Sábado 29 - Por Carlos de Ocampo (El autor es
productor agrícola ganadero de Santa Fe) - La sequía de 2022 y 2023 mostró, con
crudeza, el aporte del campo a la economía del país. No hay cifras definitivas,
pero se calcula en 15.000 millones de dólares, por lo menos, el monto de
divisas que no van a ingresar por el fracaso de las cosechas. Igual que cuando
se pierde a un ser querido, antes del evento no se valoraba tanto al campo.
Luego de la sequía
que dinamitó el capital de trabajo de la mayor parte de los agricultores, en el
año en curso hay riesgo de que la Argentina vuelva a sufrir falta de dólares
por una reducción importante del área sembrada. La causa es simple: no está el
dinero para encarar la implantación del ciclo 2023/24 porque los productores
perdieron gran parte de su capital de trabajo.
En números, los
agricultores necesitan US$13.500 millones para invertir en la próxima campaña
de siembra. Con ello, pueden producir 12MM/TT de trigo exportables, 30MM/TT de
maíz y el equivalente a 45MM/TT de soja, más el consumo doméstico.
A valores
internacionales de estos granos producirían aproximadamente US$29.910 millones.
Resumiendo, los agricultores necesitan endeudarse, pero por cada dólar de deuda
producirán, como mínimo, dos y medio para exportar, más todo el grano que queda
y se consume localmente.es decir, la producción de granos por parte de los
agricultores 2023/24 pinta como muy buen negocio económico para el país, pero
enfrenta una barrera financiera muy difícil de sortear. Ante esta situación, en
los EE.UU. o en la Unión Europea el Estado flexibilizaría los mecanismos y
ayudaría a los productores más de lo que los apoya normalmente.
Hasta ahora, en el
país no se avizora nada concreto en ese sentido, más allá de tibios anuncios y
la nueva siembra será apoyada por los privados: por las empresas proveedoras de
insumos, que necesitan cobrar lo adeudado del ciclo previo, y por los bancos,
que darán refinanciaciones solo a quienes hayan demostrado buen comportamiento
en años anteriores. A eso podrá sumarse la intervención de capitales externos
al sector y otras figuras asociativas. Sin embargo, estos pasos no serán
suficientes para volver a un área normal de siembra. La gravedad de la
situación amerita decisiones excepcionales.
Del capital total
necesario para implantar los cultivos, aproximadamente la mitad, unos US$7000
millones, corresponden a importaciones imprescindibles para pagar
fertilizantes, agroquímicos formulados o los principios activos que permiten
producirlos localmente. El resto se usa para pagar labores, maquinaria,
combustibles, etc.
Hoy, los
productores no tienen los fondos para pagar los productos a los importadores. Y
las terminales no podrán traerlos si no los van a vender. Hace falta alguna
medida que facilite esas operaciones. Por ejemplo, el capital necesario para
las importaciones podría conseguirse mediante un convenio entre privados. Los
dólares necesarios para pagar en el exterior los podrían aportar las empresas
exportadoras/importadoras sin ingresar los dólares al país.
Simultáneamente,
los productores deberían realizar ventas forward para cancelar la devolución
del crédito a cosecha más los intereses que cubrirá el préstamo en divisas. El
exportador cobrará cuando exporte los granos, sin necesidad de ingresar los
fondos al país. Por supuesto, previo pago de los impuestos y retenciones de
ley. En definitiva, es un arreglo entre privados de comercio lícito. Para
expresarlo de manera más sencilla: un canje de químicos por granos.
Es un sistema que
beneficiaría a todas las partes. El productor obtiene financiación a tasa
internacional y en valor producto. El país logra sortear un año de bajos
ingresos de divisas y sus consecuencias en el nivel de actividad. El Estado no
tiene que usar sus escasas reservas para abastecer la plaza de dólares para
importar los insumos.
Otra posibilidad
más inmediata sería eliminar la resolución 7600, que impide acceder a préstamos
a tasa subsidiada a los productores que conserven más de 5% de la soja almacenada,
cuando nos encontramos en su cosecha. O crear algunas líneas de créditos
especiales para atender las situaciones más urgentes en los bancos oficiales.
Pero puede pensarse en otras medidas: lo importante sería tener una
predisposición positiva ante una situación que será desesperante para muchos.
Los dólares que
necesitan los agricultores para la implantación de los cultivos vuelven
rápidamente multiplicados con la cosecha; pensar que no se podrá financiar la
campaña es irracional, pero puede ocurrir si no se hace nada. Y para que los
insumos importados imprescindibles lleguen a tiempo la solución tiene que
aparecer ya, porque con un Banco Central diezmado la provisión se vuelve
dudosa. Los tiempos biológicos apuran y en muy pocos meses más se define el
resultado de la próxima campaña 2023/24.
El país no
resistiría otro ejercicio fracasado. Con un Estado quebrado y con miles de
necesidades dramáticas por resolver, no cabe más el “vamos viendo”. |