Por Jorge
Vasconcelos (El autor es investigador jefe del Ieral-Fundación Mediterránea) Con
un rezago de pocas semanas, el primer semestre de 2022 coronó el deterioro de
las variables económicas y políticas con una brecha cambiaria que superó el 150%
hacia mediados de julio, un escenario dominado por la zozobra que,
paulatinamente, fue cediendo hacia fin de año. Paradójicamente, uno de los
secretos para que en 2022 los números “cerraran” tiene que ver con una
inflación que terminó en el 95%, la más alta en más de 30 años y una seria
amenaza para las chances electorales del oficialismo si se mantuviera en ese
andarivel.
Para el análisis de
los resultados de 2022 hay que dividir el año en dos mitades, con un segundo
semestre que fue clave, ya que:
1. Se restableció
el mando único en la conducción de la economía.
2. Se aprovechó a
pleno la inflación que engordaba la recaudación impositiva en términos
nominales, mejorando el resultado fiscal con cierto control del gasto.
3. Se logró que la
soja de los silobolsas se transformara en exportaciones.
4. Se subió la tasa
de interés de modo que los depósitos privados en el sistema bancario terminaran
incrementándose un 97% en el año en términos nominales, un factor decisivo para
alimentar el financiamiento directo e indirecto al Tesoro.
Sin embargo,
ninguna de las medidas adoptadas en el segundo semestre fue gratuita en
términos de “herencia económica” de cara a 2023, ya que se empinó la curva que
muestra la trayectoria de la deuda del Banco Central y se hizo más crudo el
conflicto entre acumular reservas y facilitar el funcionamiento de las
actividades productivas que requieren de insumos importados.
Se cumplió con el
objetivo de limitar el financiamiento directo del Banco Central al Tesoro, pero
se activaron nuevos mecanismos de emisión, a tal punto que de cada 100 pesos
emitidos por el BCRA, 7 se explican por transferencias al fisco y 93 por el
“resto”, que incluye los intereses de las Leliq, el plus por el dólar soja y
las intervenciones en el mercado de capitales para sostener la paridad de los
títulos públicos y evitar el fracaso de las licitaciones para refinanciar los
vencimientos de deuda interna. De cara a 2023, no parece factible que esos
nuevos factores de emisión puedan apagarse. Por el contrario, podrían adquirir
mayor intensidad.
El déficit
consolidado, que incluye el “cuasifiscal” del BCRA, superó los 8,0 puntos del
PBI en 2022 y el sector externo experimentó un deterioro de 2,3 puntos del PBI,
ya que la cuenta corriente del balance de pagos pasó de un superávit de 1,4%
del PBI en 2021 a un déficit estimado de 0,9% en 2022.
Al mismo tiempo, se
enfrió el nivel de actividad como contracara de los siguientes factores:
-El ascenso de la
inflación (menor poder adquisitivo para la demanda).
-La aspiradora de
fondos en la que se constituyó el Estado, haciendo que el crédito al sector
privado terminara siendo un residuo y capturara solo el 35% del incremento de
los depósitos bancarios registrado en 2022.
-El torniquete cada
vez más ajustado para las autorizaciones de importación, con un diciembre en el
que las compras al exterior habrían caído 13,4% interanual, cuando en julio
subían al 45% anual.
El riesgo para 2023
es que los períodos se inviertan y el segundo semestre de este nuevo año se
parezca al primero de 2022 y no al segundo:
1- A medida que el
año avance, podemos encontrarnos con un escenario de marcada fragmentación
política, en lugar del “mando único” de los últimos meses.
2- La represión de
la inflación puede hacer que los depósitos bancarios sigan acumulándose a buen
ritmo en los primeros meses, pero hacia mediados de año será inevitable que
opciones financieras más vinculadas a dólar oficial e inflación prevalezcan
sobre la tasa de interés. Dependiendo del contexto político, estas alternativas
podrían ser buscadas por dentro o por fuera del sistema bancario.
3- De la mano de
una cosecha de granos que en 2023 puede estar US$9000 millones por debajo de la
de 2022, el recurso del dólar soja puede ser menos predecible, con los
productores demandando un “premio” superior al 32% de diferencia que hubo en
diciembre con el tipo de cambio oficial. En este último caso, la emisión
monetaria por el plus será potenciada, al tiempo que, con los silobolsas
vacíos, no habrá cómo recuperar reservas en el segundo semestre.
4.- Si la inflación
en el primer semestre dejara de ser un factor decisivo de recaudación
impositiva, el Gobierno, frente a previsibles dificultades para refinanciar los
vencimientos de deuda interna, tendría que operar sobre el gasto público, con
menos subsidios y planes sociales. Y esto podría fragilizar aún más la cohesión
del oficialismo.
Los riesgos del
segundo semestre de 2023 tienen que ver con el hecho de que los desequilibrios
de la macro no se han corregido, en un período en el que se han explorado
nuevos límites para financiarlos (Banco Central como prestamista de última
instancia para el Tesoro, dólar soja y demás), en un contexto hasta hace poco
tiempo muy favorable en clima y en precios internacionales de las commodities.
En 2022, el flujo
de comercio exterior (la suma de exportaciones e importaciones) fue de
US$170.000 millones, el 27% de un PBI que, medido a precios corrientes, fue
superior a los US$630.000 millones. Y el tema es que en 2023, en parte por la
sequía, el flujo de comercio exterior apunta a los US$146.000 millones, una
base demasiado estrecha para sostener un PBI del tamaño del año pasado.ß |