Por Carlos Pagni - El
peronismo se enredó con los hilos de su propia política. Cristina Kirchner sumó
a su saga antirrepublicana a dirigentes que trataban de resistir esa atracción.
Alberto Fernández, Sergio Massa y la mayoría de los gobernadores se han
convertido en peones de un ajedrez sobre el que ellos no deciden. Jugadas como
el ataque contra la Corte o la formación de brigadas bolivarianas para
controlar los precios anulan lo que, se supone, ellos tenían para ofrecer al
diseño electoral: rasgos diferenciales respecto del estilo de la
vicepresidenta. Ella, que encarnaba el piso electoral del oficialismo, se
convierte también en su techo.
Más curioso es ver
a la señora de Kirchner entregando también jirones de su propia identidad. En
un momento en que la falta de dólares para adquirir insumos estrangula a la
entrañable industria nacional, Massa echa mano de las reservas del Banco
Central para mejorar el patrimonio de los tenedores de bonos emitidos bajo
jurisdicción extranjera. El proyecto nacional y popular, que ya se había puesto
de rodillas ante el sector agropecuario con la invención del dólar soja, según
dictaminó Máximo Kirchner, ahora se inclina ante los especuladores financieros.
La implacable cuenta de Twitter de la vicepresidenta mantiene un silencio
cercano a la ortodoxia.
Ambos cursos de
acción comparten una peculiaridad: la ineficacia. Ni Cristina Kirchner logrará
desplazar a la Corte, ni Massa logrará, por más que los títulos mejoren su
cotización un par de días, recuperar el crédito del mercado. En términos
electorales, a Fernández y a Massa les será cada vez más difícil apelar al voto
de ciudadanos con alguna sensibilidad institucional. Y la vicepresidenta ya
debe afrontar el creciente clamor de su feligresía más fiel, que está
desconcertada por los espasmos ultraconservadores de la gestión económica.
El ataque a la
Corte se sostiene en una premisa que nadie discute: el Frente de Todos no
cuenta con los votos para enjuiciar a los cuatro magistrados. El único que
enfrenta una amenaza, muy hipotética, es Ricardo Lorenzetti. Contra él se
podrían sumar los votos kirchneristas con los de la Coalición Cívica de Elisa
Carrió, que ya promovió su destitución. La empresa impulsada por la señora de
Kirchner no es, por lo tanto, institucional, sino política. Ella se prepara
para los peligrosos idus de marzo. El jueves 9, el Tribunal Oral en lo Criminal
Nº 2 divulgará los fundamentos del fallo que la condenó a seis años de prisión
por la administración de la obra pública de Santa Cruz. El ambiente estará
caldeado. El miércoles de la semana anterior, en la apertura del año
legislativo, los ministros de la Corte recibirán los abucheos de rigor en el
hemiciclo de la Cámara de Diputados.
Marzo puede traer
más novedades. La Corte todavía debe decidir si el sobreseimiento dispuesto por
la Cámara de Casación en la causa dólar futuro, que benefició a la señora de
Kirchner, a Axel Kicillof y a Miguel Pesce, fue válido o debe ser anulado. En
el segundo caso, los imputados deberán ir a juicio oral.
En marzo también se
puede producir otra decisión traumática para la señora de Kirchner. Los
camaristas de Casación Ana María Figueroa, Diego Barroetaveña y Daniel Petrone
podrían resolver si corresponde o no lo decidido por un tribunal oral: que no
se haga un juicio público en la causa HotesurLos Sauces. Es un asunto
hipersensible porque involucra a Máximo y a Florencia Kirchner.
La avanzada contra
la Corte está pensada para este escenario. El kirchnerismo se propone
demostrar, sobre todo ante su feligresía, que en los tribunales no se está
impartiendo justicia sino ejecutando una persecución. Que los magistrados son
militantes de Juntos por el Cambio. El Congreso, donde los legisladores de la
oposición defienden las garantías que protegen a los jueces, es un ideal para
interpretar esta tesis.
El argumento tiene
patas cortas. Los diputados del oficialismo promovieron el juicio político
basándose en comunicaciones privadas que se conocen a través del espionaje
clandestino. Adujeron que, como esto último todavía no fue determinado por la
Justicia, se puede avanzar a cuenta de un pronunciamiento. El criterio es
estrafalario, sobre todo para un grupo político que se rasgó las vestiduras por
las operaciones ilegales de la AFI de Mauricio Macri. Se fijaría esta pauta
insólita: salvo que se demuestre lo contrario, cualquier divulgación de chats
se presume legal.
La inconsistencia,
sin embargo, es otra, mucho más severa: anteayer la Justicia resolvió que esos
chats no pueden ser materia de un proceso penal porque pertenecen a la
intimidad de los interlocutores. El juez federal Sebastián Ramos archivó la
causa que se había iniciado contra Silvio Robles, un funcionario del equipo del
presidente de la Corte, Horacio Rosatti, a quien se le formularon cargos
basados en intercambios telefónicos con el ministro de Seguridad de la Ciudad,
Marcelo D’Alessandro. Ramos cerró el expediente basándose en que el fiscal,
Carlos Stornelli, se abstuvo de acusar, al advertir que la denuncia se basaba
en capturas subrepticias de una conversación privada.
El juez también se
pronunció sobre la protección constitucional a la intimidad de las personas.
Hizo propias las razones del fiscal Carlos Stornelli. Entre ellas hay una muy
interesante. Stornelli citó el voto de Ana María Figueroa en la discusión por
la reapertura de la causa por el pacto con Irán, iniciada por Alberto Nisman.
La camarista Figueroa sostuvo que el caso no podía reabrirse a partir de una
prueba inválida: el registro ilegal de una conversación telefónica entre Héctor
Timerman y el entonces presidente de la AMIA, Guillermo Borger. En aquel
momento, el kirchnerismo denunció que los jueces Mariano Borinsky y Gustavo
Hornos habían admitido como prueba esa intervención clandestina. Eso no quiere
decir que utilizaran el contenido de ese intercambio, pero sí fue admitido para
dar un paso procesal trascendente. El abogado de Robles, Matías Ledesma, hizo
propio el criterio de Figueroa. En el fondo del debate aparece un gravísimo
problema: según el momento o según la “cara del cliente”, ¿en la Argentina hay
dos códigos procesales?
En la embestida
contra la Corte se juegan los enfrentamientos internos de la propia Corte. No
sólo María Bourdin, que es la voz de Lorenzetti, sugirió que Rosatti debía
renunciar. Resulta también sospechosa la demora de la oficina responsable por
las intervenciones judiciales de teléfonos y correos electrónicos, la Dajudeco,
en responder una consulta elemental de los fiscales: ¿algún magistrado ordenó
monitorear el teléfono de Robles o de D’Alessandro? Si la respuesta fuera
negativa, los diputados peronistas habrían perdido la oportunidad de investigar
a los jueces.
La perezosa
Dajudeco está en manos de Javier Leal de Ibarra, un camarista apadrinado por
Lorenzetti, y por Juan Rodríguez Ponte, ahijado del juez Ariel Lijo, otro amigo
del expresidente de la Corte. Lijo es el mismo juez que debe resolver la causa
sobre presuntas irregularidades en la obra social del Poder Judicial, usada
para hacer bullying contra el decano de la Corte, Juan Carlos Maqueda, aun
cuando no esté imputado en el expediente. Hay expectativa sobre ese desenlace.
En el gobierno de la Ciudad afirman que, a la luz de estos antecedentes,
Horacio Rodríguez Larreta descartaría la pretensión de Lijo de convertirse en
Procurador de la Nación en su hipotética presidencia. Una frustración para el
“juez Lujo”, como lo denominan, con cariño, en Comodoro Py y en la joyería
Simonetta Orsini, su segundo hogar.
El cuestionamiento
al Poder Judicial y, sobre todo, a su cabeza, la Corte, tiene antecedentes
remotos en el kirchnerismo. El principal cerebro de la vicepresidenta en esta
estrategia, Leopoldo Moreau, ya en febrero de 2021, refiriéndose a un dictamen
de la Casación que beneficiaba a Macri, se quejó de que el máximo tribunal
hubiera aceptado primero, y rechazado después, la revisión del expediente sobre
obra pública en Santa Cruz. Ese fue el casus belli del conflicto de estos días.
En aquel momento Moreau propuso: “Hay que tomar decisiones institucionales
fuertes y creativas si queremos una democracia que no este chantajeada y
condicionada por corporaciones”. Es lo que se está viendo ahora.
Los lamentos por el
lawfare deben sobreponerse a las evidencias que surgen del propio kirchnerismo.
Hugo Alconada Mon registró el lunes pasado la fortuna incalculable de Gustavo
Gentilli, un funcionario intermedio del órgano de control de autopistas, donde
empezó la gran carrera de acumulación de Néstor Kirchner. Muchos más modestas
fueron las ambiciones de Nelson Periotti y Gustavo Navarro, funcionarios de
ceremonial que se apropiaban de los viáticos en los viajes de Cristina
Kirchner. El juez Daniel Rafecas los procesó, después de que el controvertido
Rodolfo Canicoba Corral se había propuesto absolverlos. La familia Periotti no
para de sufrir: Nelson Perotti padre fue condenado por la obra pública de Santa
Cruz. También Francisco Larcher, la mano derecha de Kirchner en cuestiones de
espionaje, boicotea la teoría del lawfare: su hijo no para de subir videos a
las redes para mostrar la opulenta mansión en la que veranean en Punta del
Este. En una de las tomas, enternecedora, aparece Larcher, ya anciano,
haciéndole un asado.
Una información
insistente pero difícil de verificar afirma que, cuando cayó su antiguo
compañero de tareas en el Banco de Santa Cruz, Lázaro Báez, el exespía sacó de
su casa 70 millones de dólares, transportados por un hijastro en el baúl de un
auto que pasaría la noche en un garage. Por esa logística el joven se habría
cobrado 4 millones de dólares. Importa mucho el “se”. Habladurías. Después de
todo, Larcher pudo ahorrar ese dinero trabajando en Impera Intelligence Group.
O con su distribuidora Distribrosmen, de bebidas alcohólicas, conocida como “el
laverrap de Paco”. Enigmas de Berazategui. Las cuentas más abultadas de Larcher
están en los bancos de Santa Cruz y Santa Fe, de la familia Eskenazi. Minucias
que no inquietan a los Larcher, que disfrutan sus correrías con los
Olivero-Majdalani en las arenas del Este. Unos, kirchneristas. Los otros,
macristas. Son familia. Estas fechorías degradan cualquier denuncia sobre
persecución. Se podría aceptar, eso sí, que la Justicia no es tan inquisitiva
con otros grupos políticos. Pero es un argumento relativo: aun para una clase
política con una moral muy fragilizada, el kirchnerismo se fue de escala.
En la embestida
contra los jueces conviene prestar atención que el peronismo no tiene los votos
para condenar a los magistrados. Esa impotencia convalida el reproche de la
oposición: no se estaría ante una comisión de juicio político sino ante una
comisión de escrache. Las derivaciones de esta iniciativa son todavía
misteriosas. Una de ellas: Alberto Fernández, que se ufanaba, para irritación
de la señora de Kirchner, de no afrontar ninguna causa judicial, ya cuenta con
dos denuncias penales, iniciadas por Carrió. ¿Empezó, todavía imperceptible,
otro calvario? La otra consecuencia fue publicada por Rafael Mathus Ruiz en
este diario: el gobierno de Joe Biden alertó sobre la crisis institucional que
se está abriendo en el país.
Era previsible esa
condena. La región está sembrada de señales de alarma. Lima, la capital del
Peescenario rú, ha sido tomada por manifestantes en contra del gobierno de Dina
Boluarte, surgido después del golpe que Pedro Castillo asestó contra el
Congreso pretendiendo clausurarlo. En Brasil los seguidores de Jair Bolsonaro
intentaron un golpe de Estado. La bandera principal de esa asonada ha sido un
ataque al Poder Judicial, encargado de organizar las elecciones. El gobierno de
Biden condenó a Bolsonaro y a Cristina Kirchner y Fernández. Una bofetada
inesperada: en un plano subliminal, Biden hermanó a los kirchneristas con el
neofascismo brasileño. Variaciones de la misma concepción antiliberal sobre el
ejercicio del poder.
En esta atmósfera,
el Presidente y el presidente “de facto”, Massa, arriesgaron en Washington su
principal argumento: “Apóyenme a mí porque, si no, prevalecerá Cristina
Kirchner”. Así han gestionado hasta ahora la clemencia del Fondo Monetario. La
danza es llamativa. La vicepresidenta encadena a Fernández y a Massa a su
destino. Les impone también una visión de la inflación con la que ellos no
comulgan: la de que es un complot de los grandes comerciantes. Por eso Massa
manda patrullas de camioneros, orgullosos de sus camisas negras, a los
supermercados.
En sentido inverso,
el Presidente, y sobre todo Massa, también atrapan a la señora de Kirchner en
una gestión que ella no podrá justificar. Cuando cada vez más fábricas están
paralizadas por la falta de dólares, Massa, siguiendo los consejos del secretario
de Finanzas Lisandro Cleri, utiliza el 15% de las reservas del Central para
recomprar bonos. Ayer desde la izquierda kirchnerista de Soberanxs, encabezada
por la intransigente Alicia Castro, adelantaron que Massa jamás será su
candidato a presidente. Se lo avisan a Cristina Kirchner.
Massa y Cleri hacen
lo que hacen para que no se siga agigantando la brecha cambiaria. Lo hacen para
no potenciar la inflación. Lo hacen, y aquí está el núcleo de la acción, para
no terminar de devaluar. Pretenden, además, que mejore el precio de los papeles
argentinos para garantizar con menos costo ese repo de un par de bancos que
Massa prometió cuando llegó al ministerio. Sueña con 1000 millones de dólares.
¿Hubo además otro propósito? Según la cuenta de Twitter @TraductorTeAma, el día
anterior al anuncio de Massa se registró el máximo histórico en la demanda de
los bonos que él iba a adquirir. ¿Hubo compradores clarividentes que previeron
lo que sucedería? Cuánto que aprender.
El juicio político
deteriora más, si eso fuera posible, las chances presidenciales de Fernández y
de Massa. Pero no conseguirá liquidar a la Corte. La recompra de títulos puede
lograr una mejora transitoria del precio de la deuda. Pero Massa no conseguirá
volver a tener crédito, que debería ser su pretensión. Para eso hay que
normalizar la macroeconomía. Son maniobras. ¿Cómo harán Fernández y Massa
durante la campaña para disimular los arrebatos institucionales de la
vicepresidenta? ¿Cómo hará la vicepresidenta para defender el festival de
negocios privados que genera Massa con dinero del Estado? Cualquier peronista
que esté pensando en el desafío electoral debería contestar esas preguntas.ß
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