARA San Juan. La invitación de Macri y Bullrich es un papel de
tornasol de los alineamientos internos. Los radicales tienen la excusa perfecta
en Ferro. Ven el acto de Dolores como una iniciativa de Pro. Muchos creen que
es un movimiento inconveniente, que asimila a la oposición con manifestaciones
similares que realizaba Cristina Kirchner para presionar a la Justicia con el
argumento de la persecución.
Larreta se
pronunció a favor de Macri. Pero no estará en Dolores. Santilli tampoco. Es
razonable: sobran evidencias judiciales de que ambos fueron espiados, igual que
otras figuras públicas, como el periodista de la nacion Hugo Alconada Mon, por
la misma AFI de Gustavo Arribas y Silvia Majdalani. En el caso de Santilli, el
Gobierno ahora lo hostiga con los datos recabados en esas incursiones ilegales.
Ya es bastante que se solidaricen con el expresidente por lo que se considera
una causa politizada.
Es verdad que la
citación a un expresidente en pleno proceso electoral es repudiable. En
Tribunales las versiones aseguran que Bava mantuvo una estrecha relación con el
gestor judicial de Antonio Stiuso, Javier Fernández, quien más tarde prestó
servicios al gobierno del propio Macri. Hoy el sinuoso Fernández es auditor y
se declara un alfil de la señora de Kirchner. Pero, en realidad, ya no recuerda
a quién responde.
A esta atmósfera
muy poco edificante se agrega que la principal abogada de los familiares de los
fallecidos es una militante oficialista que detesta a Macri. El expresidente
recusó a Bava, pero su planteo fue rechazado ayer por la Cámara Federal de Mar
del Plata. Se ve que los radicales, que podrían haber influido en esta cámara,
estaban entretenidos con Ferro.
Más allá de este
contexto faccioso, la causa del espionaje por el hundimiento del submarino está
quebrando lealtades en Pro. Majdalani admitió que hubo espionaje y lo justificó
en la seguridad del Presidente. Macri fue contundente y declaró: “Yo no espié
ni mandé a espiar”. La palabra clave es “yo”. Majdalani dejó trascender que
alguien del Gobierno le había ofrecido quedar limpia de cualquier acusación a
cambio de que entregara a Macri y a Arribas. Un mensaje de la controvertida
Turca para Macri y para el frívolo Arribas. Mientras tanto, funcionarios
inferiores de la AFI de aquel entonces se resistieron a declarar lo que les
pidieron emisarios de Majdalani: que los seguimientos a los familiares de los
muertos es algo habitual en las prácticas de la AFI. De ese modo, el
responsable sería Macri.
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