Por Carlos
Burgueño - “No es una radicalización. Es un cambio de estrategia”. Así
explicaban ayer dentro del oficialismo la aparición en
las últimas horas de una versión más expuesta y crítica ante el Fondo Monetario
Internacional (FMI)
de Martín Guzmán. El
ministro de Economía habló el domingo y el lunes públicamente sobre la marcha
de las negociaciones con el organismo, y expuso una nueva visión sobre la
cercanía o lejanía del Facilidades Extendidas que se discute en estos tiempos:
la demora es del organismo que maneja Kristalina Georgieva, por la falta de
definiciones públicas sobre la rebaja de las tasas de interés que se apliquen
en el acuerdo.
La estrategia que
expone el ministro es que ahora debe ser el FMI el que garantice la reducción
de 4,05 a 1,05% el costo del crédito, condición que para Buenos Aires es indispensable para aceptar
políticamente la reestructuración de la deuda por u$s44.000
millones. Guzmán, y el resto del gobierno, consideran que todos los
otros temas dependen de esa contracción en los intereses; incluyendo la firma
de un plan de metas fiscales, monetarias y cambiarias, que debería cumplir el
país durante los 10 años del acuerdo. Y que una vez que esté determinado esta
reducción, las negociaciones podrían acelerarse y cerrar el pacto; siempre,
obviamente, luego de las elecciones legislativas del 14 de noviembre.
Del largo listado
que la Argentina le reclama al FMI, el conflicto por las tasas es
la bala de plata que Alberto Fernández, Guzmán y el resto de los negociadores
argentinos ante el organismo expondrán desde este viernes en Roma. El
Presidente y su ministro de Economía participarán allí de la cumbre del G20;
donde se buscará conseguir masa crítica de apoyo de países desarrollados para
que se vote en algún momento dentro del board del organismo a favor de la
posición argentina. La bala con la que el ministro de Economía quiere hacer
blanco (quizá la única en cuanto a las concesiones) es la de traer de la ciudad
italiana la confirmación que el FMI acepta la reducción de las tasas que se le
debería cobrar al país por no haber cumplido en tiempo y forma con las
condiciones del stand by vigente; una alternativa que le permitiría a la
Argentina una reducción anual de u$s900 millones y de algo más de u$s9.000
millones en todo el acuerdo a 10 años.
La intención es que
el costo se reduzca del 4,05% que se le debe aplicar al país por lo que se
firmó en el 2018 durante el Gobierno de Mauricio Macri, a un 1,05%. Esto es la
tasa mínima que el FMI puede aplicar con países que sostienen sus acuerdos
financieros en situación de normalidad; y que, a los ojos del Fondo, muestran
al mundo planes financieros, monetarios y macroeconómicos sustentables.
Obviamente Argentina en su rol de moroso recurrente está excluida del
beneficio, y la intención de Guzmán es lograr la masa crítica para que se
apruebe aplicar al futuro acuerdo que negocia el país las tasa para los estados
que tienen las cuentas en orden.
El ministro viene
buscando el apoyo abiertamente desde junio pasado, cuando en Venecia, la
anterior reunión del G20 preparatoria de la cumbre de Roma, se reunió con
Georgieva en busca de una oficialización del beneficio. El tema ya había sido
expuesto en mayo ante la directora adjunta para el Hemisferio Occidental Julie Kozac y el responsable del caso argentino Luis Cubeddu. Pero a todos les quedó claro que una
atribución de este tipo le excede al cuerpo técnico del FMI, y sólo podría
lograrse a través de un voto mayoritario de un piso del 85% de los accionistas
del Fondo. Esto es, los propios países que financian al organismo y que tienen
a los Estados Unidos como aportante mayoritario con el 17% de los votos en el
directorio.
Luego de Venecia se
abrió un período de tarea diplomática política y económica para conseguir el
voto de los EE.UU. y la Unión Europea, tarea que se completará en la cumbre de
Roma. No tendrán Alberto Fernández y Guzmán otra oportunidad para
quebrar la voluntad de los países desarrollados. Al menos de encontrarlos a
todos juntos, en la misma oportunidad. Luego de Roma, Alberto
Fernández tendrá la posibilidad de cruzarse con Joe Biden en la cumbre del
clima en Glasgow que comenzará la primer semana de noviembre. Allí el jefe de
Estado tendrá que convencer al norteamericano que vote a favor del país en el
board. Sin este sufragio positivo, es imposible que la reducción de las tasas
sea posible.
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