Por Florencia Donovan - El año termina para Sergio Massa mejor de lo que
lo hubiera pronosticado hace apenas tres meses. Con algo de contabilidad
creativa y la maquinita de pesos del Banco Central de aliada, el ministro de
Economía cerrará 2022 cumpliendo prácticamente todas las metas contenidas en el
acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ni su antecesor Martín
Guzmán se hubiera permitido soñarlo. El temor al abismo hizo que el
kirchnerismo –que tan solo en marzo había vapuleado el acuerdo con el Fondo en
el Congreso– termine siendo en 2022 el mejor alumno de Washington.
Massa cree, por el momento, que el acuerdo con el FMI es una garantía de
estabilidad. Para 2023 no hay más plan que ese: intentar mostrar que las
cuentas se van ordenando, mientras que la heterodoxia cambiaria contiene la
devaluación. El costo será una economía sin crecimiento, según reconocen en el
Gobierno. “Hay más chances de ganar una elección con una economía estancada,
pero ordenada, con una inflación más baja, que con un descalabro económico”, razonan.
No importa cuántas veces lo niegue públicamente, Massa siempre piensa como
candidato.
Evitar ese “descalabro”, sin embargo, depende en gran medida de que el
equipo económico logre ir esquivando a lo largo de los meses las presiones de
una devaluación. “No podés hacer correcciones del tipo de cambio sin corregir
el gasto, porque el pass through [el traslado a precios] es bestial”, insisten.
Pragmáticos, saben que deberán procurar para ello hacerse de más dólares,
porque en privado no se ilusionan demasiado con que la balanza energética
mejore demasiado con respecto a lo que fue este año.
En el primer trimestre del año, que estacionalmente suele ser uno de
liquidación tímida de divisas, la idea es compensar la menor oferta del campo
con créditos de organismos multilaterales y, luego, hacia febrero, la intención
es lanzar la licitación del espectro 5G, una medida que todavía se ve con
reticencia desde la industria. En el segundo trimestre, en tanto, volvería el
“dólar soja” en versión 3.0. “El que no sembró maíz y trigo por la seca, va a
meter todo a soja. Es cierto que vas a tener menos dólares de la cosecha, pero
hay stock. El tema es cuándo se ingresa”, esgrimen.
Con ese combustible se espera poder transitar el tercer trimestre,
siempre el más complicado en materia de oferta de dólares. Aunque allí –con
suerte– también podría empezar a pesar el convenio de intercambio automático de
información que acaba de firmar Massa con el gobierno de los Estados Unidos. Si
bien es cierto que el acuerdo es mucho más light de lo que el Gobierno dejó
trascender en todo momento –solo incluye personas físicas, no es retroactivo y
recién entraría en vigor para 2024–, de avanzar, podría ayudar a arrimar
algunos dólares (y, sobre todo, pesos) algunos meses antes de que termine el
año próximo.
“Si querés no devaluar podés hasta las elecciones –dicen, confiados,
quienes conocen el pensamiento de Massa–. El tema es cuánto te aumenta la
brecha y cómo cumplís con la meta del FMI”. En el BCRA, por ahora, no piensan
en reducir la velocidad del crawling-peg, como se conoce en la jerga la
devaluación constante que está haciendo la autoridad monetaria mes a mes, para
evitar que el dólar quede rezagado frente a la inflación. Hoy, el presidente
del BCRA, Miguel Ángel Pesce, está convalidando una suba del tipo de cambio del
orden del 7% mensual.
También la estabilidad cambiaria estará ligada a la posibilidad que
tenga el Tesoro de seguir financiando su déficit en el mercado financiero
local. No solo la falta de dólares es un problema: también lo es
paradójicamente la escasez de pesos (aunque en la City sobran). En el equipo
económico saben que el humor del mercado será cambiante. Cada licitación de
bonos en pesos será una nueva prueba. Esta semana, Finanzas logró sortear un
examen por demás ambicioso. El propio Massa se involucró con llamados. También
hubo fuerte presión para que las provincias peronistas aportaran pesos de sus
superavitarias cajas. A regañadientes, muchas apoyaron. Otras, grandes, no
tanto.
En Finanzas descuentan que renovar el stock de deuda no será tanto
problema, dado que estiman que cerca del 70% de los títulos están en poder del
sector público (si se incluye la porción en poder de la banca pública). El
desafío pasa por conseguir nuevo financiamiento para cubrir los nuevos gastos
que se vayan generando.
El problema es que ningún inversor quiere extender demasiado los plazos.
El miedo al reperfilamiento de la deuda en pesos solo crece ante un eventual
cambio de signo político. De todos los errores que se le pueden endilgar a la
gestión macrista, haber reperfilado la deuda en moneda local es tal vez el que
menos le perdona el sector financiero. No hay evento del que participe el
exministro Hernán Lacunza –hoy referente del equipo económico de Horacio
Rodríguez Larreta– en el que no se le haga alguna pregunta al respecto. A Massa
le vencen bonos por $10 billones entre enero y agosto de 2023. Por ahora, los
vencimientos entre septiembre y diciembre del año próximo apenas suman $1,3
billones.
El ministro cree que el acuerdo con el FMI es una garantía de
estabilidad
si la caja no alcanza para cubrir el faltante de pesos, está dispuesto a
encender la maquinita del BCRA. Lo hizo luego de que el Tesoro “le vendiera”
parte de los DEG que recibió del FMI a cambio de $229.000 millones. El mercado
especula a su vez con que no pocos entes públicos le vendieron al BCRA títulos
en cartera, para así hacerse de pesos y participar de la licitación récord del
miércoles último. Dos operaciones que el FMI objetaría en sus manuales, pero
ante las cuales está dispuesto a hacer la vista gorda. Ya Estados Unidos
–accionista clave del FMI– probó que no se piensa endurecer con la Argentina.
Entiende la diplomacia norteamericana que cualquier hueco que quede podría ser
rápidamente cubierto por China, que ve a la Argentina como un proveedor
potencial de materias primas estratégicas. Todavía resuena en el mercado la
operación de la minera china Ganfeng, que pagó a mediados de año US$960
millones a la argentina Pluspetrol para quedarse con el proyecto de litio
Pozuelos-Pastos Grandes en la provincia de Salta. Una competidora de origen
norteamericano había ofrecido por la misma operación casi la mitad: US$500
millones.
Así las cosas, a fin de diciembre el ministro podrá decir que cumplió a
rajatabla con las promesas realizadas al FMI. Hasta esta semana, el déficit
fiscal sumaba 2,6% del PBI, apenas 0,1 puntos porcentuales por encima de la
meta, pero en Hacienda especulaban con que los ingresos del dólar soja 2.0
ayudarían a cerrar la brecha. La meta de asistencia –directa– del BCRA al
Tesoro también habrá quedado sobrecumplida, mientras que resta ver cuánto se
acerca finalmente la meta de reservas internacionales.
Según un informe de la consultora PxQ, a comienzos de mes le faltaban al
BCRA US$1661 millones, pero ya en lo que va de diciembre gracias al dólar soja
redujo ese rojo en US$662 millones. Massa llegó a la final de la copa del FMI.
Un torneo del que participan Moldavia, Jordania, Camerún, Gabón, Seychelles,
Surinam y Egipto.
La tentación del plan “platita”
El plan Massa para 2023 tiene, sin embargo, un talón de Aquiles, que no
desconocen propios ni ajenos al Gobierno. La tentación de que en algún momento
la presión política lo lleve a impulsar algún plan “platita” es innegable. Ya
en una reunión esta semana, en la que participaron representantes de bancos,
Massa adelantó que a medida que la inflación empiece a descender, la idea del
Gobierno es ir también bajando las tasas de interés. El sorpresivo 4,9% de
inflación de noviembre acerca esa promesa. Como siempre, la pelota queda en
manos de la política. Pero el Central se resiste y hace caso omiso de la
intención de Economía: ayer decidió mantener inalterada la tasa.
La realidad es que, de tener éxito en su plan hasta la elección, será el
próximo gobierno el encargado de realizar el ajuste de precios relativos que
tal vez más teme la política: la devaluación del tipo de cambio. Todos los
equipos económicos de la oposición saben –aunque pocos lo admiten públicamente–
que este ajuste implicará en los primeros meses un fuerte shock inflacionario.
Un plan de estabilización no lo sortearía, sino que partiría de esa premisa.
Una gran duda es cómo se posicionará entonces el empresariado, gran
parte del cual viene haciendo grandes negocios con el dólar oficial. Las diferencias
en las cámaras son en algunos casos tan fuertes como las que existen dentro del
oficialismo y de la oposición. En la Asociación Empresaria Argentina (AEA) no
son pocos los que, incómodos, empiezan a pensar en cómo levantar el perfil,
pero algunos peces gordos se resisten.
|