Por Fernando
Gutiérrez - La carrera nominal entre entre dólar, tasa y precios de
la economía se mantendrá desde aquí a las elecciones, y en ese período el
Gobierno intentará una "sintonía fina" entre las tres variables para
evitar la temida dolarización de portafolios. Es lo que surge de la recientemente publicada encuesta REM
del Banco Central, que
mostró en apenas un mes una brusca revisión al alza para las tasas de interés
interbancaria.
Claro, también hubo
un empeoramiento en la expectativa inflacionaria, y eso explica en parte
por qué ahora se espera que el Central ajuste la tasa Badlar -no confundir con
la tasa que cobran los ahorristas en los plazos fijos-. El dólar oficial se mantendrá,
según esa previsión, algo más contenido, salvo por el mes de agosto,
cuando se prevé que la tasa devaluatoria sea mayor que el IPC.
Lo raro de este momento es la creciente divergencia entre
las previsiones oficiales y la expectativas de los privados. Mientras el BCRA
decidió mantener estable su tasa de política monetaria
y ya avisó que la desaceleración de la inflación continuará en junio, los
economistas del mercado prevén algo muy diferente, incluyendo movimientos
cambiarios en el momento preelectoral.
Es un clásico de
todos los años electorales que los inversores se refugien en la moneda
estadounidense, en un típico movimiento defensivo contra la incertidumbre
política. El antecedente más claro es el de 2019, cuando Alberto
Fernández le sacó 16 puntos de ventaja a Mauricio Macri. El
lunes posterior a la elección, el dólar saltó un 20% y la bolsa cayó un 40% el
lunes posterior a las PASO, mientras que en pocas semanas los ahorristas
retiraron de los bancos un tercio de los u$s30.000 millones que estaban
depositados en las cuentas de moneda extranjera.
Y este año, en el
que Javier Milei puso a la dolarización como tema central en la
agenda pública, y cuando las facciones principales de Juntos por el
Cambio discuten sobre cuál debe ser la velocidad de desarme del cepo
cambiario, los reflejos dolarizadores están más activos que nunca. Es
por eso que el ministro de Economía, Sergio Massa, busca enviar señales concretas en el sentido de
que el Banco Central contará con "poder de fuego" para responder ante movimientos
especulativos del mercado.
Hablando en números, los economistas corrigieron en no menos
de 7 puntos el nivel de tasa que habían previsto un mes atrás. Creen que la
tasa Badlar para depósitos de más de un millón de pesos
-que terminó mayo en 90,05%- saltará a 93,2% a fines de junio, que en agosto
-cuando se realicen las PASO ya estará en 95% y que en octubre, cuando se vote
para las presidenciales, estará en 96%.
Cuando se calculan
esas cifras en términos de interés mensual, se entiende mejor el cambio de
pronóstico: son cifras que prácticamente coinciden con los niveles esperados de
inflación para cada mes.
Pero mientras la
expectativa es una escalera ascendente para precios y tasas, los expertos creen
que la cotización del dólar se mantendrá con una tasa relativamente
estable, levemente por encima del 7% mensual.
Previendo tensión en agosto
Sin embargo, la
previsión muestra un punto de quiebre en agosto. Y claro, no es un
momento cualquiera: se trata del mes clave en el que se celebran las PASO y se
registrará el mayor nivel de nerviosismo de los inversores, el Banco Central
acelerará la tasa devaluatoria, de manera que quedará por encima tanto del IPC
como de la tasa interbancaria.
Ese mes, según los economistas que participan en la encuesta
REM, habrá una inflación de 7,9%, que coincidirá con la tasa Badlar, pero la
suba del tipo de cambio oficial correrá más rápido, a un 8,5%.
El dato llama la
atención porque es el único mes en el que se espera que el dólar
supere a los precios, cuando la tónica del año ha sido la de ralentizar
el crawling peg. Es una política que contradice explícitamente
la recomendación del Fondo Monetario Internacional, pero que el Gobierno
ha adoptado ante la convicción de que, en este contexto de aceleración de
precios, la tasa devaluatoria puede transformarse, en sí mismo, en un factor
inflacionario.
Quién sostuvo con
más vehemencia esa postura fue Cristina Kirchner: "Fíjense cómo
se dispara la inflación a partir de la firma del acuerdo, cuando se pierden
herramientas. Desde entonces, la tasa de devaluación tiene que acompañar
a la inflación en un país de economía bimonetaria, cuando es el dólar el que
genera la inflación, y es algo que no les entra a los funcionarios del Fondo y
parece que tampoco a muchos argentinos", disparó en un reciente discurso,
mientras acompañaba sus palabras con
un gráfico que mostraba la aceleración del IPC a partir de inicios de 2022.
En ruidoso
contraste, uno de sus últimos reportes del FMI había recomendado una
devaluación más rápida: "Para mejorar la acumulación de
reservas, la tasa de devaluación deberá ubicarse de manera consistente por
encima de la inflación". Y, más contundente aun, había estimado en
hasta un 25% la sobrevaluación del
peso.
¿Antídoto contra las corridas?
Lo cierto es que,
desde que Massa es ministro, solamente hubo cuatro meses -se
septiembre a diciembre del año pasado- en que el crawling peg superó a la
inflación. En septiembre se aceleró a 6,2% y empató a la inflación, luego
fue de 6,4% en octubre con un IPC de 6,3% y alcanzó un pico de 6,6% en
noviembre contra un índice inflacionario de 4,9%. En diciembre bajó a 6,2% pero
igual se volvió a ubicar encima del IPC, que fue del 5,1%.
La tendencia se
quebró con el nuevo año: todos los meses la inflación pasó a la tasa
devaluatoria, al punto que, en el acumulado enero-mayo, los precios avanzaron
un 43% contra un 35% de suba del dólar oficial.
¿Por qué los economistas esperan que, justo en agosto, se
quiebre esa tendencia de mantener al crawling peg debajo de la inflación, y se
devalúe más rápido el tipo de cambio oficial? Una explicación
posible se puede encontrar en el antecedente de la corrida cambiara de
fines de abril.
En aquel momento,
mientras se produjo la pulseada de Massa con el mercado financiero -cuando que
se echó mano a las reservas del Banco Central para contener las cotizaciones
del dólar MEP y el "contado con liqui"- se llegó a un ritmo
devaluatorio que, proyectado a términos mensuales, daba un 8,2%. La intención
fue hacer más atractiva la permanencia de los inversores en los
instrumentos "dólar linked".
Pero, además, un
objetivo buscado con la suba del tipo de cambio oficial fue reducir la brecha cambiaria, que
había llegado a un pico de 118% el 25 de abril, y retrocedió gradualmente hasta
el actual 89%, que se
considera un valor "aceptable" para el mercado.
Con ese antecedente
a la vista, puede considerarse que la devaluación a un ritmo de 8,5% que los
economistas prevén en agosto sea una respuesta natural ante una probable suba
del blue y los tipos de cambios paralelos en el mercado financiero.
La vuelta de la inflación en dólares
Lo cierto es que,
en ese cambio de velocidades de la tasa devaluatoria, uno de los riesgos que
corre la economía es la acentuación del retraso cambiario. O, dicho en otras
palabras, el regreso de la "inflación en
dólares".
Durante 2021, los precios de la economía argentina, medidos
en moneda estadounidense, habían subido un 25%. Al año siguiente, gracias al
cambio de tendencia que imprimió Massa, esa inflación
verde se redujo al 12,7%, una cifra que se encontraba apenas por encima de la
inflación interna de Estados Unidos, lo que implica que no hubo un
encarecimiento de los precios argentinos en términos
internacionales.
Y era un tema del
cual el equipo económico se mostraba orgulloso, porque lo presentaba como una
prueba de que la economía recuperaba competitividad.
"En cuanto al
crawling peg, se ha dejado de lado la política de atrasarlo", decía
el viceministro Gabriel Rubinstein cuando polemizaba con los
economistas de la oposición que advertían que se estaba generando una
"bomba financiera".
Pero aunque pasaron
apenas tres meses desde aquella polémica, parece que hubiesen transcurrido
años, porque en el medio se produjo la escapada devaluatoria, la turbulencia
cambiaria de abril y el evidente abandono de la política de
"alineamiento de las variables".
De hecho, en los cinco meses que van del año ya se acumuló
una inflación en dólares de 6%, y si la tendencia se mantuviera en el resto de
2023 -suponiendo una inflación relativamente controlada y
un crawling peg similar al actual- la suba de precios medidos en moneda
estadounidense terminaría en torno del 15%.
Aun si estos
números son corregidos por la inflación interna de Estados Unidos, la
pérdida de competitividad argentina seguiría siendo inevitable, porque el IPC
estadounidense, que el año pasado fue de 12,5% -el más alto en 40 años- ya está
bajando al entorno de 6%.
Es una situación
que complica el frente externo, porque encarece las exportaciones
argentinas y abarata las importaciones. Es decir, exactamente el efecto inverso
al que se está buscando en un momento de escasez aguda de reservas.
De hecho, el déficit de la balanza
comercial ya se convirtió en la tónica del año y en el primer cuatrimestre acumula un
rojo por u$s1.469 millones, el peor inicio de año desde 2018, lo cual hace
parecer muy lejano el objetivo original de Massa -que en el proyecto de
presupuesto 2023 esperaba terminar el año con un holgado superávit de u$s12.000
millones-. |