Domingo 27 - Por Pablo Fernández Blanco - El futuro de Cristina
Kirchner y de Sergio Massa es kármico. Una sucesión de hechos que comenzarán en
enero y llegarán a su punto máximo en junio próximo les darán forma a las
limitaciones con las que el Frente de Todos recorrerá el peligroso año
electoral. Se trata de dificultades ignominiosas: en el caso de la
vicepresidenta, el Gobierno trastabillará con la principal bandera del
kirchnerismo, mientras que el ministro les verá las caras a los demonios que
sacaron de carrera a Martín Guzmán y lo colocaron en su actual sillón. Todo
surge de una gran fábula kirchnerista. La vicepresidenta insiste, siempre que
puede, en que su gestión desendeudó a la Argentina. En la práctica, es una
apropiación de los resultados de Néstor Kirchner. Las cifras, en cambio,
muestran que lo que dice Cristina Kirchner no es cierto.
Alberto Fernández siguió el manual de su compañera de fórmula. Bajo el
lema del desendeudamiento, tomó cada vez más dinero prestado desde que llegó a
la Casa Rosada. Por sus propias decisiones, el Frente de Todos es ahora la
víctima de eso mismo que le criticaba a Mauricio Macri. Casi todas las
alternativas que tiene por delante son malas. Implican reconocerles a sus
prestamistas una ganancia extraordinaria, impropia de un gobierno nacional y
popular, aceptar la inundación de pesos que alimentarían el temor a una
hiperinflación o deteriorar aún más la contabilidad del Banco Central. Esta
última es una jugada riesgosa: un pedido de auxilio desmedido a Miguel Pesce
podría recordarles a los depositantes bancarios algunas de las peores experiencias
de principios del menemismo.
Envuelto en el temor a una explosión financiera de consecuencias
desastrosas, el Ministerio de Economía trabaja en una nueva alternativa que
implicaría una rareza para la Argentina. Se trata de alcanzar un acuerdo con la
oposición, tácito o expreso, pero práctico al fin, para transitar los meses más
turbulentos de la próxima campaña presidencial sin patear los hormigueros más
peligrosos de la economía. De concretarse, se rompería una tradición
incendiaria que tiene como último eslabón a Alberto Fernández, cuyas
declaraciones tras el triunfo en las primarias de 2019 aceleraron la
devaluación que pagó políticamente Macri.
Eduardo Setti es el secretario de Finanzas. Quizá nadie en el Gobierno
piense en el mediano plazo más que él. En parte, no tiene otra alternativa.
Enfrentará vencimientos de deuda por $10,4 billones, según cifras privadas,
desde el primer día del año próximo hasta las elecciones.
El calendario de vencimientos puede desatar un juego perverso de efectos
complejos para todas las fuerzas políticas. El momento de mayor estrés
financiero el año próximo ocurrirá en julio, poco antes de las elecciones
primarias, con un ticket de casi $1,7 billones. En ese punto, Massa puede no
depender de sí mismo, sino de Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta,
Patricia Bullrich o cualquier otro candidato opositor con chances de ganar las
elecciones, según las encuestas, siempre que eso crea el mercado.
Es la maldición de los estímulos que manejan el sistema político. Si los
rivales del kirchnerismo dijeran que en el futuro revisarán la deuda que
tomaron Alberto Fernández y Cristina Kirchner, desatarían un dominó que podría
terminar en la fuga de capitales, provocar una suba explosiva del dólar
paralelo y agregar presión a una eventual devaluación oficial. Eso, además, les
traería un beneficio electoral: con variables económicas desbordadas, caen las
chances del oficialismo. El ejemplo histórico más cercano de prácticas
similares es el Frente de Todos. En 2019 Alberto Fernández fogoneó que la deuda
con el FMI era criminal y anticipó una renegociación con los acreedores
privados. El cataclismo que desataron sus palabras golpeó al gobierno de
Cambiemos.
En la vereda de enfrente, si la oposición sostuviera que es necesario
generar confianza en el sistema financiero argentino, favorecería la renovación
de deuda que condicionará al Gobierno el año próximo.
La estrategia que madura en el equipo de Massa tiene que ver con el
último punto. Están convencidos de que lo que debe renovar la Argentina no es
el problema, sino las fechas de pago. Es decir, su perfil. Si los mismos
compromisos de 2023 estuvieran repartidos en los próximos tres años, el
problema sería mucho menor. Es el intercambio tácito que esperan que ocurra en
los próximos meses: Finanzas intentará concretar el ambicioso objetivo de
extender vencimientos más allá de las elecciones, algo que despejaría algunos
de los muchos problemas que enfrentará el gobierno siguiente. A cambio, espera
una paz de declaraciones en la etapa proselitista.
Hay testimonios que ilusionan a los funcionarios de Massa. Durante uno
de sus últimos pasos por el Congreso, Setti respondió a consultas de colegas
que militan en el bando contrario. Estaban, por ejemplo, Martín Lousteau,
Martín Tetaz (Evolución) y Luciano Laspina (PRO), uno de los principales
referentes de Patricia Bullrich. El funcionario creyó escuchar en sus palabras
algo similar a lo que él piensa.
Hay otros puentes. El propio Setti es amigo de Juan Manuel Pichetto,
hijo de Miguel, con un rol activo en Juntos por el Cambio. Algo similar le pasa
a Guillermo Michel, que trabajó con el excandidato a vice de Mauricio Macri y
tiene una ingerencia en la gestión de Massa que excede a su jefatura en la
Aduana. Además, Lisandro Cleri mantiene diálogos descarnados con Carlos
Melconian cada vez que lo necesita. Por encima de todos ellos está el propio
Massa. El ministro de Economía ha levantado el teléfono en el pasado cercano
para destrabar situaciones complejas con la deuda. Lo volverá a hacer en el
futuro.
El equipo económico cree tener otra carta en el bolsillo para sellar la
paz con la oposición. Hoy, la Argentina no tiene abiertas otras alternativas de
financiamiento, como el endeudamiento externo o la ventanilla del FMI. Un
comportamiento temerario terminaría por destruir el mercado doméstico de deuda,
casi el único al que podrá acceder el próximo presidente y el que pide
desarrollar el Fondo.
El plan B es seguir usando al Banco Central como red para amortiguar
eventuales caídas en las licitaciones de deuda que se harán todos los meses. El
problema es que el organismo que maneja Miguel Pesce llega con los músculos
cansados. Hasta el martes pasado, tenía pasivos remunerados (Leliq) por $7,2
billones. Esa deuda equivale al 9,1% del PBI de los últimos 12 meses. Massa no
quiere exagerar con ese oxígeno, porque del otro lado está la tranquilidad de
los depositantes.
El macrismo, en llamas
Pocas cosas desatan un fastidio mayor en Juntos por el Cambio que el
manejo de la deuda del Frente de Todos, sobre la cual tienen un diagnóstico
lapidario. A tal punto que nadie en ese espacio descarta que le pueda costar el
puesto al ministro. Un dirigente de contacto cotidiano con Macri, Larreta y
Bullrich lo puso en estos términos: el Gobierno se pasó los primeros dos años
echándole la culpa de los problemas a la herencia que dejó la oposición, y los
dos siguientes pidiéndoles responsabilidad a sus rivales por las decisiones que
tomó la Casa Rosada.
Las espadas económicas de Juntos por el Cambio ya definieron qué dirán
en el momento más crítico. No mentirán diciendo que el problema no existe, pero
tampoco lo gatillarán asegurando que la situación es insalvable. Podrían
hacerlo. Medida en dólares, el kirchnerismo desendeudador incrementó en
US$70.809 millones la cuenta a pagar de la Argentina, por encima del polémico
crédito con el FMI (US$44.000 millones). Como sea, es una posición con sabor a
poco para el oficialismo.
Pese a todo, el ministro mantiene el entusiasmo enfocado en objetivos
individuales de corto plazo. Tendrá su día de gloria entre el 28 de noviembre y
el 2 de diciembre. Son las fechas estimadas en las que se cerrará con Estados
Unidos el acuerdo para intercambiar información financiera. Faltan resolver
cuestiones burocráticas. Entre ellas, si lo firmará un emisario directo del
Departamento del Tesoro norteamericano o ese país le dará mandato al embajador
Marc Stanley para hacerlo.
Massa se entusiasma con que ese mediomundo le permitirá pescar cuentas
no declaradas de argentinos en el exterior que aumenten la base imponible de la
Argentina. Espera que tras el anuncio de los próximos días, comience la
temporada alta de los estudios contables. Se entusiasma con una rectificación
masiva de declaraciones juradas que mejorarán el perfil fiscal de su gestión el
año próximo por mayores ingresos a través de los impuestos a las Ganancias y a
los Bienes Personales.
Son las cosas que mejoran la química entre el ministro de Economía y la
vicepresidenta. Cristina Kirchner baja desde hace tres años el mensaje de que
la deuda con el FMI la deben pagar quienes “la fugaron”. Massa irá en la
búsqueda de los dólares en el exterior.
Hay otras decisiones que la liturgia oficial aún no puede revestir con
épica. El manejo de la inflación, por caso, continuará con un recorte moderado
en el gasto público. A tal punto depende el ministro de su costado ortodoxo que
esta semana aplicó un giro en su conducta: comenzó a hacerle propaganda al
ajuste, cuando hasta hace poco reducía partidas a escondidas. En paralelo,
seguirá el desgastante control uno a uno de un universo reducido de precios con
mensajes de Whatsapp a grandes empresas. Es un trabajo del secretario de
Comercio, Matías Tombolini. El miércoles pasado les tiró de las orejas a
compañías que habían cambiado el tamaño de algunos de sus productos para
esquivar los acuerdos a los que se habían comprometido.
Massa se encamina cada vez más a administrar un modelo dominado por la
escasez. La economía crecerá el año próximo mucho menos que en este por las
altas tasas de interés, la devaluación del peso y un contexto internacional que
le jugará en contra. Son condimentos inconvenientes en un año electoral. Los
comicios, a su vez, le agregarán otra dosis de incertidumbre al país.
Hay más muestras de los límites incómodos entre los que se mueve el
ministro. El viernes anunció la reapertura del denominado dólar soja II a
cambio de que el campo acerque sus dólares. Se trató de una decisión que le
desaconsejaron algunos de sus colaboradores, no sólo porque deteriora al Banco
Central e incrementa la deuda, sino porque le quita al ministro capacidad de
sorpresa. La necesidad, sin embargo, fue más fuerte que las inconveniencias.
El oscuro panorama de cara al año próximo les hace perder la timidez a
figuras que hasta hace poco estaban recluidas y les generarán nuevos problemas
narrativos al Gobierno. Martín Guzmán dejó pasar cuatro meses y medio para
volver a hablar. Lo hizo con críticas durísimas a Cristina Kirchner y a su
hijo, Máximo. Ambos lo acusan de haberles mentido en ciertos detalles del
acuerdo con el FMI, una posición que también sostiene el propio Massa, que tuvo
una explosión de enojo tras la entrevista que le hizo Alejandro Fantino a
Guzmán.
Guzmán no solo niega todo lo anterior. También está dispuesto a
defenderse. Sus colaboradores le prepararon un detallado informe en el que
señalan todas y cada una de las veces que el exministro dio detalles en público
sobre las cosas de las que luego el kirchnerismo dijo que no estaba enterado.
En una de esas ocasiones, sostiene ese trabajo, estaba al lado de la
vicepresidenta.
Es posible que el exministro tenga pruebas más incómodas para sus
principales detractores. Quienes formaron parte de su equipo aseguran que en su
teléfono todavía están los mensajes en los que les envió el último acuerdo con
el FMI al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, y a un
secretario de Cristina Kirchner días antes de que se difundiera públicamente.
La reaparición de Guzmán, que anhela seguir trabajando dentro del
peronismo, es toda una alegoría de las dificultades de la Argentina. Después de
todo, Massa está poniendo el máximo de los empeños para que algunas cifras,
como la inflación, vuelvan el año próximo a los niveles que tenían cuando su
cargo lo ocupaba el denostado exministro.ß |