Por Martín Rapetti - Este año se elige presidente y
todas las encuestas tienen a la inflación en el tope de las preocupaciones de
la sociedad. El Gobierno entiende que sus chances electorales dependen
crucialmente de bajarla y mejorar el poder adquisitivo de los salarios. En el
último bimestre de 2022, algo se ha conseguido: la inflación bajó de un ritmo
mensual de 6,2% entre marzo y octubre al 5% y los salarios reales recuperaron
cerca del 2%. ¿Podrá continuar esta tendencia?
El ministro de Economía, Sergio Massa, aspira a una
trayectoria descendente de la inflación, que se corone “con un tres adelante”
en el dato de abril (o sea, entre 3% y 3,9%). Cuesta ver ese escenario. Es cierto
que muchos precios se está na jus completamente
a un ritmo bajo. Los tipos de cambio
alternativos (MEP, CCL y blue) vienen tendencialmente por debajo del oficial
–lo cual ha hecho caer la brecha cambiaria– y muchos productos de la canasta
del consumidor se han sumado al programa de Precios Justos, que estipula
estabilidad de precios por cuatro meses para unos 2000 productos y subas del 4%
mensual para un grupo amplio de alimentos, ropa y calzado.
De todos modos, el ritmo nominal al
que está viajando la economía sigue en un andarivel superior. Los salarios
están recuperando terreno perdido, moviéndose cerca del 6% mensual, el tipo de
cambio oficial viene bajando de velocidad, pero aún se sitúa en torno al 5% y
la tasa de interés a la que toma deuda el Gobierno sigue alrededor del 6%
mensual efectivo. Tengamos en mente además que en las próximas semanas habrá
subas en las tarifas de electricidad y gas para eliminar los subsidios a los
hogares de mayor poder adquisitivo y al consumo por encima del tope que
enfrenta la clase media; quita de subvenciones en AySA; e incremento del 40%
del transporte público en AMBA, más indexación a partir de marzo. Las subas
vinculadas al turismo se harán sentir en enero y febrero y aquellas asociadas a
la vuelta al colegio harán lo propio en marzo.
Pero aun sin un abril “con el tres
delante ”, no menospreciemos la posibilidad de que la inflación siga
bajando.Por más heterodoxo que sea, el programa en curso tiene elementos de
plan de estabilización convencional. Primero, hay un programa fiscalmonetario
con el FMI, cuyas metas se vienen cumpliendo y se manifiesta voluntad de seguir
así. Además, el Gobierno encontró un ancla desinflacionaria –transitoria, pero
ancla al fin– en los márgenes empresariales, que se ensancharon en la crisis de
mediados de 2022. Con astucia, Mastando sa se agarró de estos altos márgenes
para negociar una desaceleración en el marco del programa de Precios Justos, a
cambio de que las empresas accedan con fluidez al mercado de cambios oficial
para importar.
Aún con una inflación de 5,5% mensual
en el primer trimestre, los salarios se recuperarían, facilitando una
coordinación de precios y salarios en un escalón más bajo. Ya nos enteramos
sobre la negociación con los sindicatos para tener paritarias de 60% anual, que
equivalen a 4% mensual. Sabemos también que habrá una segunda ronda de Precios
Justos, que buscará acordar subas mensuales de los productos participantes en
torno al 3%. A eso, se sumará la intención de bajar el crawl del tipo de cambio
oficial a un ritmo en línea con precios y salarios y, de ser posible, un poco
más abajo. El deseo irrefrenable de todo gobierno es usar al dólar cómo ancla
en un año electoral.
Sin el virtuosismo de una
planificación
en Excel y seguramente con empujones,
tropiezos y algunos gritos, el Gobierno podría coordinar una des aceleración de
la inflación. En un escenarioen que“las cosas salgan bien ”, podría terminar
2023 en torno a 70% (o un poco menos). Pero para que “las cosas salgan bien”,
no sólo se necesita pericia sino también fortuna. Hay dos puntos débiles en el
programa, en buena medida fuera del alcance oficial. Uno, los dólares. Sin
ellos, no hay forma de coordinar el proceso desinflacionario. La sequía en la
zona núcleo luce como una espada de Damocles. El otro es la demanda privada de
la deuda en pesos del Tesoro. Si no se recupera, la fuga hacia el dólar
derivará en un ensanchamiento de la brecha cambiaria, mayor presión
inflacionaria y caída de salarios. El panorama es complejo, pero no está muerto
quien aún pelea.ß
(*) El autor es director ejecutivo
de la consultora Equilibra
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