Por Carlos Pagni - Borges
decía que, dado que el universo es infinito, podemos seguir cayendo infinita
mente. Alberto Fernández está dispuesto a ponerle el cuerpo a esa ironía. No
para de caer. Primero, recurrió a la cadena nacional para denunciar una reunión
de varios jueces, un espía, dos ejecutivos de Clarín y dos ministros de Horacio
Rodríguez Larreta, de la que, como él reconoció en ese momento, se enteró por
medios clandestinos.
En menos de una
quincena anunció que no acataría un fallo de la Corte Suprema de Justicia a
favor de la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires. En los últimos días está
combinando ambas desviaciones: se sirve del espionaje irregular para promover
el juicio político del máximo tribunal del país, empezando por su presidente,
Horacio Rosatti. Fernández ya es un malabarista de la ilegalidad: pretende
inaugurar una práctica aberrante que es la de condenar a alguien por el
contenido de sus conversaciones privadas. Sería interesante que, mientras
avasalla estas prerrogativas, Fernández tuviera la caballerosidad de, al menos,
poner a disposición del público el contenido de su teléfono. Lo más insólito de
todo: él consagra estos atropellos en nombre del Estado de Derecho.
No hay que ser
abogado para saber que los fallos están para ser obedecidos. Más todavía cuando
nos parecen equivocados. Es en ese caso cuando más brilla el imperio de la ley.
Tampoco se necesita ser un experto para entender que las garantías tienen
carácter universal. La Constitución no resguarda la privacidad de las
comunicaciones, a pesar de que, sino por que en esos intercambios puede haber
mensajes impresentables. Si todos los chats fueran angelicales, no habría
necesidad de protección.
La judicialización
que hace Fernández de la intervención subrepticia de una comunicación es un
catastrófico homenaje a Héctor Timerman. El excanciller fue procesado en la
causa por el memorándum con Irán por una conversación privada con el presidente
de la DAIA, Guillermo Borger. El juez Daniel Rafecas rechazó esa prueba. Pero
Claudio Bonadio la admitió. Los camaristas Gustavo Hornos y Mariano Borinsky le
dieron la razón. Pésimo antecedente al que hoy, “con esa lógica peculiar que da
el odio”, pretende apelar Fernández.
El Presidente es
consciente de estas contradicciones. Pero para entender su estrategia no hay
que detenerse en el desaguisado institucional que está protagonizando. Su
propósito es político. Para entenderlo hay que leer el contexto en el que
actúa. En el peronismo se está disputando la candidatura presidencial para las
elecciones de octubre. El torneo es más encarnizado desde que Cristina Kirchner
dijo que no va a competir. Fernández cree que él está en condiciones de
hacerlo. Fantasea con la reelección. Compite con Sergio Massa y Eduardo “Wado”
De Pedro, dos de sus ministros. Además de convencer al electorado, es
imprescindible que seduzca a la vicepresidenta. Fernández regresa al 15 de mayo
de 2019, cuando aseguró que los jueces Ercolini, Bonadio, Irurzun, Gustavo
Hornos y Gemignani “deberán algún día explicar las barrabasadas que escribieron
sobre Cristina”. Tres días después, la señora de Kirchner lo postuló a través
de Twitter. ¿Alguien le había pedido esa profesión de lealtad? Tal vez no hacía
falta. El Presidente intenta que la historia se repita.
Fernández está
dispuesto a poner en crisis la institucionalidad para reconquistar aquella
bendición. Por eso fue contra la Corte, que es la obsesión de su jefa. El
desafío era importante. No porque faltaran gobernadores para iniciar un juicio
político. Debía conseguir que un juez federal acepte una denuncia basada en una
intervención de inteligencia sobre un chat privado. Fue al lugar más fácil:
Santiago del Estero.
El gobernador
Gerardo Zamora también está en carrera por el beneplácito de Cristina Kirchner
para ingresar en la escena nacional. Zamora, convertido en un celoso custodio
de la imparcialidad de la Justicia, ordenó al juez federal Guillermo Molinari
que acepte una denuncia basada en información obtenida por medios ilegales. No
le costó mucho: Molinari sigue en funciones gracias a que su jefe, Zamora,
logró que no prosperaran denuncias en su contra por mal desempeño en el Consejo
de la Magistratura. De inmediato, el juez quiso requisar el teléfono de Silvio
Robles, empleado de la Corte que colabora con Rosatti. Quería conocer las
conversaciones de Robles con Marcelo D’Alessandro. Pero no pidió el teléfono de
D’Alessandro. Tal vez sólo quería entrar al celular de un colaborador de
Rosatti, para llegar al de Rosatti. Lo concreto es que Molinari aceptó que se
puede investigar a un ciudadano a través de procedimientos que están fuera de
la ley.
No debería
sorprender que en Santiago del Estero se entienda la legalidad de esa manera.
La pésima calidad institucional de la provincia está llamando la atención de
quienes en el exterior estudian las redes del narcotráfico internacional. El 30
de noviembre pasado, el especialista Douglas Farah, titular de la consultora
IBI, publicó un informe titulado “Un caso de estudio de la convergencia
criminal internacional: Santiago del Estero, Argentina”
(https://www.ibiconsultants.net/_
upload/mediaandpublications/document/sde-argentina-report.pdf). Farah analiza
desde hace más de veinte años problemas de seguridad internacional en América
latina. Su instituto presta servicios al Banco Mundial, el FMI, el Departamento
de Estado de los Estados Unidos, el Departamento de Defensa, la DEA y la OEA
entre otras instituciones. A menudo Farah suele ser requerido como testigo por
el Congreso norteamericano sobre temas de su especialidad.
En su informe sobre
Santiago del Estero este consultor afirma que esa provincia “es el epicentro
donde convergen muchas redes criminales y de corrupción, tocando al gobernador,
su familia, la familia de su esposa y a la poderosa vicepresidenta Cristina
Fernández de Kirchner”. Farah explica que el comercio de la droga, sobre todo
de la cocaína, se está reorientando y va desde Perú y Bolivia hacia la
Argentina, Chile y Uruguay, en busca del rentable mercado europeo.
Santiago del Estero
sería un nudo central de ese comercio por el cual la cocaína baja por la ruta
34, para ser enviada hacia los puertos de Chile y el Atlántico. Una de las condiciones
que convierten a Santiago, según Farah, en un “portaviones del narcotráfico”,
es el sometimiento absoluto del poder judicial y un dominio muy extendido sobre
los medios. Esa maquinaria protege a los propios y persigue a los críticos. La
utopía kirchnerista.
El autor atestigua
que durante una visita a la provincia, advirtió un movimiento inusitado de
dinero en efectivo que alimenta una de las estructuras políticas más
sofisticadas del país. La que controlan Zamora y su esposa, Claudia Ledesma
Abdala, quienes han gobernado la provincia desde 2005.
Farah señala que
Santiago también es la puerta de entrada para la Argentina del Primer Comando
Capital, máxima banda criminal de la región, controlada desde las cárceles de
Brasil. Según el autor, el narco protege a estos delincuentes y la policía
provincial ampara al narcotráfico.
Para Farah, gran
parte del poder del matrimonio Zamora proviene de la protección que reciben de
Cristina Kirchner, en términos políticos y fiscales.
Farah también
menciona otra práctica ilegal del autoritario reino de los Zamora: la toma de
tierras a partir de la intromisión de comunidades indígenas alineadas con el
matrimonio en propiedades rurales privadas. El caso más notorio es el de la
apropiación de los campos de la familia Masoni.
Zamora se jactó de
que, con tal de defender a los santiagueños de los porteños, estaba dispuesto a
ir preso. Le contestó María Eugenia Talerico, dirigente de Republicanos Unidos,
el partido de Ricardo López Murphy: “Lo más probable es que vaya preso por el
narcotráfico que existe en la provincia”. Talerico había leído a Farah.
El sombrío panorama
que pinta este investigador norteamericano inspira una pregunta: ¿A Zamora lo
mueve, en su ataque a Rosatti, la defensa de los intereses económicos de
Santiago del Estero? ¿O su alarma tiene otros pliegues? La pregunta tiene
sentido porque Rosatti ha puesto el problema del narco en el tope de la agenda
de la Corte.
Alberto Fernández
también presenta a Rosatti y al resto del tribunal como la servidumbre del Pro.
En el pedido de juicio político hasta habla de que la esposa de Robles, Laura
Latorre, experta en comunicación, está identificada con el macrismo, porque
trabajó con Mario Quintana. Olvida Fernández que, cuando él era jefe de
Gabinete, Latorre, a pocos metros suyos, asesoraba a Néstor Kirchner.
Mientras tanto, la
democracia argentina soporta el agravio cada día más intenso de un submundo sin
control alguno. Es obvio que el beneficiario de las operaciones de inteligencia
que se están multiplicando es el kirchnerismo. Por eso es verosímil que la mano
negra opere desde ese lado. A los periodistas que lo sugieren, como Joaquín
Morales Solá o Daniel Santoro, Agustín Rossi los persigue en la Justicia. Rossi
se convierte en el discípulo más tardío del tenebroso Antonio Stiuso, que
prestaba esos servicios para Francisco Larcher y para Kirchner. No falta nada.
Aún así, la ciénaga
es complejísima y, por lo tanto, muy confusa. El Pro pretende, con lógica
política, encuadrar toda la historia como un enfrentamiento entre el Gobierno y
la oposición. Reaparece entonces, desde “la neblina del ayer”, César Milani.
Este militar, que prestó servicios a Cristina Kirchner cuando ella expulsó a
Stiuso, ya no es el que era. Si tiene un enemigo, se llama Rossi, quien lo
desplazó de la jefatura del Ejército en su primer paso por el Ministerio de
Defensa. Más adelante Milani perdió el afecto de la vicepresidenta, acusado por
malas compañías. ¿Quedan amigos de Milani en Defensa? Sí, sobre todo en el
Estado Mayor Conjunto. Es una hipótesis.
Hay otras. Hace
alrededor de seis meses, Mauricio Macri advirtió a Larreta que le había llegado,
por vía de Stiuso, que el ministro D’Alessandro tenía una relación estrecha con
el juez Federico Villena. También mencionó a Robles. Para Macri, Villena es un
gran objetivo: fue quien inició las investigaciones de espionaje ilegal durante
su gestión, en Lomas de Zamora. Larreta preguntó en aquel momento por qué esa
proximidad afectaba a su gobierno. Al poco tiempo, a través del binguero Daniel
Angelici, D’Alessandro consiguió una reunión con Macri. Al parecer aclaró su
situación.
No la aclaró, sin
embargo, con Stiuso. El día en que al secretario privado del espía jubilado,
Lucas Nejamkis, le robaron un bolso en el restaurante Selquet, en otra mesa
estaba Jorge Macri, con un periodista. Cuando Nejamkis recibió la solidaridad
de Macri, estalló: “Esto me lo hace D’Alessandro. Nos espía, y además nos manda
a robar”. El plural incluía a Stiuso. ¿Este conflicto está detrás de los
ataques contra D’Alessandro?
Otra posibilidad:
¿será la venganza de la exministra Patricia Bullrich? Gerardo Milman, su mano
derecha en Seguridad, está convencido de que los ataques que recibió por el
tipo de personal con que se rodea, provenían de D’Alessandro. Sobre todo, por
una intervención del fiscal Rodrigo Troncoso, íntimo del ministro con licencia.
El Pro atraviesa su primera gran interna. ¿Lo estará haciendo de este modo?
Una curiosidad
interesante: de pronto, las personas más destacadas del Pro en materia de
Seguridad e Inteligencia atraviesan un infierno. ¿Alguien los agrede para
quedarse con esa área en un eventual gobierno de Cambiemos? A Milman y
D’Alessandro, se suma Diego Santilli, cuyo celular también fue intervenido. Y
Cristian Ritondo fue el blanco de una feroz denuncia de la jueza Sandra Arroyo
Salgado, que lo vinculó con el fiscal Claudio Scapolan, acusado de comandar una
banda de policías narcos. En tribunales a Arroyo siempre se la tuvo como un
ejemplar de la escudería de Stiuso.
Todas estas
incógnitas convergen en una conclusión: la AFI es un museo de cera, como
escribió Hugo Alconada Mon, y el submundo se encuentra sin control. El
“sottogoverno” se convirtió en “sottoanarchia”. Ese bajo fondo se cobró un
ministro de Larreta. Es gravísimo: se lo entregó a un verdugo sin rostro, por
culpa de una infiltración clandestina. D’Alessandro no aguantaba la presión.
¿Habrá nuevas víctimas? ¿Llegarán pronto los chats de Santilli? ¿Arroyo tendrá
nuevas revelaciones sobre Ritondo?
A propósito de esta
jueza, acaba de excusarse en una investigación inquietante. A su juzgado
federal llegó un pedido de habeas corpus por la desaparición de César
Jaunarena. Se trata de un testigo en el juicio por el robo de dinero y alhajas
a Sergio Massa y Malena Galmarini en julio de 2013. Jaunarena había denunciado
que en el registro de esos bienes se habían cometido irregularidades. Después
reveló presiones sobre él y su familia y se mudó a Misiones. Ahora el abogado
de sus padres denunció que no saben dónde está. Salgado presentó sus argumentos
en la comisión de Juicio Político que analiza la situación de Scapolan por su
vinculación con el narcotráfico. ¿Qué tiene que ver Scapolan con los Massa? Al
parecer, fue quien corrigió la declaración de bienes sustraídos para que fuera
más prolija. Arroyo, insidiosa, no lo explica. Pero cuando fue suspendido,
Scapolan tuvo sólo un voto a favor: el de una diputada de Massa. |