Por Martín
Kanenguiser - El Gobierno cree que la renegociación de la deuda será
un proceso por etapas y que los bonistas deberán aceptar la oferta oficial
antes de que empeoren las condiciones del mercado.
Más allá de lo que
ocurra hoy, el equipo de negociación oficial entiende que los acreedores
privados deben aceptar que, tanto la Argentina en particular como el mundo en
general, cambiaron respecto del pasado reciente.
La primera cifra
concreta es que, según fuentes oficiales, el 70% de los bonistas locales que
tenían sus títulos depositados en La Caja de Valores entraron al canje hasta el
miércoles; se trata de una cifra cercana a los USD 5000 millones.
Si esta fuera la
premisa, hoy cerrarían el canje, liquidarían los bonos la semana próxima y
luego esperarían a ver si reabren la oferta. Pero será el presidente Alberto
Fernández el que decida.
De hecho, en el
Palacio de Hacienda no se descarta que haya una presentación de algún fondo de
inversión sobre el cierre de la jornada para estirar la negociación.
En este sentido,
destacan que el país que gobernaba Mauricio Macri, en el que pudieron
colocar mucha deuda, ya no existe, ni tampoco aquel del 2005, donde, luego de
aquel canje, la Argentina creció a tasas muy altas, en un contexto mundial muy
favorable.
Este cambio,
argumentan, les presenta a los bonistas un mundo con poca liquidez -aunque las
emisiones de varios países de la región a una tasa menor al 5% muestran lo contrario-
y, por lo tanto, la oportunidad de tomar ahora una oferta mejor que en los
próximos meses.
Esta postura no
implica, afirman, no aceptar mejoras. Pero juran que fue BlackRock el
único fondo que presentó una contraoferta, que no era aceptable bajo los
parámetros oficiales.
Y cuentan que el
resto de los fondos no se ponen de acuerdo en qué cambio pedir, que garantice,
al mismo tiempo, una alta aceptación y un esquema de repago de la deuda
sustentable.
Al respecto,
sostienen que, a diferencia del canje del 2005, la discusión actual pasa
por la quita de intereses y no de capital, lo cual torna más subjetiva y
compleja la búsqueda de una solución satisfactoria para ambas partes.
En este sentido,
ratifican que el ministro Martín Guzmán espera que haya propuestas
superadoras de la oferta actual, si respetan la idea de que el país primero
tiene que crecer para luego pagar.
Guzmán, afirman,
está lejos de ser el negociador intransigente que las voces del mercado dejan
trascender, porque fue él quien defendió dentro del Gobierno que el país
siguiera pagando después del 10 de diciembre, cuando una parte del oficialismo
proponía defaultear; que sostuvo esa postura aún con la pandemia del coronavirus;
y que presentó la oferta formal para hacer el canje.
Todos estos
elementos objetivos -que incluyen el pago de unos 4000 millones de dólares
desde que asumió el presidente Alberto Fernández- deben llevar a pensar a los
acreedores de que, en el futuro no conseguirán nada mejor.
En
particular, si calculan que sus bonos actualmente valen 30 dólares,
deberían entender que ganarían cerca de 10 dólares al canjearlos. De lo
contrario, si se los quedaran, podrían caer a 20 si la recesión mundial se
profundiza y se extiende por mucho tiempo. ¿Cómo explicarían esa pérdida
en sus compañías?, se preguntan en el Gobierno.
El temor a
los holdouts, por ahora, es bajo. Creen que solo
representarían un peligro si se quedan con el 10% de los bonos, como después
del 2010, cuando aceleraron los juicios para ganar más que el resto.
La relación con el FMI
Tampoco les
preocupa, aseguran, los vasos comunicantes entre los bonistas y el FMI o el
Tesoro de Estados Unidos.
Al respecto,
afirman que, sin el aval del principal accionista del Fondo, no habría salido
ninguno de los comunicados de apoyo al Gobierno en general y a la fuerte quita
a los bonistas en particular. Ayer, el vocero del organismo Gerry
Rice, hizo equilibrio: dijo que el Fondo espera que haya una alta aceptación pero que se mantenga la
sustentabilidad de la deuda.
Por sobre todo,
subrayan que si la oferta fuera mucho más generosa con los bonistas, sería más
difícil repagarle al propio FMI, una realidad que Estados Unidos y los otros
accionistas entienden mejor que nadie.
|