Después de
otro fin de semana de reuniones internas y consultas e intercambios con los
comités de bonistas, el Gobierno volverá esta semana a extender el plazo de
negociación para alcanzar un acuerdo con los acreedores de USD 66.000 millones
de deuda externa sujeta a restructuración.
Las posiciones ya se habían
acercado durante la semana pasada, hasta reducirse de la brecha del 50% inicial
entre la oferta inicial del gobierno y las contrapropuestas iniciales de los
acreedores, a menos del 15% en los intercambios posteriores, pero faltan detalles técnicos y un empujón
decisorio final para que las partes coincidan y recién ahí tenga sentido para
el gobierno presentar una “enmienda” ante la Securities and Exchange Commision, el
regulador bursátil de los EEUU, a partir de la cual se fijará un plazo para que
los bonistas adhieran o rechacen la oferta.
Después del fracaso del
primer intento, el próximo habrá sido largamente conversado con los acreedores
más poderosos, agrupados en tres comités.
Además, en la segunda etapa Guzmán fue rodeado de
política, con gestiones que siguieron tanto el presidente Alberto Fernández
como la vicepresidenta Cristina Kirchner y el presidente de la Cámara de
Diputados, Sergio Massa. De este modo, el primer mandatario logró
preservarlo a Guzmán, pero a la vez reducirlo a una función más técnica.
Hasta el viernes, las
diferencias –medidas en el “Valor Presente Neto” (VPN) de las respectivas
propuestas- eran de un precio de unos 46 o 47 centavos por dólar de la remozada
propuesta oficial contra entre 53 y 55 centavos de las propuestas de los
comités, que no son exactamente iguales, pues están diseñadas en función de las
tenencias de bonos de cada uno.
Gestiones del ex presidente
de YPF, Miguel Galuccio,
ante Larry Fink, el CEO de
BlackRock, el administrador de fondos más grande del mundo y también el hueso
más duro de roer en la actual negociación, que habría aceptado reducir un poco
más sus pretensiones.
Un ejemplo claro y no muy técnico de ese toma
y daca es el plazo de gracia. Guzmán trató de imponer inicialmente que la
Argentina empezara a pagar a fines de 2023, lo que despejaba casi toda la
gestión de Alberto Fernández.
Los acreedores replicaron
ofreciendo un año de gracia. Y Guzmán contraofertó dos. Ese plazo, más que el
VPN, que para un abogado y político es un concepto abstracto, tal vez interese
más al presidente mientras su ministro diseña, intercambia y evalúa
combinaciones de tasas, cupones, amortizaciones, “step ups”, “maturities”,
“payments in kind” y otros términos extraños a la mayoría de los mortales.
Guzmán movilizó el mundo
académico a través de su mentor, el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, en tanto en
Washington el embajador ante la Casa Blanca, Jorge Argüello, y el director ejecutivo por la Argentina ante el
Fondo Monetario Internacional, Sergio
Chodos, trabajan en el frente burocrático-político, complementando a
Guzmán y a emisarios como Galluccio.
Lo más claro de todo es que
ambas partes tienen ganas de acordar. El gobierno, porque es consciente de que
un default duro, temprano y solitario eliminaría del horizonte cualquier chance
de recuperación de lo que es ya una situación económica crítica. Y los
acreedores, porque un arreglo en torno de los 50 centavos de VPN (valuados a
una tasa de descuento por cada dólar de deuda “vieja” les resultaría mucho más
conveniente que el colapso del valor de sus papeles que implicaría un default
duro y el horizonte largo e incierto de litigar ante los tribunales de Nueva
York para extraer recursos de un Estado financieramente exangüe.
Internas
La premura también tiene que
ver con las tensiones internas, como la que afloró entre el
presidente del BCRA, Miguel Pesce, y
el ministro Guzmán, que se tomó cinco meses, durante las cuales se
pagaron casi 4.000 millones de dólares en vencimientos, para pergeñar una
oferta que fue masivamente rechazada, y casi un mes más desde entonces, en los
que el titular del Central sigue siendo el único sostén del Tesoro y tiene que
hacer contorsiones regulatorias para endurecer el cepo y evitar un desmadre del
dólar que impactaría sobre la tasa de inflación más rápidamente que una emisión
desaforada pero hasta ahora contenida por los diques de la recesión y las
operaciones de “esterilización monetaria”.
El tiempo no para. Y la
negociación tampoco, pero tiene un límite, que el gobierno extenderá por
tercera vez. Y se sabe que la tercera es la vencida.
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