Domingo 24 - Por Esteban Lafuente - Con el objetivo de “recuperar los estándares de
consumo” y frenar una aceleración de la inflación, que llegó al 3,5% mensual en
septiembre, el Gobierno desempolvó un instrumento de aparición periódica en la
historia argentina: el congelamiento de precios. Sin acuerdo, por 90 días y
carente de otras medidas macro que lo acompañen, esta versión 2021 tiene
amplias dificultades en su implementación, generó tensiones entre funcionarios
y las empresas y repite errores del pasado.
Distorsión en la demanda
Cuando los
congelamientos de precios llegan a las góndolas generan un incentivo a que se
produzcan cambios en los hábitos de compra de los consumidores. En un contexto
inflacionario, seguramente quien acuda a un supermercado tenderá a elegir los
productos alcanzados por la medida oficial, que terminarán siendo más baratos
que los de la competencia. Es un efecto que ocurrió con programas como Precios
Cuidados, lanzado en enero de 2014, y que se exacerbará con la nueva iniciativa
del Gobierno, que incluyó entre los 1432 productos con precios congelados hasta
el 7 de enero de 2022, a los cerca de 700 componentes del plan que en su
momento había creado Augusto Costa.
Casos como el de la
yerba (hay productos alcanzados por el congelamiento con precios hasta 40% más
bajos que otros similares), el agua tónica de 1,5 litros (la brecha entre
marcas líderes es de 37%), o la lavandina (la diferencia entre una marca dentro
del control y otra fuera del programa oficial llega a 57%) son muestras de una
distorsión de precios relativos dentro de las categorías, que cambia el
escenario para los fabricantes y los vendedores.
El efecto también
se verifica para la oferta de productos de una misma marca, en casos en que
solo una variedad fue incluida en el congelamiento. Las bebidas isotónicas
deportivas (hay una brecha de 11% entre un sabor de una marca líder y el resto
de su propia oferta), los desodorantes (existe una diferencia de 80% entre las
fragancias de una marca top sin restricciones y una que quedó alcanzada por el
congelamiento), o los preservativos (las variedades fuera del programa son un
73,7% más caras que la incluida) dan cuenta de ese efecto.
En ese escenario,
una consecuencia habitual de este tipo de programas es la racionalización de
las ventas. Hay una práctica recurrente en casos como los del aceite o la
leche: en los puntos de venta se recurre a limitar la cantidad de productos que
puede llevar cada consumidor, ante una demanda creciente que busca capitalizar
la brecha de precios. Y del lado de los vendedores, una reacción puede ser un
incremento marginal de otros productos, a fin de compensar el precio congelado.
El riesgo de desabastecimiento
Es la amenaza
latente de este tipo de medidas. Rechazada por el secretario de Comercio, fue
una de las críticas que expuso Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno
porteño y uno de los referentes de la oposición. La experiencia reciente, con
casos como Precios Cuidados, marca que, antes que un desabastecimiento
generalizado, lo que pueden ocurrir es que haya faltantes puntuales en algunos
rubros o categorías, con góndolas vacías, o una oferta racionalizada para
evitar faltantes, motivada por diversos factores.
Por el lado de los
consumidores crece el interés por productos que tienen precios más bajos. “Los
controles exacerban la demanda y pueden conducir al desabastecimiento. Un
precio congelado por lo general termina siendo relativamente más barato que el
resto de la canasta, lo que lleva a que se sustituya a favor del consumo de ese
producto”, explica el economista Guido Lorenzo, director de la consultora LCG.
En ese escenario,
los fabricantes enfrentan un escenario en el cual cae la rentabilidad (o
incluso genera números rojos) de productos que no ofrecen incentivos a tener
mayor producción. “Nosotros recibimos la misma cantidad de siempre. No hay
menos oferta. Pero se consume más y se termina lo que hay en la góndola”,
reconocen en una cadena de supermercados, rubro que suele ser blanco de
críticas cuando las góndolas están vacías o solo aparecen productos más caros.
Pero en otros casos
también puede ocurrir que los fabricantes reduzcan la producción. “En la medida
en que el precio fijado está por debajo del precio de equilibrio de mercado, a
ese precio la oferta está dispuesta a vender menor cantidad que la que está
dispuesta a comprar la demanda y esa diferencia en la práctica se traduce en un
desabastecimiento del producto en cuestión”, dice Lorena Giorgio, de Equilibra.
Presión sobre los costos
Para los
fabricantes, el congelamiento de 1432 productos implica un cambio en su
estructura de negocios. Porque, más allá de los precios alcanzados, el contexto
inflacionario que hace años atraviesa la Argentina lleva a que haya ajustes
periódicos en otros rubros que afectan a la producción.
Además de costos
como los salarios o el tipo de cambio, para quienes deben importar insumos,
componentes o materias primas, también suben esos precios, además de los de
materiales para el packaging (cartón, plástico), el transporte y la logística
en general.
En ese camino, aparecen
conductas habituales que intentan evitar los efectos del congelamiento. Si la
decisión es no abandonar la producción, los fabricantes recurren a maniobras
como cambios de presentaciones o reducciones del tamaño del envase o de la
cantidad de porciones. El objetivo es presentar en góndola un producto muy
similar pero diferente del que tiene su precio congelado, aun cuando la empresa
se esté exponiendo a multas u otros castigos.
El economista
Martín Vauthier, de Anker, advierte que este proceso implica también mayores
costos y un proceso distorsivo para el modelo de negocio. “Estas son medidas
que generan muchas ineficiencias para las empresas, que destinan recursos para
cumplir con las regulaciones o para ver cómo se pueden reducir los costos de
esas regulaciones. Así, aparecen productos parecidos para esquivar el
congelamiento. Esos son recursos que no se destinan a innovar, ni a mejorar la
competitividad”, dice.
Dispusta entre diferentes eslabones de la
cadena
La resolución
dictada por Feletti establece únicamente el precio de venta para cada producto
y en cada región del país, con la fijación de eventuales sanciones por
incumplimientos. Como ocurrió en otros episodios de la historia argentina con
medidas similares, la dinámica abre un escenario de tensión y disputa entre
diferentes protagonistas de la cadena de producción y venta, ante un eventual
incumplimiento de precios o desabastecimiento. ¿Qué pasa si la góndola de un
producto está vacía? ¿Y si no se respeta el precio fijado?
Es una cuestión
micro que tiene como protagonistas a los fabricantes y a los canales de venta.
Porque entre unos y otros se deslindarán responsabilidades: se culpará al
acopio de stocks de productos, a la demora en las entregas o a las cantidades
insuficientes, entre otros argumentos. Mientras tanto, las posibles multas o
advertencias, en caso de fiscalizaciones podrían caer sobre ambos actores.
La discusión sobre el punto de partida de
los valores
Decidido
unilateralmente por la Secretaría de Comercio, el congelamiento de precios
implicó retrotraer los valores de venta de los productos a los que mostraban el
1° de octubre. Entre los fabricantes hubo quedas por la imposición de la lista
y por las marcas incluidas; varios plantean que había “voluntad” de incluir
determinados productos y continuar una negociación.
Un punto que
profundiza las diferencias es que el congelamiento se aplicó omitiendo un
incremento de los precios que ya había sido convalidado por el propio Gobierno.
En la primera semana de este mes, la entonces secretaria de Comercio Paula
Español autorizó a 16 empresas líderes a aplicar una suba de entre 4% y7% en
los principales líneas de productos, que protagonizaron el posterior listado de
Feletti. En ese escenario, muchas firmas habían enviado sus productos a los canales
de venta con los valores actualizados. El tema es un foco de tensión entre
fabricantes y vendedores.
Además, las
versiones sobre un congelamiento, que en las primeras reuniones entre
fabricantes y funcionarios aparecía como una medida que alcanzaría a todos los
productos, motivó remarcaciones en un contexto de aceleración inflacionaria.
“Ya hubo ajustes esta semana, estamos viendo que la inflación semanal fue
superior al 1,5% solo en alimentos y bebidas”, dice Lorenzo, quien desde LCG
evalúa semanalmente la evolución de los precios con un monitoreo online.
Distorsión entre canales
Más allá del
anuncio y de la normativa, el congelamiento de precios luce ambicioso y
complejo de fiscalizar, más allá de las grandes cadenas de supermercados. Es
una dinámica similar a iniciativas como Precios Cuidados, cuyos productos
estaban disponibles a los valores acordados fundamentalmente en este canal. “Es
imposible controlar geográficamente todos los precios y a distintos niveles. El
costo de la ineficiencia de ese sistema es increíble. Los recursos destinados
al control superan los supuestos beneficios”, critica Lorenzo.
Esa dinámica tiene,
como primera consecuencia, la apertura de una brecha de precios entre estas
tiendas y otros formatos, como los almacenes de barrio, los supermercados
chinos o los mayoristas.
En ese sentido, lo
que puede ocurrir es un crecimiento de la participación en las ventas de los
supermercados, que ofrecen en sus góndolas los productos a precios más bajos.
Así se entienden las críticas y reclamos de voceros como Yolanda Durán,
presidenta de la Cámara Empresarial de Desarrollo Argentino y Países del
Sudeste Asiático, quien advirtió que los productos llegan “continuamente” con
aumentos y pidió que se sumaran al acuerdo a los proveedores de insumos. La
contracara de esa mayor demanda en los puntos de ventas con precios más bajos
es el eventual desabastecimiento o falta de productos.
“Estas distorsiones
ya ocurrían con Precios Cuidados, y empiezan a generar muchos problemas de
precios relativos. El supermercado tendrá que cumplir con el programa; si no
tiene el producto no lo
Un punto que ahonda
las diferencias con los empresarios es que el listado omitió una suba de
precios convalidada este mismo mes por el Gobierno
La medida lleva a
que las empresas destinen recursos a cumplir con las regulaciones o a ver cómo
reducir los costos implicados; eso se considera ineficiente
pondrá en góndola y
será pasible de sanciones, y si ese producto que alguien tiene ganas de comprar
no está en el supermercado, va a tener que ir al chino y comprarlo más caro”,
sintetiza Miguel Kiguel, titular de Econviews.
Sin un plan de salida
El congelamiento de
1432 productos fue lanzado con un plazo de 90 días, plazo que se duplica
respecto del que se había previsto para la canasta heredada de Precios
Cuidados, que tuvo su último ajuste en julio. “El último trimestre del año es
de mucho consumo y no quiero que sea de frustración”, dijo Feletti. El debate
en torno a esta medida, sin embargo, aparece por las consecuencias del congelamiento
y el “día después”. Experiencias anteriores, como la implementada por Guillermo
Moreno en 2013, muestran que, concluido el plazo, los precios de los productos
alcanzados tienden a ajustar rápidamente para recuperar terreno, en una
dinámica que acelera la dinámica inflacionaria.
“Es como con el
cepo cambiario: al congelamiento es fácil entrar, pero es muy difícil salir,
porque ese día hay que corregir lo que no aumentaste durante tres meses, y no
querés tocarlo por miedo a que haya una suba que contagie al resto”, dice
Kiguel.
Según afirma
Vauthier, para ver la salida del congelamiento será relevante ver la efectiva
implementación del programa. “Hay que ver el grado de cumplimiento y la
disponibilidad de los productos, teniendo en cuenta que el primer día de
vigencia hubo mucha dispersión”, advierte el analista.
Un congelamiento
que omite las causas de fondo y no se enmarca en un programa integral
Más allá de los
efectos de corto plazo, al frenar aumentos en una canasta determinada, los
analistas advierten que este congelamiento no será efectivo contra la inflación
porque se plantea como un instrumento aislado, sin atacar los determinantes
macroeconómicos que explican la inflación.
“No es una
herramienta antiinflacionaria; quizás lo sería en un contexto en el cual el
Banco Central se enfocara en producir una desinflación y en dar señales claras
a la economía acerca de que ese es un objetivo central de las políticas. Así,
se puede pensar en una forma de control de precios que colabore en ese proceso
vía anclar expectativas, y hacer menos costoso el proceso, pero no es algo que
hayamos visto en la experiencia histórica argentina”, dice la economista Laura
D’Amato, docente en la UBA y exgerenta principal de Modelos y Pronósticos
Macroeconómico en el Banco Central.
“Se percibe que hay
un diagnóstico errado, porque se considera la inflación como un fenómeno
generado a partir de conductas de formadores de precios y, por eso, se recurre
a congelamientos. Pero, a su vez, la política macroeconómica se torna inconsistente,
porque se implementan políticas que tienen un sesgo expansivo en lo fiscal y
monetario, dado que el Gobierno intenta estimular el gasto en consumo, mientras
pone al mismo tiempo controles a los precios y no provee a la economía ningún
ancla nominal. Es un cóctel complicado”, advierte la analista.
“Una medida de este
tipo sirve cuando el core del programa es un ordenamiento monetario, fiscal,
cambiario y financiero, y eso es lo que necesita la Argentina hoy”, concluye
Vauthier.
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