Domingo 29 - Por Martín Rodríguez Yebra - Conspirar contra el de al lado está en el ADN del Frente de Todos. La coalición peronista nació como una aglomeración de debilidades y se rige por una ley de gravedad propia, que es el equilibrio entre las partes. Cualquier movimiento de un actor principal que rompa esa dinámica impulsa al resto a la reacción, para impedir que el avance del pasajero se convierta en una conquista duradera.
Solo en esa lógica resulta entendible que el ministro del Interior, Wado de Pedro, puede organizar una operación de prensa para destratar al presidente Alberto Fernández sin que le cueste de inmediato el cargo y el sueldo. En un gobierno donde la jefatura no está determinada por el organigrama, sino por las afinidades políticas, el camporista De Pedro no necesita renunciar para exhibir su incomodidad con el Presidente, como le reclamaron sus colegas albertistas Victoria Tolosa Paz y Aníbal Fernández.
La guerra interna es el estado natural de las cosas en una coalición que se funda en la desconfianza mutua. Pero escala peligrosamente en temporada electoral. El detonante del episodio que agita al Gobierno es el fastidio del ministro del Interior por no haber sido invitado a una reunión con Lula da Silva. El trasfondo, sin embargo, excede largamente los descubiertos del protocolo presidencial.
El kirchnerismo, con Cristina Kirchner a la cabeza, perdió definitivamente la paciencia con Alberto Fernández. Lo percibieron lanzado a instalar una campaña a la reelección, que –a juicio de la vicepresidenta– es un “acto narcisista sin posibilidad de éxito” y un obstáculo para la estrategia del peronismo.
Los presidentes
latinoamericanos que viajaron a Buenos Aires para la reunión de la Celac
asistieron con estupor a la rivalidad caricaturesca entre el Presidente y su
vice, que compitieron por la centralidad desde trincheras separadas por unas
pocas cuadras en la misma ciudad.
El kirchnerismo
interpreta que Fernández quiso usar la cumbre como un lanzamiento y lo acusa de
haber presionado a Lula para que no visitara a Cristina Kirchner en el Senado,
como una forma de mostrarla aislada e incapaz de atraer la atención del principal
referente progresista de la región.
Lula no quiso dar
ningún paso en falso. La profesional diplomacia brasileña y la intuición
natural del presidente se combinaron para no meterse en una batalla ajena. El
anfitrión oficial era Fernández y no estaba dispuesto a incomodarlo con una
visita al búnker de su rival interna en el Senado. Estaba abierto a recibir a
Cristina en el hotel donde se alojó o en una comida a la que asistiera también
Fernández.
Ella se negó de
plano. Y estalló cuando se enteró de que a su ahijado De Pedro –cuyos padres
fueron asesinados por la última dictadura– no lo habían invitado a un acto de
organismos de derechos humanos con Lula. El ministro tuvo respaldo para acusar
al Presidente de “falta de códigos”, con la única deferencia de no hacerlo con
su propia voz. El off the record, cuyo uso tantas veces indignó a Cristina y a
La Cámpora, esta vez fue un arma necesaria para no dinamitar a cielo abierto un
gabinete ya de por sí quebrado. Por eso de cuidar las apariencias.
Fernández se negó a
hablar con el ministro díscolo al que solía llamar “Wadito” y del que se alejó
sin remedio desde que encabezó sin avisarle ola de renuncias que siguió a la
derrota en las primarias de 2021. El viernes esperó en vano una rectificación y
después envió a Tolosa Paz a decirle que decida “si está adentro o afuera”.
Pura retórica: el Frente de Todos tiene formas muy particulares de “estar
adentro”. Los chispazos de declaraciones desafiantes seguirán por varios días.
Candidato en
construcción
Cristina no tiene
diálogo con Fernández, pero le llegan habladurías de que él se vanagloria en
privado de tener mejor imagen que ella. Encarna, a juicio de un sindicalista
que los trata a los dos, el “espíritu del renacido”. Dice que “hará todo lo
posible para que el peronismo retenga el gobierno”, habla de la economía como
si la Argentina viviera un boom de crecimiento y se coloca en el lugar del que
define la estrategia del conjunto.
Lejos de
impresionarse con sus módicos números y por la carencia de apoyos internos,
busca capitalizar para sí los resultados de acciones que lo superan. Es un
quiebre de la ley de los equilibrios internos que hace reaccionar al
kirchnerismo. “Está aprovechando para sí una desgracia que vive Cristina desde
que la condenaron injustamente y anunció que no va a ser candidata”, reniega un
dirigente con peso en La Cámpora.
El recelo se
acentúa cuando lo ven ponerse al frente de la cruzada contra la Justicia o
cuando se pavonea como referente del progresismo latinoamericano, al punto de
alardear simpatía con los gobiernos dictatoriales de Venezuela, nicaragua o
Cuba. Agita banderas prestadas para buscar el voto fiel de los simpatizantes de
Cristina.
En esa tierra
fértil germina el clamor para reabrir la posibilidad de una candidatura de
Cristina Kirchner este año, aunque ella por el momento se resiste a considerar
en público un cambio de opinión. Al kirchnerismo le urge encontrar un candidato
presidencial potable que acobarde a Fernández. A ella siempre le quedará el
recurso de la palabra para pinchar el globo albertista, a riesgo de desatar
otra crisis en la coalición. ¿Cuánto más puede resistir una estructura tan
baqueteada?
De Pedro por ahora
es solo un ensayo de candidato. Las encuestas que consume Cristina siguen
mostrando que Axel Kicillof es quien mejor retiene la intención de voto de
ella. El gobernador ruega que no pongan a prueba el vaticinio: su plan es la
reelección bonaerense. Pero ya aceptó la sugerencia de Máximo Kirchner de no
descartar ningún destino, al menos en público.
La vicepresidente
duda: retener Buenos Aires es una misión prioritaria para la supervivencia del
kirchnerismo. Según el consenso de los encuestadores, Kicillof le garantiza una
disputa pareja y con buenas opciones de triunfo en la provincia, donde se vota
a una sola vuelta. ningún otro dirigente de ese sector se consolida como
alternativa. Como aspirante presidencial, el gobernador podría ganar la interna
y hasta ser competitivo en una primera vuelta (la que define el número de
legisladores nacionales), pero tendría muy difícil superar con éxito el
ballottage.
“Con Cristina en la
boleta sería más fácil empujar a los propios. Si no, va a tener que pensar muy
bien la jugada. El candidato a presidente, al votarse todo el mismo día, tiene
mucho peso para traccionar al resto”, dice un senador que milita en el
cristinismo puro. La sueñan, al menos, como postulante a senadora por Buenos
Aires y para eso preparan movilizaciones cuando termine el verano.
La vicepresidenta
no quiere prila marias. Fernández se entromete en sus planes. ¿Cómo plantearle
unas PASO al presidente en ejercicio? La campaña sería –cree– una carnicería en
la que el kirchnerismo eximiría a la oposición de la responsabilidad de
retratar una gestión insatisfactoria.
Jorge Capitanich ya
salió a marcar la cancha sutilmente al Presidente, bajo la apariencia de una
declaración de respeto a su liderazgo: “El espacio de representación del
Gobierno debe quedar solamente para una persona. Si el Presidente tiene la
voluntad de ir por la reelección, ningún ministro ni representante del espacio
debería competir”. no hay que confundirlo con un apoyo o una expresión de
deseos. El gobernador kirchnerista le está advirtiendo que si de verdad va a
competir deberá “tener espaldas para bancársela solo”, tradujo un baqueano del
peronismo del interior.
El dilema de
Massa
Sergio Massa es el
otro protagonista de este juego de tensiones. El ministro de Economía se atiene
de manera obsesiva a la regla de oro del equilibrio, que por el momento lo
obliga a descartar de todas las formas posibles su ambición presidencial. Su
alianza táctica con el kirchnerismo requiere el compromiso formal de trabajar
por el conjunto y no para obtener una ganancia personal. Cristina lo avaló como
bombero en medio de un incendio. nada más.
Ahí radica el
dilema massista. Para ser candidato a presidente en 2023 necesita el éxito de
su gestión económica, pero al mismo tiempo si le fuera bien recaería sobre sus
hombros el peso destructivo de la desconfianza kirchnerista.
La Cámpora siempre
presentó a Massa como una estación pragmática en el camino hacia el paraíso
igualitario que ofrece a sus seguidores. Pero nada de lo que hace el ministro
parece un servicio altruista para garantizar la sobrevida del kirchnerismo y de
sus relatos aspiracionales.
La incógnita en el
peronismo es doble. Primero, ¿querrá Massa ser el candidato de un proyecto
basado en la dispersión del poder y que sostiene su fortaleza electoral en el
predicamento de Cristina? Segundo: ¿aceptará la vicepresidenta volcar su apoyo
a un dirigente que alguna vez hizo campaña con la promesa de “meter preso a los
corruptos”, que se comprometía en público a no tocar la Corte Suprema, que
abrazó el acuerdo con el FMI y que sintoniza antes con Estados Unidos que con
la Patria Grande latinoamericana?
Hay una divergencia
existencial entre Massa y Cristina. El ministro aspira a conectar con las
preocupaciones de una sociedad golpeada por años de crisis económica, lo que
implica en algún modo alejarse de la agenda kirchnerista centrada en la
denuncia de una conspiración político-judicial-empresarial-mediática contra los
intereses populares. La convivencia es posible en la medida en que nadie saque
ventajas.
A Massa el
kirchnerismo lo deja actuar como si fuera un técnico y no el político ambicioso
que es. Le permite, por ejemplo, que surfee en silencio el juicio político a la
Corte –siempre que garantice que sus diputados en la Comisión acompañen el
show–. Él ofrece a cambio el servicio de haber mantenido en carrera al Frente
de Todos en el año electoral, cuando en agosto todo parecía a punto de
desbarrancar definitivamente.
Un repaso por media
docena de encuestas publicadas en las últimas dos semanas muestra una paridad
entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio en intención de voto nacional.
El ballottage sigue siendo una barrera altísima para el oficialismo, pero al menos
se siente en competencia. La persistencia de Javier Milei como tercera opción
sólida suma un punto de incertidumbre que a esta hora le sirve al peronismo. La
oposición –extraviada en sus disputas de liderazgo– no consigue capitalizar los
apoyos de votantes moderados que ha perdido el Gobierno. Por eso el peronismo
le prende velas a la gestión de Massa: ¿puede aún el oficialismo reconstruir la
mayoría con la que ganó en 2019?
La inflación de
enero, según los analistas, vuelve a empinarse hasta al menos el 6%. Tocará ir
al psicólogo, si como dijo Fernández el problema está en la cabeza de los
argentinos. Si no, será más presión para el ministro bombero.
La suba persistente
del dólar blue en enero agita al oficialismo. Empieza a vislumbrarse también la
gran pared de vencimientos de deuda en pesos a partir del segundo trimestre,
sobre todo si el sector privado se inclina –como se prevé– por dejar de comprar
bonos que venzan después de unas elecciones de resultado incierto. La sequía
acaso no sea tan dramática como se temió, pero igual impactará en el ingreso de
divisas.
La administración de parches se complica. Evitar un fogonazo inflacionario requiere atenerse a la austeridad marcada por el FMI en un escenario económico que este año tiende al estancamiento. En ese terreno resbaladizo se disputa la guerra del Frente de Todos para definir quién se gana el derecho a representar en las elecciones a este colectivo de enemigos entrañables. |