Por Andrés Lerner - Desde
distintas miradas hay cierto consenso generalizado en que la falta de dólares
es una de las principales limitaciones para el crecimiento de la economía
argentina. Con este escenario, la promoción de las exportaciones
cumple un rol fundamental para sostener una posición superavitaria en la
balanza comercial sin ajustar la actividad. Fuentes de la
Cancillería anticiparon a Ámbito que se espera un nuevo crecimiento de los
envíos al exterior para el próximo año y un récord exportador de u$s105.000
millones. Este miércoles Santiago Cafiero y
la secretaria de Relaciones Económicas Internacionales, Cecilia Todesca Bocco, lanzarán en el Palacio San Martín el
plan de promoción previsto para 2023. Incluye misiones comerciales, ferias,
rondas de negocios y acciones de posicionamiento sectorial.
De acuerdo a las
proyecciones oficiales, este año Argentina registrará el valor más alto de
exportaciones de bienes y servicios en su historia. Serán más de u$s100.000 millones. Ese dato engloba un
crecimiento en precios, sobre todo en los productos de origen agropecuario y
también en cantidades, con un salto del 19,3% de las manufacturas industriales
en los primeros diez meses. Los complejos petroleros, de servicios basados en
conocimientos y la minería también tuvieron desempeños al alza.
Las perspectivas
para el 2023 son alentadoras. Según anticiparon fuentes oficiales a Ámbito “se proyecta un incremento impulsado por mayores
exportaciones de servicios que permitirá lograr un nuevo máximo histórico de
u$s105.000 millones”. La estimación formará parte de los datos que
pondrán sobre la mesa Cafiero y Todesca Bocco en el salón Libertador del
Palacio San Martín, cuando presenten a empresarios el Plan Nacional de
Promoción de Exportaciones 2023.
Según pudo
averiguar este medio, la iniciativa contiene una serie de acciones orientadas a
incrementar y diversificar la oferta exportable argentina al mundo a través de
la participación en ferias internacionales, rondas de negocios y misiones comerciales.
También se impulsarán talleres de oferta tecnológica y acciones de
posicionamiento sectorial. Dentro de los objetivos del plan, se destaca el
impulso a las pequeñas y medianas empresas y la búsqueda de agregar valor en
origen, donde la economía del conocimiento aparece como uno de los sectores
estrella.
En el Gobierno
explican que el plan constituye una continuidad de las metas propuestas por la
política exterior argentina en el Plan de Exportaciones 2022.
Las actividades previstas surgen del trabajo acordado entre el sector público y
el privado, a través de la participación de las cámaras empresarias de diversos
sectores de la economía en el marco del Consejo Público Privado para la
Promoción de Exportaciones.
Desde la
Cancillería destacaron que “el incremento de las exportaciones argentinas
significa la posibilidad de continuar financiando el crecimiento de nuestro
país, y constituye una política fundamental para la generación de empleo de
calidad”. Al mismo tiempo, señalaron que esto trae un beneficio para los
trabajadores porque “las empresas que pegan el salto del mercado local al
exportador pagan mejores salarios”.
De confirmarse las
previsiones del Gobierno, el 2023 será el tercer año consecutivo de crecimiento
en las exportaciones. Todos los cañones apuntarán a eso. Más allá de las
iniciativas que lanzará el Ministerio de Relaciones Exteriores esta semana, el
ministro de Economía Sergio Massa ya anticipó que continuará “promoviendo” a
aquellos sectores que pueden incrementar su capacidad exportadora.
50 años de
controles de precios en Argentina: cómo no combatir la inflación
Por Roberto
Cachanosky - El aumento del 4,9% del IPC en noviembre fue tomado como un logro
por parte del Gobierno, luego de haber alcanzado un pico del 7,4% mensual en
julio último. Sin embargo, estos datos hay que tomarlos con cautela dado que no
obedecen a un plan económico consistente que le de fundamentos de largo plazo a
la baja de la tasa de inflación.
En el pasado ya se
han dado casos similares al actual en que los gobiernos de turno mostraban como
un logro la desaceleración del ritmo de suba del índice general de precios,
pero en realidad, eran artificios que duraban solo un tiempo que terminaron muy
mal.
Por ejemplo, en
marzo de 1977, el entonces ministro de Economía, José Alfredo Martínez de
Hoz, llamaba a lo que se conoció como la tregua y sostenía: “En este acto hago
una formal convocatoria a los empresarios para que absorban el aumento salarial
de marzo de 1977 y mantengan su nivel de precios de fines de febrero, sin
trasladar en forma generalizada nuevos aumentos al precio de sus productos
durante un período transitorio, que estimativamente podrá ser de unos 120
días...”, tomado del libro: La Economía Argentina de Juan Carlos de Pablo.
Y, siguiendo con
esa obra, dice de Pablo: “La resolución de Economía 189, del 9 de marzo de
1977, dispuso que las aproximadamente 700 empresas líderes incluidas en la
resolución 149/76, retrotrajeran sus precios a los vigentes al 22 de febrero de
dicho año, no pudiendo variar durante 120 días”.
Esta tregua de
precios no tuvo ningún impacto relevante en la baja de la tasa de inflación.
Del 8,2% en febrero de 1977 bajó al 6% en abril y luego terminó disparándose al
7,3% en julio y superando el 11% en agosto.
El Plan Austral no
corrió mejor suerte que la tregua de Martínez de Hoz. El primer ministro de
Economía de Raúl Alfonsín, Bernardo Grinspun, venía derrapando mal
con tasas de inflación de 2 dígitos mensuales (25% y más), y deriva en su
reemplazo por Juan Vital Sourouille, quien en junio de 1985 anunció un
nuevo plan de estabilización.
Ese plan, además de
incluir un cambio de moneda, también contemplaba el congelamiento de precios,
salarios y tipo de cambio, suba de las retenciones a las exportaciones, y el
famoso ahorro forzoso, una contradicción de términos, para recaudar más
tratando de cerrar la brecha fiscal por el lado de una mayor presión impositiva
y el desagio, entre otras medidas.
En esa oportunidad,
el respaldo político que tenía el presidente Alfonsín, los anuncios de reducción
del gasto público y la forma en que fue presentado generaron un shock de
confianza en la población que le permitió al oficialismo ganar las elecciones
de medio término.
La inflación bajó
del 30,5% mensual en junio al 6,2% en julio, y siguió en esa senda hasta tocar
un piso del 1,7% mensual en febrero de 1986. Luego vinieron varios ajustes a
ese programa y ya a mediados de 1987 se disparó a tasas de dos dígitos
porcentuales mensuales.
El Plan Austral fue
reemplazado por el Plan Primavera en agosto de 1988 cuando la inflación bajó
del 27,6% en agosto de 1988 al 11,7% en septiembre y siguió disminuyendo hasta
alcanzar un piso del 5,7% en noviembre, pero luego se disparó hasta el fatídico
6 de febrero de 1989 cuando comienza a verificarse el proceso hiperinflacionario.
Retrocediendo en el
tiempo, cabe recordar la famosa inflación cero de José Ber Gelbard.
Nuevamente congelamiento de precios, salarios, tarifas de los servicios
públicos y del tipo de cambio, que llevó la tasa mensual de 8,6% en marzo de 1983
al 0% en julio de ese año. Incluso en enero de 1974 el IPC marcó deflación de
5,8% (disminución del promedio nominal de precios).
Todo duró hasta que
llegó a Economía Celestino Rodrigo para tratar de ordenar la
fenomenal distorsión de precios relativos. La historia marca ese momento como
el “rodrigazo”, como si el ministro hubiese sido el culpable del desastre que
había dejado Gelbard, el mismo ministro que admira la fugaz ministra de
Economía Silvina Batakis, que terminó con 35% mensual de tasa de
inflación, cuando la mecha de la bomba se terminó.
La historia está
repleta de ejemplos en que un ministro produce distorsiones de precios
relativos y el que viene atrás hereda la crisis y, sin contexto político y sin
plan económico consistente, todo vuela por los aires.
La tablita
cambiaria de Martínez de Hoz, que atrasó el tipo de cambio real, la heredó
Lorenzo Sigaut, que sin tener un plan consistente dijo la famosa frase “el que
apuesta al dólar pierde” y el tipo de cambio terminó aumentando 400% en 1981.
Ya en febrero de ese año, antes de asumir, le había pedido al ministro de
Economía que corrigiera el tipo de cambio, y lo hizo en un 10%. Pero luego, ya
en funciones, dispuso dos ajustes del 30% cada uno.
Al equipo económico
de Juan Sourrouille la mecha le resultó muy corta y le saltó primero en 1987,
luego en 1988 y peor aún en febrero de 1989. En esa oportunidad heredó sus
artificios económicos.
José Ber Gelbard
fue astuto y se fue antes que estallara todo. Su sucesor, Alfredo Gómez
Morales, viendo el contexto político y económico que recibió, se fue al poco
tiempo y quien tuvo que atajar la granada fue Celestino Rodrigo.
Son muchos los
ejemplos que se pueden tomar de la propia historia como para saber cómo
terminan estos planes heterodoxos que muestran resultados efímeros en materia
de baja de inflación, pero los gobiernos de turno los presentan como un éxito.
Sergio
Massa parece no estar haciendo nada diferente a lo que hicieron los
ministros citados anteriormente: recurre a artificios para bajar la inflación y
la gran pregunta es si la mecha va a ser lo suficientemente larga como para que
llegue hasta el próximo gobierno o ministro de Economía, a quien le explote la
bomba de los precios.
No hace falta ni
siquiera leer el famoso libro de Robert L. Schuettinger y Eamonn
Butler, 4000 años de Controles de Precios y Salarios..., para saber cómo
terminan los controles de precios, basta con revisar los últimos 50 años de la
historia económica argentina para saber cómo terminan. El cuándo del fin es el
gran interrogante de siempre. |