Por Carlos Melconian - Siempre ha ocurrido que el
valor del dólar libre en la Argentina (léase paralelo, negro, blue, financiero,
CCL, MEP, etc., según cada momento en el tiempo) fue y sigue siendo el mejor
termómetro respecto de medir si hay fiebre. Dicho de otra manera, un fiel
reflejo de cómo están yendo las cosas en el país, al menos con la economía y
con la política.
Al final, más allá de que sea un mercado chico, grande, más
o menos, ilegal y todas esas cosas que terminan diciendo todos los gobiernos de
turno, este termómetro termina midiendo, en promedio, con bastante precisión
cuán ordenada o desordenada está la macroeconomía (lo fiscal, lo monetario, lo
financiero y lo cambiario, con embudo en lo inflacionario), cuán articulada o
desarticulada está la organización económica (lo impositivo, lo laboral, lo
previsional, lo regulatorio, lo bancario, lo productivo, lo crediticio, etc.),
cuán sostenible y pagable o no es la deuda del sector público (la del Tesoro y
la del BCRA) y cuán previsible o imprevisible está la situación política (la
gobernabilidad, la convivencia entre Ejecutivo, el Parlamento y la Justicia, la
convivencia entre oficialismo y oposición, la conflictividad social, etc.) y
cualquier otra cosa que se quiera agregar. El dólar libre es la consecuencia,
la resultante de estas tres cosas juntas: macroeconomía, organización económica
y política.
Y, por supuesto, y este es el concepto
central de esta nota, esta definición va más allá de los vaivenes en las
cotizaciones del día a día, la semana a semana o el mes a mes. Es un concepto
estructural, de trazo grueso, casi imbatible, estoy tentado a decir. Pinta de cuerpo
entero cómo estamos, cómo vamos, bien, mal, más o menos...
Desde ya que cuánto vale el dólar no
es la causa de nuestros problemas, sino la consecuencia de ellos. El dólar es
la caja de resonancia. De otro modo es poner el carro delante de los caballos.
Tenemos el dólar que nos merecemos para la macroeconomía, la organización
económica y el contexto político que tenemos en cada momento del tiempo.
Nuestra propia historia nos delata.
Por ejemplo, en la económica y políticamente inestable y desordenada década del
‘80, un cálculo promedio del dólar paralelo expresado a pesos de hoy valía
casualmente $350, o sea, parecido al de estos días. El promedio entre 1980 y
2022 (por supuesto, excluyendo los períodos sin control de cambios) algo así
como $340 de hoy. O sea, en los períodos de inestabilidad macroeconómica e
incertidumbre política, todos los caminos conducen a un dólar en términos
reales de más o menos $350, causal y no casualmente como el actual. Por
supuesto, esto va más allá de los vaivenes diarios y las regulaciones o
intervenciones temporales de los gobiernos y el Banco Central.
En los tres años de la presidencia de
Alberto Fernández, el valor promedio del dólar paralelo es $345 de hoy. Otra
vez, el típico dólar de inestabilidad económica e incertidumbre política de la
historia argentina. O sea, más allá de que el promedio mensual de enero de 2020
fue $270 de hoy, o que durante octubre del mismo año fue $440 de hoy, los $350
de estos días calzan justo con esta definición.
Por lo tanto, a la popular pregunta de
por qué subió nominalmente tanto en estos días, se contrapone la de por qué
bajó nominalmente entre julio, agosto y septiembre pasados. De nuevo, sabiendo
que hubo momentos puntuales con este mismo gobierno (octubre de 2020, enero
2022 y julio 2022, por caso), en que el dólar paralelo (a pesos de hoy) estuvo
más alto que $350. Y sabiendo también que en 2021 y 2022 fue gracias a
exportaciones en dólares récord fundamentalmente por los muy elevados precios
internacionales que jugaron a favor. Sin esta oferta extraordinaria de dólares,
otra hubiera sido la historia del dólar en estos años.
Entonces, visto así, “$350” es para
esta situación política-económica institucional de la Argentina un dólar no de
una crisis macro terminal ni el de una crisis política-institucional. Dos
ejemplos, el dólar libre durante la Guerra de Malvinas era $550 de hoy y en el
peor momento de la hiperinflación de 1989 rebasó los $600 (siempre promedio
mensual). Es, al final del día, un dólar con 100% de brecha (ni 80% donde está
todo “bárbaro”, pero tampoco de “120” donde hay que apelar a algún parche
adicional).
De nuevo, el de hoy es un típico dólar
de inestabilidad macro, de país con horizonte corto, de una coalición de
gobierno atada con alambre y desgastada, un Poder Ejecutivo que colisiona e
intenta eludir un fallo de la Corte Suprema, una política económica cuya máxima
aspiración es “durar y llegar” sin nuevos sofocones cambiarios, con la brecha
que no rebase 100% y “festejando” una inflación mensual de 4,9%, un país sin
crédito externo, vencimientos de deuda pública en pesos por más de un billón
por mes, un Banco Central que expande moneda al 80%-90% anual y
patrimonialmente quebrado (con U$S6000 millones de reservas netas en el activo
y US$50.000 millones de pasivo), un control de cambios estrictísimo, uno de
importaciones asfixiante y un acuerdo con el FMI firmado a último momento para
no entrar en incumplimiento de pagos. Es un cocktail a medida de un dólar de
$350. Vaya a saber por qué se le dio por subir $20 de golpe o si fue el efecto
aguinaldo. “Anda a saber”.
Visto así, 2023 está jugado.
Conviviremos con elevada inestabilidad macro y alta incertidumbre política.
Será un año cruzado de lleno por el calendario electoral y tensiones en el
oficialismo y en la oposición. Con alta inflación (parecida a la de 2022), una
mala cosecha, menos exportaciones y seguramente recesión. En este contexto y
sin perderle pisada por las dudas, el dólar será recurrentemente tapa de los
diarios. Magia no hay. Es el dólar “que nos merecemos”.ß
El autor es presidente del IERAL. |