Domingo 22 - Por Pablo Fernández Blanco - El fastidio de Mauricio Macri es tan grande
que en ocasiones supera los límites que se autoimpone para no decir palabras de
más en el principio de una carrera electoral que lo encuentra como factor
determinante. Una de las últimas veces fue el pasado 12 de enero, en Mar del
Plata. Quizás envalentonado por las consultas punzantes de Claudia Álvarez
Argüelles, la dueña de casa, el expresidente cargó contra el Fondo Monetario
Internacional (FMI), para sorpresa de los 30 empresarios que lo escuchaban en
el primer piso del Costa Galana acompañados por un lenguado que, según la
descripción de varios de ellos, estaba espectacular.
Macri subvirtió el
universo semántico del Frente de Todos en un párrafo. Le molesta que el
organismo ahora manejado por Kristalina Georgieva le libere las manos a Sergio
Massa para intervenir en el mercado financiero de una forma en que su
antecesora, Christine Lagarde, no se lo permitía a Nicolás Dujovne y Hernán
Lacunza, ministros de Economía en la gestión anterior.
La molestia de
Macri apunta a un mecanismo financiero particular. Washington no invalida la
operatoria que le permite al Gobierno usar al Banco Central para comprar la
deuda que no logra renovar en el mercado. Es un punto de extrema fragilidad
para la Casa Rosada. Según la memoria del expresidente, el FMI no fue igual de
comprensivo ante los pedidos que hacía en 2019 la gestión de Cambiemos para
estabilizar el frente cambiario.
El enojo del
expresidente está envuelto en cierta ironía. Critica al FMI por una actitud
colaboracionista con Alberto Fernández y Cristina Kirchner, los mismos que
señalan al organismo de crédito como el presunto financiador de la última
campaña presidencial de Macri.
El miércoles pasado
por la mañana ocurrió una escena perfecta que le da el contorno a la molestia
de la oposición. Sergio Massa anunció la recompra de bonos en dólares por más
de US$1000 millones. En la superficie, encaja con la liturgia kirchnerista, ya
que a primera vista luce como una operación de desendeudamiento. Ese brillo se
opaca cuando se rasca con el dedo. El Gobierno no redujo el peso de la deuda
inmediata -el problema que les rompe la cabeza a los economistas de Juntos por
el Cambio-, sino que pagará títulos que permiten controlar el precio de los
dólares financieros.
Esa misma mañana,
el diputado Luciano Laspina, economista de cabecera de Patricia Bullrich, le
envió un mensaje de Whatsapp a la presidenta de Pro con su interpretación de la
medida. Implicaba, según Laspina, alargar la mecha y aumentar el tamaño de la
bomba.
Hay más
antagonismos sorprendentes. El propio Macri advierte cada vez que puede sobre
el carácter combustible de la gran deuda en pesos que contrajo la fórmula
Fernández-kirchner. Es un movimiento en dos niveles: por un lado, el
expresidente se defiende de las críticas que le hacen al otro lado de la grieta
por el crédito con el Fondo. Pero también tiene una preocupación práctica.
La bomba le
explotará al que sigue, un lugar que aspira a ser ocupado por la oposición
política. De manera que el próximo presidente deberá dedicarle una enorme
energía a manejar el timón alocado de una crisis financiera antes que a dirigir
reformas estructurales capaces de salir del estancamiento.
En la inquietud de
los dirigentes de Juntos por el Cambio por el futuro comenzó a germinar la raíz
de una planta venenosa para Alberto Fernández y Cristina Kirchner que crecerá
con la carrera electoral.
Economía está
convencido de que el lunes pasado hubo una corrida contra los dólares
financieros. Por eso, desenfundó la operación de recompra de bonos. El camino a
las elecciones chocará con más corridas, que el Gobierno tratará de contener
con recursos que molestarán a la oposición.
Los dirigentes de
Juntos por el Cambio creen que la actual deuda en pesos es insostenible. La
dificultad es que en el reverso de esa fragilidad está el depositante
argentino. Esa es la duda: si se transparentan con vehemencia la situación,
podrían alentar una corrida que juegue en contra de los intereses del Frente de
Todos. Pero el silencio los vuelve a colocar en la incómoda posición de 2015,
cuando el silencio sobre el estado del Estado, luego, se les volvió en contra.
En 2023 vencen unos
$16,7 billones (10,2% del PBI). Casi todo está concentrado entre enero y
septiembre, es decir, un mes antes de las elecciones. El mes más alarmante es
julio. Treinta días antes de las primarias, hay que atender $3810 billones. Esa
cuenta implica pagar el equivalente a más de dos bases monetarias. Y los
pasivos remunerados del Banco Central llegan a 10,4 billones, el doble del
dinero que está en la economía.
Hay una presión
cada vez más fuerte por hablar. Macri en persona busca que se sincere el
problela ma. En parte, es el resultado de las conversaciones que tiene con
Hernán Lacunza, Guido Sandleris y Laspina.
Lacunza charló
acerca de estos temas con Macri en una visita que le hizo en Cumelén, el
country patagónico donde el expresidente mezcla vacaciones y política. Se
deslizaron otras cuestiones, también. Entre ellas, el fastidio por la llegada
de Martín Redrado al equipo de Horacio Rodríguez Larreta, algo que también le
hizo notar Sandleris al expresidente.
Lacunza (Economía)
y Sandleris (Banco Central) trabajan desde la vuelta al llano como referentes
económicos de Juntos por el Cambio. El nuevo compañero generó suspicacias no
solo por la relevancia pública del nombre -tiene una larga historia en la
función pública-, sino también por el lugar que ocupará.
Redrado será
secretario de Asuntos Estratégicos de Larreta, con un perfil orientado a
gestionar la relación de la ciudad de Buenos Aires con el mundo. Los memoriosos
de la política ven allí una sugestiva coincidencia. Quizás, el expresidente del
Banco Central haya iniciado un camino similar al de Domingo Cavallo junto a
Carlos Menem en los años 90.
Si bien hoy todos
recuerdan al exministro como un plenipotenciario gestor de la economía, sus
primeros pasos en ese gobierno comenzaron en la Cancillería. Una coincidencia
más. Redrado trabajó con Cavallo. De hecho, por su juventud, en las reuniones
de equipo se ubicaba al final de una larga mesa en el Ministerio junto a otro
entusiasta de la política: Alberto Fernández.
El movimiento
tectónico en el equipo de Larreta llegó hasta otras orillas de Juntos por el
Cambio. A tal punto que Lacunza recibió, tras llegada de Redrado, mensajes de
solidaridad que no tenía previsto.
El senador Alfredo
Cornejo, extitular de la UCR y con pretensiones de ocupar un lugar en una
fórmula presidencial, acusa públicamente a Alberto Fernández por la bola de
pesos y dio un paso más. Comenzó a criticar públicamente a los bancos por
prestar, según sus términos, una exagerada cantidad de dinero que compromete
cada vez más la capacidad de pago del país. “Siguen adelante con el pellejo del
próximo gobierno”, dijo.
En el macrismo
repiten el mismo argumento, señal de que la presión interna por transparentar
una situación que consideran compleja comenzó a derramar en casi todas las
orillas de Juntos por el Cambio.
Una nueva
tensión con Cristina
Massa no dejará
recurso sin tocar en la pelea por mantener la estabilidad financiera en el año
electoral. Incluso, está dispuesto a llevar adelante una jugada que pondrá como
nunca antes a prueba su relación con Cristina Kirchner.
En el piso 19 del
Enacom, el ente que regula las telecomunicaciones, se desarrollan desde hace
meses reuniones amargas. Suelen estar el presidente del organismo, Claudio
Ambrosini; su mano derecha, Diego Leiva, y los representantes de las empresas
de telecomunicaciones: Hernán Verdaguer (Telecom), Alejandro Lastra
(Telefónica) y Alejandro Quiroga López (Claro).
En alguna ocasión,
con otro grupo, asistió Alberto Pierri, presidente de la Cámara de Diputados
durante los 10 años del menemismo. Si bien tiene un pequeño imperio con
Telecentro, sería extraño que su agenda de contactos con el peronismo le
abriera las puertas del millonario negocio en ciernes.
El Gobierno decidió
avanzar este año con la licitación de la tecnología de telefonía móvil
denominada 5G, la bala de plata de Massa para que ingresen dólares genuinos a
las reservas del Banco Central. Si bien nadie quiere arrojar un número, una
especulación lo llevó a US$1800 millones (las empresas no lo convalidan), casi
un tercio de las reservas netas que tiene el organismo encargado de sostener el
valor del peso.
La discusión está
aclimatada en una situación paradójica. Massa está apurado por cerrar la
compulsa y Ambrosini cree que su paso por la gestión pública será evaluado por
este resultado. Pero ambos sospechan, también, que las empresas estarían más
cómodas negociando con el próximo gobierno. Es curioso. En una de ellas
reconocieron a la nacion que si la siguiente administración estabiliza la
economía, ellas deberían pagar más por el recurso que ahora se disputan. La
normalidad, a veces, es un mal negocio.
Las ideas de
Cristina Kirchner son una piedra en el zapato. De su inspiración, Alberto
Fernández dictó el decreto 690, que le permite a la Casa Rosada fijar los
precios que deben cobrar las compañías.
En la práctica, no
se aplica porque está judicializado, pero molesta a todos. Incluso a la
vicepresidenta, que el 22 de noviembre pasado lo blindaba de la presión interna
por modificarlo con una mención en Twitter. “Tu telefonito, la internet de tu
casa, aumentaron el doble que la inflación porque hay jueces que dijeron que el
decreto que se firmó para que sea un servicio público con precios regulados no
debía aplicarse”, escribió.
Massa recibirá en
la semana que comienza una propuesta que tensionará los fuelles del Frente de
Todos. Ambrosini le propondrá liberar los precios de los futuros servicios 5G.
Es la alternativa para esquivar la norma que defiende Cristina Kirchner.
Si bien los
asesores de Massa están a favor de una fuerte tarifa social, creen que la
última tecnología es más utilizada para negocios industriales millonarios antes
que para el usuario de a pie.
El 5G multiplica
por 100 la velocidad del 4G. Eso puede transformar la vida de una automotriz
como Toyota, una petrolera como YPF y la logística de los puertos. No tiene
sentido, entonces, ponerle un techo al precio.
Economía tomó la
decisión política y tiene el trabajo hecho para avanzar en la compulsa. Cree
que la propia competencia entre las empresas abrirá una recelo que los
favorecerá. Claro aparece, según el relato de los despachos públicos, como la
más ávida de sumar el recurso que administra el Estado y Telefónica cierra la
lista. En el medio ubican a la empresa del Grupo Clarín.
La próxima reunión
de directorio del Enacom será el 22 de febrero. Allí se aprobarán los pliegos y
90 días después terminaría la subasta. Será un momento clave. Gustavo López,
vicepresidente del organismo y miembro del directorio, conocerá la letra chica
de lo que sucederá. Es el nexo con el Instituto Patria.
Diez días más
tarde, las compañías deberían transferir el dinero a una cuenta pública. De
manera que el Gobierno podría hacerse de los dólares, a más tardar, en junio,
poco antes de tener un vencimiento récord. Solo restan dos estaciones claves:
el visto bueno, al menos tácito, de la vicepresidenta, y el precio base que
Massa le ponga a la subasta. Lo puede decidir esta semana.ß
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