Por
Florencia Donovan - Las encuestas que tiene el
Gobierno dicen que entre el 75% y el 80% de la gente está de acuerdo con que se
arregle la deuda, y todo gobierno mira encuestas”, comentaba el presidente del
Banco Macro, Jorge Brito, en la última reunión vía Zoom de Adeba. “No veo
tampoco que el Presidente vaya a involucrarse en una negociación si cree que
puede fracasar”, continuó, mientras una decena de banqueros lo escuchaban.
Brito vuelve a ser, para muchos en el establishment, quien mejor puede llegar a
leer a un gobierno que no muestra las cartas. No solo por su llegada a Alberto
Fernández, sino también por su buen vínculo con Sergio Massa, uno de los que
mejor entienden de cuestiones económicas dentro del Frente de Todos.
El
consenso en el sector privado es que es cuestión de semanas (está descontado
que las negociaciones se extenderán más allá de mañana) que el Gobierno llegue
a un acuerdo con los acreedores. Es de las pocas definiciones en materia
económica que gozan de total respaldo de las distintas fuerzas que conforman la
coalición gobernante. Quienes siguen el día a día de las conversaciones con los
bonistas admiten que la tozudez (y honestidad intelectual) del ministro Martín
Guzmán puede haber dilatado el acuerdo, pero también reconocen que hay voluntad
política para acercar posiciones.
Hasta
marzo, antes del coronavirus, la economía dependía de una renegociación exitosa
de la deuda para empezar a salir a flote. Hoy, un canje de deuda es
indispensable, pero ya no suficiente. La velocidad del deterioro económico
desde que se desató la pandemia en el país es superior a la que se registró
tras la salida de la convertibilidad. Es que el impacto de la crisis no se
termina con el fin del aislamiento, sino que muchos creen que podría
manifestarse con toda su fuerza una vez que la actividad avance hacia la “nueva
normalidad”.
Alberto
Fernández buscó dar en las últimas semanas señales de que en el Gobierno se
trabaja ya con una visión de futuro, incluso habló de cuatro pilares y anticipó
la necesidad de avanzar en una reforma tributaria. Pero el equipo económico por
ahora está enfrascado en medidas que le permitan transitar la urgencia. Muchas
de ellas entendibles en la coyuntura, pero que provocan serios cuestionamientos
de mediano plazo en el empresariado.
Desde
el gobierno de los Estados Unidos se lo hicieron saber esta semana a algunos de
sus referentes en el país. El secretario Gustavo Beliz viene haciendo un
trabajo fino para lograr el respaldo de la agencia de inversiones
norteamericana (la EX-OPIC), pero los desembolsos y nuevos créditos para las
empresas locales podrían estar condicionados a que la Argentina empiece a dar
señales más firmes hacia a la comunidad internacional. “Hay distintas
percepciones sobre el grado de compromiso que tiene la Casa Blanca y el apoyo
que cree que tiene el Gobierno, que piensa que es irrestricto –resume una
fuente que conoce como pocos el ámbito diplomático–. Estados Unidos quiere ver
cuatro cosas: que haya un acuerdo con los acreedores, que empiece la
negociación con el FMI, cómo evoluciona el clima de negocios para las empresas
norteamericanas y cómo se posiciona la Argentina en temas como el 5G, China,
Venezuela o Irán”.
En el
empresariado local también existen dudas sobre la visión futura que tiene el
Gobierno de la economía, cuando ya lleva más de 60 días de congelamiento de
precios, sin visos de que cambie. El Presidente, por su parte, desechó la
semana pasada “ideas locas” de que el Estado busque quedarse con las empresas.
Pese a lo que trascendió, lo cierto es que la diputada Fernanda Vallejos, a
quien se le atribuyó la idea, no llegó siquiera a escribir un proyecto al
respecto.
Existe
apenas un borrador de una modificación a la ley de concursos y quiebras, que
algunos atribuyen sin demasiada certeza a La Cámpora, que comenzó a circular en
el círculo rojo. En él se establece que en caso de que empresas requieran
asistencia financiera, el Tesoro podría aportar capital para un programa de
“asistencia de último recurso”. Se trataría en principio de casos de empresas
en las que el Estado tengan un “interés de orden público” o estratégico. Pero
no se habla de participación en la gestión.
Para
algunos no sería descabellado un interés del Estado en los casos de Vicentín y
Molino Cañuelas, empresas que juntas suman deudas por US$3000 millones. La
primera es la empresa con mayor capacidad de molienda de la Argentina (y la
única cerealera que no está en manos extranjeras), mientras que la segunda es
la principal productora de harina. Por ahora, todas especulaciones.
Los
desafíos que enfrenta el Gobierno posaislamiento son muchos. El economista
Luciano Cohan advierte, no sin preocupación, que el desbalance monetario es hoy
solo comparable al que se dio durante la gestión de José Ber Gelbard, a
comienzos de los 70. Es una variable que en el directorio del BCRA no
desconocen. La entidad es, en definitiva, la única fuente de recursos que tiene
el Tesoro. El problema es que, como el virus, la inflación parece más o menos
controlada con el confinamiento, pero podría repuntar apenas se flexibilice si
no hay una solución de fondo.
Anclar
el dólar, una vez más, se ha vuelto una solución de corto plazo. Aunque en el
BCRA siguen con preocupación la pérdida constante de reservas. Y entran en la
disyuntiva de tener que regular conductas especulativas que se generan por sus
propias políticas. Las más recientes medidas cambiarias provocaron un
tembladeral entre las empresas. El viernes, la petrolera PAE no pudo cancelar
el pago de un préstamo sindicado en dólares y pidió tiempo a los bancos hasta
hoy para adecuarse a las nuevas normas.
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