Por Carlos Pagni - El maravilloso partido frente a Croacia y el ingreso
de la selección en la final del Mundial promovieron emociones novedosas. La
alegría y el entusiasmo, que estaban desde hacía mucho tiempo ausentes. La
satisfacción de integrar un torrente multitudinario. Un momento feliz y
extraño, para una sociedad fracturada por la penuria económica y la
polarización. Nada del otro mundo: la identificación con la nación, que repone
la sensación de pertenencia a un todo.
El deporte le devuelve a la ciudadanía una experiencia que la política
no está en condiciones de suministrarle. No solo hubo una alta vibración en los
festejos. La cantidad de gente en movimiento fue todavía más llamativa. Es un
contraste impresionante entre el sentimiento de comunión aportado por el fútbol
y la rutina ya tediosa de una dirigencia empantanada en el conflicto.
Es obvio que la muchedumbre festejaba un resultado, encendida por la expectativa
del próximo domingo. Sin embargo, acaso sin saberlo, también celebraba una
cultura. Un método. El éxito del equipo es el resultado de la coordinación. De
la dirección sobria pero laboriosa de Scaloni. De la personalidad de Messi, una
estrella indiscutida que ahora hizo aflorar otra condición: la de líder de un
equipo. Pero es también el resultado de un ejercicio mucho menos evidente: un
esfuerzo de planificación del que ofreció una minuciosa explicación ayer Juan
Pablo Varsky en este diario.
Varsky reconstruyó la trayectoria que fue desde la derrota 0 a 3 ante
Croacia, en Rusia, hace cuatro años, hasta su simétrica victoria de anteayer.
Esa narración hizo notar que no hay cruce de los Andes sin la preparación de El
Plumerillo. Que el brillo fue espectacular porque estuvo precedido de un
diagnóstico preciso sobre la naturaleza de los problemas, un reclutamiento
adecuado de quienes debían resolverlos, una secuencia planificada de trabajo.
Cuando Messi repite, para dar razón de los logros del equipo después del
fracaso frente a Arabia, con que “puertas adentro estábamos seguros de que lo
revertiríamos”, está hablando de esa racionalidad escondida.
La irrupción espontánea del gentío que desbordó las calles es una
excelente oportunidad para los profesionales de la política. Podrían indagar en
sus sentimientos, desentrañar sus motivaciones. Sería una vía para descubrir
las razones del problema que los afecta como clase: por qué les resulta tan
difícil conectar con aquellos a los que, en teoría, representan.
Esa crisis de representación profundiza una dispersión en el sistema de
partidos que ahora tiene otro vector: la renuncia de Cristina Kirchner a
postularse para las elecciones del año próximo. La decisión tiene consecuencias
para las dos grandes fuerzas en disputa. En el Frente de Todos ya se desató una
competencia para ocupar el vacío que deja la vicepresidenta. En Juntos por el
Cambio aparece otro problema. La coalición se fundó sobre el antikirchnerismo.
La señora de Kirchner volvió a salir del centro de la escena. En 2019 se ubicó
detrás de Alberto Fernández. Ahora se retiró de la boleta.
La decisión de no competir es más antigua de lo que se presume. A
finales de octubre, Máximo Kirchner lo anticipó en una entrevista con Roberto
Navarro: “Creo que Cristina no va a ser candidata”. Kirchner dio una
explicación sobre la reticencia de su madre: el desgaste fue muy grande. Es lo
que ella ha venido manifestando en la intimidad. Además de la peripecia
judicial, fue determinante el atentado del 1º de septiembre, en especial por el
trauma emocional que tuvo en la familia. Y las derivaciones de ese ataque,
muchas de ella atendibles. Por ejemplo, la negligencia de la jueza María
Eugenia Capuchetti para asegurar la información contenida en el celular del
agresor. O la negativa de la Procuración a reforzar con un adjunto la tarea de
Carlos Rívolo. Este fiscal fue puesto al frente de la pesquisa casi tres meses
después de que sucedieron los hechos. Fue una respuesta de Capuchetti a las
críticas que le dirigía la vicepresidenta.
Son fragilidades objetivas, que se combinan con la permanente presunción
de una trama conspirativa. En el kirchnerismo subrayan los vínculos entre
Capuchetti y Cristian Ritondo, nacidos cuando el padre de la jueza estaba a
cargo de la custodia de Jorge Matzkin, a quien el diputado de Pro secundaba en
el Ministerio del Interior. Comienzos de siglo. O, un dato más reciente, la
cercanía de la magistrada con su colega Pablo Yadarola, uno de los integrantes
de la excursión a Lago Escondido. Alguien que conoce muy bien las cavilaciones
de la señora de Kirchner explica: “Los chats de los que fueron al sur fueron
decisivos. Ella los leyó y vio allí la confirmación de viejas presunciones. Se
fue a El Calafate, no habló con nadie, pero volvió con la decisión de no ser
candidata ya tomada”.
Detalles, datos, indicios. Así se va constituyendo la doctrina del
lawfare, que iba a tener una liturgia regional el lunes próximo en el CCK. De
nuevo hubo que postergarla. Esta vez, hasta marzo. Hubiera sido mejor hacerla ahora.
Lula da Silva, que prometía viajar a Buenos Aires antes de asumir, se está
vacunando contra cualquier propensión bolivariana. Hace una semana se reunió en
Brasilia con Jake Sullivan, el asesor en Seguridad Nacional de la Casa Blanca,
quien le transmitió una invitación de Joe Biden para encontrarse en enero en
Washington. Lula declaró que estaba emocionado por esa entrevista. Tiene
motivos: el hijo de Jair Bolsonaro visitó a Donald Trump en Mar-alago y reforzó
el asesoramiento del equipo del republicano.
La política brasileña se mira en el espejo de la norteamericana. Esa
circunstancia es un imán para el vínculo Biden-Lula. El kirchnerismo haría bien
en registrarlo.
La protesta internacional por el lawfare presenta peculiaridades. Por
ejemplo, es más que una excentricidad que dirigentes tan angustiados por lo que
podrían ser violaciones de las garantías procesales se muerdan la lengua antes
de siquiera criticar dictaduras como la cubana, la nicaragüense o la
venezolana. O que se declaren cómplices de Pedro Castillo, que intentó disolver
el Congreso de Perú para evitar que se lo investigara por corrupción. Habría
que preguntar a los diputados peruanos, o a quienes intentan ejercer la
oposición en Cuba, Nicaragua o Venezuela, qué opinan del lawfare.
Problemas de agenda de fin de año hicieron que la vicepresidenta se
pierda la oportunidad de ser la sacerdotisa de ese encuentro que la encontraría
envuelta en el halo del renunciamiento. El vacío que deja su decisión tiene una
magnitud precisa. El consultor Federico Aurelio indagó entre los votantes del
Frente de Todos cuál sería el candidato preferido. Prevaleció Cristina Kirchner
con el 64% de los votos. ¿Hacia dónde se inclinarán quienes pretendían votarla?
Un problema para el oficialismo. Sobre todo, para quien termine estando al
frente de la fórmula. Mucho más delicado si no llega allí como vencedor en una
interna.
La reacción
La primera respuesta a ese vacío llegó desde dos grupos que administran
un poder no derivado de la vicepresidenta. Los gobernadores del PJ y un club de
sindicalistas de la CGT. El encuentro se produjo en el Consejo Federal de
Inversiones (CFI), que es adonde van los jefes de provincia cuando quieren
fijar posturas ajenas a la Casa Rosada. O, como suele decir un gobernador de la
UCR: “Adonde van cuando tienen que velar al muerto”, que suele ser el Poder
Ejecutivo. En la reunión, que se celebró el lunes, varios sindicalistas
pidieron que se los tenga en cuenta para el diseño de la oferta electoral. Los
gobernadores escucharon y, como siempre, informaron al Gobierno apenas dejaron
el salón. No hacía falta. Uno de ellos, Axel Kicillof, reportó enseguida todo
lo conversado al ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, quien, a la
vez, elevó el parte a su superior. ¿Al Presidente? No, claro. A Máximo
Kirchner.
La próxima semana habrá un acercamiento entre esos mismos jefes de
provincia y varios intendentes del conurbano bonaerense, liderados por el de
Lomas de Zamora, Martín Insaurralde. Kirchner y De Pedro participan de la
organización de ese encuentro. En el ultrakirchnerismo celebraron el
conciliábulo del CFI, aun cuando haya habido quejas por el monopolio de las
decisiones que ejerce la vicepresidenta. La relación con la CGT es tolerable.
En rigor, hay un solo sindicalista que no pasa el test de La Cámpora. Es Héctor
Daer. Qué casualidad: también es el único que mantiene un vínculo permanente
con el Presidente, que lo invita a desayunar cada veinte días.
Máximo Kirchner venía reclamando a Alberto Fernández la constitución de
una mesa de decisiones para ordenar al Frente de Todos durante el año
electoral. Es la instancia que se está configurando en estos días. Pero sin
Fernández. Es decir, sin el presiel dente del PJ. No es la única rareza.
Todavía más extraño es que el Presidente compita por la candidatura del
año que viene con dos de sus ministros. Nada menos que el del Interior, De
Pedro, y el de Economía, Sergio Massa. Esa pelea lo lleva a recorrer el
conurbano, siempre con foco en José C. Paz, la heredad de Mario Ishii, a cuya
universidad Fernández suele concurrir para dictar clases de Derecho. Cuentan en
esa casa de estudios que su anfitriona, la doctora Luciana Selput, estaría por
lanzar un libro en colaboración con Oscar Kelly: “Memorias”.
La defensa que Fernández hace de su gestión es de una soledad
conmovedora. Se notó ayer, en el acto que organizó en la plaza ubicada en el
contrafrente de la Casa Rosada, que sigue llevando el nombre de Colón, a pesar
de que el kirchnerismo condena al Descubridor. Si es por la concurrencia, la
ceremonia podría haberse realizado en el Salón Blanco con toda comodidad. Pero
el Presidente quiso aprovechar que el día estaba lindo.
Estuvieron todos los integrantes del gabinete menos De Pedro y Massa.
Esos dos ministros llevan adelante una dura competencia por la candidatura
presidencial. Disputan en todos los terrenos. El ministro del Interior
aprovecha el cargo para tejer compromisos con los gobernadores, a quienes viene
seduciendo con la confección de un plan de desarrollo basado en la obra
pública. Confía en que Massa viene, en ese terreno, demorado: su amigo más
estrecho es Mariano Arcioni, de Chubut. De Pedro tiende puentes también con el
sindicalismo, sobre todo por su vínculo con Luis Barrionuevo. En cambio, le
cuesta entenderse con Daer, a pesar de que el pupilo de Carlos West Ocampo pasa
largos fines de semana comiendo salamines en Mercedes. Otro paisano del
boxindanga Carlos Mahiques.
El nexo de De Pedro con el metalúrgico Abel Furlán es indirecto: está
mediado por Máximo Kirchner. El torneo se vuelve desigual en el universo de los
expertos en mercados regulados: Massa es invencible entre los contratistas del
Estado. A De Pedro no le agrada esa clasificación. Culposo, prefiere hablar de
la “burguesía nacional”.
En las relaciones internacionales también hay rivalidad. De Pedro tendió
una cuerda hacia Israel, adonde el kirchnerismo debe borrar la estela del
entendimiento con Irán. También aquí el canal es un contratista del Estado,
Mario Montoto. Massa usa la misma conexión. Igual que Horacio Rodríguez Larreta.
Montoto y las chucherías que vende a los gobiernos son una política de Estado.
La pelea de fondo entre De Pedro y Massa es por la bendición de Cristina
Kirchner. La vicepresidenta no vería mal una primaria en el Frente de Todos.
Incluso en la provincia de Buenos Aires, donde Axel Kicillof podría competir
con Insaurralde. Massa adelantó varios casilleros en la relación con la señora
de Kirchner: ya habla a solas con ella. Máximo Kirchner se pudo liberar de esa
fastidiosa mediación. De cualquier modo, el principal rival de Massa no es De
Pedro. Es la inflación. La presión sobre el dólar será cada vez más riesgosa si
no llueve en las próximas semanas. El movimiento del tipo de cambio condiciona
movimiento de los precios. Además, el rechazo a prestar pesos al Estado
obligará a aumentar la emisión de moneda, con las consecuencias conocidas. Aun
economistas prudentes como Martín Rapetti y Diego Bossio, de Equilibra, alertan
sobre esta tormenta que se dibuja en el horizonte. El ministro de Economía
apostó contra esas inercias. Ayer, por ejemplo, tuiteó vanagloriándose por el
éxito de su nuevo endeudamiento. Ojalá, por el bien de todos, en las próximas
colocaciones sigua tuiteando y no vuelva a replegarse en el silencio. También
prometió que en abril la inflación será menos de 4%. Como Macri, cometió un
error inconcebible en un político. Ya lo enseñó Julio María Sanguinetti:
“Cuando digas qué, no digas cuándo. Y cuando digas cuándo, no digas qué”.
El otro drama de Massa es el Presidente. Él será el beneficiario final
de lo que sería un milagro: que la economía se estabilice sin un plan de
estabilización. Instalado en su exasperante pasividad, Fernández desea lo mejor
a su ministro. Mientras tanto, reúne a otros aspirantes a ocupar lugares en las
listas. Por ejemplo, Daniel Scioli, quien si no consigue dar la revancha de
2015 aspira a la jefatura de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Sería una
mala noticia para Martín Lousteau. El candidato radical espera que La Cámpora
facilite su carrera postulando a un kirchnerista recalcitrante. De ese modo, él
captaría el voto de centroizquierda. La contraoferta es demasiado etérea: con
la UCR en la ciudad y Rodríguez Larreta en la Nación, se acabó Macri. Es la
propuesta de Lousteau.
La ecuación tiene un desperfecto: Larreta. La jugada del jefe de
gobierno todavía no se definió. Pero en Juntos por el Cambio hubo una novedad
sigilosa, aunque de primera magnitud: Macri y Larreta iniciaron una negociación
de final todavía muy incierto. No podrían haber elegido mejor intermediario:
Edgardo Cenzón, recaudador de campaña, en distintos momentos, de los dos.
Cenzón trabaja bajo la mirada de Nicolás Caputo, siempre atento cuando se trata
de dinero. El otro mediador es el binguero Daniel Angelici, quien permanece en
Qatar rodeado de funcionarios de la Justicia Federal. ¿Fueron invitados por él?
Lo importante: con una ruptura en la ciudad tanto Angelici como Caputo tendrían
demasiado que perder. Estas gestiones pacificadoras afectan a Patricia
Bullrich, quien no piensa desistir de la carrera.
Si no está dicha la última palabra en esa conversación no es solo
porque, por ahora, los pedidos de Macri son inaceptables. La verdadera razón es
que el expresidente no resolvió si blanqueará su sueño de volver. Ayer hacía la
campaña que a él le gusta: fotografiándose en Qatar con personalidades del jet
set del fútbol. También para él se ha modificado el panorama. Sin Cristina
Kirchner en el campo de batalla la palabra “Macri” cambia de sentido.
Son pequeños movimientos de un minué acaso incomprensibles para esa
multitud que tomó las calles, alegre de sentirse representada por la selección.
Feliz de haber encontrado, por unas semanas, en el fútbol, esa representación
que ya por mucho tiempo le niega la política.ß
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